RAFAEL ALTAMIRA EN EL AHPTO

Algunas veces, las formas en que los documentos entran en los archivos son realmente singulares, estropeando todos los esfuerzos de los archiveros por normalizar el ingreso de los documentos. Pero también es verdad que estos ingresos irregulares deparan algunas sorpresas muy interesantes. Es el caso del que denominamos “Fondo Rafael Altamira”.

Rafael Altamira y Crevea fue un jurista, político e historiador español, una de las figuras más relevantes entre los siglos XIX y XX en nuestro país. Nació en Alicante en 1866. A los 20 años se traslada a Madrid y entra en contacto con la Institución Libre de Enseñanza. Fue catedrático de Historia del Derecho en la Universidad de Oviedo, donde creó la “extensión cultural”, y luego de Historia de las Instituciones en la Universidad Central de Madrid. Ocupó el cargo de Director General de Enseñanza Primaria y también fue director del Museo Pedagógico. Al término de la I Guerra Mundial, participa en la puesta en marcha del Tribunal Internacional de La Haya, del que fue juez titular durante casi veinte años. En 1933 se le propuso para premio Nobel de la Paz. Exiliado tras la guerra civil, recaló en México en 1944 y viviría allá hasta su muerte en 1951.

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Rafael Altamira. Origen de la imagen: www.alicantevivo.org (https://bit.ly/2AaoodM)

En el AHPTO conservamos un conjunto de 71 cartas, billetes y tarjetas postales enviados por diversas personalidades a Rafael Altamira, entre los años 1889 y 1921. Entre los correspondientes de Altamira encontramos a Miguel de Unamuno, Eduardo Dato, Nicolás Salmerón, Américo Castro, Armando Palacio Valdés, Arturo Farinelli, Bartolomé Cossío, Claudio Sánchez-Albornoz, Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, el duque de Alba, Joaquín Costa, José Castillejo, Raymond Poincaré, Tomás Navarro Tomás y Antonio Cánovas del Castillo, entre otros. Su mera enumeración vale por toda una lección de historia intelectual y política de España.

A todo esto lo denominamos “fondo Rafael Altamira”, pero, técnicamente, es una colección. Un fondo documental es el conjunto de documentos recibidos o producidos por un organismo o persona a lo largo de su existencia y como consecuencia del desarrollo de sus funciones. Una colección, sin embargo, es un conjunto de documentos reunidos por cualquier otro motivo ajeno a su producción o recepción original. Es decir, el conjunto de los documentos producidos o recibidos por Altamira en su labor docente, científica y política constituiría su “fondo”. Pero lo que tenemos en el AHPTO es solo un grupo de cartas recibidas por nuestro personaje y, como veremos enseguida, seleccionadas por alguien desconocido, en un momento que ignoramos y con propósitos ignotos. Sea como fuere, estamos ante una colección, aunque por comodidad seguimos denominándolo “fondo”.

Pero lo sorprendente es que no hay constancia de que Altamira pasara por Toledo, salvo alguna visita esporádica. Entonces, ¿qué hacen aquí estos documentos? Lo cierto es que no estamos muy seguros.

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El conjunto ingresó en el AHPTO en mayo de 2001, de acuerdo algunas anotaciones internas, y a partir de aquí todo es un tanto misterioso. No hay constancia ni de la forma de entrega ni de su remitente. Parece que el conjunto pudo aparecer en alguna dependencia de la entonces Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla-La Mancha, con ocasión de algunos trabajos en su archivo, pero tampoco tenemos noticias ciertas al respecto, y mucho menos sobre quién pudo recolectar estos documentos, de dónde los sacó, con qué intención o en qué momento, ni tampoco cómo llegaron allí. El caso es que ahora están aquí estas cartas. Como ejemplo, os ofrecemos dos de ellas, muy diferentes, aunque ambas remitidas por dos personas que llegaron a ser presidentes de sus respectivas repúblicas: una civilizada invitación a comer con Raymond Poincaré en 1919, y un dinámico billete de Nicolás Salmerón sobre la organización de la actividad política republicana en Madrid en 1893. Sin duda, volveremos a este grupo de documentos más adelante.

