VENENO EN EL PAN

A finales de julio de 1833 Valeriana García, soltera y vecina de Villanueva de Bogas, de 26 años de edad, se encontraba en el “horno poyal” de su pueblo cociendo pan. Llegó su convecina Nicolasa Pérez de la Serna, criada de Juan Bautista Sánchez, que se dedicó a cerner la harina para hacer lo propio. Se encontraban allí también la hornera, otra vecina y su hija de unos siete años. Mientras esperaban que el pan de Valeriana terminase de hacerse, ésta propuso jugar al popular juego “de las treinta y una”. En un momento determinado, Valeriana provocó una cierta confusión que aprovechó para “echar mezclas de veneno” (en realidad, cal viva) en la harina de Nicolasa con la intención de dañar a su amo. Nicolasa no vio la acción de su vecina, pero sí se percató de la presencia de la cal entre su harina, y se armó el consiguiente revuelo.

Detengamos ahora el relato un momento para mirar alrededor. Fernando VII estaba agonizando y el país empezaba a sumirse en el desorden que pronto llevaría a la I Guerra Carlista. Caía el Antiguo Régimen pero aún no llegaba el nuevo, y esto puede aplicarse también al sistema judicial, que ya no se basaba en la confusión de poderes (por ejemplo, los alcaldes de los pueblos solían ser también jueces de la localidad) pero que tampoco contaba todavía con un sistema de juzgados independientes. Probablemente esto está detrás del hecho de que el incidente del veneno en el pan no se denunciase ante el alcalde de Villanueva de Bogas, sino que interviniese un “escribano cartulario” del cercano pueblo de Turleque, que creyó resolver el asunto con un rápido acuerdo entre las partes.

AHPTO 53834_21Pero no todo el mundo debió quedar satisfecho. Por vías que no se explican, el asunto llegó a oídos de la Audiencia de Granada, la antigua Chancillería, que ejercía como tribunal superior. Además de multar gravemente al escribano que se había extralimitado en sus funciones, la Audiencia ordena en junio de 1834 que se ocupe del asunto el “juez de letras más cercano”, que residía en Villatobas. El procedimiento duraría diez años largos y dejaría como rastro documental un voluminoso expediente de 750 páginas. Valeriana fue rápidamente condenada a seis años de cárcel, pero el proceso se alargó por las dificultades y subterfugios relacionados con el pago de las multas y los embargos de bienes, en un contexto de lo que hoy llamaríamos “inseguridad jurídica”.

Pero, entre tanto auto, declaración, exhorto, notificación, provisión y demás burocracia judicial, se cuelan sabrosos detalles de la vida cotidiana. Así, sabemos que en el horno comunal había siempre dos barajas de cartas para entretener las esperas y se mencionan los “torillos”, descritos como “cantillos de jugar los jóvenes”. También hay repetidas alusiones a la epidemia de cólera morbo que asola la zona y que llega a poner en cuarentena a pueblos enteros. Es curioso que, en un momento determinado, el juez ordena que Valeriana sea encarcelada en Villatobas, al no haber cárcel en su pueblo, pero al día siguiente es devuelta a Villanueva de Bogas, bajo una especie de arresto domiciliario, por la insalubridad de la cárcel “en la que enfermó un preso hace tres días con tanta gravedad que a las ocho horas murió”, motivo por el que el mismo juez había decidido liberar bajo fianza a todos los presos que en aquel momento estaban allí.

¿Y por qué quiso esta joven hacer daño a la casa de Juan Bautista Sánchez? Pues porque, algún tiempo atrás, éste había denunciado al padrastro de Valeriana porque sus caballos habían invadido una de las fincas de Sánchez. Una riña entre familias que derivó en algo mucho más grave, como muchas veces sucede.

Manuel B. Cossío y Rafael Altamira

Una de las exposiciones más interesantes que actualmente están abiertas en nuestra provincia es la que el Museo de Santa Cruz dedica a la figura de Manuel Bartolomé Cossío. Aprovechamos esta ocasión para ofreceros una carta que el propio Cossío dirigió a Rafael Altamira, y que se conserva en nuestro archivo dentro del pequeño fondo personal de este último.

La carta está fechada el 5 de diciembre de 1912, y en ella Cossío, entonces director del Museo Pedagógico Nacional y miembro del Consejo de Instrucción Pública, informa a Altamira, que era Director General de Enseñanza Primaria, de los costes de una compra de libros con destino a una serie de bibliotecas que no especifica (probablemente, bibliotecas escolares), así como sobre los presupuestos educativos en Portugal y en Italia. Obsérvese que Cossío tiene en cuenta no solo el coste de los libros, sino también el de las cajas que los contendrán, e incluso los detalles del transporte, lo que revela un profundo conocimiento del trabajo bibliotecario. Esta carta muestra la gran preocupación que ambos intelectuales tenían por el desarrollo de las bibliotecas en general, y las escolares en particular.

Este interés es una de las razones por las que hoy seguimos recordando a Manuel Bartolomé Cossío como una figura esencial de la llamada ”Edad de Plata” de la cultura española. Nacido en Haro (La Rioja) en 1857, fue uno de los primeros alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, y permaneció ligado a su fundador, Francisco Giner de los Ríos, hasta su muerte. Impulsor también del Museo Pedagógico Nacional y de las famosas “Misiones Pedagógicas”, es uno de los nombres capitales para la historia de la educación en España. Pero, además, Cossío fue un muy notable historiador del arte, y debe recordarse especialmente su labor de reconocimiento de la figura del Greco, entonces todavía considerado un pintor casi secundario. Cossío murió cerca de Madrid en 1935. Es curioso que se le suela nombrar por el apellido de su madre, e incluso se piense, equivocadamente, que “Bartolomé” es su segundo nombre.

