SANTA FE

Como sabéis casi todos los que vivís cerca de Toledo, hoy se inaugura la colección de arte de Roberto Polo, en el antiguo convento de Santa Fe. Con este motivo, os ofrecemos algunos de los documentos que conservamos referidos a este lugar.

El convento de Santa Fe fue fundado en el siglo XIII por la Orden de Calatrava en una zona que había sido en época musulmana el “alficén”, es decir, el recinto amurallado. A principios del siglo XVI, tras un fugaz paso por la orden de la Concepción Francisca, pasó a las Comendadoras de Santiago, momento en que se debieron hacer importantes obras. Las Comendadoras se mantuvieron aquí durante cuatro siglos hasta que a principios del siglo XX, debido a la escasez de vocaciones, alquilaron parte de su convento a la orden de la Sagrada Familia de Loreto, conocida como “ursulinas”, que establecieron allí un colegio. En 1935 el Estado se incautó de la zona ocupada por las monjas santiaguistas, que se trasladaron a una parte del convento de Santo Domingo el Real, donde permanecen todavía hoy.

Alzado del convento de Santa Fe de Toledo

El edificio, por su parte, iba a ser destinado a sede del Banco de España, pero la guerra civil frustró el proyecto y finalmente fue ocupado por completo por las ursulinas y su colegio, que sin embargo también acabaron marchándose en 1973. En ese momento el Estado se hizo cargo directamente del edificio como ampliación del vecino Museo de Santa Cruz, situación en la que permanece hasta hoy. En nuestro archivo conservamos los expedientes de algunas obras de consolidación o restauración realizadas por el Ministerio de Cultura en estos años, como una de 1982 a la que pertenece este alzado.

Retrocediendo en el tiempo, encontramos una fotografía del ábside mudéjar, resto del primitivo convento calatravo, fechada en 1963, y una imagen parcial del claustro de la década de 1950, en la época del colegio de ursulinas. La fotografía datada más antigua que poseemos es anterior a la marcha de las Comendadoras en 1935, porque aparece en ella una monja de esta orden leyendo en el claustro. Todas estas fotos pertenecen al fondo “Rodríguez”.

Este convento, como parte de la Orden de Santiago, sufrió la desamortización del siglo XIX y, por tanto, su documentación fue a parar al Archivo Histórico Nacional. No obstante, como era habitual, algunos documentos permanecieron en la Delegación de Hacienda de Toledo y hoy están en nuestro archivo. En concreto, conservamos dos libros de censos datados en el siglo XVIII.

INGENIERÍA FINANCIERA Y DOCUMENTOS DE LUJO

Hace poco os presentamos unos documentos que el Estado compró para nosotros en 1985, y ahora ofrecemos otros dos, comprados en 1996. Se trata esta vez de sendas confirmaciones de privilegios en favor de Juan de Silva, I marqués de Montemayor, y que consistían en la suculenta suma de 35.000 maravedíes sobre las alcabalas de Toledo y de Villaseca de la Sagra.

Antes de seguir, aclaremos que se trata de dos documentos de lujo. Lo vemos en que conservan los restos del vínculo del que pendían sus sellos, y también en sus espléndidas iniciales miniadas, tanto al principio de ambos documentos como incluso en su interior, marcando el inicio de los documentos copiados.

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Pero, además de disfrutar de la imaginación de los copistas del Renacimiento, merece la pena detenerse en la información que nos proporcionan estos documentos. Detrás de su esmerada letra y de su cuidadosa escritura encontramos todo un ejemplo de ingeniería financiera de hace quinientos años. Hoy en día estamos habituados a que el Estado mantenga una “caja única” donde se concentren todos los ingresos, por un lado, y de donde salgan todos los gastos, por otro. Pero este sistema contable no se generalizó hasta el siglo XIX. Durante la Edad Media y el Antiguo Régimen cada ingreso estaba gravado por determinados gastos “situados” sobre él. Así, de las “alcabalas” (un impuesto sobre el consumo muy similar a nuestro IVA) que se producían en Villaseca de la Sagra debían extraerse determinados gastos, por ejemplo el pago de la renta que los reyes concedieron al marqués de Montemayor. Cada vez que cumplía el plazo estipulado, generalmente tres veces al año, los representantes del marqués se presentaban en Villaseca y, esgrimiendo sus documentos, exigían el cobro del dinero convenido. Lo mismo ocurría con todas y cada una de las rentas teóricamente debidas al rey, y con todos y cada uno de los gastos que, también teóricamente, el rey pagaba. Como puede suponerse, este sistema se prestaba a todo tipo de fraudes, abusos o simples errores y hacía prácticamente imposible saber cuánto dinero tenía el Estado.