Las casas del judaizante (II)

La semana pasada os presentábamos un interesante conjunto de documentos fechados en los primeros días de 1492 que nos cuentan los avatares de unas casas en la parroquia de Santa Leocadia de Toledo, propiedad del Hospital del Rey. Las casas estaban dadas a censo perpetuo a Juan de Toledo, escribano; de él pasaron a su hija Teresa y su yerno Juan Álvarez. Pero estos rompieron su contrato, de manera que el Hospital tuvo que buscar un nuevo inquilino, encontrándolo en Diego de San Martín, escribano de la Inquisición, que se quedó con la parte “nueva” de las casas. Pero también nos enteramos de que Juan de Toledo había sido condenado por judaizante, lo que explica las prisas de su hija y yerno y también la personalidad del nuevo ocupante de las casas.

También señalamos que, como casi todos los documentos de archivo, este expediente no tiene una apariencia demasiado atractiva, pero en cuanto se le dedica un poco de atención, encontramos varios detalles curiosos. Vamos a ver algunos.

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En primer lugar, detengámonos en el acto de toma de posesión de las casas, realizado el 5 de enero de 1492. Aquí aparecerá, además, la criada que, según todos los indicios, casi forma parte de la casa, aunque formalmente ella acepta seguir siendo la mantenedora en nombre de su nuevo amo; quizá no tuviera otra opción. En todo caso, se reúnen ante la puerta los representantes de la cofradía, encabezados por su mayordomo Pedro de Villarreal, junto con San Martín, y lo mejor es limitarnos a transcribir el documento, actualizando la ortografía. El mayordomo “lo metió dentro de ella” al nuevo poseedor, quien enseguida “en señal de posesión echó fuera de las dichas casas al dicho Pedro de Villarreal y a los que ahí estaban presentes, y a Juana, criada de Juan Álvarez Romano, que en las dichas casas estaba y moraba. Y cerró sobre sí las puertas principales que salen a la calle, y paseóse por las dichas casas de una parte a otra, y abrió las dichas puertas […] Y luego tomó por la mano a la dicha Juana y metióla en las dichas casas y dijo que él la ponía y puso dentro en ellas para que por ellas tuviese tanto cuanto su voluntad de él fuese. Y la dicha Juana así otorgó que las recibió y se obligó de las tener por el dicho Diego de San Martín”. Es casi una coreografía.

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De otras partes de los documentos entresacamos también algunos datos jugosos sobre la forma de reunirse de los cofrades responsables del Hospital. Las reuniones se convocaban el día anterior mediante una “cédula” que los porteros de la cofradía entregaban a cada cofrade en su propia casa. La reunión se realizaba “a campana tañida” y “entre prima y tercia”, es decir, entre las seis y las nueve de la mañana. En otro momento, Teresa Álvarez “por sí y en su ánima y en ánima del dicho Juan Álvarez de Toledo su marido, por virtud del dicho poder, juró en forma a Dios y a Santa María y a la señal de la Cruz atal como esta”; en la imagen podéis ver dibujada la cruz en cuestión. Por último, entre las condiciones que el Hospital pone para el nuevo poseedor de las casas está que no las pueda enajenar “a caballero ni a escudero ni a dueña ni a doncella ni a iglesia ni a monasterio ni a cabildo ni a cofradía ni a luminaria ni a cruzada ni a fraile ni a clérigo ni a monja ni a moro ni a judío”, solo a pecheros con bienes suficientes para pagar el censo.

