UN AUTOR TOLEDANO CASI DESCONOCIDO: GASPAR DE BARRIONUEVO

Gaspar de Barrionuevo y Carrión fue uno de esos dramaturgos del Siglo de Oro considerados de segunda fila pero que, si hubiera nacido en otro momento, quizá hubiera merecido otros honores. En todo caso, forma parte de la multitud de literatos de buen nivel sobre los que se alzaron los genios del siglo XVII como Calderón de la Barca o Lope de Vega. Precisamente Lope fue amigo de Barrionuevo, al que dirige alguno de sus poemas. El profesor Abraham Madroñal estudió su vida en un artículo publicado en la revista “Voz y letra” en 1993, donde utilizó un documento que tenemos en nuestro archivo y del que nos queremos ocupar hoy.

Página del protocolo notarial escrita en letra procesal, con el inicio de la petición de Gaspar de Barrionuevo.
Cabeza del expediente

Se trata de un expediente promovido por el propio Barrionuevo, quien en febrero de 1612 se presenta ante el alcalde ordinario de Toledo pidiendo se haga información pública de su hidalguía y limpieza de sangre. Declara ser contador (efectivamente, lo fue de diversas campañas militares) y vecino de Toledo. Es hijo legítimo de Miguel de Carrión y María de Barrionuevo, nieto por parte de padre de Gaspar de Carrión y de Inés Álvarez, y por parte de madre de Diego de Barrionuevo y Lucrecia Vázquez, todos vecinos de Toledo. Declara ser cristiano viejo “limpio de toda raza de moros y de judíos de los nuevamente convertidos a nuestra Santa Fe Católica”, al igual que lo fueron sus ascendientes. Es soltero, “no sujeto a matrimonio ni a religión mayor, de veinticinco años” de edad.

Firma de Gaspar de Barrionuevo
Firma de Gaspar de Barrionuevo

Para justificar su pretensión, pide que se examinen algunos documentos que aporta y se interrogue a algunos testigos, y que luego se le entreguen “uno o dos traslados o los que a mi derecho convengan” convenientemente autorizados. Empieza presentando la fe de bautismo “sacada de los libros de la parroquia de San Miguel el Alto”, aunque en nuestro protocolo no aparece la copia de este documento. Enseguida, Barrionuevo afirma que Miguel de Carrión Pardo, primo de su padre, “tiene una ejecutoria de hijodalgo, de la cual yo me tengo de aprovechar como descendiente del que la litigó y ganó”. Sigue una diligencia del alcalde mayor de Toledo para que se cumpla la petición.

Página escrita en letra procesal con el inicio del interrogatorio para los testigos.
Interrogatorio

En primer lugar, se presenta y esta vez sí se copia el testimonio de hidalguía de Alonso de Albarrán, pariente de nuestro protagonista “una información ad perpetuam rei memoriam escrita en pergamino con cubierta de bartán (¿?) plateado en la cual hay tres iluminaciones” testimoniando la hidalguía de Baltasar de Carrión, hermano del abuelo de nuestro protagonista. Por cierto que a este Baltasar se le apoda “el Jinete”, no sabemos por qué.

Página del protocolo escrita en letra procesal con la solicitud de Barrionuevo de que se interrogue a los testigos y se admita su fe de bautismo.
Solicitud de Barrionuevo para que se interrogue a testigos y se admita su fe de baustismo.

Tras la copia del documento viene el interrogatorio de los testigos, escrito y firmado por el propio Barrionuevo. Se pregunta si conocen al contador y a sus padres, abuelos y hermanos, y si todos ellos son hijos de legítimo matrimonio, hidalgos, cristianos viejos sin mezcla de judíos ni moros, y que no han sido sentenciados por la Inquisición. Y, por fin, las declaraciones de los testigos conforme al interrogatorio. Se presentan seis testigos: Gaspar de Carrión, Pablos del Rincón, Fernando Díaz del Valle, el bonetero Francisco Martín y los “maestros del arte de la seda” Gonzalo de Valdivieso y Luis de Yepes. Todo el proceso duró tres días, del 9 al 12 de febrero, y ocupó 22 folios. Es probable que todo este interés esté relacionado con la pretensión de Barrionuevo de ordenarse sacerdote, cosa que finalmente no consiguió.

LA IMPREVISTA MUERTE DE UN POBRE

Queremos felicitaros el año a todos, a nuestros seguidores, usuarios, investigadores y amigos con una nueva historia, entresacada como siempre de nuestros viejos papeles.

Hoy referiremos un suceso luctuoso que tuvo lugar en Olías del Rey, población cercana la capital toledana. Con la frase: “Autos de oficio de un pobre difunto” se encabezan unos cuantos folios de un breve proceso judicial iniciado por el alcalde del lugar un 7 de diciembre de 1784. Los alcaldes de los pueblos eran la primera instancia de la justicia y veían las causas ordinarias en el territorio de su término municipal.

Al alcalde, Manuel María de Basarán y Heredia, le fue comunicada la noticia a las ocho de la mañana, que a un pobre mendicante le había asaltado la muerte de forma repentina en casa de María de Ávila, una vecina de Olías. Los hechos sucedieron la noche anterior y se iniciaron una serie de interrogatorios para averiguar lo sucedido y saber si la muerte fue natural o violenta.

