TRISTÁN, EL DISCÍPULO DEL GRECO

Luis Tristán es, quizá, el más conocido de los discípulos del Greco. No sabemos con precisión ni la fecha ni el lugar de su nacimiento, pero debió ser hacia 1585 no muy lejos de Toledo, ciudad donde pasó casi toda su vida. Hijo del artesano y mercader Domingo Rodríguez, parece estar mucho más unido a su madre, Ana de Escamilla, cuyo apellido utiliza en ocasiones y a quien ayuda en 1618 con su aval económico cuando ella va a alquilar el “mesón de la fruta vieja”, cerca de la iglesia de San Nicolás. Por cierto, que el apellido Tristán, que también utilizan sus hermanos, quizá fuese el segundo de su padre.

Para entonces Luis ya era un pintor de renombre. Había entrado en el taller del Greco hacia 1603 y pronto llamaría la atención de su ilustre maestro, entablando una sólida amistad con su hijo Jorge Manuel Theotocópuli. Se suele considerar que su estilo adquiere personalidad propia después de un viaje a Italia hacia 1610-1611. Al poco de regresar recibió el encargo de varios lienzos para el monasterio de la Sisla; aquí os mostramos el contrato, que incluía un espléndido “Calvario” hoy en el Museo del Prado.

Documento antiguo con firmas

Bien, pues nada más recibir este que fue su primer encargo importante, se prometió en matrimonio con Catalina de la Higuera, y firmaron ante notario la correspondiente promesa (en realidad, solo firmó él, porque ella no sabía escribir). Como vemos, en todas las épocas para casarse hace falta antes tener relativamente asegurado el sustento. Y bien que lo tenía, porque ya hemos visto que avaló a su madre en 1618, en 1619 contrató a su primer discípulo conocido, Pedro de Camprobín, y tres años después aceptó a otro, llamado Bartolomé García. Os mostramos el final del contrato de aprendizaje del primero.

Documento antiguo con firmas

La consideración de Luis Tristán entre los especialistas ha sido variable, casi contraria a la de su maestro. En efecto, durante los siglos XVIII y XIX fue muy apreciado, en parte porque se consideraba que “corregía” los “defectos” del Greco, pero después, de forma paralela a la revalorización de su maestro, cayó en cierto desprecio, como si su pintura fuese una mala imitación de la del cretense. Hoy, sin llegar a tenerle por ningún genio, se le considera un gran pintor, buen ejemplo del arte del Siglo de Oro.

Documento antiguo con firmas

Tristán murió joven, en 1624, de manera que el catálogo de sus obras conocidas no es muy extenso. Conservamos en nuestro archivo su testamento, fechado el seis de diciembre de ese año, en el que ejerció como testigo el propio Jorge Manuel, que es el único que firma el documento, además del notario. No deja de resultar triste que el mismo Jorge Manuel tuviera que ejercer de testamentario de su padre y de su amigo en el plazo de diez años.

LAS CARTAS DE UNAMUNO

¿Por qué unas cartas de Unamuno en nuestro archivo?

El 28 de julio de 2018 nuestro director publicó un post sobre uno de nuestros fondos, de los más reducidos en volumen, pero no en importancia, el fondo, más bien colección, de Rafael Altamira y Crevea, (1866-1951). Recordando unos cuantos datos suyos: fue jurista e historiador, además de senador y figura de gran trascendencia en la escena cultural y política de nuestro país, vivió exiliado desde 1936 hasta su fallecimiento.
A nuestro archivo llegó una colección de 71 documentos, que componían la correspondencia de Rafael Altamira con determinados personajes de la vida universitaria, cultural y política del momento. Ocho de ellos son cartas escritas de puño y letra de Miguel de Unamuno fruto de su relación de amistad entre ellos, en las que tratan lo profesional, lo personal y hasta lo espiritual.
Más conocida es la figura de Miguel de Unamuno 1964-1936, escritor y filósofo, miembro destacado de la generación del 98, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, realizó su tesis “Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca”. Podría definírsele como vasco españolista, su postura le llevó a polemizar con Sabino Arana, pionero del nacionalismo vasco, pues no creía en el bilingüismo del euskera y el español. Ostentó el cargo de rector de la Universidad de Salamanca en tres ocasiones, la primera a la temprana edad de 30 años.