Inicial miniada

Los derechos sobre las rentas eran propiedad del beneficiario que, con determinadas condiciones, podía comprarlos, venderlos, heredarlos o repartirlos. Nuestros documentos nos informan de los orígenes y los avatares por los que pasaron estas rentas: una parte procede de la concesión hecha en 1440 al abuelo del marqués, llamado también Juan de Silva, y otra parte de las realizadas a Álvar Gómez de Ciudad Real “El Viejo” en 1462, después entregadas por los Reyes Católicos a Juan de Ribera, hijo del primer Juan de Silva y padre del marqués. Por cierto que, entre medias, las rentas las disfrutó brevemente Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de León y marido de Teresa Enríquez, “La loca del Sacramento”, de la que tratamos hace poco.

Además de todo este galimatías de poseedores, cada vez que cambiaba el rey era necesario confirmar estas rentas. Precisamente uno de nuestros dos documentos, fechado el 15 de junio de 1508, es confirmación del otro, fechado el 28 de febrero de 1506; el motivo de la confirmación es la muerte del rey Felipe “El Hermoso”. Y cada confirmación incluye la copia literal de lo confirmado.

Para terminar de complicar la cosa, digamos que los 35.000 maravedíes de renta se dividen en 6.000 mrs. sobre las alcabalas de Villaseca y el resto sobre las de Toledo, pero de estas últimas se especifica sobre qué productos concretos y qué cantidad debería extraerse en cada caso. Así, se mencionan la fruta, los “cueros vacunos”, el aceite, el pescado, la madera, la especiería y “bohonería” y la carne.

EL ENTIERRO DEL SEÑOR DE ORGAZ

Hoy os vamos a presentar algunos de los documentos más conocidos de nuestro archivo, pero no por ello menos interesantes, y que hasta ahora no habíamos reseñado aquí. Ambos, se refieren a “El entierro del señor de Orgaz”, una de las obras cumbres de la pintura universal y atractivo turístico de primer orden de la ciudad de Toledo. Y ambos firmados por El Greco y por sus clientes.

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En primer lugar, el contrato entre El Greco y la parroquia de Santo Tomé, representada por el párroco Andrés Núñez de Madrid y el mayordomo Juan López de la Cuadra, para la realización de la obra, formalizado ante el notario Juan Sánchez de Canales el 18 de marzo de 1586. Este documento ya fue publicado en 1910 por Francisco de Borja San Román, que luego sería primer director del AHPTO, y ha sido ampliamente utilizado desde entonces. Os ofrecemos su última página, con las firmas del pintor y del mayordomo, además del notario. El contrato no es demasiado largo, pero no nos resistimos a transcribir las frases que especifican el tema a pintar:

“…y en el lienzo se a de pintar una procesión de cómo el cura y los demás clérigos que estaban aciendo los oficios para enterrar a don Gonzalo Ruys de Toledo, señor de la villa de Orgaz, y bajaron santo Agustín y san Esteban a enterrar el cuerpo deste caballero, el uno tiniéndole de la cabeza y el otro de los pies, echándole en la sepoltura, y fingiendo alrededor mucha gente que estaba mirando. Y encima de todo esto se a de hacer un cielo abierto de gloria…”

Con estas indicaciones, el genial artista realizó la maravilla que todavía hoy puede contemplarse en la misma iglesia para la que fue concebida, aunque un poco desplazada respecto de su ubicación original.