Se tomó declaración a María de Ávila, quién bajo juramento explicó que desde hacía dos años recogía a un pobre en su casa cuando venía al pueblo de tarde en tarde. Esta vez había aparecido por allí después de unos cuatro meses, el día 6 de diciembre en torno a las 9 de la mañana, y le comunicó que iba a dar una vuelta a la localidad para pedir limosna, y si mejoraba el día se iría luego a Toledo. No obstante, regresó al anochecer a casa de María que le dio un puchero para hacerse unas sopas de sebo, al que agregó unos pedacitos de pan que le habían dado como limosna, lo puso a hervir en la lumbre y luego le pidió una cazuela para tomarse el caldo. Dice María que a las pocas cucharadas comenzó a dar grandes arcadas, y al levantarse para salir al exterior a arrojarlo, cayó de boca al suelo. Parecía tener trabada la lengua y no poder hablar porque al llamarle no respondía, estaba cadavérico y sin pulso, por lo que iba a avisar al médico suponiendo que le había sobrevenido un accidente. Asustada salió a llamar a Gertrudis, su vecina, que acudió al instante. Esta, viendo su estado salió corriendo a buscar al médico y al cura, con el contratiempo de que no encontraron en su casa a ninguno de ellos. Acudieron después otras dos veces a buscarlos sin éxito, y como la noche estaba tenebrosa y cruda al ver que ya había fallecido no hicieron ninguna otra diligencia. María aportó sobre el fallecido la poca información sobre su identidad que conocía, se llamaba Pablo de la Cruz y era expósito, soltero, natural de Almagro y no poseía bien alguno.

Después declaró Gertrudis, diciendo que al ir a llamar al médico en el ir y venir debido al sobresalto, perdió la llave de casa de María. No la pudieron encontrar hasta por la mañana de madrugada, quedando la casa cerrada y estando el cadáver solo toda la noche.

Se requirió al médico del pueblo don Félix Lizana y al cirujano, Pedro Barrientos, para que reconociesen al fallecido que se encontraba aún en la cocina de María, inmediato a la chimenea. Lo describieron como un hombre de entre 45 y 50 años, con una barba muy crecida y cerrada de color negro. Iba vestido con unos calzones de paño pardo con remiendos, un jubón de cordellate pardo y unas polainas viejas de lo mismo, (el cordellate era tejido basto de lana cuya trama forma cordoncillo). Por zapatos llevaba unos pedazos de botas y una montera con muchos remiendos, y tenía a un lado un zurroncillo de pellejo de ganado lanar. El doctor dictaminó como causa de la muerte un accidente apopléjico que le había trabado la lengua.

No llevaba nada en el zurrón, ni papeles ni dinero que justificasen su filiación, ni rosario u otras cosas. Según relató María, los días que pasaba en su casa siempre asistía a misa y por la noche se encomendaba a Dios en sus rezos. Después de estas diligencias, el alcalde mandó que se le diese eclesiástica sepultura en la iglesia parroquial. Esa misma tarde el cura lo cumplió e hizo notar el sitio donde fue enterrado: “en la capilla o pórtico de San Pedro, detrás de la puerta que sale a la calle a mano izquierda”.

Pablo era uno de los mendigos que no tenía residencia fija y apelaba a la caridad de las gentes para su subsistencia, no sabemos de dónde venía, pero su intención era continuar de camino a Toledo. En la ciudad, el número de pobres era elevado a fines del siglo XVIII, a pesar de no contabilizar a los no residentes que iban de paso, como nos relata Ángel Santos Vaquero en: “Pobreza y beneficencia en el Toledo ilustrado. Creación de la Casa de Caridad”. También indica que muchos de los mendigos que proliferaban por la ciudad procedían de La Mancha, por ser una comarca que generaba mucha pobreza. Pablo era natural de Almagro, -villa que fue capital de esta comarca histórica durante un breve periodo de tiempo, entre 1750 y 1761- y recaló en Olías del Rey, lugar donde le sorprendió la muerte.

Entre nuestras fotografías hemos encontrado esta de un lienzo de Zurbarán, que representa al padre Martín de Vizcaya repartiendo pan a los pobres, se encuentra en el monasterio de Guadalupe e ilustra nuestra historia de hoy.

EL ARCHIVO DEL DOCTOR LORIENTE

Sabemos muy pocas cosas del doctor Domingo Loriente. Por ejemplo, que en 1615 intervino como asesor experto en una permuta de casas entre la Compañía de Jesús y el Hospital de la Misericordia de Toledo (lo cuenta David Martín en su tesis doctoral). O que en 1631 era “regente” de la cátedra de prima de Medicina de la Universidad de Toledo, para la que escribió unos “Prolegomena” y otros tratados médicos que hoy se conservan manuscritos en la Biblioteca Nacional. Y en 1647 aparece como testigo en una escritura de poder otorgada por Dorotea Calderón de la Barca, hermana del famoso dramaturgo, que está en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid y que fue transcrita por Krzysztof Sliwa. En resumen, que era un profesor y médico toledano de la primera mitad del siglo XVII, familiar del Santo Oficio y que, además, era bastante rico. ¿Qué cómo sabemos esto último? Pues porque en el AHPTO conservamos su archivo personal.

En realidad, solo hemos localizado una parte de su archivo personal, pero en ella está su catálogo general, llamado “El patrón de los papeles y escrituras del Molinillo”, algo nada frecuente en la época salvo en la Administración y en las grandes casas nobiliarias. Se trata de un tomo de 89 folios encuadernado en pergamino. En el primer folio se especifica su contenido: “Índice de todos los papeles y escrituras que tiene el doctor Domingo Loriente, médico de Toledo, así en El Molinillo como en otras partes”. Además, se relacionan, a modo de tabla de contenido, cinco “libros”, cada uno de ellos dedicado a copiar los documentos que afectan a determinadas propiedades o asuntos. Sin embargo, este «patrón» incluye la relación pormenorizada del contenido de hasta 16 libros diferentes que parecen abarcar todo el archivo del doctor Loriente.

