LA BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA DE INFANTERÍA

Como todos sabéis, el pasado lunes se celebró el Día del Libro. Con esta ocasión, os presentamos dos curiosas fotografías de la biblioteca de la Academia de Infantería de Toledo. Lo interesante no son tanto las imágenes en sí como el hecho de ser dos tomas realizadas prácticamente desde el mismo sitio pero en dos circunstancias completamente distintas.

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Ambas proceden del fondo “Rodríguez” y tienen como objeto la Biblioteca de la Academia de Infantería, situada entonces en el Alcázar de Toledo. Ninguna de las dos tiene fecha, pero en el caso de la primera la datación es casi imposible, salvo que es anterior a la guerra civil; este breve pero muy jugoso artículo al respecto preparado por el Archivo Municipal de Toledo — donde además encontraréis otras fotografías históricas de esta biblioteca— propone los años cercanos a 1930. Sea como fuere, las circunstancias en que se encontraba al llegar al AHPTO hicieron que Gerardo Kurtz, organizador del fondo “Rodríguez”, la incluyera en una serie denominada “Positivos actuales”, es decir, positivos realizados después del cierre de la Casa Rodríguez en 1984 y antes de su ingreso en el AHPTO en 1994, con motivo de alguno de los muchos proyectos y actuaciones más o menos controladas que sufrió este fondo en esos años. En algunos casos se ha podido reconocer el negativo original, pero en muchos otros, como en este, se ha perdido toda referencia a su original. Por otro lado, esta imagen puede encontrarse en el artículo a que acabamos de aludir y en otros lugares de Internet, como la web del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha de la Universidad regional. Lo único que parece claro es que nuestra foto forma parte de un conjunto que retrata las instalaciones de la Academia y nos revela una biblioteca bien ordenada y dotada.

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Muy diferente es la segunda imagen, realizada casi desde el mismo ángulo pero al poco de terminar el asedio del Alcázar al principio de la guerra civil. Como todo el edificio, la biblioteca quedó en estado ruinoso, con pérdida evidente no solo de los elementos arquitectónicos sino también de muchas de sus obras, si bien parece que se han  iniciado algunos trabajos de recogida de libros, que se encuentran apilados. Pero la sensación general de desolación es insoslayable. La fotografía se integra en la denominada “Caja Alcázar”, es decir, un conjunto de fotografías cuyo denominador común era, obviamente, el famoso edificio. Según el mismo Kurtz, es posible que se tratase de positivos destinados a su venta turística en el propio establecimiento “Rodríguez”, aunque no parece que una imagen como esta pueda tener mucho éxito entre los visitantes. En el artículo del Archivo Municipal que hemos mencionado encontraréis otra vista de la misma sala por la misma época, igualmente impactante.

En 1948 la Academia de Infantería se trasladó al nuevo edificio construido al otro lado del río Tajo y, naturalmente, allí se marchó también su biblioteca, con los libros que había conseguido salvar. Hoy cuenta con más de 45.000 volúmenes y casi un centenar de títulos de revistas y publicaciones periódicas. Aunque su uso está restringido a alumnos y profesores de la Academia, su catálogo está disponible en línea y puede pedirse autorización para su uso por personas ajenas.

De conferencias y exposiciones virtuales

Para los próximos días, tres noticias relacionadas con los archivos. En primer lugar, la nueva exposición virtual del Archivo Municipal de Toledo, dedicada a la Exposición Agrícola de 1909. Como siempre, curiosa e instructiva.

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En segundo lugar, la asociación cultural Tulaytula ofrece un interesante ciclo de conferencias titulado «El aprovechamiento de Toledo como recurso didáctico». tenéis aquí el programa completo, pero os animamos especialmente a que acudáis a la conferencia del historiador José Manuel López, el próximo jueves 3 de mayo, porque estará dedicada al uso didáctico de los archivos toledanos. Todas las conferencias de este ciclo se celebran los jueves a las siete de la tarde en el Hotel Reyes Católicos de Toledo.

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Por último,  continúa celebrándose en el AHP de Cuenca su ciclo de conferencias. El próximo martes día 24 toca el turno de la investigadora Teresa Sánchez Collada, que hablará sobre «Dotes de mujeres nobles, religiosas y clases bajas». Como siempre, será en la sede del AHP de cuenca a las cinco de la tarde.

Invitación - Conferencia del 24 de abril

 

EL MISTERIOSO ESCUDO DE UN BARGUEÑO EN QUITO

Los protocolos notariales son, sin duda, el fondo documental más utilizado por los historiadores que acuden a nuestro archivo y, en general, a cualquier AHP. Contienen una gran cantidad de información de lo más variado y siempre muy útil. Pero, no nos engañemos, no son atractivos a la vista: letra abigarrada y de difícil lectura, texto apretado, volúmenes generosos… Pero, de vez en cuando, sorprenden con maravillas como la que os presentamos hoy.

