LA IMPREVISTA MUERTE DE UN POBRE

Queremos felicitaros el año a todos, a nuestros seguidores, usuarios, investigadores y amigos con una nueva historia, entresacada como siempre de nuestros viejos papeles.

Hoy referiremos un suceso luctuoso que tuvo lugar en Olías del Rey, población cercana la capital toledana. Con la frase: “Autos de oficio de un pobre difunto” se encabezan unos cuantos folios de un breve proceso judicial iniciado por el alcalde del lugar un 7 de diciembre de 1784. Los alcaldes de los pueblos eran la primera instancia de la justicia y veían las causas ordinarias en el territorio de su término municipal.

Al alcalde, Manuel María de Basarán y Heredia, le fue comunicada la noticia a las ocho de la mañana, que a un pobre mendicante le había asaltado la muerte de forma repentina en casa de María de Ávila, una vecina de Olías. Los hechos sucedieron la noche anterior y se iniciaron una serie de interrogatorios para averiguar lo sucedido y saber si la muerte fue natural o violenta.

Se tomó declaración a María de Ávila, quién bajo juramento explicó que desde hacía dos años recogía a un pobre en su casa cuando venía al pueblo de tarde en tarde. Esta vez había aparecido por allí después de unos cuatro meses, el día 6 de diciembre en torno a las 9 de la mañana, y le comunicó que iba a dar una vuelta a la localidad para pedir limosna, y si mejoraba el día se iría luego a Toledo. No obstante, regresó al anochecer a casa de María que le dio un puchero para hacerse unas sopas de sebo, al que agregó unos pedacitos de pan que le habían dado como limosna, lo puso a hervir en la lumbre y luego le pidió una cazuela para tomarse el caldo. Dice María que a las pocas cucharadas comenzó a dar grandes arcadas, y al levantarse para salir al exterior a arrojarlo, cayó de boca al suelo. Parecía tener trabada la lengua y no poder hablar porque al llamarle no respondía, estaba cadavérico y sin pulso, por lo que iba a avisar al médico suponiendo que le había sobrevenido un accidente. Asustada salió a llamar a Gertrudis, su vecina, que acudió al instante. Esta, viendo su estado salió corriendo a buscar al médico y al cura, con el contratiempo de que no encontraron en su casa a ninguno de ellos. Acudieron después otras dos veces a buscarlos sin éxito, y como la noche estaba tenebrosa y cruda al ver que ya había fallecido no hicieron ninguna otra diligencia. María aportó sobre el fallecido la poca información sobre su identidad que conocía, se llamaba Pablo de la Cruz y era expósito, soltero, natural de Almagro y no poseía bien alguno.

Después declaró Gertrudis, diciendo que al ir a llamar al médico en el ir y venir debido al sobresalto, perdió la llave de casa de María. No la pudieron encontrar hasta por la mañana de madrugada, quedando la casa cerrada y estando el cadáver solo toda la noche.

Se requirió al médico del pueblo don Félix Lizana y al cirujano, Pedro Barrientos, para que reconociesen al fallecido que se encontraba aún en la cocina de María, inmediato a la chimenea. Lo describieron como un hombre de entre 45 y 50 años, con una barba muy crecida y cerrada de color negro. Iba vestido con unos calzones de paño pardo con remiendos, un jubón de cordellate pardo y unas polainas viejas de lo mismo, (el cordellate era tejido basto de lana cuya trama forma cordoncillo). Por zapatos llevaba unos pedazos de botas y una montera con muchos remiendos, y tenía a un lado un zurroncillo de pellejo de ganado lanar. El doctor dictaminó como causa de la muerte un accidente apopléjico que le había trabado la lengua.

