SOBRE RUEDAS: INAUGURAMOS NUESTRA NUEVA EXPOSICIÓN

El próximo viernes 3 de mayo, a las 12’00 del mediodía se inaugurará la exposición “Sobre ruedas. Documentos sobre coches y carreteras en el Archivo Histórico Provincial de Toledo”, en nuestra Sala de Exposiciones. Se trata de una muestra de fotografías, planos y documentos relacionados con los coches y las carreteras desde finales del siglo XIX a nuestros días y conservados en el Archivo Histórico Provincial.

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El automóvil es, quizá, uno de los símbolos del siglo XX. Pocos inventos han cambiado tanto la vida de las personas, que dejaron de depender de la tracción animal, lenta y cara, disfrutando en su lugar de vehículos que se movían solos (esto significa la palabra “auto-móvil”) y que rápidamente abarataron tanto su coste de fabricación como de mantenimiento. Además, eran notablemente más rápidos y estables que el mejor de los caballos. Los tiempos de viaje se redujeron, los contactos de todo tipo se intensificaron y el horizonte vital de las personas se amplió de forma asombrosa.

El nuevo artilugio, sin embargo, necesitaba apoyo. No comía heno ni hierba, pero sí consumía gasolina, que era necesario acercar hasta sus propietarios. Y, sobre todo, para que pudiera desarrollar todo su potencial, necesitaba suelos estables y suaves. Así, los viejos caminos, mantenidos por los ayuntamientos, pronto fueron reemplazados, de manera gradual, por flamantes carreteras asfaltadas, construidas y planificadas por el Estado. Las técnicas de ingeniería viaria permitieron incluso aumentar la red de carreteras y hacerlas pasar por montañas y ríos hasta entonces infranqueables. Era la conquista del territorio.

La exposición ha sido organizada por la Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, con la colaboración de la empresa automovilística Motor Pacífico Toledo. Permanecerá abierta hasta el 15 de julio todos los días laborables de 10’00 a 15’00 horas, y los sábados de 11’00 a 19’00 horas.

LA ESTACIÓN DE TREN DE TOLEDO

En abril de 2019 se cumple el centenario de la finalización de la construcción de la actual estación de ferrocarril de Toledo, y a ella le vamos a dedicar nuestra entrada de hoy.

Vista general de la estación de Toledo

Conviene no olvidar que las primeras líneas férreas en España se realizaron por iniciativa de capitalistas privados, frecuentemente extranjeros, que proponían su trazado de acuerdo con sus intereses o expectativas. Uno de los más activos fue José de Salamanca, marqués del mismo título, quien en 1845 había conseguido la concesión de la línea Madrid-Aranjuez, que con el tiempo se prolongaría hasta Alicante. El marqué debió vender su participación en ella, pero para entonces había conseguido, en 1856, la concesión de un nuevo ramal que, partiendo del pueblo de Castillejo, llegase hasta Toledo con la intención de prolongarse hasta Extremadura por Talavera de la Reina. Esta prolongación no llegó a realizarse nunca, pero en junio de 1858 sí se inauguró el ramal y con él la primera estación de Toledo, con diseño del arquitecto Eusebio Page, muy cerca de la actual. A finales de ese mismo año la línea fue vendida a la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid, Zaragoza y Alicante (MZA) quien enseguida se desinteresó de la prolongación hacia el oeste, dejando la estación como final de un mero ramal, tal como hoy está. En la fotografía vemos la llegada de un tren a esta estación, en fecha indeterminada, probablemente a principios del siglo pasado; podéis verla en una reproducción de gran formato en nuestra Exposición Permanente.

Tren a vapor entrando en la estación de Toledo

Esta situación marginal motivó una cierta dejadez en la conservación de esta primera estación ferroviaria toledana. Incluso parece que el propio Alfonso XIII lo hizo notar en una vista a la ciudad en 1912, lo que motivó que la compañía se decidiese a construir un nuevo edificio, pensando más en la imagen que en la utilidad económica. El proyecto fue encargado a Narciso Clavería, arquitecto de la propia compañía y notable fotógrafo, quien invirtió cuatro años en la construcción, siguiendo un estilo neomudéjar que utilizaría también la llamada “estación de Madrid” de la localidad de Linares. La nueva estación de Toledo se inauguró el 24 de abril de 1919 y de esa época datan las fotografías que os ofrecemos del edificio, que son parte de un reportaje más amplio realizado por el gran fotógrafo y pintor Pedro Román.

