EL DESLINDE DE AZUTÁN

Hace algunos meses os presentamos un privilegio rodado por el que Alfonso VIII otorgaba determinados bienes al monasterio de San Clemente de Toledo, entre ellos, aunque sin nombrarlo, la localidad de Azután. Esta donación, como era de esperar, originó abundantes roces entre el monasterio y el cercano concejo de Talavera. El documento que os presentamos hoy lo deja bien claro: “que vos [el concejo de Talavera] querellades que se entra el abadesa [de San Clemente] lo vuestro, y otrosí que se querella el abadesa que vos entrades lo só”. Se pretende solucionar el asunto deslindando con precisión los límites entre el término de Azután, propiedad del monasterio, y el de Talavera, con el arbitraje del “alcalde del rey” en Toledo. El acuerdo está fechado en abril de la “era” de 1282, que equivale a nuestro año 1244, reinando Alfonso X el Sabio.

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Más que sobre el fondo del asunto, nos gustaría llamar la atención sobre algunos aspectos interesantes del propio documento. Lo más llamativo, sin duda, son los hilos de colores o “vínculos” que aparecen en la parte inferior. Servían para sujetar los sellos de cera que daban autenticidad al documento, junto con las firmas. Se trataba, sin duda, de los sellos del concejo de Talavera, del convento de San Clemente y del concejo de Toledo. Fijaos en que estos vínculos están unidos al documento mediante tres agujeros, un sistema habitualmente utilizado para sellos de plomo, que estaban reservados al rey o al papa; puede ser un simple detalle casual o quizá una forma discreta de mostrar poder por parte de alguno de los actores, o de todos ellos. Este detalle nos lo ha señalado la profesora Ana Belén Sánchez Prieto, de la Universidad Complutense, a quien se lo agradecemos. En todo caso, alguien cortó meticulosamente los sellos, que hoy están perdidos.

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Otro elemento interesante, aunque mucho menos visible, es el documento inserto. En efecto, dentro del documento se copia literalmente otro anterior que el rey Fernando III había enviado al concejo de Talavera, ordenando que el alcalde del rey en Toledo don Servant arbitrase el pleito en cuestión, junto con dos “hombres buenos” toledanos, otros dos talaveranos y otros dos nombrados por la abadesa del monasterio. Gracias a esta costumbre de copiar documentos hemos podido conocer textos que, de otro modo, se hubieran perdido para siempre, como este caso. En la imagen hemos señalado el documento copiado.

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Y, por supuesto, están las firmas en escritura árabe. Desgraciadamente, nuestros conocimientos de esta lengua son nulos, pero parece claro que se trata de la firma de algunos de estos “hombres buenos” que asesoran y representan a las partes en conflicto, y que conocen el terreno; del hecho, al otro lado firma, con mucha dificultad, uno de estos asesores, un tal “Johannes Stefanus”. Pero ninguno de los nombres que aparecen en el texto es un nombre árabe, por lo que la escritura en esta grafía quizá pudiera tratarse de aljamiado, es decir, palabras latinas escritas con caracteres árabes. Sea como fuere, es evidente que, dos siglos después de la conquista cristiana, la herencia musulmana todavía tiene mucho peso en esta zona, como indica, además de las firmas, que el lugar en disputa es denominado “Daralçotán”. Por cierto, que al hacer el deslinde se mencionan otros lugares, algunos fácilmente identificables, como “Alcolea en Tajo” o “Nava del Moral”, y otros no tanto, como el castillo del Berrueco del Lobo o el puente de “Ravia” o “Rania”. Como siempre, cualquier sugerencia sobre las firmas, los lugares o cualquier otra cosa será bienvenida.

GRAN HOTEL

La ciudad de Toledo siempre ha atraído visitantes de todas partes, pero el fenómeno del turismo de masas se inicia a partir de mediados del siglo pasado. Desde entonces, una de las constantes en el caso toledano es la sensación de que “hoy en día la visita casi se reduce al recorrido durante unas horas de cuatro museos y otros tantos monumentos. La falta de un buen hotel de turismo hace que a pesar del interés en quedarse unos días manifestado por muchos visitantes […] se tengan que volver sin satisfacer sus deseos…”. Las palabras entrecomilladas no corresponden a ningún artículo de la prensa local actual, sino que forman parte de la memoria del proyecto de “Gran Hotel” que el arquitecto Luis de Villanueva presentó al Gobernador Civil en marzo de 1951.