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Los documentos están todos copiados a línea seguida en un cuadernillo de pergamino. Pero, al final, se le ha añadido otro documento posterior. A simple vista se aprecia que ya no está en pergamino, sino en papel (eso sí, papel de trapos, muy diferente a nuestro papel actual), y que la letra cortesana se ha transformado en lo que conocemos como “letra procesal”, de la que Cervantes afirma “que no la entenderá Satanás” (Quijote, I, XXV). Este documento data de marzo de 1596 y es el reconocimiento del censo que todavía se sigue pagando al Hospital del Rey por las casas de las que venimos hablando. Gracias a este documento sabemos que el ocupante de las casas en ese momento era Alonso de Herrera Nieto, quien a su vez las había comprado del famoso mercader Lorenzo Cernúsculo y su mujer Isabel de Guzmán. También conocemos con más precisión su ubicación, linderas “con una callejuela angosta que sube a la plaza de Juan de Padilla”, quizá la actual calle de Garcilaso de la Vega.

LAS CASAS DEL JUDAIZANTE (I)

En la exposición “De puertas para adentro”, que todavía puede verse en el Museo de Santa Cruz de Toledo, se incluyen tres documentos prestados por nuestro archivo. Ya dedicamos sendas entradas a dos de ellos, y hoy nos dedicaremos al tercero. Como pasa con muchos documentos de archivo, su aspecto no es especialmente atractivo, aunque llaman la atención el hecho de estar escrito íntegramente en pergamino, la primorosa letra cortesana o el elaborado signo del notario apostólico que lo redactó. Por cierto, que se puede apreciar a simple vista la diferencia entre una escritura realizada con calma y otra hecha a toda prisa.

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En realidad, se trata de varios documentos cosidos juntos formando un cuadernillo de 39 páginas. Algunos de ellos, a su vez, copian otros relacionados, con lo que el conjunto es de una media docena de documentos, todos fechados entre el 30 de diciembre de 1491 y el 5 de enero del año siguiente. Recordad que 1492, además del descubrimiento de América y de la conquista de Granada, es el año de la expulsión de los judíos.

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Bien, pues el resumen del asunto es el siguiente: el Hospital del Rey de Toledo tenía dos pares de casas, todas colindantes entre sí, en la collación de Santa Leocadia, dadas a censo perpetuo o enfitéutico a Juan de Toledo, que fue “escribano y lugarteniente de escribano mayor de los Ayuntamientos” de la ciudad. Un censo enfitéutico era la cesión de un bien (unas casas, en esta ocasión) a cambio de una cantidad fija para siempre, es decir, una especie de alquiler que hoy llamaríamos “de renta antigua”. En nuestro caso, el censo era de 3.700 maravedíes al año. Juan de Toledo había muerto y las casas, con su censo, pasaron a su hija Teresa Álvarez, casada con Juan Álvarez de Toledo, también escribano pero ausente de la ciudad. Pero este matrimonio no parece interesado en mantener esta situación y proponen al Hospital romper el contrato. El Hospital protesta porque “por estar agora las dichas casas mal reparadas, diz que… quieren fazer dexamiento dellas”. Sin embargo, llegan a un rápido acuerdo, y Teresa y Juan se desprenden de las casas en cuestión. Inmediatamente, el Hospital encuentra inquilino, pero solo para “un par de casas que son las nuevas que el dicho Juan de Toledo labró”. El nuevo arrendatario es Diego de San Martín, escribano de la Inquisición, quien pagaría por ellas 2.050 maravedíes.

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Parece un simple expediente de traspaso de inmueble con censo. Pero en un momento determinado se dice que las casas volvieron a posesión del Hospital “por causa e razón que el dicho Juan de Toledo fue declarado e condenado por el delito de herética pravedad”. En otras palabras, que era un judaizante y que fue condenado por la Inquisición, perdiendo todos sus bienes. No debe ser coincidencia que el destinatario final de estas casas (no todas, sino solo las “nuevas”) sea precisamente un empleado de la temible institución. Esto podría explicar también que su yerno no quisiese aparecer por Toledo en tiempos tan convulsos para los judíos y para todos los relacionados con ellos, enviando en su nombre a su mujer, hija del judaizante. Incluso en algunos documentos ni siquiera está presente la misma Teresa, sino que la representa su tío, el también escribano Fernando Rodríguez de Canales. Toda precaución debía parecerles poca.