No llevaba nada en el zurrón, ni papeles ni dinero que justificasen su filiación, ni rosario u otras cosas. Según relató María, los días que pasaba en su casa siempre asistía a misa y por la noche se encomendaba a Dios en sus rezos. Después de estas diligencias, el alcalde mandó que se le diese eclesiástica sepultura en la iglesia parroquial. Esa misma tarde el cura lo cumplió e hizo notar el sitio donde fue enterrado: “en la capilla o pórtico de San Pedro, detrás de la puerta que sale a la calle a mano izquierda”.

Pablo era uno de los mendigos que no tenía residencia fija y apelaba a la caridad de las gentes para su subsistencia, no sabemos de dónde venía, pero su intención era continuar de camino a Toledo. En la ciudad, el número de pobres era elevado a fines del siglo XVIII, a pesar de no contabilizar a los no residentes que iban de paso, como nos relata Ángel Santos Vaquero en: “Pobreza y beneficencia en el Toledo ilustrado. Creación de la Casa de Caridad”. También indica que muchos de los mendigos que proliferaban por la ciudad procedían de La Mancha, por ser una comarca que generaba mucha pobreza. Pablo era natural de Almagro, -villa que fue capital de esta comarca histórica durante un breve periodo de tiempo, entre 1750 y 1761- y recaló en Olías del Rey, lugar donde le sorprendió la muerte.

Entre nuestras fotografías hemos encontrado esta de un lienzo de Zurbarán, que representa al padre Martín de Vizcaya repartiendo pan a los pobres, se encuentra en el monasterio de Guadalupe e ilustra nuestra historia de hoy.

UNA CARTA DEL CARDENAL LORENZANA SOBRE DUELOS Y DESAFÍOS

Durante este año 2022, se han cumplido los 300 años del nacimiento del cardenal y arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana, (1722-1804), concretamente el 22 de septiembre, así lo recordaba en prensa Miguel Ángel Dionisio Vivas, historiador y archivero (http://bitly.ws/wqeu).

Afortunadamente contamos con un retrato suyo entre nuestras fotografías, se trata de la pintura situada en la sala capitular de la Catedral cuyo autor es el pintor Zacarías González Velázquez (1763-1834), a finales del siglo XIX.

En anteriores entradas ya hemos destacado al cardenal Lorenzana, (http://bitly.ws/wuNp), sobre todo en relación a la Universidad de Toledo, para la que mandó levantar un nuevo y soberbio edificio para la Universidad de Santa Catalina, como podemos apreciar en la fotografía también nuestra, que permite ver asimismo la calle donde se ubica que lleva su nombre en su memoria. Son numerosísimas sus actuaciones en favor del arte en nuestra ciudad, contribuyó a embellecer la Catedral Primada, rehabilitó los edificios de los hospitales de San Juan de Dios y del Corpus Christi, entre otras muchas obras. Para ahondar en estos aspectos en los que no podemos detenernos ahora, os recomiendo la publicación de 2004 con motivo del II Centenario de su muerte, coordinada por Ángel Fernández Collado y titulada El cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo, si queréis saber más sobre su insigne vida.

La fama de este prelado es importante, se le ha calificado como hombre de la Ilustración, aunque quizá no pueda aplicársele el término en toda su amplitud. Sin embargo, observando el conjunto de sus actuaciones como arzobispo y como hombre de gobierno en la Iglesia, destacó por desarrollar algunas características ilustradas en sus acciones en favor de la caridad hacia los más necesitados, la promoción social y cultural de las gentes y la revalorización del esplendor de la Iglesia en España. Fue primero arzobispo de Plasencia y luego de México, para después, en 1772 ser nombrado arzobispo de Toledo.

Vamos a desempolvar un documento de nuestro archivo, es una carta impresa entre otras suyas de 6 de septiembre de 1780, que el arzobispo escribió para dar respuesta a la consulta de un confesor, sobre si era lícito aceptar el desafío. Vemos que, en el siglo XVIII, los duelos eran una práctica que aún pervivía.