Cabecera del folio 22 del "patrón" del archivo del doctor Domingo Loriente, dedicado al "Sexto libro"
Detalle del «patrón» del archivo del doctor Loriente

Dentro del «patrón», pues, hay un capítulo dedicada a cada «libro», que comienza confirmando la temática que abarca (“En este sexto libro está la carta de venta y los demás títulos pertenecientes a la huerta de El Milagro, que yo el doctor Domingo Loriente tengo en término del lugar de El Molinillo, que alinda con el río de Alboer y con la dehesa del lugar de El Molinillo”), seguida de la reseña catalográfica de los documentos correspondientes.

"1624, diziembre. Están en este libro los títulos de las posadas siguiente: la posada de los torneros [...] la posada de Valdibáñez. Jesús, María y Josef"
Primer folio del libro 15 del archivo del doctor Loriente

Junto con este “patrón” conservamos algunos de los “libros” a los que hace referencia. Desgraciadamente, de los 16 solo hemos encontrado cuatro, correspondientes a los números 6, 12, 14 y 15. En alguno de ellos incluso hay una fecha, diciembre de 1624, seguramente la de su confección; en este ejemplo, que es el libro 15, se encuentran las copias de los documentos sobre diversas “posadas” o asientos de colmenas.

"Molinillo. Títulos de los cañamares del Milagro, que aora son güerta de árboles. Libro 6º"
Cubierta del libro sexto del archivo del doctor Loriente

Todos los libros conservados tienen un título que se corresponde con lo que dice el “patrón”. Por ejemplo, por seguir con el mismo libro sexto, en su cubierta puede leerse “Molinillo. Títulos de los cañamares del Milagro, que ahora son huerta de árboles. Libro 6”. En su primer folio está el índice: “Molinillo. Huerta del Milagro. Este índice es de todos los librejos [¿?] tocantes a la huerta del Milagro, y se advierte que el folio se ha de mirar por la parte baja de cada hoja”. Como siempre, hemos modernizado la ortografía. Después del índice, se copian a la letra todos los documentos correspondientes. Estamos, pues, ante un conjunto de «libros copiadores». Esta práctica era muy frecuente en la época y se realizaba por motivos de eficiencia (para tener a mano los documentos, o al menos sus copias, cuando hicieran falta) y también de seguridad. Evidentemente, estos “libros” cumplían esa función y eran guardados por su dueño en El Molinillo (hoy una aldea del municipio de Retuerta del Bullaque, en la zona ciudadrealeña de los Montes de Toledo), aunque él mismo dice que sus casas principales están en el Arrabal de Toledo.

"Molinillo. Guerta del Milagro. Este índice es de todos los librejos tocantes a la guerta del Milagro..."
El primer folio del libro sexto del archivo

Lo que no tenemos claro es cómo ni por qué llegaron estos documentos a nuestro archivo. Creemos que pudieron haber ingresado entre 1964 y 1966, pero no sabemos quién los envió. Otro de los pequeños misterios que pueblan nuestro archivo, con el que aprovechamos para desearos una feliz Navidad y un próspero año 2023.

UNA CARTA DEL CARDENAL LORENZANA SOBRE DUELOS Y DESAFÍOS

Durante este año 2022, se han cumplido los 300 años del nacimiento del cardenal y arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana, (1722-1804), concretamente el 22 de septiembre, así lo recordaba en prensa Miguel Ángel Dionisio Vivas, historiador y archivero (http://bitly.ws/wqeu).

Afortunadamente contamos con un retrato suyo entre nuestras fotografías, se trata de la pintura situada en la sala capitular de la Catedral cuyo autor es el pintor Zacarías González Velázquez (1763-1834), a finales del siglo XIX.

En anteriores entradas ya hemos destacado al cardenal Lorenzana, (http://bitly.ws/wuNp), sobre todo en relación a la Universidad de Toledo, para la que mandó levantar un nuevo y soberbio edificio para la Universidad de Santa Catalina, como podemos apreciar en la fotografía también nuestra, que permite ver asimismo la calle donde se ubica que lleva su nombre en su memoria. Son numerosísimas sus actuaciones en favor del arte en nuestra ciudad, contribuyó a embellecer la Catedral Primada, rehabilitó los edificios de los hospitales de San Juan de Dios y del Corpus Christi, entre otras muchas obras. Para ahondar en estos aspectos en los que no podemos detenernos ahora, os recomiendo la publicación de 2004 con motivo del II Centenario de su muerte, coordinada por Ángel Fernández Collado y titulada El cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo, si queréis saber más sobre su insigne vida.

La fama de este prelado es importante, se le ha calificado como hombre de la Ilustración, aunque quizá no pueda aplicársele el término en toda su amplitud. Sin embargo, observando el conjunto de sus actuaciones como arzobispo y como hombre de gobierno en la Iglesia, destacó por desarrollar algunas características ilustradas en sus acciones en favor de la caridad hacia los más necesitados, la promoción social y cultural de las gentes y la revalorización del esplendor de la Iglesia en España. Fue primero arzobispo de Plasencia y luego de México, para después, en 1772 ser nombrado arzobispo de Toledo.

