EL ARZOBISPO MONESCILLO, CUANDO ERA ESTUDIANTE

Antolín Monescillo (1811-1897) fue un personaje importante en la historia de España. Obispo de Calahorra-La Calzada y de Jaén, luego arzobispo de Valencia y de Toledo, intervino en el Concilio Vaticano I y, desde su postura conservadora e incluso reaccionaria, medió entre la Iglesia católica y los diferentes gobiernos en una época particularmente convulsa de nuestra historia. Incluso fue diputado en 1868 y senador en 1871. Pero antes de todo eso, nuestro personaje también fue un chico de pueblo que a los 17 años se vio entrando en la Universidad de Toledo directamente desde Corral de Calatrava, su localidad natal y de la que no había salido nunca antes. Así lo dice el propio alcalde de la localidad, que de paso “advierte su vuen talento y carácter escesivo [sic] a sus años”.

Nuestros documentos permiten que sigamos la vida de estudiante del futuro arzobispo. Llegó a estudiar Teología en enero de 1828 y en su expediente encontramos las actas de todas sus matrículas y de sus calificaciones, casi siempre excelentes. Por ejemplo, la asignatura de Física, del primer curso de Filosofía (había que estudiar primero Filosofía para después entrar en la carrera de Teología) la pasó en la academia de San Agustín con un sobresaliente, que, la verdad, sería la nota más habitual en su expediente académico. Además de las calificaciones, cada año se le expide un certificado de buena conducta, que Antolín obtenía siempre sin dificultad.

En mayo de 1835 solicita examinarse del primer grado académico universitario en esa época, el de bachiller. Por supuesto, lo obtiene con un espléndido sobresaliente, lo que le da derecho a gratuidad en la matrícula del año siguiente. No os vamos a aburrir con la larga serie de magníficas notas de nuestro protagonista. Digamos que se presentó a la prueba de licenciatura en Teología en 1839 defendiendo el tema “Deus est in omnibus rebus” (“Dios está en todas las cosas”); conservamos el cuadernillo con su disertación, equivalente a un Trabajo de Fin de Máster actual. Eso sí, tiene que pedir rebaja en las tasas para obtener el título porque, escaso de dinero, solo había conseguido 1.500 reales con los que apenas llega ““para cubrir el pago de propinas que se distribuyen en los ejercicios”.

Al año siguiente ya se examina para doctor, y obtiene sin problemas su flamante título, en el que destaca el sello de placa de la Universidad. En 1842 solicita la plaza de catedrático de Teología Pastoral, puesto que ya había ejercido como profesor sustituto durante algunos períodos. Observad que la solicitud la hace desde San Sebastián, donde Monescillo había sido desterrado por su enfrentamiento con el regente Espartero. Este es el último documento que conservamos en su expediente de estudiante y, podríamos decir, el primero de su etapa pública.

GUÍAS, TURISMO Y DAMASQUINO

Este próximo viernes se celebra el Día del Guía de Turismo. En una ciudad como Toledo los guías turísticos son una presencia constante en las calles. Pero no siempre su trabajo ha sido fácil. La documentación de la Comisaría de Policía y del Gobierno Civil nos muestra que determinados problemas, a lo que parece, se mantienen a lo largo del tiempo.

Oficina de Turismo de Toledo, años 60
Oficina de Turismo de Toledo, años 60

Empecemos por junio de 1956, cuando la Policía envió a la cárcel a “Juanito el Loco”, “el Visera”, “el Gúmero” y “el Carbonero”, todos ellos viejos conocidos de los agentes de la Ley, en espera de una decisión del Gobernador Civil. Se les acusaba de hacerse pasar por menesterosos en la carretera de Madrid, para conseguir subirse a los coches de los turistas y llevarles de forma fraudulenta a determinados establecimientos de fabricación y venta de damasquino. En otras palabras, que ejercían de “ganchos”.

Comparecencia ante la Policía

Y es que el auge turístico que empezó a notarse seriamente en la ciudad desde los años 50 llevó, a su vez, a la proliferación de esta artesanía, que hasta entonces se reducía a muy pocos talleres, como ya os contamos en otra ocasión. En esa época, por lo que parece, la relación entre los damasquinadores y los guías no pasaba por su mejor momento. Ya dos años antes, en mayo de 1954, los artesanos toledanos, reunidos al efecto, acuerdan proponer a las autoridades una serie de medidas, entre las que destaca “la desaparición de las comisiones que perciben los guías-intérpretes y correos”. No sabemos si se llegó a adoptar esta medida, pero el problema no se solucionó a corto plazo. De hecho, nuestros documentos demuestran que en ese verano de 1956 la Policía desarrolló una notable actividad de investigación en relación con este asunto. No solo detuvo y encarceló a algunas personas, como los que hemos mencionado más arriba, sino que inspeccionó a varios establecimientos para asegurarse de que no tenían empleados a ningún “gancho” que hiciese competencia desleal a los demás.