Interior de la estación de Toledo

Desde entonces, el edificio ha sido ampliamente reconocido por sus cualidades artísticas, siendo declarado Bien de Interés Cultural en 1991, con una declaración específica para la verja de cerramiento, obra del forjador toledano Julio Pascual. En 2005 hubo de reformarse en profundidad por la sustitución del tren convencional por el de alta velocidad, pero se respetaron los elementos patrimoniales. En estos días, con motivo de su centenario, se realizan diversas celebraciones y actos, y además podéis encontrar más información en otro medios, entre los que os recomendamos esta exposición virtual preparada por el Archivo Municipal.

La procesión de Cristo Redentor y el orden público

Hoy el fondo documental que nos va a servir para introducir la Semana Santa toledana es el procedente de la Comisaria de Policía de Toledo, dependiente del Gobierno Civil hasta 1984. Para saber más acerca de su dependencia orgánica, el Censo Guía de Archivos de España e Iberoamérica contiene la historia institucional y la legislación reguladora de la Comisaría de Toledo http://censoarchivos.mcu.es/CensoGuia/fondoDetailSession.htm?id=634350

Entre otras funciones encomendadas a la policía, le compete salvaguardar el orden y la seguridad pública. Durante la etapa del franquismo, en Semana Santa se suspendían a partir de la tarde del miércoles todos los espectáculos: “incluso cabarets y similares, sin más excepción que algún concierto sacro y otros actos de índole análoga”. Así lo constatan una serie de oficios dirigidos por el Gobernador Civil al Comisario Jefe de la Policía, en los que comunican a éste, la orden procedente del Ministro de la Gobernación, por la que quedaría en suspenso cualquier celebración, desde las doce de la noche del miércoles al mediodía del sábado.

Dentro del mismo expediente, otros oficios intercambiados entre el Gobernador Civil y el Comisario Jefe, dan cuenta de la celebración de varias procesiones autorizadas en Toledo en aquella primavera de 1947: la de Nuestra Señora de la Soledad, el Viernes de Dolores; la de los Caballeros Penitentes de Cristo Redentor, el miércoles o la del Santísimo Cristo de la Expiración el Viernes Santo.

Respecto a la procesión de Cristo Redentor, una nueva orden del Gobernador, encarga al Comisario Jefe del Cuerpo de Policía, que disponga un servicio de vigilancia en el itinerario que ha de seguir la procesión de la Hermandad de Cabaleros Penitentes de Cristo Redentor, que saldría a las once y media de la noche del convento de Religiosas de Santo Domingo el Real, por aquel entonces, 2 de abril de ese año. Por último, los agentes informaron al día siguiente que durante el servicio efectuado esa noche no hubo novedad y la procesión anunciada se celebró sin incidentes: “la población observó tranquilidad, cerrando los establecimientos a la hora reglamentaria”.

Fue esta la primera vez que procesionó el Cristo Redentor, acompañado de su Capítulo de Caballeros Penitentes cuya hermandad estaba recién fundada, de hecho sus estatutos no fueron aprobados hasta un año después, en 1948. La fundación de esta hermandad se debió a Tomás Martín Ruíz y Cruz Loaysa, quienes localizaron en el Monasterio de Santo Domingo el Real, una escultura tallada en madera policromada que representaba a Cristo con la cruz a cuestas, y que había permanecido instalada en una hornacina del coro ocupando un lugar discreto.

La imagen de Cristo es una talla que fue donada al monasterio por el canónigo Antonio López Osorio en 1859, y que era expuesta en la iglesia, en el lado del Evangelio, el Jueves Santo. Esta talla escultórica del siglo XVIII es de autoría anónima, ha sido restaurada desde entonces en dos ocasiones. De ella conservamos algunas fotografías en nuestra colección Rodríguez, en una de ellas, la imagen luce una túnica y en otra aparece al descubierto, lo que no es habitual para quienes sólo la han contemplado en su recorrido procesional.  Desde el año 2013 la imagen fue cedida al Capítulo de Caballeros por las religiosas dominicas. Para ahondar en más conocimientos sobre la imagen, la procesión y la hermandad, su web contiene detallada información histórica que merece ser consultada, basada en la obra de J. J. Peñalosa: Capítulo de Caballeros Penitentes de Cristo Redentor. Síntesis histórica. http://cristoredentortoledo.org/