Se trata del escudo de armas de la familia Sobarzo. Es un escudo cortado, es decir, dividido por una línea horizontal. En la parte superior, sobre campo de gules (rojo) dos torres almenadas. En la inferior, escena junto al mar, con dos sirenas en el agua y una tercera en la orilla, más un hombre conduciendo una pareja de bueyes, todo ello en su color salvo el hombre y los bueyes, pintados en oro. Sobre el escudo campea un yelmo empenachado, y todo el conjunto está pintado sobre un fondo rojo con dibujos dorados. Tan atractivo como enigmático, desde luego.

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Pero, ¿qué hace aquí este escudo? Vamos a explicarlo. En agosto de 1580 Bartolomé de Sobarzo, vecino de Bargas, hijo a su vez de Bartolomé de Sobarzo y de María de los Llanos, embarcó para Quito como criado de Alonso de Villanova, quien llegaría ser corregidor de Loja, también en el actual Ecuador. Su partida consta en el tomo VI del “Catálogo de pasajeros a Indias”. En 1586 nuestro bargueño inicia un pleito con el concejo de Toledo, del que dependía entonces Bargas, para probar su hidalguía y, por tanto, evitar el pago de impuestos. El pleito, que se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, terminó tres años después con el reconocimiento de su condición de hidalgo; en el estupendo portal PARES podéis ver el registro de la ejecutoria con la que se compendia y se finaliza el pleito.

Don Bartolomé volvió a pleitear con el concejo de su pueblo entre 1591 y 1593 por una cuestión sobre la residencia obligatoria de los elegidos como alcaldes del lugar; también podéis ver el registro de la correspondiente ejecutoria en PARES. Para finales de 1604 nuestro indiano ya había muerto, porque el 20 de noviembre de ese año se presentó ante las justicias de la ciudad de Toledo el administrador de los bienes de su hijo, también llamado Bartolomé de Sobarzo, vecino de Quito, y pidió que se hiciese una copia del escudo familiar para llevársela a su representado. Para ello, presenta la ejecutoria de 1589 “escrita en pergamino, la primera hoja de ella con un escudo de armas iluminado”. El alcalde ordinario de la ciudad ordena al maestro pintor Bernardo de Torres, presbítero, que realice la copia, lo cual éste ejecuta en el mismo día y en presencia del alcalde y de los testigos, haciendo además otra copia fiel para el protocolo del notario Gabriel de Morales, quien está presente en todo el proceso. Esta última es la copia que tenemos nosotros.

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Ahora podemos fijarnos mejor en el misterioso dibujo que ocupa la parte inferior del escudo. Según el Museo Etnográfico de Cantabria, que recoge el dato de diversos antropólogos montañeses, esta escena aparece en los escudos de los apellidos Pumarejo y Liaño, ambos con solar en la localidad cántabra de Sobarzo, en el municipio de Penagos. Probablemente represente una escena mitológica, en la que el hombre que conduce los bueyes dorados, forrado de conchas también doradas —posible alusión a su origen marino—, ha sacado del mar a una sirena utilizando algún tipo de rastro o arrastradera, perdida en la copia del cura Torres, mientras dos de sus compañeras se lamentan en el agua. Como siempre, se admiten todo tipo de opiniones y aportes.

LA CRISIS DE LAS BANDERAS

La llamada “crisis de las banderas” es un episodio de la independencia de Guinea Ecuatorial que provocó la evacuación de todos los españoles de aquel país. Al llegar a España, la situación de estos repatriados no siempre debió ser envidiable. Así lo muestra esta petición de uno de ellos, establecido en Toledo, al que el Gobierno Civil concede 7.000 pesetas mientras consigue algún otro tipo de subsidio o algún trabajo. Pero debemos explicar cómo se llegó hasta ese punto.

El proceso de descolonización de la actual República de Guinea Ecuatorial es largo y se puede considerar que empieza en 1956, cuando la colonia de Guinea Española, creada formalmente treinta años atrás, se transforma en dos provincias, equiparables a las provincias peninsulares: Rio Muni, que abarcaba la zona continental, y Fernando Poo, que incluía las actuales islas de Bioko al norte y Annobón al sur. Pronto se haría sentir la presión internacional sobre España para descolonizar el territorio. En 1963, previo referéndum, se otorgó autonomía administrativa a las dos provincias bajo el nombre conjunto de Guinea Ecuatorial, y en 1967, con la mediación de la ONU, se inauguraron en Madrid las conversaciones para la independencia total, que llegaría en octubre de 1968, con la firma de un acuerdo entre España y la nueva República.

Este acuerdo contemplaba la permanencia en Guinea Ecuatorial de un grupo de funcionarios y militares españoles, teóricamente con la intención de favorecer la transición. Pero la situación se deterioró rápidamente, en un contexto de colapso económico (la mayor parte de los capitales había huido a España) y de deriva dictatorial por parte del nuevo presidente, Francisco Macías, quien aprovechó y fomentó los sentimientos anti-españoles de la población. En febrero de 1969 Macías ordenó que solo ondease una bandera española en el país, la de la embajada, pero el cónsul en Bata mantuvo izada la de su residencia particular. Macías ordena a la Guardia Nacional guineana que retire la bandera por la fuerza. El gobierno de Carrero Blanco reacciona con un amago de ocupación militar de los puntos neurálgicos del país, pero casi inmediatamente da marcha atrás y ordena la evacuación de los españoles. A principios de marzo Macías afirma haber abortado un golpe de Estado, lo que le sirve de excusa para una amplia y sangrienta purga de sus adversarios políticos. España envía algunos navíos de guerra para evacuar a los 6.800 españoles, la mayor parte funcionarios y empresarios con sus familias, operación muy dificultosa que no terminaría hasta el mes de abril.

