Queremos felicitaros el año a todos, a nuestros seguidores, usuarios, investigadores y amigos con una nueva historia, entresacada como siempre de nuestros viejos papeles.
Hoy referiremos un suceso luctuoso que tuvo lugar en Olías del Rey, población cercana la capital toledana. Con la frase: “Autos de oficio de un pobre difunto” se encabezan unos cuantos folios de un breve proceso judicial iniciado por el alcalde del lugar un 7 de diciembre de 1784. Los alcaldes de los pueblos eran la primera instancia de la justicia y veían las causas ordinarias en el territorio de su término municipal.
Al alcalde, Manuel María de Basarán y Heredia, le fue comunicada la noticia a las ocho de la mañana, que a un pobre mendicante le había asaltado la muerte de forma repentina en casa de María de Ávila, una vecina de Olías. Los hechos sucedieron la noche anterior y se iniciaron una serie de interrogatorios para averiguar lo sucedido y saber si la muerte fue natural o violenta.

Se tomó declaración a María de Ávila, quién bajo juramento explicó que desde hacía dos años recogía a un pobre en su casa cuando venía al pueblo de tarde en tarde. Esta vez había aparecido por allí después de unos cuatro meses, el día 6 de diciembre en torno a las 9 de la mañana, y le comunicó que iba a dar una vuelta a la localidad para pedir limosna, y si mejoraba el día se iría luego a Toledo. No obstante, regresó al anochecer a casa de María que le dio un puchero para hacerse unas sopas de sebo, al que agregó unos pedacitos de pan que le habían dado como limosna, lo puso a hervir en la lumbre y luego le pidió una cazuela para tomarse el caldo. Dice María que a las pocas cucharadas comenzó a dar grandes arcadas, y al levantarse para salir al exterior a arrojarlo, cayó de boca al suelo. Parecía tener trabada la lengua y no poder hablar porque al llamarle no respondía, estaba cadavérico y sin pulso, por lo que iba a avisar al médico suponiendo que le había sobrevenido un accidente. Asustada salió a llamar a Gertrudis, su vecina, que acudió al instante. Esta, viendo su estado salió corriendo a buscar al médico y al cura, con el contratiempo de que no encontraron en su casa a ninguno de ellos. Acudieron después otras dos veces a buscarlos sin éxito, y como la noche estaba tenebrosa y cruda al ver que ya había fallecido no hicieron ninguna otra diligencia. María aportó sobre el fallecido la poca información sobre su identidad que conocía, se llamaba Pablo de la Cruz y era expósito, soltero, natural de Almagro y no poseía bien alguno.
Después declaró Gertrudis, diciendo que al ir a llamar al médico en el ir y venir debido al sobresalto, perdió la llave de casa de María. No la pudieron encontrar hasta por la mañana de madrugada, quedando la casa cerrada y estando el cadáver solo toda la noche.
Se requirió al médico del pueblo don Félix Lizana y al cirujano, Pedro Barrientos, para que reconociesen al fallecido que se encontraba aún en la cocina de María, inmediato a la chimenea. Lo describieron como un hombre de entre 45 y 50 años, con una barba muy crecida y cerrada de color negro. Iba vestido con unos calzones de paño pardo con remiendos, un jubón de cordellate pardo y unas polainas viejas de lo mismo, (el cordellate era tejido basto de lana cuya trama forma cordoncillo). Por zapatos llevaba unos pedazos de botas y una montera con muchos remiendos, y tenía a un lado un zurroncillo de pellejo de ganado lanar. El doctor dictaminó como causa de la muerte un accidente apopléjico que le había trabado la lengua.
No llevaba nada en el zurrón, ni papeles ni dinero que justificasen su filiación, ni rosario u otras cosas. Según relató María, los días que pasaba en su casa siempre asistía a misa y por la noche se encomendaba a Dios en sus rezos. Después de estas diligencias, el alcalde mandó que se le diese eclesiástica sepultura en la iglesia parroquial. Esa misma tarde el cura lo cumplió e hizo notar el sitio donde fue enterrado: “en la capilla o pórtico de San Pedro, detrás de la puerta que sale a la calle a mano izquierda”.

Pablo era uno de los mendigos que no tenía residencia fija y apelaba a la caridad de las gentes para su subsistencia, no sabemos de dónde venía, pero su intención era continuar de camino a Toledo. En la ciudad, el número de pobres era elevado a fines del siglo XVIII, a pesar de no contabilizar a los no residentes que iban de paso, como nos relata Ángel Santos Vaquero en: “Pobreza y beneficencia en el Toledo ilustrado. Creación de la Casa de Caridad”. También indica que muchos de los mendigos que proliferaban por la ciudad procedían de La Mancha, por ser una comarca que generaba mucha pobreza. Pablo era natural de Almagro, -villa que fue capital de esta comarca histórica durante un breve periodo de tiempo, entre 1750 y 1761- y recaló en Olías del Rey, lugar donde le sorprendió la muerte.

Entre nuestras fotografías hemos encontrado esta de un lienzo de Zurbarán, que representa al padre Martín de Vizcaya repartiendo pan a los pobres, se encuentra en el monasterio de Guadalupe e ilustra nuestra historia de hoy.