LA CARRETERA DE MORA

En estos días de muchos movimientos por carretera queremos ofreceros algunos documentos sobre la construcción de una de las principales carreteras de la provincia, la antigua C-400, que unía Toledo con Alcázar de San Juan. Hoy se corresponde, en gran medida, con la A-40, llamada “Autovía de los Viñedos”.

Las primeras noticias que tenemos de esta vía corresponden a su tramo desde Mora hasta Madridejos, proyectado en 1860. Pero, como veis en el esquema general, estaba ya previsto prolongar la carretera hasta la capital provincial. Sin embargo, las previsiones en materia de infraestructura siempre son a largo plazo: la carretera de Toledo a Mora no se proyectó hasta 1889 (su autor fue Emilio Grondona, al que conocemos por haber intervenido en el Puente de Hierro de Talavera de la Reina), y todavía hubo de reformarse, de manera que la obra definitiva no empezaría hasta 1896. En el proyecto se incluye un croquis de las carreteras y los ferrocarriles de la provincia en ese momento que nos permite comprobar que, salvo algunos detalles, el mapa de comunicaciones de Toledo ya estaba fijado hace más de 120 años.

Plano del trozo inicial de la carretera de Toledo a Mora
Plano del trozo inicial de la carretera de Toledo a Mora

Quizá el tramo (“trozo”, dicen los documentos) de esta carretera donde más variaciones haya habido es precisamente la salida de Toledo, sobre todo por la construcción de la Academia de Infantería. Como podéis ver, la idea original era rodear el Castillo de San Servando y avanzar desde ahí hacia Nambroca por lo que hoy son los terrenos militares. El proyecto menciona expresamente la antigua calzada romana y edificios hoy derruidos u olvidados, como la ermita de Santa Ana o la Venta del Macho. Si queréis saber algo más sobre estos dos edificios, esta entrada del blog Toledo Olvidado está dedicada a Santa Ana, mientras que la venta del Macho aparece probablemente en un cuadro de Aureliano Beruete denominado “La venta del Castillo”, pintado en 1911 y hoy en el Museo del Prado.

Contamos también con dos fotografías del fondo Rodríguez, que retratan este tramo del camino, que no llegó a ser carretera, justo a la salida del Castillo de San Servando. Ninguna está fechada, pero en una de ellas se pueden ver las obras de construcción del Hospital Provincial, de manera que debe situarse hacia 1930; la otra fotografía, peor conservada, ni siquiera muestra edificios todavía en la cumbre del cerro de Santa Bárbara, lo que la sitúa al menos en la década anterior.

Plano de la carretera de Toledo a Mora (detalle de Nambroca a Almonacid)
Plano de la carretera de Toledo a Mora (detalle de Nambroca a Almonacid)

Pero lo habitual es que las carreteras no hagan demasiadas innovaciones respecto de los caminos precedentes. Como se puede ver en el detalle del tramo de Nambroca a Almonacid, en realidad los ingenieros aprovechan los trazados de los caminos que comunican los diferentes pueblos desde tiempo inmemorial, suprimiendo curvas y allanando obstáculos, pero manteniendo la ruta en términos generales.

Esquema de la traída de materiales para la carretera de Toledo a Mora
Esquema de la traída de materiales para la carretera de Toledo a Mora

Por último, un detalle curioso para los profanos es el esquema de los lugares de donde se irá sacando el material para la construcción de la carretera, cuidadosamente anotado.

LA CASA DEL MÉDICO

Cuando llegan las vacaciones de verano hay algunos temas recurrentes en las conversaciones y los noticiarios. Uno de ellos es el estado de la sanidad rural. Es cierto que la atención sanitaria en localidades pequeñas tiene mucho margen de mejora, pero también hay que reconocer los esfuerzos de los poderes públicos desde principios del siglo pasado por acercar los médicos a los pueblos pequeños y por dotarlos de medios suficientes. Desde 1930 la sanidad rural se organizó en tres niveles: provincial, comarcal y local. En este último nivel se empezaron a crear “Centros Primarios de Higiene”, que tras la guerra civil fueron sustituidos por las “Casas del Médico y Centros Rurales de Higiene”.

