Alcahuetería y amoríos clandestinos en La Calzada de Oropesa

Una declaración de testigos nos conduce a conocer los hechos que tuvieron lugar en La Calzada de Oropesa, en los que estaban implicadas algunas alcahuetas del lugar allá por el año de 1556. Según el diccionario de la Real Academia, alcahueta es la persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa generalmente ilícita. A esta definición se ajustan las mujeres que fueron acusadas por numerosos testigos por su reiterada actividad para concertar encuentros de carácter sexual.

Aunque el proceso judicial -que no conservamos completo- se habría iniciado antes, solo contamos con las pesquisas realizadas desde enero de 1556 por el alcalde, no lo indica, pero posiblemente de Oropesa. Como oficial de la justicia inicia un interrogatorio a diversos testigos y a las acusadas que declararon bajo juramento, con la finalidad de averiguar los sucesos acaecidos en La Calzada, en este momento lugar de señorío de los condes de Oropesa.

Empezaremos con una de las alcahuetas, Águeda López, mujer viuda a la que se le acusa de tener encubiertos en su casa a un hombre y una mujer, ambos estaban a su vez casados con terceras personas, a los había encerrado en ella con llave. Mientras permanecía en la calle, a la espera, acudió la hija de Águeda, llamada María y la encontró sentada en las gradas de la iglesia que estaba junto a la casa, que le insistió para que abriese la puerta, y aunque fueron repetidas las negativas de la madre, finalmente María abrió la puerta descubriendo allí al hombre y la mujer. Según un testigo, se había visto a Águeda con anterioridad hablar en secreto con la mujer en el pilón mientras llenaba un cántaro de agua, suponiendo que estaba concertando a la mujer para que fuese a su casa y tuviese acceso carnal con el hombre. Este testigo manifiesta que es público y notorio que el hombre y la mujer estaban amancebados, porque les había visto entrar de día y de noche en la casa de ella ocasionando gran escándalo. Después llegó el momento de la declaración de Águeda, de unos 50 años que afirmó conocer al hombre y a la mujer, y reconoció que los pasó a un corral, donde estaban hablando sobre ciertas fanegas de trigo, asegurando que ella no los encerró, aunque era verdad que estaba cerrada la puerta y al llegar su hija María le dijo que quería entrar a beber y la abrió, pero ellos ya no estaban. Águeda reconoce que sabía que tenían participación carnal desde hacía quince años. Como podemos suponer, su hija María no debía estar muy de acuerdo con las actividades de su madre, porque refiere otro testigo que le había contado que venía de casa de su madre, muy enojada de ver cómo había hallado un hombre y una mujer que su madre tenía encubiertos.

Pero Águeda no era la única acusada, otro testigo dice que es pública la fama que tiene Francisca Hernández, apodada “la Carpintera” por el oficio de su marido, que también ha encubierto en su casa a un hombre con una mujer casada para tener acceso carnal y que los habían visto también otras personas en distintos momentos. En la declaración de “la Carpintera”, reconoció que la mujer estuvo en su casa antes de misa, había ido a por un poco de hilado para unas tocas y que después había entrado el hombre, para comprar también. Afirma que no se hablaron, pues a ella al verlo se le puso la cara encendida como unas brasas y que el hombre se turbó y que estuvieron siempre los tres juntos. A la pregunta sobre si sabía que era público que ese hombre y mujer tenían acceso carnal, “la Carpintera” dijo que lo había oído y que estuvieron media hora en su casa y “los echó de allí con el diablo”.

Una tercera acusada en las declaraciones es Catalina, conocida como “la de Torrecilla” que había engañado a varias mujeres, casadas y solteras, para llevarlas a su casa y que se concertasen con un tal Antón de Otero y que una vez allí las encerraba con él y él se aprovechaba de ellas. Por tales encuentros Antón de Otero le pagó a “la de Torrecilla” en una ocasión una fanega de trigo y una tarja (moneda de cobre). Del mismo modo Catalina prometió a otra mujer a la que propuso ir a su casa con Antón de Otero que si accedía, le pagaría muy bien por ello o la casaría. Vemos en este caso que el dinero estaba por medio para concertar estas relaciones ilícitas. Son numerosas las acusaciones de mujeres que habían sido incitadas por ella a yacer con este hombre. “La de Torrecilla”, fue apresada en la cárcel de Oropesa por sus actividades, no sin presentar resistencia según se nos cuenta. Pero no sabemos más, ni como fue condenada Catalina ni lo que sucedió con el resto de las alcahuetas.