Vamos a desempolvar un documento de nuestro archivo, es una carta impresa entre otras suyas de 6 de septiembre de 1780, que el arzobispo escribió para dar respuesta a la consulta de un confesor, sobre si era lícito aceptar el desafío. Vemos que, en el siglo XVIII, los duelos eran una práctica que aún pervivía.

El duelo era una forma de justicia privada que más o menos había sido tolerada durante la Edad Media, pero que ya desde los Reyes Católicos, se había prohibido a través de la legislación tratando de erradicarla. Y posteriormente en la legislación borbónica de 1716 y 1757 se habían endurecido las medidas contra ella. Pero ni las condenas de la Iglesia ni la legislación habían conseguido que desaparecieran duelos y desafíos.

En estos términos lo define el arzobispo en su carta: “El desafío es un resto de la mayor barbarie, es una mala reliquia, que nos ha quedado de los godos, … es un atentado contra la autoridad pública…”. Prosigue diciendo que como prelado y según el Evangelio y los mandamientos de la Ley de Dios no es lícito matarse en duelo, desafío o torneo; que no se puede volver una injuria por otra; y que se debe desterrar de tierra de católicos la expresión de que queda infamado el que no acepta el desafío, o que queda sin honor.

Con sus argumentos, Lorenzana intenta anteponer y hacer valer otras razones en favor del honor, dice asimismo que las obras de valor y no las palabras provocativas de particulares son las que tienen que predominar, la virtud y no la desvergüenza. Refuerza la importancia de la obediencia al Rey y no a las pasiones desenfrenadas, en consonancia con los preceptos evangélicos.

Y le dice finalmente al confesor, que si esta respuesta suya, le pareciesen sentencias religiosas de la mansedumbre de un eclesiástico, le recomienda que lea a los más sabios, especialmente a Séneca en sus tratados sobre la tranquilidad del ánimo, donde hallará remedios contra la ira; y a Marco Catón, a otros varones y a Cicerón, que trataron la idea del honor. A través de esta carta se nos muestra que Lorenzana fue un clérigo instruido, preparado intelectualmente y que actúa como pastor de su rebaño resolviendo cuestiones que inquietan a su feligresía.

¡VUELVE NUESTRA EXPOSICIÓN!

Pues sí, a partir del próximo 1 de octubre volvemos a abrir nuestra Sala de Exposiciones y lo hacemos retomando la exposición sobre el 90 aniversario del AHPTO, que tuvimos que interrumpir inesperadamente. Estará abierta hasta el 5 de enero de 2023 en su horario habitual: todos los días laborables por la mañana. Como siempre, os esperamos a todos.

Cartel de la exposición "90 años del AHPTO"

EL TESTAMENTO DE ÁLVAR GÓMEZ DE CASTRO

Nuestro personaje de hoy, Álvar Gómez de Castro, falleció un 16 de septiembre de 1580, hace 442 años y cinco días exactamente. Poco antes de su fallecimiento otorgó testamento, este texto de su puño y letra ya fue estudiado por Francisco de Borja San Román, nuestro antiguo director, cuyo trabajo nos ha servido de referencia y podéis ver aquí (https://bit.ly/3qLMnau).

Antes de entrar de lleno en el testamento vamos a rastrear brevemente quién era este personaje. Nació en la localidad toledana de Santa Olalla de familia judeoconversa, es posible que fuera hijo del médico Diego Gómez y del médico del primer conde de Orgaz, lo cuál nos sitúa en un entorno familiar culto que favoreció su extensa formación humanística. Fue catedrático de griego en las universidades de San Ildefonso de Alcalá de Henares y de Santa Catalina de Toledo, además de historiador, poeta y principalmente helenista como le define Carmen Vaquero, investigadora de nuestro Archivo (https://bit.ly/3BrqYIz) y biógrafa de Álvar, gracias a la que conocemos todos estos detalles de su trayectoria vital. Después de distintos avatares y tras varios años en Alcalá, en 1547 se trasladó a Toledo una vez fallecido su hermano Tomás que residía en Roma. Vino llamado por el catedrático de la universidad toledana, Juan Vergara y por su amigo Bernardino de Alcaraz. Ocupó una cátedra en esta universidad de la que a su vez fue capellán, así como de la parroquia de San Pedro. De él se conserva un retrato del siglo XVIII en la galería de ilustres de la Biblioteca de Castilla La Mancha, obra de Santiago Palomares. Destacó por escribir multitud de obras y cabe destacar la más importante, una biografía del cardenal Cisneros. Entre las inscripciones más famosas que compuso en la ciudad, están la de la iglesia del monasterio de Santo Domingo el Antiguo, y especialmente la de la iglesia de Santo Tomé en la que se recuerda la vinculación del señor de Orgaz con aquella parroquia, y sobre la cual se habría de situar El entierro del señor de Orgaz, de El Greco.

No tenemos apenas información de su docencia en la Universidad toledana, porque de esas fechas casi no se ha conservado documentación. Como excepción, sabemos que en dicho edificio tenía unos aposentos construidos en 1556, y que fueron reparados por acuerdo del claustro universitario en 1599: “los aposentos que dicen del maestro Álvar Gómez”.
Poco antes de su fallecimiento, redactó su testamento el 10 de septiembre. En este texto que parece ser ológrafo, de su puño y letra, sorprende que entre las habituales mandas testamentarias sobre el futuro reparto de sus bienes y las disposiciones sobre su entierro o las misas por su alma, sobresalga una gran preocupación de Álvar por sus libros. Su biblioteca debió ser una verdadera joya. Detalladamente va adjudicando a unos y otros herederos ciertos libros: “Lo que tengo que distribuir son libros, y asi fuera de los que quedaron para el provecho de mis herederos quiero que se repartan…”.