Estos documentos ofrecen todavía algunos detalles curiosos, que, para no extendernos demasiado, dejaremos para la próxima semana.

HERMANAMIENTO CON TOLEDO DE OHIO

El  4 de julio es la fiesta nacional de los Estados Unidos, y con esta excusa vamos a recordar el hermanamiento de nuestra ciudad de Toledo con su homónima situada en Ohio. Ya mencionamos el tema al tratar de las respectivas universidades, pero ahora nos vamos a centrar en esta relación especial entre las dos Toledos.

Como es sabido, este hermanamiento entre ciudades fue el primero realizado en el mundo, y ha creado escuela. Hoy, solo la ciudad de Toledo tiene 11 hermanamientos similares, y en total, las ciudades y pueblos españoles están asociadas de este modo con otras 300 localidades en todo el mundo.

La iniciativa surgió del rector de la University of Toledo, Henry Doermann, que había visitado nuestra ciudad por primera vez en 1922. Por cierto, que fueron sus fotografías del escudo de armas de los Reyes Católicos en San Juan de los Reyes las que inspiraron el sello oficial de la universidad norteamericana. El rector encontró el apoyo, por un lado, del profesor de español Russell G.C. Brown, quien animó a sus alumnos a mantener correspondencia con estudiantes españoles, pero, por otro lado, de autoridades y personalidades de este lado del Atlántico, como el periodista Adoración Gómez Camarero, director de “El Castellano”, y el propio alcalde Guillermo Perezagua. En 1931 se constituyó el “Committee of Relations with Toledo, Spain”, que realizó su primer viaje a España en mayo de 1934.

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La visita, encabezada por el vicealcalde Charles D. Hoover, fue todo un acontecimiento, profusamente fotografiado. Por ejemplo, podemos ver a unos exultantes comisionados, en un magnífico automóvil y rodeados de la multitud frente a la Diputación Provincial; el primero del asiento de atrás es el vicealcalde Hoover, mientras que en la fila intermedia aparece primero el “President of the Managing Board” Stephen K. Manon, y junto a él al rector Dermann.

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Como es natural, se hizo coincidir su visita con la fiesta del Corpus Christi, que ese año fue el 31 de mayo; en la segunda fotografía hay un cartel que alude a esta circunstancia, además de apreciarse claramente la decoración característica de las calles toledanas en esa época. Los comisionados americanos no participaron propiamente en la procesión, sino que la contemplaron desde un  balcón en la plaza de Zocodover, como cuentan las crónicas periodísticas del día.

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Lo que sí ocurrió fue que la Cuesta de Belén perdió su tradicional nombre, al menos de forma oficial, para rotularse como “Calle de Toledo de Ohio”, acto para el que la calle se engalanó especialmente, con gran ambiente, como muestra la fotografía. Y, en fin, hubo los preceptivos actos oficiales, como la entrega de las llaves de la ciudad por parte del alcalde Perezagua al vicealcalde norteamericano.

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Estaba previsto que la parte española del Comité visitara Estados Unidos en 1937, pero la guerra civil lo impidió. El Comité prácticamente dejó de funcionar hasta que en 1958 en mismo profesor Russell Brown lo reactivo. Desde España recibió el apoyo precisamente de Pablo Rodríguez Dorado, el fotógrafo que, junto con sus hermanos, regentaba por aquel entonces el establecimiento fotográfico que lleva su apellido, y de cuyo fondo documental, conservado en el AHPTO, hemos extraído estas fotografías. Desde entonces, las relaciones entre las dos ciudades han sido continuas, en especial en los ámbitos educativo y cultural. En 1982 el Comité cambió su nombre por el de “Association of Two Toledos” que aún mantiene. Además, el archivo de esta asociación está depositado en la University of Toledo y puede consultarse una descripción en Internet.