La Historia es, fundamentalmente, historia de las personas. Pero a veces la historia de los edificios o simplemente de los terrenos también resulta significativa. Hoy, Torrehierro es el nombre de uno de los polígonos industriales más activos de Talavera de la Reina pero el lugar tiene una larga historia que se remonta, al menos, a la época musulmana. Nosotros nos hemos detenido para observar un momento muy concreto, que no tiene nada de extraordinario pero que, precisamente por eso, nos ayuda a entender la vida cotidiana de hace casi doscientos años.
Estamos a principios del siglo XIX y los protagonistas son dos propietarios llamados Pedro Vega, vecino de Talavera y Pedro Montero Ibáñez de Leiva, de La Pueblanueva. Ambos eran, junto con otros, propietarios de la dehesa llamada “Torre del Yerro” y ya habían tenido un pleito por la propiedad de estos terrenos entre 1819 y 1822, que terminó en la Chancillería de Valladolid. Habían pasado once años y Vega, que luego dirá tener 73 años y que actuaba como administrador, se presenta ante el escribano judicial para abandonar este cargo y, además, renunciar a sus propiedades y traspasarlas a los demás. En su declaración nos aporta un dato interesante: “por el año de mil ochocientos quince y a resultas de la retirada del ejército francés se hallaba sin colonos y abandonada la dehesa llamada de Torre el Yerro, término del Casar y Gamonal”. Desde entonces, y siempre según su testimonio, él se había preocupado de que al menos parte de la tierra se sembrase y aprovechase, pero a la fecha solo tenía arrendadas un total de 50 fanegas a dos arrendatarios, y además el corral y las hierbas mayores a un tercer arrendatario. Esta declaración muestra que en la dehesa existían al menos tres tipos de tierras: las baldías, las “cerradas” y las “hierbas mayores”, además de una construcción. Estamos, pues, ante unas tierras despobladas y sin uso.
Pero casi tres meses después el resto de propietarios piden al juez que haga comparecer a Vega de nuevo para que declare realmente cuántos arrendatarios tiene, además de declarar la ilegalidad de los arrendamientos que ha hecho en los años pasados (recordemos que había habido un pleito de por medio) porque fueron realizados a espaldas de los demás propietarios. En otras palabras, que Vega se había apropiado de la dehesa entera. En agosto de 1833, en efecto, Vega confiesa tener en realidad otros cuatro arrendatarios más en “lo cerrado” y dos más en el baldío. Al parecer, el terreno no estaba tan abandonado como parecía. El resto de propietarios exige el desahucio de los arrendatarios.
Un nuevo salto en el tiempo y llegamos a abril de 1839. Ahora nos enteramos de que, tras la marcha de Vega, había sido nombrado administrador su antiguo rival Pedro Montero, junto con otro propietario llamado Vicente Ferrer Cuadrillero. Y la situación se repite, es decir, que Montero quiere retirarse de la administración, no sin antes declarar “el interés y celo con que mi principal había mirado por la conservación y fomento de esta dehesa, sacándola del estado de abandono en que se hallaba”. Para eso, envía una carta al otro administrador, que se adjunta a la petición judicial, en la que habla del destino de “los fondos de Torre el Yerro” y de “poner en práctica mi plan”, que consistía simplemente en rendir cuentas cuanto antes y desprenderse de la propiedad de las tierras. En la petición judicial, Montero, a través de su abogado, afirma que quiere dejar la administración por razones de edad, por querer dedicarse a otras ocupaciones y porque no quiere “estar en el caso de sufrir reconvenciones de los partícipes” por no repartir los productos. Exactamente lo mismo que su antiguo rival. El expediente termina con la notificación formal a los propietarios para que se reúnan y elijan otro administrador. No sabemos si, años después, la historia volverá a repetirse.