Vamos a revisar tres de esas cartas: una de 1897 y dos de 1898 fechadas en Salamanca donde estaba ejerciendo sus enseñanzas desde la Universidad.
En estos años que las escribe, Unamuno estaba sufriendo una gran depresión de tipo personal y religiosa entre otras causas por la enfermedad incurable de su hijo Raimundo, en ese momento también había abandonando el partido socialista al que perteneció desde 1894. Del estado de su espíritu se hacen eco sus escritos, en la carta de 14 de marzo de 1897, dice: “Estoy pasando un gran crisis espiritual. Hace tiempo que no sentía con tanto movimiento por dentro. Preveo que es la muda, y quiera Dios que sea en bien”.
Y así en la de 11 de octubre de 1898 refiere a Altamira:
“Recuerdo que en una de sus cartas me aconsejaba usted que me dedicase a los trabajos de erudición y de investigación. Intento hacerlo sin lograr conseguirlo. No gozo de la serenidad de ánimo que para ello hace falta, preocupaciones de orden familiar me embargan más cada día”.
Más adelante prosigue:
“Y siempre, siempre, siempre oyendo el perdurable rumor de la aguas profundas de mi espíritu, el eco de mi niñez recogida y algo triste, y siempre con la obsesión de la muerte sobre el alma…. pero ¡me vendría tan bien una compañía de personas como usted!. Es, por otra parte, una desgracia el haber nacido en un país y en una época en que las aptitudes que pueda uno tener son de las que el país ahora no necesita. Estoy persuadido de que España necesita poco de lo que yo pueda hacer y de que no puedo hacer bien otra cosa. Si pudiera emigraría seguro de que mi país nada perdía con ello y yo tal vez ganase. Pero ¿quién sabe?. Me haría mucho su serenidad de usted, su fe en el trabajo, su disciplina para la investigación pero no lo logro”.

En 1897 había publicado su novela Paz en la guerra que se desenvuelve durante la tercera guerra carlista, que él conoció en su niñez, en su trasfondo plantea la relación del yo con el mundo, condicionado por el conocimiento de la muerte.
En la misiva de 14 marzo 1897 pregunta a Altamira qué le pareció la novela “Celebraré lo que me diga de mi pobre novela, que no sé qué suerte irá corriendo por el mundo.
Un año después, el 9 de abril de 1898 dice en otra de ellas: “Una de las cosas con que menos tino llevé a cabo el editar mi novela fue el reparto de ejemplares de regalo y propaganda, como me ha demostrado el resultado de los más de 100 ejemplares así distribuidos. En el carnet donde llevo cuidadosamente registrada la experiencia de mi primera publicación – de que estoy satisfecho- figuran ya muchas notas a ese respecto”.
Y meses después, en octubre del mismo año: “El ensayo de mi novela me salió bien; gané con aquello, y si hoy me encontrase en situación análoga repetiría el ensayo, publicaría algo por mi cuenta”.
Las cartas mencionan otros muchos detalles de tipo profesional sobre los trabajos lingüísticos de Unamuno y la actividad académica de ambos, en ese momento Altamira era docente de la Universidad de Oviedo y a la sazón también allí era catedrático Leopoldo Alas Clarín. Sobre éste último le dice Unamuno a Rafael Altamira: “A ver si en Oviedo endereza usted a Clarín, que anda algo torcido y perdido… del genus irritabile litteratorum”.
La carta de 11 de octubre de 1898 finaliza así: “Usted sabe, amigo Altamira, que a pesar de no haber tenido tiempo de intimar directamente face à face, le tiene como a una de sus mejores amigos. Su afecto. Miguel de Unamuno”.
Y a modo de postdata: “Ahora me dedico bastante al dibujo, arte en que me he ejercitado durante doce años y en que creo poseer alguna destreza, y es fácil, que pronto me lance a publicar dibujos o artículos ilustrados por mí mismo (siempre d´aprés nature, pues no dibujo jamás de memoria). Don Miguel era un buen dibujante, aprendió dibujo en Bilbao con el pintor y paisajista Antonio Lecuona, según afirmaba él mismo, su falta de dominio sobre el color, le hizo desistir de una carrera artística.
Las cartas que conservamos son sólo una reducida muestra de la relación epistolar entre ambos, debió ser abundante la correspondencia mantenida por ellos. Se han publicado otras misivas escritas de estas mismas fechas, incluso con días de diferencia, en las que menciona los mismos asuntos, sobre la novela o su crisis personal. Se conocen varias, dispersas actualmente en distintas instituciones, contrastando todas ellas se podría seguir la secuencia y frecuencia de su comunicación.
El periódico El País, publicó el contenido de dos cartas más procedentes de la Residencia de Estudiantes que están relacionadas con las nuestras: https://elpais.com/…/2…/03/12/cultura/1047423604_850215.html.
La biblioteca virtual Miguel de Cervantes, recoge en digital otra muy cercana en fecha, del 26 de marzo 1897, en la que Unamuno habla también de Clarín. Esta carta pertenece al “Legado Altamira”, del Instituto Jorge Juan de Alicante, que conserva el acervo documental allí depositado por voluntad del propio Rafael Altamira: http://www.cervantesvirtual.com/…/carta-de-miguel-de-unamu…/
Por último decir que La Casa Museo Unamuno http://unamuno.usal.es/autor.html es otra fuente de documentación relativa al escritor que conserva más correspondencia.
Retrato de Unamuno realizado por Ramón Casas http://www.swarthmore.edu/Humaniti…/…/espanol_11/unamuno.htm