Leemos que algunos ejemplares fueron destinados al colegio de Santa Catalina, como un “vocabulario” antiguo de Alonso de Palencia, del que dice que es un libro que nunca más se imprimirá, lo que acrecentaba su valor. Al canónigo obrero de la Santa Iglesia catedral, dejó un libro tocante a los arzobispos de Toledo, una historia de San Eugenio y un cuaderno latino de los prelados que se llamaron Sanchos. Se trata en realidad de los manuscritos o borradores de sus libros para que se entreguen a la catedral Primada, de los cuales dice que le han costado muchos dineros y trabajo escribirlos, pero como la iglesia siempre le hizo merced y le dio salario se los dona en agradecimiento.

Para la que denomina librería o biblioteca del Colegio de la Universidad de Santa Catalina destinó cuatro libros de Juan Ramírez, que fue su maestro y catedrático de Retórica en el Colegio de Alcalá. Y asimismo un cuadro con la “Virgen y San José, el Niño y Santa Isabel con Juan el Bautista”, destinado a su capilla, que San Román aventura que debía ser de El Greco.

Otros cuatro libros de medicina que fueron de su abuelo y estaban escritos de su mano, irían a parar también a la catedral de Toledo, al igual que una Gramática de Antonio de Nebrija. A su amigo el deán, don Diego de Castilla, le encomienda unos libros de Historia de España para que los examine y considere su utilidad y si lo desea los conserve. A su sobrino Diego de Villodre, le tocarían obras de San Bernardo, libros de Erasmo, de Dioscórides y otros que fueron de su bisabuelo y están glosados, anotados de su mano.

Álvar Gómez de Castro poseía una serie de libros en griego, que denomina “raros”, como los libros de Arquímedes y los de San Cirilo sobre los profetas menores; y otros en latín, como Las Catilinarias o Las Bucólicas de Virgilio. Su voluntad es que estos se vendieran, para lo que deja una memoria antigua con sus valores. Primero se ofrecerían al obrero de la catedral y después al colegio de Santa Catalina y, en última opción, a don Luis Manrique limosnero mayor del rey, a fin de que los adquiriesen.

Y no sólo libros, sino que el patrimonio de Álvar iba más allá. Poseía unos “retratos de piedra”, posiblemente bajorrelieves, del cardenal Cisneros y de Antonio de Nebrija, cuyo autor era maese Felipe, seguramente el borgoñón Felipe de Bigarny, que irían destinados a García de Loaisa y Girón, arcediano de Guadalajara y futuro arzobispo de Toledo. También poseía una pieza arqueológica que denomina “arusa antigua”, que sería un ara de piedra arenisca que le habían traído de Consuegra con esta inscripción: “Minervae augustae mercurius et mulier exvot”. Este ara y un libro estaban destinados al arzobispo de Tarragona.

Dos libros más, los dejaría nuestro protagonista al arquitecto Nicolás de Vergara el Mozo, en este caso libros y objetos que le había regalado su padre, Nicolás de Vergara el Viejo, tiempo atrás. Los libros eran Grapaldus de Partibus Aedium y el otro Pomponio Gaurico, de escultura, junto con una imagen de un Cristo de madera de boj que también le entregó y un retrato del propio Vergara.

Como observamos, muchos de los destinatarios de sus bienes fueron personas ligadas al mundo del arte y de la esfera cultural toledana.

Por último, entre las clausulas finales se dice que tenía en su poder documentos y libros que pertenecían a los archivos de la Santa Iglesia de Toledo, entre ellos un “libro de privilegios que llaman del tombo”, o sea un tumbo (libro copiador recopilatorio de los privilegios, generalmente voluminoso) y del mismo modo algunos papeles y pergaminos que en parte guardaba en su casa en una canasta y parte en un arca. Dispuso que volviesen a la Primada. Según San Román se trataría del Liber primus privilegiorum ecclesiam toletanam, que se conserva hoy en el Archivo Histórico Nacional. Todo este material que tendría en su poder sería para la redacción de sus trabajos sobre las vidas de los arzobispos toledanos. Podemos con esto imaginar el movimiento, el ir y venir de los documentos que eran sacados de los archivos e iban de mano en mano, como en este caso, era habitual que se prestasen y trasladasen. Álvar, tuvo la firme voluntad de devolverlos y no se olvidó de ello hasta el punto de reflejarlo en su testamento.

NIÑOS EXPÓSITOS DEL HOSPITAL DE SANTA CRUZ

El abandono de niños fue un fenómeno que numéricamente arrojó cifras considerables durante el Antiguo Régimen en España. Para ofrecer soluciones de urgencia a este problema se crearon hospitales y otras obras pías, en algunos casos auspiciadas por cofradías para el recogimiento de los niños abandonados y huérfanos. La Iglesia y el Estado, conscientes del problema de los expósitos lo abordaron desde el prisma cristiano, primero bautizándolos y posteriormente ocupándose de su crianza, tal como correspondía a la caridad, lo que se convertiría en el concepto de beneficencia ya en el siglo XIX.