Desde el mismo mes de marzo de 1969 se había creado una “Comisión Interministerial para Ayuda a los Repatriados de Guinea”, que delegó su actuación en provincias en los respectivos gobernadores civiles. Pero ya en 1971, la Comisión encarga las cuestiones de atención social a estos repatriados a Cáritas, dejando a los que no hubieran conseguido reintegrarse al amparo de esta organización caritativa.

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Si queréis conocer más detalles sobre este episodio y, en general, sobre la descolonización de Guinea Ecuatorial, podéis consultar este trabajo del profesor José Luis Rodríguez Jiménez, publicado en una web especializada en asuntos guineanos en noviembre de 2016.

EL CASO DEL LIBRO EXPÓSITO

Era una fría, oscura y algo neblinosa madrugada de invierno en el centro de Toledo. Una de las trabajadoras del AHPTO, la primera en llegar habitualmente, se dispone a abrir el portón de acceso al edificio. Al hacerlo, un pequeño objeto cae a sus pies. Sobresaltada,  retrocede un par de pasos. Parece que el bulto no rebulle. Nadie por los alrededores. Con cierta precaución, se acerca y, a la media luz, comprueba que se trata de un libro. Alguien lo dejó esa noche colocadito a la puerta del archivo para que lo encontrásemos, del mismo modo que antiguamente se abandonaban algunos niños recién nacidos a la puerta de un convento. Estamos, pues, ante un libro expósito.

Pocos minutos después, el libro ya estaba en manos del director del centro. Pudo comprobarse que se trata del tomo tercero de la obra “Autores selectos sagrados, cristianos y profanos para uso de los alumnos de latinidad y humanidades en los Seminarios”, escrita por D. Joaquín Espár, presbítero, bajo los auspicios del Exmo. e Ilmo. señor Obispo de Urgel. En concreto, es la segunda edición de esta obra, “corregida y mejorada por el mismo autor”, impresa en Tarragona en 1862, en la imprenta de los señores Puigrobí y Aris. El tomito, encuadernado en octava, consta de 300 páginas más dos apéndices de 9 y 12 páginas respectivamente, y se encuentra en perfecto estado de salud.

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No es en absoluto una obra rara. El Catálogo del Patrimonio Bibliográfico Español nos informa de que existen 19 ejemplares de esta edición en su versión completa, es decir, con sus tres volúmenes. Ninguno de ellos está en Castilla-La Mancha; el ejemplar más cercano de esta nuestra segunda edición se encuentra en la Biblioteca Nacional. Eso sí, el Seminario Diocesano de Ciudad Real cuenta con un ejemplar de la primera edición, fechada en 1857-1858. Pero la obra no es ninguna desconocida y fue reeditada en varias ocasiones: 1868-1869, 1914, 1925, 1944 y 1957, las últimas corregidas por Ignacio Núñez. Solo de la edición de 1944 hemos encontrado otro ejemplar en Castilla-La Mancha, también en el Seminario de Ciudad Real. La obra se encuentra fácilmente en los catálogos de librerías de lance, por lo general en sus ediciones más tardías.

Como su título indica, se trata de un libro de texto para uso de los estudiantes de los seminarios diocesanos, una antología de autores para que los seminaristas realicen sus prácticas de latín, lengua obligatoria en estos estudios hasta hace muy pocos años. En cuanto al autor, lo cierto es que no sabemos mucho de él. Su primera obra publicada, “Elementos de poética”, lo fue en Barcelona en 1861. Parece que se especializó en este tipo de manuales de retórica y preceptiva literaria para estudiantes, no solo seminaristas sino también alumnos de los institutos seculares. Así, en 1865 dio a la luz un “Curso teórico-práctico de predicación, o sea, explicación de todo género de discursos propios del púlpito”, y en 1877 hizo lo propio con su “Arte de retórica”, quizá su obra más conocida. Todas las obras, excepto la que nos ocupa, fueron publicadas originalmente en Barcelona, lo que indica el origen catalán del padre Espár.

El lugar natural de los libros es la biblioteca, no el archivo. Así que en pocos días esperamos entregar este ejemplar a la Biblioteca de Castilla-La Mancha, donde recibirá los mejores tratos. Pero conviene no olvidar que cualquier ciudadano que disponga de un libro antiguo, vieja fotografía, objeto curioso o documento venerable puede dirigirse tranquilamente a plena luz a los responsables de cualquier archivo, biblioteca, museo o centro cultural, que sabrán orientarle sobre su destino adecuado. No es necesario abandonarlo a las puertas del convento.