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El proyecto consiste en la construcción de “un hotel moderno de turismo internacional” en el antiguo convento de San Gil, que en ese momento había dejado de servir como cárcel provincial. Además de la interesante memoria, encontramos unos primorosos planos, de los cuales os ofrecemos el alzado. Las 49 habitaciones son todas exteriores y destaca la entrada, realizada desde el paseo del Tránsito a través de unos jardines para aprovechar al máximo las espectaculares vistas del lugar.

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Se añade al proyecto un pequeño reportaje con tres fotografías del entorno que, hasta donde hemos podido averiguar, permanecen inéditas. Dos de ellas insisten precisamente en el paisaje del que se puede disfrutar desde el proyectado hotel, y la tercera  es una imagen del conjunto de exconvento. Evidentemente, no se trata de un proyecto desarrollado, sino solo de una propuesta sometida a la consideración de las autoridades del momento.

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El caso es que, por muy atractivo que fuese, el hotel no llegó a construirse. En su lugar, se instaló allí el cuartel de la Guardia Civil. Curiosamente, cuando la Benemérita también se trasladó en 1968 se retomó el proyecto hotelero, como sugieren algunos documentos incluidos en el mismo expediente, si bien esta vez parece que no pasó de las mediciones preliminares. Pero de nuevo las prosaicas necesidades urbanas se impusieron a la poesía del lugar y el edificio acabó convertido en cuartel de bomberos. Después de diversos avatares, desde 1985 es sede de las Cortes de Castilla-La Mancha.

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Luis de Villanueva Echeverría (1907-1978) fue uno de los más reputados arquitectos españoles del siglo XX. Fue responsable de la restauración de muchos monumentos toledanos después de la guerra civil, y también realizó abundantes edificios notables tanto privados como públicos, sobre todo en Toledo y en Madrid. Podéis conocer más detalles de su trayectoria profesional aquí, y no debe confundirse con su hijo, el también renombrado arquitecto Luis de Villanueva Domínguez.

TIRSO EN TOLEDO

Fray Gabriel Téllez fue un fraile mercedario español que ha pasado a la posteridad por su faceta de autor teatral bajo el seudónimo de Tirso de Molina. Nació en Madrid en 1579 y estudió en la Universidad de Alcalá, donde coincidió con Lope de Vega, al que rindió declarada admiración toda su vida. En 1600 ingresa en la Orden de la Merced y seis años después es ordenado sacerdote en Toledo. Aquí se instaló en el convento de su orden, situado en el lugar donde hoy se alza el palacio de la Diputación Provincial, y aquí permanecería hasta 1616, con algunos largos viajes intercalados en su estancia toledana.

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De su estancia en Toledo nos ha quedado su firma en un documento de febrero de 1615, autenticado por el notario Pedro de Galdo. En él, la comunidad de frailes mercedarios concede la propiedad y patronazgo de la capilla de Nuestra Señora de las Mercedes del convento toledano a Nicolás Suárez, Pedro Suárez y Pedro Ortiz. Como era costumbre, firman todos los miembros de la comunidad religiosa, y entre ellos, naturalmente, también nuestro autor.

Toda la vida adulta de Tirso es una lucha por mantener sus dos grandes vocaciones, la religiosa y la literaria, sobre todo teniendo en cuenta que nuestro autor se especializó en comedias de enredo y “de capa y espada”. Quizá las más conocidas sean “Don Gil de las Calzas Verdes” y “El vergonzoso en Palacio”, aunque también cultivó el teatro religioso, con algunas vidas de santos y autos sacramentales, y obras en prosa. Pero muchas personas de su tiempo consideraban que esta actividad literaria, sobre todo la “profana”, no cuadraba con los hábitos mercedarios. Por eso, en 1625 el mismísimo y todopoderoso Conde-Duque de Olivares ordenó su destierro, aunque resultó un destierro breve, de apenas un año. Después de vivir en lugares tan diversos como Santo Domingo, Madrid, Sevilla o Trujillo, Tirso volvió a Toledo en 1629 y permaneció aquí cuatro años antes de marchar a Cataluña. Tras diversos avatares y traslados, murió en Almazán en 1648. El retrato que os ofrecemos es un grabado del siglo XIX, obra de Bartolomé Maura, y se encuentra en la Biblioteca Nacional de España.

