Como sabéis, en una institución docente el “claustro” es la reunión de todos los profesores. Hasta el siglo XIX la palabra se utilizaba exclusivamente en las universidades y hoy todavía evoca el origen eclesiástico de estas instituciones. En la actualidad los claustros universitarios han modificado su significado y son los órganos de representación de todos los sectores de la comunidad universitaria, una especie de “parlamento” de cada universidad, pero durante el Antiguo Régimen eran reuniones cerradas, “clausuradas”, donde solo intervenían los doctores y los máximos responsables académicos. Por supuesto, sus reuniones quedaban formalmente reflejadas en los correspondientes libros de actas.

Como ya os hemos contado en alguna ocasión, la Universidad de Toledo se origina en el Colegio de Santa Catalina, fundado en 1485. Durante los primeros años, tuvo que ir afianzando su situación legal y su estructura interna y, así, no encontramos ninguna mención del claustro hasta 1557, más de setenta años después de su puesta en marcha. Aún más: el primer libro de actas del claustro no se inicia hasta 1575. Lo podéis ver en la imagen, con su cubierta de pergamino y sus refuerzos de cuero en el lomo, como era corriente en la época.

En este momento, el claustro de la Universidad de Toledo era bastante magro. En su primer acta, del 7 de abril, aparecen, en efecto, los que participaron en esa reunión: apenas 16 “doctores de la Facultad de Theología” presididos por el vicecancelario Alonso Velázquez. Además de este último, que era obispo de Osma, podemos destacar la presencia del célebre historiador Francisco de Pisa, del que existe un retrato realizado por El Greco, nada menos. En la reunión siguiente, el 21 de abril fueron 19 asistentes, y en la tercera, el 14 de junio, ya acudieron 24 doctores y 17 “maestros”.

El claustro era el lugar donde se debatía prácticamente cualquier asunto. Por no salir de estas tres primeras sesiones, digamos que el primer tema discutido fue una cuestión de procedimiento: la forma en que debían realizarse “los actos y grados de los bachilleres en Theología”. En la sesión siguiente ya empezaron las discusiones, en concreto sobre la presencia en el claustro de un aspirante a doctor, llamado Alonso Ramírez, contra el parecer del “doctor Angulo”. Y no podemos dejar de mencionar que la tercera sesión se dedicó a que “en una de las aulas del dicho Colegio [de Santa Catalina] habían escripto cierto libelo infamatorio y que sería bien que hiciese información y los que se hallasen culpados se castigasen”. Como vemos, el repertorio de asuntos nos resulta muy familiar incluso hoy en día.

Por supuesto, los asuntos económicos importantes también se ventilaban en el claustro. Es interesante el acta de la sesión del 7 de agosto de 1576, cuando se dio cuenta de la finalización de ciertas obras en el Colegio de Santa Catalina y se proponía la forma de pagarlas. El coste era “la cantería a ochenta reales cada pilar uno con otro de entrambos patios” y la carpintería fueron 368 ducados. Tras alguna discusión, se decide que dos tercios del coste lo asuma el Colegio, y el tercio restante “entre el arca de grados y de facultad y el arca de cátedras”. De aquí podemos deducir que el edificio, hoy desaparecido, tenía dos patios, y que la economía del Colegio y de la Universidad (las “arcas” que menciona el documento) estaban separadas, aunque ambas instituciones, como sabemos compartían instalaciones y personal.