La procesión que realiza su recorrido en vía crucis, queda realzada por el entorno arquitectónico que añaden las calles de Toledo y refuerza su solemnidad. La caracteriza el silencio, no lleva acompañamiento musical alguno, únicamente se entona el canto del “Miserere Mei, Deus”, musicalización del salmo 51 o salmo de David del Antiguo Testamento, que añade recogimiento al que ya es habitual en las procesiones de Semana Santa. Este canto a la piedad divina para que limpie al hombre de pecado, le confiere un marcado ambiente espiritual creado por la entonación del salmo por un coro de voces masculinas. De este modo el capítulo de caballeros conduce a la imagen del Cristo Redentor por las calles, encabezada por la cruz de guía procesional y por los redobles de un único tambor. El hábito de los penitentes de túnica blanca y capucha negra, puede apreciarse en otra de nuestras fotografías de los años 60 del pasado siglo.

El recorrido procesional presenta en la salida de la iglesia del Monasterio de Santo Domingo el Real, momentos de especial intensidad, por el marco en el que está situado con apertura a la plaza del mismo nombre. La imagen asciende y aparece bajo el singular pórtico escalonado,  edificado conforme al lenguaje renacentista de los órdenes clásicos, -composición arquitectónica de formas depuradas y líneas netas-, posiblemente levantado antes que el templo, que data en torno a 1575. El monasterio está habitado por las madres dominicas que viven bajo clausura desde su fundación en 1364. Ubicado en la zona de los cobertizos y rodeado por otros monasterios y conventos de distintas órdenes regulares, es un foco de la vida espiritual de Toledo. Estos remansos de paz que son los monasterios de clausura y que afortunadamente aún perviven en nuestra ciudad, es preciso mantenerlos y valorarlos como esencia del pasado pero con proyección de futuro.

 

 

A JUICIO POR COMER PESCUEZO

Tradicionalmente, el tiempo de Cuaresma es un tiempo de penitencia y austeridad antes de la Pascua de Resurrección. Por eso, la Iglesia ordenaba, entre otras cosas, abstenerse de comer carne los viernes de esta época del año. Este precepto sigue siendo muy conocido, pero no lo es tanto que, durante mucho tiempo, también se prohibía comer carne los sábados en general. El presbítero José Ortiz Cantero, en su “Directorio catequístico” de 1766 dice que este precepto se introdujo en España nada menos que en tiempos del rey Fruela, pero que había caído en desuso y en 1745 fue derogado ya formalmente para toda Castilla. Diferentes sínodos regionales del siglo XVI y XVII insisten en su cumplimiento, señal de que este era más bien relajado. Pero esto no significa que las autoridades eclesiásticas no lo tomasen en serio, como muestra el documento que presentamos hoy.

"Executoria para poder comer pescuezo en sábado"

Se trata de un expediente que incluye copias auténticas de dos documentos de 1641 con los que se termina un pleito entre el fiscal del Arzobispado y el concejo de San Martín de Pusa sobre que los vecinos de este lugar comen pescuezo de reses en sábado, contraviniendo la norma canónica. Los documentos en cuestión son la carta ejecutoria y la carta librada (es decir, el documento que ordena que se cumpla la sentencia y el que copia la misma sentencia), ambos firmados por el que ejerció de juez en el pleito, el Vicario e Inquisidor General de la diócesis, Andrés Fernández de Hipenza. Por cierto que este Hipenza sería poco después nombrado obispo de Yucatán, en México, cargo que no llegó a ejercer más que unos días en octubre de 1643 antes de morir.

Fragmento de la ejecutoria del pleito

Pero procedamos con orden. Ya en noviembre de 1613 el vicario de Talavera había amonestado a los sanmartileños por este mismo motivo. Pero, como denuncia el fiscal, “sin embargo los susodichos proceden y continúan  en comer los pescueços de carneros, bacas y demás reses que se matan para el abasto de la dicha villa”, por lo que pide se haga investigación. El Vicario General comisiona para ello al presbítero Pablo de Castropérez, receptor de la audiencia arzobispal, quien, después de una breve pesquisa, cita a los dos regidores de la villa y al “contador en la carnicería” para que acudan al juicio. Los representantes municipales reconocen entonces abiertamente la situación: en el pueblo se venden y se comen los pescuezos de los animales los sábados “por ser como era lugar muy desacomodado, que no ay qué comer ni alcançan pescados, y esto era de muchos años a esta parte”. La referencia a los pescados se entiende porque este alimento solía ser el sustituto habitual de la carne en los días de abstinencia. El fiscal insiste en el desacato que han cometido respecto de la sentencia de 1613, pero los regidores se defienden alegando que en esos casi treinta años “sin contradiçíón alguna se han comido los dichos pescueços”, e insistiendo en que lo hacen “por ser la villa de más de doscientos vecinos y no haber otro sustento que poderles dar”.