Para este fin se creó en Toledo el Hospital de Santa Cruz, fundado por el cardenal y arzobispo primado, Pedro González Mendoza († 1495) —promotor al que ya hemos hecho mención con anterioridad http://bitly.ws/t3YT—, según sus disposiciones testamentarias del año 1494. El edificio fue proyectado por Antón Egas hacia 1504 https://bit.ly/3PISpU7 y en cuya construcción intervendrá el famoso Alonso de Covarrubias. Asimismo, Alfredo González ha tratado el tema en profundidad en su tesis inédita: El abandono de niños expósitos en la Edad Moderna, dedicándole un apartado al hospital fundado por el cardenal Mendoza. Su fondo documental se conserva en el Archivo de la Diputación Provincial de Toledo, institución que recibió los fondos de los establecimientos de beneficencia en el siglo XIX https://bit.ly/3be0hOA.

Los niños que recalaban en este centro eran principalmente los recién nacidos no deseados. Estos eran fruto, en algunas ocasiones, de relaciones ilícitas y condenadas como inmorales, cuyas madres estarían abocadas a sufrir vergüenza social, por haberlos traído al mundo. Un factor añadido era la pobreza que generalmente se sumaba a los inconvenientes que las madres solteras sufrían para ejercer la maternidad. Las constituciones del hospital dicen que se acogerá a los niños desamparados de padres y madres o por pobreza.

Hoy traemos a escena el ingreso de un recién nacido que fue llevado al Hospital de Santa Cruz, según consta en un documento de carácter judicial de nuestro archivo. Nos cuenta como Javiera García Romeral, mujer soltera y vecina del toledano lugar de La Guardia, dio a luz a un hijo en su casa, asistida por una comadre del lugar, llamada Francisca Muñoz. Los hechos acaecieron un 15 de septiembre de 1780 y del estado de preñez de la joven madre, se había dado cuenta ya al alcalde dos meses antes. En ese momento fue interrogada, al tratarse de una mujer soltera se pretendía averiguar quien era el autor del concebido, respondiendo Javiera que no le conocía y que ignoraba su nombre y apellidos. Llegado el momento del alumbramiento, entre las 10 y las 11 del citado día, aparecieron por la casa el juez y el escribano para dar fe, encontrando a Javiera en una cama con un niño recién nacido. Se dio recado también al cura del lugar, don Rodrigo de la Vega, que lo bautizó al día siguiente por la mañana. De conducirle hasta la iglesia parroquial de la localidad se encargó Francisca, la matrona, acompañada del alcalde y el escribano, para ponerle el nombre de Nicomedes.

Como este niño debía ser dado al cuidado y crianza de la caridad, siguiendo el procedimiento habitual y establecido, el alcalde nombró a dos personas para que lo condujesen y entregasen al hospital toledano de niños expósitos. Los elegidos fueron Josefa Díaz y su marido, José Guzmán de Lázaro, que lo llevarían a la capital para entregarlo al administrador del hospital. El matrimonio se encargaría también de acompañar el documento que los acreditaba firmado del juez y escribano, todo en regla.

Y llegamos al día 19 de septiembre, cuando Manuel de la Puerta, administrador del hospital certifica que ha recibido un niño conducido desde La Guardia que llegó sano y bien cuidado. Venía acompañado de su partida de bautismo y con cuatro ducados de limosna por el acogimiento del niño en el recinto.

En este establecimiento se recibían los niños para, principalmente, entregarlos a las amas de cría de Toledo. Terminado el tiempo de crianza, eran devueltos al hospital, donde permanecían hasta que se le encomendase a una familia de acogida, generalmente las niñas como criadas de la casa y los niños para aprender un oficio. Tal era el futuro que deparaba a estos infantes.

Las constituciones de esta institución hospitalaria han sido estudiadas por Laura Santolaya http://bitly.ws/t3Zf. Nos cuenta que, según el Catastro de Enseñada, a mediados del siglo XVIII, el hospital estaba a cargo de 363 niños y niñas, aunque la gran mayoría estaba al cuidado de familias particulares en general de clase baja, que percibían una paga por la atención de aquéllos. El hospital de Santa Cruz, durante esa centuria, funcionaba como modélico, ya que la organización y funcionamiento administrativo de los que disponía estaban reflejados en sus constituciones, dónde nada se dejaba al azar. Sobre esta cuestión, durante el reinado de Carlos III, se promulgó una real cédula en la que intentaba solucionar malos métodos en este tipo de espacios caritativos: «…desde los pueblos son conducidos a dicho hospital los más de los niños, que comúnmente encargan y fían su conducción a personas que, por su corta edad, poco talento o pobreza, no los trataban en los caminos con aquella caridad y cuidado que se necesitaba, ni los preservaban de las inclemencias y rigores del tiempo, como tampoco cuidaban de que se les diese el alimento necesario, así llegaban en todas las estaciones del año, y con el mayor desabrigo, puestos muchos de ellos en alguna espuerta, casi enteramente desnudos… no pocos de ellos, al tiempo de recibirse en el hospital, se hallaban tan maltratados, que fallecían luego y otros con alguna impresión en la cabeza, brazos u otra parte del cuerpo que les hacía inútiles para toda la vida; otros, tan penetrados del hambre, calor o frío que no tienen robustez para cosa alguna, no sirviendo el reconvenir sobre ello a los conductores, porque éstos se disculpan con que así se los entregaron, sucediendo lo mismo si les pedían los papeles o certificaciones de si estaban bautizados los niños, y demás que convenía, para hacer en los libros del hospital los asientos correspondientes y dar las providencias necesarias».

Desde luego no era el caso de Nicomedes que llegó a su destino en perfectas condiciones, que no es poco, si tenemos en cuenta los avatares que le habría de deparar su existencia.