Tampoco este despliegue policial parece que fuese demasiado efectivo, porque en mayo de 1960 son los propios guías turísticos, a través de la Delegación de Sindicatos, los que protestan por la persistencia de estas prácticas que tanto les perjudican. Incluso, según afirman, hay “ganchos” que se presentan ante los turistas extranjeros como “perseguidos del franquismo”, lo que, por lo visto, debía resultar bastante eficaz.

La reiteración del asunto indica que no tiene una solución fácil. En junio de 1978 la Policía informa de nuevo de situaciones parecidas, aun sin dar detalles concretos, y el Gobernador Civil decide celebrar una reunión con los dos colectivos más afectados, los damasquinadores y los guías, para buscar una solución. Las conclusiones, aceptadas por ambos grupos de interés y que se publicarían en la prensa local, incluyen la petición de mantener las comisiones que cobraban los guías, que, según manifiestan, son base de su sustento y ayudan al mantenimiento de los artesanos, sin que falte la alusión al perjuicio para las arcas públicas y la posibilidad de cierre de empresas. Es decir, justo lo contrario que se pedía casi veinte años antes. Los tiempos estaban cambiando, sin duda, pero nuestros documentos se detienen aquí.

LA GUARDIA CIVIL EN LA FÁBRICA DE ARMAS

A finales del pasado mes de septiembre el hijo del director del AHPTO escribe un mensaje al móvil de su padre: “Mira esto”. La foto adjunta era similar a la que os enseñamos aquí.

Documentos esparcidos por el suelo

Como es natural, el archivero quedó sorprendido: “¿Pero esto qué es?”. “Pues que iba yo corriendo por el campus de la Fábrica de Armas, por la zona que aún tiene edificios abandonados, y vi uno de ellos que tenía un hueco en la antigua puerta, entré para curiosear y encontré esto, ¿qué te parece?” “Pues que mañana mismo vamos a verlo”. Dicho y hecho. Al día siguiente toda la familia se presentó en el extremo suroriental del recinto de la antigua Fábrica de Armas de Toledo, hoy campus universitario, entraron en un edificio en ruinas y, efectivamente, allí había un buen número de documentos desparramados por el suelo de una de las habitaciones. Pronto se vio que se trataba del archivo del antiguo puesto que la Guardia Civil tenía en el interior de la Fábrica de Armas. Recogieron todo lo que encontraron que no estuviera demasiado deteriorado y lo llevaron al Archivo lo más rápidamente posible.

Recogida de documentos

Detengamos aquí este relato para remontarnos a agosto de 1957. Es entonces cuando la Guardia Civil decide crear un nuevo puesto en la Fábrica de Armas de Toledo para dar servicio tanto a la propia Fábrica como al adyacente Poblado Obrero. El puesto, que tardó casi dos años en contar con instalaciones propias, estuvo servido por entre tres y cinco guardias mandados por un suboficial, y se adscribió a la 141ª Comandancia, con sede en Toledo. No sabemos con precisión cuándo se suprimió, pero los últimos documentos que hemos encontrado sugieren que debió ser a finales de 1981. En todo caso, por la forma en que se encontraron los documentos, parece que al desmantelarse el puesto el archivo quedó olvidado en un altillo hasta que, casi medio siglo después, los efectos de la intemperie hicieron desplomarse el suelo y el archivo entero cayó al piso inferior, que es donde lo encontramos. A juzgar por su estado de conservación, durante todo el tiempo que estuvo olvidado debió sufrir sobre todo los efectos de la humedad, incluyendo invasiones de hongos, pero solo al caer se debieron deshacer los legajos y atados originales.

Portada de informe

Así, cuando la documentación llegó al AHPTO su estado solo podía calificarse de lamentable. Eran evidentes los efectos de las humedades, hongos roturas y, sobre todo, suciedad y desorganización. Como medida de urgencia, se colocaron los documentos en carpetillas y en cajas. A la vez, se avisó a la Comandancia de la Benemérita en Toledo, uno de cuyos mandos acudió a los pocos días, inspeccionó la documentación y manifestó que lo comunicaría a sus superiores. Pasaron algunos meses y decidimos entonces afrontar la recuperación en lo posible de estos documentos. El resultado han sido cinco cajas de archivo que contienen la vida cotidiana de un pequeño puesto semiurbano entre 1958 y 1981, aunque la mayor parte de los documentos se pueden fechar en los últimos años del franquismo y la primera Transición. Eso sí, la mayoría de los documentos son de acceso restringido porque, como puede suponerse, abundan en datos personales.