El perfil de las mujeres acusadas de alcahuetería en La Calzada nos recuerda a la famosísima Celestina de Fernando de Rojas, icono y protagonista de un tema recurrente en la literatura de fines de siglo XV y del XVI en la que abundan los personajes literarios femeninos de esta condición, tanto es así que la palabra celestina ha quedado como sinónimo de alcahueta. Las alcahuetas son mujeres que representan una figura pecaminosa que fue perseguida por la ortodoxia religiosa, generalmente se nos presenta como una mujer de cierta edad, dedicada a un oficio que sirve para encubrir su actividad como concertadora de citas de carácter amoroso y sexual. Encontramos muchos paralelismos del personaje novelesco con el caso real de nuestras alcahuetas, unos 60 años tenía Francisca y unos 50 Águeda, edad avanzada para la época. También se corresponde con el mismo patrón femenino el hecho de que, paralelamente, estas mujeres se dediquen a oficios de venta en su casa, como nuestra Francisca, que dice que vende hilado, telas u otros enseres para costura y que, en realidad, serviría para atraer mujeres a su casa y encubrir su otra actividad.

Al menos tres eran las alcahuetas que ejercían en este pequeño pueblo del que no podemos precisar su número de habitantes en esas fechas por no haberse recogido en las relaciones de Felipe II de 1575, pero por aproximación sabemos que un siglo después tenía 435 vecinos. Acompañamos de una espléndida foto de su iglesia tomada del blog http://lamejortierradecastilla.com/una-visita-a-la-calzada-de-oropesa-1/, para ponerle escenario a nuestra micro historia, pues recordemos que Águeda vivía en la plaza junto a la iglesia y en las gradas de ella se sentaba a esperar mientras mantenía encerrados en su casa a los amantes.

Y para saber más, os dejo este enlace a un interesante artículo de Juan Antonio López Cordero sobre las alcahuetas en el siglo XVI, su reflejo en la legislación, en los procesos judiciales y en la literatura: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5712535

AMENAZAS EN VERSO

Anónimo
Anónimo

“Luis de Vidales, alcalde,/lástima tengo de ti./Si no bajares el pan/aquí tienes que morir”. Una amenaza en verso, nada menos. Este “haiku” intimidatorio (si se nos permite la expresión) apareció una buena mañana en medio del lugar de Mascaraque, fijado a una estructura con forma de horca. Era para tomárselo muy en serio. Tanto como que el expediente de la investigación sobre el caso alcanza casi los 300 folios, y solo conservamos la primera pieza. Pero ya es tiempo de explicar lo sucedido.

Portada del expediente
Portada del expediente

Estamos en el año 1802. Es una época de tensiones en toda Europa como consecuencia de la Revolución Francesa y, en general, de la crisis del Antiguo Régimen. Una serie de malas cosechas estaban provocando fuertes subidas de los precios en todas partes, y nuestra provincia no era una excepción. El 23 de mayo las autoridades de Mascaraque se enteran de que en la vecina Mora se han producido motines “destruyendo todos los hornos de los tahoneros, sacándoles la harina y trigo que tenían y haciendo otras destrucciones”. Un asunto muy importante para ellos, porque resulta que Mora era su abastecedor principal de pan, toda vez que en Mascaraque no había más que un panadero “y este no cocer la mayor parte del tiempo por falta de caudales”. Así que el 2 de junio decidieron requisar todo el pan, harina y trigo disponibles para guardarlo en una casa fuerte y así poder racionarlo.

Página del expediente
Página del expediente

Pero al llegar a la casa en cuestión se encontraron con un grupo numeroso y muy enfadado de vecinos y “principió un fuerte orgullo y alboroto… diciendo el pan se ha de dar a diez cuartos no obstante estar a catorce, con varias expresiones denigratorias e injuriosas”. Los notables del lugar, incluyendo el señor cura, se vieron encerrados y uno de ellos fue herido levemente. Los amotinados exigían el precio tasado “y si no había de ser peor que en Francia”. Tras algunas negociaciones, el grupo se retiró pero solo para ir a registrar las casas de los encerrados en busca de pan y trigo. Al día siguiente apareció el anónimo. Un testigo dijo posteriormente que los amotinados la tomaron con este alcalde en concreto “porque decían había dicho los había de ver rabiar de hambre”. Sea como fuere, la responsabilidad de investigar el caso recayó en el otro alcalde.