MANIFIESTO ENCONTRADO EN EL RADIADOR

No de todos los documentos de nuestro archivo podemos afirmar con seguridad su procedencia, al menos su procedencia inmediata. En otras palabras: hay documentos que no sabemos cuándo ni cómo han llegado hasta nosotros. A veces se trata de grupos relativamente grandes de documentos, como los de la parroquia de Getafe que os presentamos hace algún tiempo. Pero hay documentos singulares de los que sí tenemos información precisa sobre cómo apareció en nuestro centro, aunque eso no nos sirva para saber en realidad de dónde procede. Este es el caso de hoy.

Nota manuscrita: "Manifiesto a favor de José Bonaparte. 1808. Encontrado en Sala de Investigadores al levantar la tapa del radiador. Sábado, 10-7-82"
Nota sobre el descubrimiento del documento

El 10 de julio de 1982 era sábado y se estaban realizando labores de mantenimiento de la climatización del AHPTO, entonces situado en la Casa de la Cultura de Toledo. Al levantar la tapa de uno de los radiadores, apareció un papel impreso que inmediatamente fue puesto en manos de la entonces directora del centro, Rosario García Aser, quien, evidentemente sorprendida, dejó en el propio documento una nota explicando el hallazgo. El impreso fue colocado junto con un pequeño grupo de cédulas y órdenes reales e incluido dentro de lo que hoy conocemos como “Colecciones”. Lo que no sabemos, desde luego, es cómo llegó hasta el radiador.

Final del texto impreso, con los nombres de los firmantes y la fecha: "Bayona, 8 de junio de 1808"
Final del documento

Veamos el documento en sí, que, por otro lado, es bastante conocido. Se trata de un manifiesto en favor de Napoleón y de su hermano José Bonaparte, firmado por un grupo de notables el 8 de junio de 1808, después de visitar al emperador en Bayona. Dos días después José sería nombrado rey de España, y el manifiesto se publicó en un número extraordinario de la Gaceta de Madrid el día 14. Ha sido estudiado en varias ocasiones y se sabe que su redactor fue uno de los firmantes, Francisco Amorós, que había sido estrecho colaborador de Godoy y que sería nombrado “Comisario regio” por el propio José I. Los demás firmantes son también altos funcionarios o aristócratas que podemos considerar “afrancesados”.

Texto impreso que empieza: "Amados españoles, dignos compatriotas".
Primera página del documento

Como la mayor parte de manifiestos, más que argumentos el texto recurre a los sentimientos. Se combina la adulación a los destinatarios (“dignos compatriotas”) con la lealtad de intenciones de los firmantes (“fuimos tan amantes y adictos como vosotros a nuestra antigua dinastía”) y, después de evocar su entrevista con Napoleón y de ensalzar su figura (“que quiere merecer bien de nuestra patria y pasar a la posteridad con el nombre de restaurador de ella”), acude al miedo, que tan buenos resultados ha tenido siempre en materia de propaganda política: “la anarquía es el mayor azote que Dios envía a los pueblos… ¿Y cómo resistiréis a las terribles fuerzas que se os opongan?”. Como sabemos, no fueron pocos los españoles que creyeron de buena fe en lo que los firmantes dicen, pero fueron más los que se opusieron, incluso con las armas.

LA FIESTA DEL OLIVO DE MORA EN 1959

Como sabéis, estos días se celebra en Mora su tradicional “Fiesta del Olivo”. Esta celebración se originó en 1957, por iniciativa del agricultor José Fernández-Cabrera Martín-Maestro y rápidamente alcanzó gran notoriedad. Apenas dos años después, se encargó a la Casa Rodríguez un reportaje completo de la III Fiesta del Olivo, que hoy se conserva en nuestro archivo y del que os queremos ofrecer algunas muestras.

La Fiesta del Olivo se celebra actualmente el último domingo de abril, pero en el año que nos ocupa lo hizo el día 12, tal como vemos en el cartel, que hemos extraído de la completísima web que el Ayuntamiento dedica a su fiesta principal. Por cierto, en esta web se puede encontrar, además de abundante información, un buen número de fotografías, diferentes de las nuestras. Pero vamos con nuestro reportaje. El acto central es el desfile de carrozas, como estas dos relacionadas con la aeronáutica, una con un avión y otra con un cohete que lo mismo señala la dirección de Venus que la de Toledo.

Foto de la carroza de la Reina Mayor bajo el arco de entrada a la plaza de Mora

Entre las carrozas no puede faltar la de la reina de las fiestas. Ese año, la Reina Mayor fue Dª Mª de los Ángeles Ortega Benayas. Por cierto, que esta señorita fue después archivera en el Archivo Histórico Nacional durante largos y fructíferos años. Ahí tenéis a nuestra futura colega, sonriente y orgullosa en lo alto de una vistosa carroza de plumas y acompañada de sus Damas de Honor, pasando bajo la portada en la entrada de la plaza.

Además de las carrozas alusivas a situaciones o acontecimientos, los morachos se visten de sus mejores galas tradicionales, formando vistosos conjuntos. Así, este apuesto joven o este grupo de niños, siempre con sus preciados burros.

No hay fiesta que se precie que no tenga también sus actos oficiales. En esta ocasión parece que se aprovechó para inaugurar una placa en la céntrica Avenida del Olivo en homenaje a D. Julio Partearroyo Fernández-Cabrera, destacado fabricante de aceite de la localidad. Hasta donde sabemos, actualmente la placa ha desaparecido. Además, tenemos aquí a las autoridades del momento visitando la Feria del Aceite, un evento integrado dentro de la Feria del Olivo. Encontramos, entre otras personas, al alcalde D. Ángel Ramiro (con pajarita) y al pregonero de ese año, D. Antonio García Bernalt (con gafas oscuras), que era a la sazón, por más señas, Delegado provincial de Sindicatos.