No obstante, os podemos mostrar algunos documentos significativos: una comunicación “confidencial” ordenando la vigilancia de una ciudadana norteamericana sospechosa de comunismo en 1964, un significativo informe sobre el estado de ánimo de los vecinos en 1963 y otro informe sobre la zona de 1968, también detallado pero menos vivaz.

EN LOS INICIOS DEL SOCIALISMO MANCHEGO

El 2 de diciembre de 1902 Nicanor de Gracia fue detenido en Mora, acusado de reunión ilegal. El día anterior el alcalde de la localidad manchega había declarado ante el juez municipal que el 30 de noviembre hacia las dos de la tarde se había celebrado en casa de Juan Manuel Moreno Díaz “el Moteño” “una reunión clandestina, al parecer de carácter socialista, y en la cual parece ser que se habló entre los gañanes y jornaleros a ella asistentes de subida de jornales y de rebaja de horas de trabajo”; asistirían unas treinta personas. No se sabía quién organizó la reunión, pero en ella se había leído una extensa carta firmada por Manuel Reyes y dirigida al citado Nicanor. En su detención se le encontró, en efecto, esa carta, junto con otros documentos, además de dos ejemplares de la vigente Ley de Asociaciones.

Este proceso nos permite acercarnos a los pormenores de los primeros tiempos de la organización de partidos políticos de izquierda en una zona rural como es la Mancha toledana. En concreto, se trata de la formación de una “Sociedad Obrera” vinculada al Partido Socialista Obrero Español, del que, efectivamente, Manuel Reyes era en ese momento uno de los dirigentes más destacados. Su carta, de la que os presentamos solo el principio y el final, además de animar a la constitución efectiva de la sociedad y hacer otras exhortaciones políticas, incluye detalladas instrucciones para que pueda celebrarse la reunión constitutiva de la Sociedad y esta pueda empezar a funcionar legalmente. El destinatario, Nicanor de Gracia, también fue un destacado activista y llegaría a ser concejal pocos años después. Sobre los primeros años del socialismo en Mora podéis consultar el estupendo artículo de Esteban Gutiérrez en su blog “Memoria de Mora”.

Pero volvamos a nuestros documentos y resumamos el asunto. Lo que ocurrió fue que los campesinos morachos desconfiaban de que el alcalde autorizase la reunión, así que la celebraron sin su conocimiento oficial, lo que, además de ser ilegal, afectó sin duda al amor propio del regidor.  Los interrogatorios judiciales subsiguientes proporcionan abundante información sobre el tipo de trabajadores convocados, lo que cada uno de ellos entendió —o dijo entender— de lo tratado en la reunión, sus motivos para acudir y la forma en que se organiza esta especie de embrión de asociación. Pero nos hemos fijado en este caso en la forma en que el juez moracho, llamado Juan Martín del Campo, llevó el asunto.

En cuanto acabó de tomar declaración a los principales afectados, envió el caso al juzgado superior, el de Instrucción de Orgaz, que a su vez informó a la Audiencia Provincial. Ambos juzgados pidieron al juez municipal que ampliase sus actuaciones, pero este dejó pasar varias semanas sin contestar, pese a que se lo pidieron con insistencia. Cuando al fin contesta, el 18 de enero de 1903, justifica su retraso por dos motivos. Por un lado, en el pueblo se corría el rumor de que el alcalde tenía mucho interés en solucionar pronto el asunto con un castigo a los organizadores de la reunión, de modo que el juez consideró que no era bueno dar la impresión de que, con una excesiva celeridad, en realidad se le estuviese dando un trato de favor. Por otro lado, le pareció conveniente dejar pasar unos días para que las aguas se remansasen. Y así fue: los afectados pidieron al alcalde la preceptiva autorización, aunque fuera de plazo, y ambas partes pudieron hablar directamente “constándome —dice don Juan—que se han amortiguado sensiblemente las prevenciones que se tenían entre dicha autoridad [sic]”. Con ello, el caso fue sobreseído, la asociación legalizada y todo el asunto terminó pacíficamente. No podemos menos que alabar el sentido común y el conocimiento de sus convecinos que demuestra este juez de pueblo.