EL COHETERO

El documento que esta vez nos ha llamado la atención es un breve proceso judicial que solo contiene el pedimiento (es decir, la petición al juez) y el auto judicial, sin que parezca que se hayan realizado mayores diligencias. El solicitante es Sebastián Fernández, vecino de Talavera de la Reina y maestro cohetero de profesión. Según declara, a mediados de mayo de 1752 dos vecinos de Herrera del Duque (Badajoz), criados de don Francisco Chacón, don Manuel Ortiz de Salceda y don José Romero, “llegaron a mis casas con Joseph Muñoz, mi convecino, y por medio de él se ajustaron a una partida de cohetes y un árbol en precio de cuatrocientos y veinte y cuatro reales, siendo de su cuenta el conducirlo y costearlo y de la mía enviar un oficial que lo disparase para el día veinte. Y con efecto los dos referidos cargaron y se llevaron toda la volatería y ruedas y dejaron los varales del árbol para que mi oficial se lo condujese. Y caminando este el día 18 por el sitio de Juarránquez, camino de dicha villa, le robaron la caballería y pólvora y le maltrataron”. En cuanto se enteró, Sebastián dio aviso a la Santa Hermandad y también pidió que se le pagasen 224 reales por la pólvora y las varas perdidas. Como su petición no fue atendida, “y sucede hallarse en esta villa un criado de los tres referidos mayordomos para quienes se ajustó y remití la pólvora”, pide que se le retengan sus caballerías en prenda de la cantidad debida. Así lo ordena el teniente de corregidor de Talavera el 26 de mayo de 1752, y el asunto parece terminar ahí.

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Algunos de vosotros quizá hayáis caído en la cuenta del año de este documento, 1752, el año de realización del Catastro de Ensenada que, como sabéis, se conserva en nuestro Archivo. No podíamos dejar pasar la ocasión de buscar ahí a nuestro artificiero. Efectivamente, en la “Relación del vecindario” de este Catastro encontramos a nuestro hombre viviendo en el Barrio de la Trinidad, al nordeste de la villa. En el “Libro de familias”, se nos informa de que Sebastián tenía 36 años de edad y vivía con su mujer, Antonia Martín, diez años menor, junto con una sobrina huérfana llamada Catalina Martín, de quince años. Y, en fin, en el “Registro de haciendas del estado seglar” encontramos a “Sebastián Fernández de la Cruz, polvorista”, al que se le han estimado unos rendimientos de 2.200 reales de vellón “por su industria en su oficio de cohetería”, además de su jornal, sin que tenga tierras de su propiedad. Es la misma cantidad que gana, por ejemplo, la matrona de la villa. No es de extrañar, pues, que Sebastián reclame una pérdida que supone el 10 % de todos sus ingresos anuales. Podemos decir que, según el mismo Catastro, había en la villa 5 maestros polvoristas, tres oficiales y ningún aprendiz; los maestros ganaban 7 jornales el día que trabajaban, y los oficiales 4 y los aprendices 2.

