
“Luis de Vidales, alcalde,/lástima tengo de ti./Si no bajares el pan/aquí tienes que morir”. Una amenaza en verso, nada menos. Este “haiku” intimidatorio (si se nos permite la expresión) apareció una buena mañana en medio del lugar de Mascaraque, fijado a una estructura con forma de horca. Era para tomárselo muy en serio. Tanto como que el expediente de la investigación sobre el caso alcanza casi los 300 folios, y solo conservamos la primera pieza. Pero ya es tiempo de explicar lo sucedido.

Estamos en el año 1802. Es una época de tensiones en toda Europa como consecuencia de la Revolución Francesa y, en general, de la crisis del Antiguo Régimen. Una serie de malas cosechas estaban provocando fuertes subidas de los precios en todas partes, y nuestra provincia no era una excepción. El 23 de mayo las autoridades de Mascaraque se enteran de que en la vecina Mora se han producido motines “destruyendo todos los hornos de los tahoneros, sacándoles la harina y trigo que tenían y haciendo otras destrucciones”. Un asunto muy importante para ellos, porque resulta que Mora era su abastecedor principal de pan, toda vez que en Mascaraque no había más que un panadero “y este no cocer la mayor parte del tiempo por falta de caudales”. Así que el 2 de junio decidieron requisar todo el pan, harina y trigo disponibles para guardarlo en una casa fuerte y así poder racionarlo.

Pero al llegar a la casa en cuestión se encontraron con un grupo numeroso y muy enfadado de vecinos y “principió un fuerte orgullo y alboroto… diciendo el pan se ha de dar a diez cuartos no obstante estar a catorce, con varias expresiones denigratorias e injuriosas”. Los notables del lugar, incluyendo el señor cura, se vieron encerrados y uno de ellos fue herido levemente. Los amotinados exigían el precio tasado “y si no había de ser peor que en Francia”. Tras algunas negociaciones, el grupo se retiró pero solo para ir a registrar las casas de los encerrados en busca de pan y trigo. Al día siguiente apareció el anónimo. Un testigo dijo posteriormente que los amotinados la tomaron con este alcalde en concreto “porque decían había dicho los había de ver rabiar de hambre”. Sea como fuere, la responsabilidad de investigar el caso recayó en el otro alcalde.

La investigación, como decimos, fue larga, con muchos testigos. Se dictó orden de detención contra 17 personas. Algunas fueron detenidas enseguida, pero a otras hubo que buscarlas lejos y se tardó varias semanas. Incluso se organizó una redada en toda regla la noche del 8 al 9 de junio, con un pequeño destacamento de soldados. Al pobre alcalde se le plantea el problema añadido de dónde meter a tanto procesado “por la estrechez de la Real Cárcel, en donde apenas podrán custodiarse cinco o seis”; pide que le dejen enviar algunos a la cárcel de Toledo, pero recibe una negativa: que se apañe como pueda. Cada cierto tiempo se informa al presidente del Consejo de Castilla. Desgraciadamente, nos falta la segunda pieza, así que no sabemos cómo terminó todo.

Como siempre en estos casos, además del asunto principal, se deslizan en los documentos frases que nos acercan a la vida cotidiana. Así, un testigo afirma que la noche de autos estaba de ronda, “yendo por la calle de la Paloma… tocando una vihuela” con otros amigos. A veces incluso podemos “oír” hablar a una persona de hace 120 años, como alguien que en la taberna exclamó “que como no fuese a segar el amo, que él no había de ir”. O bien otro que, al acercarse el criado del alcalde a un corrillo de personas, le espetó: “cuidado que se lo parles a tu amo, que ha de haber sotana… no saques el gallo y márchate a contar”. Frases que expresan muy bien la tensión que se vivió aquella noche en Macaraque.