Oficio del Presidente del Consejo de Castilla
Oficio del Presidente del Consejo de Castilla

La investigación, como decimos, fue larga, con muchos testigos. Se dictó orden de detención contra 17 personas. Algunas fueron detenidas enseguida, pero a otras hubo que buscarlas lejos y se tardó varias semanas. Incluso se organizó una redada en toda regla la noche del 8 al 9 de junio, con un pequeño destacamento de soldados. Al pobre alcalde se le plantea el problema añadido de dónde meter a tanto procesado “por la estrechez de la Real Cárcel, en donde apenas podrán custodiarse cinco o seis”; pide que le dejen enviar algunos a la cárcel de Toledo, pero recibe una negativa: que se apañe como pueda. Cada cierto tiempo se informa al presidente del Consejo de Castilla. Desgraciadamente, nos falta la segunda pieza, así que no sabemos cómo terminó todo.

Página del expediente
Página del expediente

Como siempre en estos casos, además del asunto principal, se deslizan en los documentos frases que nos acercan a la vida cotidiana. Así, un testigo afirma que la noche de autos estaba de ronda, “yendo por la calle de la Paloma… tocando una vihuela” con otros amigos. A veces incluso podemos “oír” hablar a una persona de hace 120 años, como alguien que en la taberna exclamó “que como no fuese a segar el amo, que él no había de ir”. O bien otro que, al acercarse el criado del alcalde a un corrillo de personas, le espetó: “cuidado que se lo parles a tu amo, que ha de haber sotana… no saques el gallo y márchate a contar”. Frases que expresan muy bien la tensión que se vivió aquella noche en Macaraque.

LAS CALERAS DE MANZANEQUE

En nuestro archivo conservamos algunos conjuntos documentales cuya coherencia interna parece clara pero que, honradamente, no sabemos cuándo ni por qué llegaron a nuestro centro. Entre ellos hay un grupo, que actualmente ocupa apenas una caja, que consiste en cuentas del administrador del conde de Orgaz en esa villa y sus aledaños entre 1812 y 1826. Probablemente estos documentos ingresaron en el AHPTO entre 1972 y 1975, pero poco más podemos decir de ellos. Entre todas esas cuentas, trufadas de alguna que otra carta breve, nos ha llamado la atención un expediente que aparece intitulado como “Caleras de Manzaneque”.

Portada del expediente
Portada del expediente

Como es sabido, por toda la zona central de nuestra provincia son frecuentes las caleras. En el blog “Villa de Orgaz” podéis encontrar información y bibliografía sobre estas construcciones y sobre el oficio de calero. Sin embargo, nuestra documentación, pese al rótulo que campea en el expediente, no trata sobre estas instalaciones, sino que parece referirse a tierras de labranza que, eso sí, se localizaban en un paraje así denominado, quizá porque hubiese habido caleras en otros tiempos. Alguna anotación es muy clara al respecto: “El pedazo de 5 fanegas […] le tiene rompido de barbecho para sembrarle en esta sementera”. No nos resistimos a mostrar también el “cerdo cebado que pesó 13 @ y 11 ½ libras” (casi 155 kg.), entregado por el arrendatario Eusebio Sánchez como parte del pago de 1822.

Lo más llamativo, sin embargo, es la forma de llevar el control de los pagos. El administrador confecciona una especie de mezcla entre mapa y listado que nos ha resultado muy curiosa. Fijémonos en la más antigua, de 1817. Casi toda la superficie del papel está ocupada por un gran rectángulo que representa el total de las tierras. En los cuatro lados del rectángulo se señala su orientación (Norte, Sur, Levante, Poniente) acompañada de alguna indicación geográfica precisa: el arroyo Riansares al Norte y el camino de las Carretas hacia el Este, e incluso, en la esquina superior izquierda (es decir, al nordeste) encontramos un dibujito que parece representar el pueblo de Manzaneque. El ya citado blog “Villa de Orgaz”, siempre bien documentado, nos informa también sobre los caminos, y a partir de su información podríamos pensar que quizá el “camino de las Carretas” sea en realidad el “camino de los Carros”. En todo caso, es posible que todavía hoy los que viváis por allí o conozcáis la zona podáis reconocer el lugar preciso.