Y, una vez que sabemos todo lo que se puede saber de nuestro maestro cohetero talaverano, volvamos al documento judicial, que todavía nos dará algunos otros detalles jugosos. No dejéis de observar que los vecinos de Herrera del Duque hicieron un camino de más de cien kilómetros (bastante inseguro, como vemos) para buscar a un buen cohetero para sus fiestas, lo que dice mucho de su prestigio. Se insiste en que el entramado debe ser manejado por un oficial competente, y se aluden a detalles técnicos como los árboles, varas, ruedas y “volatería”. Y es que, aunque el documento no lo indica, el espectáculo estaba destinado a las fiestas de la Santísima Trinidad, que todavía hoy se celebran y que ese año cayeron, efectivamente, el 20 de mayo. Pero en 1752 los salteadores de caminos los dejaron sin fuegos artificiales.

CALERA EN 1712

Hoy os queremos presentar un documento que casi sería inservible si no fuese porque ha conservado su fecha y su lugar de redacción, aunque ha perdido su principio y su fin. A primera vista no es más que una lista de personas, precedidas de su calificación socioeconómica, empezando abruptamente con Luisa Fuente Ruda, calificada como “mendiga”. Le siguen tres jornaleros: Sebastián de Mata, José Muñoz Serrano y Francisco de Ayala, y continúa la lista mencionando una “casa arruinada de las ánimas del P[urgatorio]”. En la página siguiente empezamos a encontrar a los vecinos agrupados por las calles en donde viven: calle del Torrico, “Prosigue la cañada” y, más adelante, la calle del lagar Viejo, la calle de San Pedro, calle de Chozas, segunda calle de Chozas, la Plaza y la calle de las Carnicerías.

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Es evidente que estamos ante el borrador de algún tipo de censo o padrón de vecinos, muy  probablemente con intención fiscal. En efecto, era habitual que en los lugares pequeños se mantuviesen listas de vecinos preparadas para ser actualizadas cuando la Hacienda real exigía impuestos. Este debe ser el caso de nuestro documento.

 

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Pero lo que le da valor es que en una de sus páginas aparece la fecha y el lugar: Calera, 24 de julio de 1712. Se trata, pues, de una relación de vecinos del lugar de Calera, hoy Calera y Chozas, cerca de Talavera de la Reina. Y la fecha nos sugiere que estamos ante un borrador realizado para la elaboración del llamado “Vecindario de Campoflorido”, realizado en 1717 por el marqués de este título, Consejero de Hacienda de Felipe V, pero encargado cinco años antes por su antecesor, el obispo de la Gironda. Se considera el último de los censos de población antiguos, antes de que el siguiente, el famoso “Catastro de Ensenada”, viniese a revolucionar la forma de contabilizar súbditos con fines fiscales. A diferencia de este, aquí solo se pretendía recoger el número de vecinos pecheros, es decir, obligados a pagar impuestos, ignorando al resto de la población y también las posesiones de cada cual. El resultado final de este “Vecindario” es una relación de todas las poblaciones de la España peninsular, excepto País Vasco y Navarra, con su correspondiente número de vecinos pecheros, si bien los expertos lo consideran poco fiable. Se conservan dos ejemplares, uno en la Biblioteca Nacional y el otro en la Biblioteca Menéndez Pelayo, el primero de ellos digitalizado por el Instituto Nacional de Estadística.

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Sin embargo, nuestro borrador aporta mucha más información que el mero número de contribuyentes. Las calificaciones socioeconómicas presentan claramente a una población empobrecida, sin duda por las consecuencias de la guerra de Sucesión, aún en marcha. La gran mayoría de los censados se califican de pobres o mendigos, y hasta de “muy pobre”. Otra alta porción son jornaleros, algunos de ellos con profesión específica, y abundan también las referencias a casas cerradas o arruinadas. En cuanto al resto, los “útiles”, encontramos cuatro clérigos (un fraile trinitario, un clérigo de menores y dos presbíteros) y algunas personas aparentemente acomodadas: doña Úrsula, viuda de don Lucas (¿?) de la Llave, el alcalde “con labor” Francisco Moreno Calderón y el “teniente comisario general” Juan Enrique de Montalvo, calificado como “forastero”. Hay otro forastero, llamado Blas Garrido. Los demás son un puñado de profesionales y artesanos: varios labradores con sus minúsculos rebaños de ovejas y cerdos, un herrador, dos arrieros, un maestro carpintero, el notario Francisco Gil de Prado, el escribano del Ayuntamiento, un cirujano, un confitero, dos mesoneros y los “obligados” (es decir, arrendatarios) de las carnicerías y las tenerías. Y, por fin, aparece una curiosa “Casa de las Guelgas [sic] de Burgos en que bive Alfonsa Sánchez, su ospedera”.