Fragmento con la firma del notario y del juez apostólico

Fernández de Hipenza dictó sentencia el 6 de junio de 1641, absolviendo por completo al concejo de San Martín, en atención a su costumbre inmemorial. Aunque el fiscal protesta de apelar a Roma, en realidad no llegó a hacerlo y, pasados los plazos legales, se expidieron tanto la ejecutoria como la “carta inserta” con la copia literal de la sentencia. Y los vecinos del señorío de Valdepusa pudieron seguir comiendo su carne de pescuezo en santa paz.

UN AYUNTAMIENTO NUEVO PARA GÁLVEZ

En el folio 43 del protocolo correspondiente a los años 1772 a 1774 de Vicente Fernández Reina, notario de Gálvez, se lee: “Lorenzo Gómez, procurador síndico de esta villa, ante V.M. como mejor proceda, parezco y digo: Bien consta a V.M. lo estrechas y destrozadas que actualmente se hallan las casas del ayuntamiento, carnecerías, escuela de primeras letras, tiendas de abacería y taberna, fragua y cárcel, de modo que se hallan casi inhabitables por su próxima ruina, y que si llegase el caso de suceder el general desplome que están amenazando seria, sobre muy sensible, más costoso que al presente…”. Por ello, pide a los regidores de la villa que aprueben el presupuesto y plano que adjunta para levantar un nuevo edificio que albergue todos los servicios citados. La fecha es el 3 de agosto de 1771.

La petición se acompaña, como ella misma dice, de varios documentos técnicos. Así, el reconocimiento de la situación actual y las condiciones de las obras necesarias, incluyendo su tasación, junto con el plano del edificio que se pretende hacer, todo ello obra de “Alexandro Francisco Pascual, maestro de obras y alarife de la ciudad de Toledo y vecino de ella”, quien terminó los documentos el 23 de julio. Generalmente se conservan solo las condiciones de la obra, pero en este caso, excepcionalmente, conservamos también el plano, realizado a todo color con la pulcritud de la época. Por cierto, obsérvese la importancia dada al archivo municipal.

Protocolo 9522

La construcción es sencilla. En la planta baja hay tres estancias: el archivo, la Sala de Audiencia y las Carnicerías. En la planta alta no parece haber más que un corredor. Los detalles aparecen en el documento de condiciones. Nos fijaremos solo en lo que dice respecto de la escuela: “que por no tener más que un portalito pequeño que tienen que salir a la calle, y en éste no tiene proporción para que el maestro viva y habite, de que ha resultado no querer hacer parada ningún maestro”; por tanto, la construcción de una escuela permitirá, además de unas correctas condiciones para los alumnos, que el maestro se anime a instalarse en el pueblo; se propone que se utilice un sitio junto al pósito. Toda la obra costaría casi 40.000 reales de vellón.

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Pero las cosas no fueron tan fáciles. En primer lugar, el Consejo de Castilla no autorizó la obra de las escuelas por la situación económica del ayuntamiento. En segundo lugar, se añadieron a posteriori nuevas obras para que hubiese soportales donde se refugiaran los vendedores, puesto que, al tener que quedarse a la intemperie, no acuden a la villa, provocando algunos problemas de abastecimiento. Con estos añadidos, ningún maestro quiso realizar las obras, pese a que se pregonaron por tres veces en Toledo, Cuerva, Mazarambroz, Ventas con Peña Aguilera, Ajofrín y San Pablo de los Montes, “donde hay maestros”. Hubo, pues, que volver a tasar la obra con los añadidos, quedando ahora fijados en algo más de 47.000 reales. Por esa cantidad, acudieron a realizarlas los maestros toledanos Gregorio del Campo, albañil, y Esteban Mazarracín, carpintero, cuyas firmas aparecen al pie de su oferta.

El contrato se firmó finalmente el 8 de abril de 1772, y las obras estaban terminadas en diciembre del mismo año. El propio Alejandro Pascual reconoció su corrección, e incluso que se habían realizado mejoras no previstas por valor de 1.500 reales. Una placa, que se conserva todavía en su fachada, confirma el año de ejecución. Así se terminaron de construir las casas consistoriales de Gálvez.