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Aunque, efectivamente, el cuadro nunca salió de su templo, ha pasado por diversas vicisitudes, que también han sido comentadas con profusión. Entre ellas, el pleito entre el pintor y la parroquia a cuenta del precio de la obra. Como era costumbre, en el contrato no se estipula el precio final, sino que se encomienda a una tasación posterior. Otro documento de nuestro archivo, fechado el 20 de junio de 1588 y también editado por San Román, nos cuenta que, llegado el momento, los también pintores Luis de Velasco y Hernando de Nunciva lo tasaron en la respetable cantidad de 1.200 ducados. El párroco protestó y pidió una segunda opinión. Los nuevos tasadores fueron Hernando de Ávila y Blas de Prado, que aumentaron el valor hasta los 1.600 ducados. Naturalmente, Dominico insistió en cobrar esta última cantidad pero, finalmente, el Consejo Arzobispal falló que se le pagasen los 1.200 iniciales. Este segundo documento es el acuerdo al respecto entre ambas partes, que incluía generosos plazos  y algunos pagos en especie, además del compromiso del propio párroco de pagar parte de la deuda de su propio bolsillo, sin duda por la mala situación económica de la iglesia. Al final, firman de nuevo el pintor, el mayordomo y ahora también Andrés Núñez. Hay que decir que, según todos los indicios, El Greco y el cura mantuvieron, a pesar de todo, una buena relación durante toda su vida.

DISCIPLINANTES EN CARRANQUE

En 1985 el Ministerio de Cultura compró un conjunto de documentos para el AHPTO. Eran otros tiempos. Los documentos ingresaron en nuestro centro a finales de febrero del mismo año, sin que hayamos podido averiguar más detalles; de hecho, aunque parezca sorprendente, ni siquiera se realizó acta de entrega. La mayor parte de la documentación parecía tener su origen en la parroquia de Santa María Magdalena de Carranque, aunque también se incluyeron otros documentos de los que iremos hablando en su momento.

Con estos documentos se ha configurado un fondo específico, de modestas dimensiones (dos cajas y un libro) pero de gran importancia para la historia de la zona. En efecto, según los datos del Censo Guía, en el archivo parroquial no se conserva ningún documento anterior al siglo XX, y en el archivo municipal apenas un siglo antes. Pero nuestro fondo está fechado entre 1562 y 1847, de manera que se trata, hasta donde sabemos, de los documentos más antiguos de esta localidad de la Sagra. Abundan, sobre todo, los censos y las fundaciones de memorias de misas, pero pueden destacarse un voluminoso libro de difuntos de los siglos XVIII y XIX y unas actas del concejo de mediados del siglo XVII, además de dos ordenanzas de cofradías.

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Hoy nos vamos a fijar en una de estas ordenanzas, las correspondientes a la cofradía de la Vera Cruz, que parece ser la más antigua del lugar. Se redactaron en el momento de instituirse la hermandad, en 1562, pero nosotros las conservamos en una copia notarial de 1735. Las ordenanzas regulan la forma de gobierno de la hermandad (muy sencilla, con dos hermanos mayores elegidos por todos los hermanos, y dos diputados elegidos por los hermanos mayores), estipulan también brevemente el empleo del dinero y algunas cuestiones sobre el ingreso de nuevos hermanos, entre las que nos ha llamado la atención la obligación de los hermanos que se casen de integrar en la hermandad a sus mujeres.

 

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Pero, sobre todo, las ordenanzas regulan con detalle las actividades propias de la cofradía: por un lado los actos de solidaridad mutua, como los enterramientos y las limosnas, y por otro los actos de culto, como la “misa del santísimo Sacramento” el día del Corpus Christi, la procesión de la Santa Cruz el 3 de mayo y la procesión de la madrugada del Jueves al Viernes Santo. Esta última, como era habitual en la época, implicaba ir “disciplinándose con una disciplina de plata”, descalzos o calzados con alpargatas, encargándose los hermanos mayores de tener preparado “vino blanco cocido con laurel y romero para lavar los hermanos, y sus polvos y papel, como es costumbre”. En otras palabras: se trataba de azotarse en recuerdo de la pasión de Cristo, y al final de la procesión se les aplicaban estos remedios para curar sus heridas. Eso sí, se preveía que “los hermanos que fuesen de edad para no poderse disciplinar”, así como los clérigos y los hidalgos, pudiesen sustituir la flagelación por “sendas hachas de cera o cirios encendidos alumbrando a los hermanos en la dicha procesión, a su costa”.

Estas manifestaciones públicas de fe, de origen medieval, se han mantenido en todo el mundo durante siglos, aunque progresivamente se han ido sustituyendo por procesiones y penitencias menos impactantes. Sin embargo, todavía se conservan el algunos lugares, como en el municipio riojano de San Vicente de la Sonsierra, lo que nos permite hacernos una idea de cómo serían estos actos en el pasado.