Mapa-esquema de las suertes de las "Caleras de Manzaneque", 1817
Mapa-esquema de las suertes de las «Caleras de Manzaneque», 1817

Toda esta finca aparece dividida en parcelas o “suertes” rectangulares, aparentemente iguales, que se numeran consecutivamente desde abajo arriba empezando por las que están “mirando a Orgaz” y terminando por las que lindan con el camino de los Carros o, lo que es lo mismo, de Oeste a Este. Cada suerte, a su vez, está dividida en dos medias suertes, una al norte y otra al sur. El conjunto parece un damero, y dentro de cada “casilla” se anota el arrendatario, el cultivo y su situación respecto a los pagos debidos. Este sistema de mapas-esquema debió parecerle bien al administrador, porque lo repite en los años sucesivos, como este de 1824, aunque no siempre aparecen tan pulcramente dibujados.

Mapa-esquema de las suertes de las "Caleras de Manzaneque", 1824
Mapa-esquema de las suertes de las «Caleras de Manzaneque», 1824

LAS CALLES DE TOLEDO

Dentro del casi inagotable fondo de la Casa Rodríguez hay algunos grupos de fotografías en cierto modo especiales. Hace poco os presentamos las que se utilizaron para la edición del Catálogo Monumental de la Catedral de Toledo, y hoy vamos a fijarnos en el conjunto denominado “Calles de Toledo”.

Como sabéis, al cerrar la empresa en 1984 su fondo fotográfico fue comprado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Desgraciadamente, solo se compraron las fotografías, negativos y positivos, pero no el resto de documentación que hubiera permitido comprender el funcionamiento del establecimiento. Durante diez años, el conjunto estuvo almacenado en el Museo de Santa Cruz y en la propia sede de la Consejería de Educación y Cultura, antes de ingresar definitivamente en el AHPTO. Durante los tres años siguientes, hasta 1997, se emprendió la organización del fondo, tarea en la que intervinieron varias empresas y expertos pero en la que tuvo un papel decisivo Gerardo F. Kurtz, un reconocido especialista en la materia. Él fue el que estableció la organización interna en las series que conocemos hoy y que podéis consultar en la correspondiente entrada del Censo Guía de Archivos Españoles. Su principal empeño fue reconstruir los conjuntos de fotografías que reflejasen el funcionamiento de la empresa. Muchas veces el estado de desorden en el que llegaron los clichés lo hizo imposible, pero en algunas ocasiones consiguió identificar conjuntos coherentes que respondían a actuaciones de la Casa Rodríguez mientras estuvo activa. Uno de estos conjuntos es la serie denominada “Calles de Toledo”.

En efecto, se reconocieron un grupo de cajas rotuladas con esa expresión y con las fechas de 1964 y 1971. Tras algunas averiguaciones, Kurtz determinó que se trataba probablemente de unos encargos hechos por el Ayuntamiento en esas fechas, consistentes simplemente en ir por las calles cámara en ristre y plasmar todo lo que el fotógrafo considerase interesante. Posteriormente hemos podido datar alguna de estas imágenes por otros medios y hemos encontrado coincidencias, como esta de la calle Sinagoga que ya utilizamos hace un tiempo, pero otras fotografías corresponden a otras fechas, como la de la construcción del Puente de la Cava hacia 1977.

No hemos podido confirmar si efectivamente existió tal contrato, pero, desde luego, lo que sí tenemos es el conjunto de 182 imágenes que retratan las calles de la ciudad, generalmente desde un punto de vista monumental, pero a veces con detalles de la vida cotidiana. El conjunto hace el mismo efecto que las imágenes que actualmente consultamos a través de algunas aplicaciones en Internet asociadas a los mapas, pero medio siglo antes. De hecho, muchas de estas fotos ya han sido utilizadas y sin duda os resultarán familiares. Pero no por eso pierden su interés.