Como sugiere su nombre, se trataba de unir en un mismo edificio la vivienda del médico y el consultorio local. En este ejemplo de Camuñas, el arquitecto Luis Calvo Huedo previó una casa de una sola planta, con un ala para cada función, de modo que comparten entrada pero luego un vestíbulo separa ambas partes.  

Aunque la primera Casa del Médico de España se construyó en Gallur (Zaragoza) en 1946, su extensión planificada no empezó hasta 1951. La Junta de Higiene Rural y Construcción de Casas del Médico de Toledo se constituyó en junio de ese año y enseguida empezó a informarse de la situación en cada ayuntamiento, a los que pedía que colaborasen cediendo el solar y parte de la mano de obra necesaria. Pero las necesidades eran muchas y los recursos escasos, como vemos en el caso de Villamuelas, donde el mismo arquitecto prepara un airoso proyecto casi idéntico al de Camuñas, pero seis años después aún no se habían iniciado las obras, para desesperación del médico allí destinado.

Mas no todo iban a ser fracasos. En muchos pueblos sí se construyó esta instalación, e incluso algunos de los expedientes elaborados al efecto en el Gobierno Civil muestran fotografías de las obras. Estas en concreto corresponden a La Nava de Ricomalillo y Santa Olalla y están fechadas respectivamente en junio y marzo de 1952. Además, se conservan presupuestos y recibos de los contratistas, así como la correspondencia cruzada entre el Gobierno Civil y los ayuntamientos sobre distintos asuntos, en especial dos: los costes del equipamiento o reparaciones necesarias, y si el médico paga renta por la casa o no lo hace. A partir de 1969 una nueva reestructuración administrativa trata de relanzar la construcción de centros sanitarios locales, pero esta vez los ayuntamientos interesados deberán aportar el 25 % del presupuesto de la obra, lo que superaba las posibilidades de muchos de ellos, sobre todo los más pequeños. Con el tiempo, muchas de las casas del médico han mudado su función, bien convirtiéndose en centros de salud (ya sin vivienda), bien destinándose a otros usos.

EL CASTILLO Y LA FÁBRICA DE CEMENTO

La fábrica de cemento Asland de Villaluenga de la Sagra es una de las infraestructuras industriales más importantes de nuestra provincia y sus instalaciones son visibles desde buena parte de la Sagra toledana. Se inauguró en febrero de 1928, con la presencia del rey Alfonso XIII y del dictador Miguel Primo de Rivera. Esta fotografía corresponde a ese momento, y junto con la presencia del rey y del Jefe de Gobierno encontramos al dueño de la empresa, el conde de Güell y marqués de Comillas y al arzobispo de Toledo cardenal Segura.

Fotografía de la inauguración de la fábrica Asland en Villaluenga de la Sagra (1928)
Fotografía de la inauguración de la fábrica Asland en Villaluenga de la Sagra (1928)

Pero donde hoy se levanta esta industria hubo antes un castillo, el castillo del Águila, del siglo XV, cuyos restos fueron demolidos para obtener los materiales necesarios para elaborar el cemento. La tesis doctoral de Juan Muñoz Ruano, leída el año 2000 en la Universidad Complutense de Madrid y de la que hemos obtenido la mayor parte de nuestra información, reproduce un fragmento de una ponencia de Julio Porres a la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo lamentándose de este hecho.

Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)
Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)

Además, esta tesis reproduce algunas fotografías de las ruinas del castillo poco antes de su demolición. El autor afirma que las fotos se las proporcionó la propia empresa Asland, pero nosotros hemos encontrado los negativos dentro del fondo “Rodríguez”. Contrariamente a lo habitual, las fotos aparecen datadas en mayo y agosto de 1925, hace prácticamente un siglo. Es evidente que Asland encargó al fotógrafo toledano tanto las fotos de las ruinas del castillo como algunas de la inauguración. Además, se conservan otras fotos de la misma fábrica, de época posterior, que demuestran la buena relación comercial entre ambas empresas.

Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)
Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)

Volvamos a nuestro castillo. Parece que fue construido hacia el último cuarto del siglo XV por Pedro de Silva, obispo de Badajoz, y a su muerte pasó a engrosar el señorío de su sobrino Juan de Ribera, señor de Montemayor. Seguía el tipo de casas fuertes, destinadas más a controlar a la población y recaudar los impuestos que a prevenir improbables ataques exteriores. No obstante, en 1521 sufrió los asaltos de los comuneros, pero resistió y, como premio, su dueño recibió el título de marqués de Montemayor.

Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)
Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)

En 1638 el V marqués de Montemayor recibió además el título de marqués del Águila, en alusión a este castillo; ambos títulos siguen unidos hasta hoy. A finales del siglo XVIII el castillo ya estaba abandonado y prácticamente en ruinas. La situación, como vemos, era la misma en 1925, lo que, sin duda, favoreció su demolición definitiva.

EL ROBO DE LA CARTA DEL EMPERADOR

El 8 de abril de 1962 era domingo y, como casi siempre, numerosos visitantes acudían al Museo del Hospital Tavera de Toledo. Esa tarde, al cerrar, la guardesa del lugar se dio cuenta de que faltaba una de las joyas de la institución, una carta del emperador Carlos V al entonces arzobispo de Santiago, Juan Pardo de Tavera. Inmediatamente avisó al administrador del edificio, quien interpuso la denuncia correspondiente. Poco tardó la Policía en localizar al autor, detenerlo y recuperar el valioso documento. De todo ello daba cuenta la prensa nacional, e incluso podemos encontrar una fotografía de la carta en cuestión.

En la imagen podemos leer con claridad la declaración del encausado en el Juzgado de Instrucción de Toledo, una versión que, obviamente, no convenció a nadie. Se decreta su prisión provisional pero, pocos días después, el juez decide ponerlo en libertad porque “es de presumir que el procesado… no tratará de eludir la acción de la justicia”. El correspondiente embargo de bienes tampoco puede hacerse “pues dada su condición de estudiante carece de bienes y metálicos, hallándose de pensión, ocupando una habitación solamente para dormir”. El funcionario que acudió a la pensión donde vivía en encausado fue el último representante de la Ley que lo vio. El juicio se celebró en septiembre de 1962 y el abogado aceptó sin discutir la petición del fiscal: tres meses de arresto mayor. Pero, para entonces José Luis (así se llamaba el interesado) había desaparecido. Se ordenó su busca y captura, se le buscó en las pensiones y casas particulares de Madrid y Barcelona donde había residido. Todo fue inútil. Puesto que el objeto robado había sido devuelto y no hubo mayores daños, suponemos que la investigación se dejó aparcada. Quizá José Luis aprovechó la libertad provisional para volver a México, donde vivía con sus padres, emigrantes oriundos de la provincia de Almería.

El expediente judicial nos ofrece algunos detalles curiosos. Así, se encargó un informe sobre huellas dactilares al Gabinete Central de Identificación Criminal de la Policía, que incluyó una fotografía de la vitrina donde estaba el documento y en la que se podía apreciar, a nuestra derecha y ampliándola, una huella que permitió ratificar la identificación del ladrón.

Informe de los calígrafos paleógrafos

Y, en fin, los archiveros tenemos la satisfacción de encontrar a dos de nuestros más ilustres colegas de la época, Luis Sánchez Belda y Antonio Matilla Tascón, actuando como “calígrafos paleógrafos natos” para declarar el inmenso valor cultural del documento y tasarlo en 5.000 pesetas de la época.