En cuanto a Rafael Altamira Crevea, fue un eminente político, jurista e historiador nacido en Alicante en 1866. También ligado a la ILE, fue catedrático en las universidades de Oviedo y Central, además de convertirse en 1912 en el primer Director General de Instrucción Primaria. Contribuyó activamente a la creación del Tribunal permanente de Justicia Internacional de La Haya, donde trabajó hasta que la invasión nazi de 1940 le obliga a huir, primero a Bayona (Francia) y luego a Ciudad de México, donde moriría en 1951, después de haber sido propuesto dos veces para el Premio Nobel de la Paz.

Damasquinadores

En estos días se celebra en Toledo la Feria Regional de Artesanía, conocida por sus siglas de FARCAMA. De entre los artesanos de nuestra tierra, unos de los más característicos son los damasquinadores. El damasquinado es una técnica de orfebrería ornamental que, en esencia, consiste en incrustar hilos y láminas dorados sobre una base de metal, formando figuras y motivos decorativos. Aunque es conocido desde muy antiguo, la historia moderna del damasquinado en España empieza con Eusebio Zuloaga, abuelo de famoso pintor Ignacio Zuloaga. Este industrial, asentado en Éibar a mediados del siglo XIX, descubrió la técnica en una armadura procedente de Damasco (de ahí el nombre de la técnica), conservada en el Museo Real de Madrid, y decidió incorporarla a su negocio de fabricación de armas. Su hijo Plácido la mejoraría notablemente. En 1875 algunos obreros de la fábrica de Zuloaga se trasladaron a Toledo al servicio de la Fábrica de Armas, y a partir de aquí el damasquinado arraigaría en la ciudad hasta hoy.

A mediados de los años de 1950 el turismo ya llegaba a Toledo de forma masiva, y los objetos adornados con damasquino eran, como hoy, uno de los principales recuerdos que podían adquirir. Con ocasión de ciertas denuncias relacionadas con la atracción ilegal de turistas a algunos de estos establecimientos (otro día os contaremos con detalle esta historia) en octubre de 1956 el Gobernador Civil ordena al Comisario de Policía que recabe de todos y cada uno de los damasquinadores de la ciudad una serie de datos: propietario de la industria, número de trabajadores, familiares que conviven con el dueño, impuestos que pagan, etc. Entre esos datos nos ha llamado la atención uno, el de la fecha de fundación del negocio. La inmensa mayoría declaran haber iniciado su actividad en los propios años 50, y son realmente muy pocos los que afirman haber empezado antes de la guerra civil. El más antiguo es el establecimiento de Dª Juana Garrido Muñoz, en la calle Carreteros, que afirma haber heredado el negocio de sus padres, quienes lo fundaron en 1888, es decir, poco después de que los obreros eibarreses trajesen la técnica desde el País Vasco hasta nuestra ciudad. Si no es la damasquinadora más antigua de Toledo, poco le falta.

La Guardia Civil

Esta semana, la Guardia Civil celebra los actos de la fiesta de su Patrona, la Virgen del Pilar, que este año tienen como centro la ciudad de Toledo. Con este motivo, os ofrecemos algunas fotos de este cuerpo policial que ha formado y forma parte de nuestro entorno, en especial en el campo.

Como es sabido, la Guardia Civil se creó en 1844 por iniciativa del II Duque de Ahumada. Desde el primer momento fue concebida como una fuerza policial, pero con una organización militar. Esta doble carácter, entre civil y militar, se mantiene hasta hoy. Combina la misión genérica de policía rural con algunas tareas específicas que han ido cambiando con el tiempo, desde el control de tráfico interurbano a la vigilancia aduanera. Y, como sucede con todas las policías, es aborrecida y admirada por igual, según las circunstancias de cada uno.

La primera de las fotos que os ofrecemos hoy nos muestra a un grupo de guardias civiles a caballo reprimiendo las manifestaciones que se produjeron en enero de 1934 en la plaza de Zocodover de Toledo con motivo de la llamada “revuelta del pan”.

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Pocos meses después el gobierno, entonces presidido por Alejandro Lerroux, del Partido Republicano Radical, organizó una serie de homenajes a la Guardia Civil para agradecerles su actuación en diversas algaradas, entre ellas la que hemos mencionado, pero también, y sobre todo, la rebelión de los mineros asturianos en octubre de 1934. La fotografía corresponde al homenaje realizado en Albacete el 15 de septiembre de 1935, durante el cual se entregó una bandera al comandante Molina, jefe del cuerpo en la ciudad. Además de los propios Lerroux y Molina, se pueden identificar en la fotografía al gobernador civil José Aparicio Albiñana y a la madrina del acto, Carmen Domingo. Señalemos que apenas diez días después Alejandro Lerroux dimitiría de su cargo de Presidente del Gobierno, y que nueve meses después este mismo comandante Molina encabezaría la sublevación contra la República en Albacete. En 2005, el periódico “la Verdad” elaboró una interesante crónica retrospectiva del acto.

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Con tensiones o sin ellas, la Guardia Civil siempre ha formado parte de las estructuras de poder, sobre todo en el nivel local. Dicho de otro modo: el jefe local del cuerpo siempre ha formado parte de las “fuerzas vivas” de cualquier pueblo, junto con el cura y el alcalde. Y aquí los tenemos a los tres, aunque no hemos podido identificar ni sus nombres ni el lugar, ni tampoco la identidad del otro caballero que posa con ellos. Como siempre, cualquier sugerencia al respecto será bienvenida.

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