El desfile terminaba en la Plaza de Toros, donde vemos llegar al grupo de niños con sus maestras, y donde ese año hubo una exhibición de un caballista, al que vemos en plena acción. Todo indica que fue un magnífico día.

VIERNES SANTO EN LA CATEDRAL DE TOLEDO

A las puertas de la Semana Santa de 2022, los templos y conventos de Toledo se preparan para las celebraciones litúrgicas. Esta vez nos centramos en las celebraciones del Viernes Santo de 1639 en el templo principal, la Catedral, con un documento del que desconocemos su procedencia y llegada a nuestro archivo, así como de algunos otros que emanados del cabildo catedralicio y el arzobispo han recalado aquí.

Julián Fernández es el nombre del canónigo racionero del templo y notario del arzobispo, que con su donación económica pretendía engrandecer los actos litúrgicos del Viernes Santo.

Como canónigo racionero era uno de los clérigos que se ocupaban de la liturgia en la catedral y especialmente del servicio del coro. Julián ofreció 50 ducados de renta para dotar las ceremonias “a fin de honrar a Cristo en esta festividad del Viernes Santo”, y por lo tanto especificaba con detalle cómo se debían desarrollar los actos de ese día desde las 12 a las 3 de la tarde, “en las tres horas que estuvo vivo y clavado en la cruz”. Indicaba que, durante este tiempo, los prebendados, racioneros y capellanes debían estar situados en su silla del coro, de pie, de rodillas o sentados, según cada uno su devoción. Permanecerían meditando y contemplando los padecimientos de Nuestro Señor y rogando por el estado de la Iglesia, la paz y concordia entre los príncipes cristianos, la extirpación de las herejías o lo que hubiere necesidad. Estipula también que debían establecerse tres turnos de una hora cada uno, y en cada turno permanecerían ocho prebendados, dieciséis racioneros y dieciséis capellanes. Como compensación, cada prebendado recibiría ocho reales, cuatro los racioneros y uno cada capellán, por lo que Julián gastaría en ello en total, 432 reales.

Era su deseo que se cantara el miserere, “para que el pueblo se aficione y repare en el misterio de la Pasión”, y se debía recitar un sermón que comenzase a las dos de la tarde, para después cantar un responso o un motete que contuviera las últimas palabras de Cristo en la cruz, pronunciadas en latín: “Pater in manus tuas comendo spiritus meum”, es decir: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Todos estos actos se realizarían estando al descubierto el Cristo que está en la reja del coro mayor, al que se le pondrían luces en los candeleros que también el racionero pagaría de su bolsillo, calculó 1.118 reales para los gastos de la cera. Su intención era que se empezase a celebrar de este modo la liturgia del Viernes Santo desde el año 1639.

Según el Ceremonial del racionero Arcayos, – contemporáneo a nuestro documento-, que recoge el ciclo festivo de la catedral de Toledo estudiado por Fernando Martínez Gil (https://bit.ly/3uuI5ap), se sabe que el Viernes Santo entre las dos y las tres, se velaba el crucifijo que está encima de la reja para acompañar a Cristo en la cruz, se cantaba la Pasión según san Juan a tres voces, desde 1628 y se procedía a la ceremonia de la Adoración de la Cruz.

No sabemos si definitivamente desde 1639 se modificó el modo de esta celebración, tal como era el deseo de Julián Fernández nuestro racionero, puesto que él proponía al arzobispo, llevar a cabo esas nuevas ceremonias cubriendo los gastos que supusieran, y no conservamos ningún documento más para poder conocer si realmente el arzobispo aceptó sus deseos.

Coro de la catedral de Toledo.  (https://bit.ly/3JmN0xW)

En cualquier caso, el marco en el que se desarrollaban los actos religiosos del Viernes Santo, era el coro catedralicio, situado frente al altar mayor y del que conservamos imágenes en nuestra colección fotográfica, que bien merece una mención por la magnificencia de su factura. El coro es un recinto que está cerrado por un muro o costanera en su perímetro y por una maravillosa reja en la parte que queda de frente al presbiterio, coronado por una crestería. De este modo podemos apreciar una visión del conjunto con las imágenes de la web de la Santa Iglesia Catedral Primada: (https://bit.ly/3JmN0xW). El muro o cerca exterior está ricamente decorado. Al interior, el coro tallado en madera consta de dos partes, el cuerpo bajo en estilo gótico tardío realizado por Rodrigo Alemán entre 1489 y 1495, y el coro alto, obra renacentista de Felipe Bigarny y Alonso Berruguete. La sillería baja estaba destinada en las catedrales a los beneficiados y cantores y la sillería alta, cubierta con doseles, es donde se situaban los asientos superiores dedicados a los canónigos.

Realizada en madera tallada, la sillería alta representa a personajes de la Biblia y en el cuerpo inferior se muestran en los respaldos, una serie de escenas que narran la guerra de Granada. Bajo cada asiento se aprecian las misericordias, que constan de una representación figurativa de tipo profano como se puede apreciar en nuestras imágenes. Su finalidad era didáctica y moralizante representando los pecados capitales y las faltas y virtudes cotidianas, como bien ha estudiado Isabel Mateo Gómez (https://bit.ly/3O89u9B) y otros autores como Dorothee Heim (https://bit.ly/3v8zb1j), que podéis consultar para profundizar más en el conocimiento de esta espléndida sillería.