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Toledo aparece en varias obras de Tirso, incluso en el título. Así, en las comedias “La villana de la Sagra” y “De Toledo a Madrid”, pero sobre todo en su obra en prosa “Los cigarrales de Toledo”. Se suele destacar también “El burlador de Sevilla”, considerada una de las primeras manifestaciones literarias del mito de Don Juan Tenorio y que habría sido compuesta, al menos en gran parte, durante la primera estancia de Tirso en Toledo. No obstante, hay autores que consideran errónea su atribución a Tirso.

LA SISLA, MONASTERIO Y PALACIO

Esta semana, gracias al investigador Francisco José Rodríguez de Gaspar —al que le agradecemos la indicación—, hemos podido identificar algunas fotos del palacio de la Sisla, cerca de Toledo, que no teníamos correctamente ubicadas. Lo que aparecía descrito como “casa particular” ahora sabemos que corresponde al palacio que levantó a principios del siglo XX Consuelo Cubas, condesa de Arcentales. Se conocían ya varias fotografías de este palacio, realizadas en sus primeros años, que reflejan su magnificencia un tanto exagerada; podéis verlas en el siempre estupendo blog “Toledo Olvidado”. Las que os ofrecemos ahora nos muestran un mobiliario mucho más austero, lo que nos hace suponer que se tomaron después de la guerra civil. En efecto, durante la contienda el edificio sufrió mucho debido a los saqueos y a encontrarse en pleno frente, y parece que sus propietarios posteriores se limitaron a utilizarlo como residencia ocasional.

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Pero el lugar tiene mucha historia detrás. A mediados del siglo XII se cita una ermita de Santa María de la Cisla al sureste de Toledo, y a finales del mismo siglo ya aparece dependiente jurídicamente de la parroquia de Santa Leocadia. En 1384 la naciente orden jerónima recibe el lugar y empieza a construir en él un monasterio que prosperó con rapidez. Quizá los siglos XV y XVI fueron su época de mayor esplendor, como testimonian las tablas del “Maestro de la Sisla”, realizadas para este monasterio y que hoy se conservan en el Museo del Prado. Aquí profesaron Hernando de Talavera, que fue confesor de Isabel la Católica y arzobispo de Granada, y Diego de Yepes, confesor de Santa Teresa de Jesús y de Felipe II. Incluso en sus muros se firmó el acuerdo de paz definitivo entre los comuneros toledanos y las tropas imperiales en 1521. Más modestamente, en el AHPTO conservamos una relación de tierras y propiedades que atestiguan el poder económico de la comunidad en ese momento.

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El siglo XIX fue el de la decadencia del monasterio.  Un incendio en 1802, los estragos de la guerra de la Independencia y dos desamortizaciones, en 1820 y 1835 —esta última definitiva— significaron la ruina del edificio, que acabó demolido. Aquí os ofrecemos la portadilla del expediente de venta de parte de las tierras que pertenecieron al monasterio extinguido.

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Tras pasar por varios propietarios, el solar y los restos edilicios llegaron a la mencionada condesa de Arcentales, quien levantó un palacio de capricho del que se solían destacar las rejas de Julio pascual y los jardines diseñados por Cecilio Rodríguez. Esta segunda época dorada del edificio terminó con la guerra civil, como hemos señalado. Durante el período franquista debió utilizarse como simple casa de campo y en 1975 fue expropiado para ampliar los terrenos de la Academia de Infantería. Pero, antes de hacerse efectiva la expropiación, su propietario decidió volar los edificios que quedaban, al parecer para mostrar su desacuerdo con la indemnización que iba a recibir. Y así han quedado hasta hoy.

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Aunque la zona es de acceso restringido, podemos ver su estado actual gracias al estupendo reportaje fotográfico que hizo hace pocos años el fotógrafo David Utrilla.