El duelo era una forma de justicia privada que más o menos había sido tolerada durante la Edad Media, pero que ya desde los Reyes Católicos, se había prohibido a través de la legislación tratando de erradicarla. Y posteriormente en la legislación borbónica de 1716 y 1757 se habían endurecido las medidas contra ella. Pero ni las condenas de la Iglesia ni la legislación habían conseguido que desaparecieran duelos y desafíos.

En estos términos lo define el arzobispo en su carta: “El desafío es un resto de la mayor barbarie, es una mala reliquia, que nos ha quedado de los godos, … es un atentado contra la autoridad pública…”. Prosigue diciendo que como prelado y según el Evangelio y los mandamientos de la Ley de Dios no es lícito matarse en duelo, desafío o torneo; que no se puede volver una injuria por otra; y que se debe desterrar de tierra de católicos la expresión de que queda infamado el que no acepta el desafío, o que queda sin honor.

Con sus argumentos, Lorenzana intenta anteponer y hacer valer otras razones en favor del honor, dice asimismo que las obras de valor y no las palabras provocativas de particulares son las que tienen que predominar, la virtud y no la desvergüenza. Refuerza la importancia de la obediencia al Rey y no a las pasiones desenfrenadas, en consonancia con los preceptos evangélicos.

Y le dice finalmente al confesor, que si esta respuesta suya, le pareciesen sentencias religiosas de la mansedumbre de un eclesiástico, le recomienda que lea a los más sabios, especialmente a Séneca en sus tratados sobre la tranquilidad del ánimo, donde hallará remedios contra la ira; y a Marco Catón, a otros varones y a Cicerón, que trataron la idea del honor. A través de esta carta se nos muestra que Lorenzana fue un clérigo instruido, preparado intelectualmente y que actúa como pastor de su rebaño resolviendo cuestiones que inquietan a su feligresía.

EL TESTAMENTO DE ÁLVAR GÓMEZ DE CASTRO

Nuestro personaje de hoy, Álvar Gómez de Castro, falleció un 16 de septiembre de 1580, hace 442 años y cinco días exactamente. Poco antes de su fallecimiento otorgó testamento, este texto de su puño y letra ya fue estudiado por Francisco de Borja San Román, nuestro antiguo director, cuyo trabajo nos ha servido de referencia y podéis ver aquí (https://bit.ly/3qLMnau).

Antes de entrar de lleno en el testamento vamos a rastrear brevemente quién era este personaje. Nació en la localidad toledana de Santa Olalla de familia judeoconversa, es posible que fuera hijo del médico Diego Gómez y del médico del primer conde de Orgaz, lo cuál nos sitúa en un entorno familiar culto que favoreció su extensa formación humanística. Fue catedrático de griego en las universidades de San Ildefonso de Alcalá de Henares y de Santa Catalina de Toledo, además de historiador, poeta y principalmente helenista como le define Carmen Vaquero, investigadora de nuestro Archivo (https://bit.ly/3BrqYIz) y biógrafa de Álvar, gracias a la que conocemos todos estos detalles de su trayectoria vital. Después de distintos avatares y tras varios años en Alcalá, en 1547 se trasladó a Toledo una vez fallecido su hermano Tomás que residía en Roma. Vino llamado por el catedrático de la universidad toledana, Juan Vergara y por su amigo Bernardino de Alcaraz. Ocupó una cátedra en esta universidad de la que a su vez fue capellán, así como de la parroquia de San Pedro. De él se conserva un retrato del siglo XVIII en la galería de ilustres de la Biblioteca de Castilla La Mancha, obra de Santiago Palomares. Destacó por escribir multitud de obras y cabe destacar la más importante, una biografía del cardenal Cisneros. Entre las inscripciones más famosas que compuso en la ciudad, están la de la iglesia del monasterio de Santo Domingo el Antiguo, y especialmente la de la iglesia de Santo Tomé en la que se recuerda la vinculación del señor de Orgaz con aquella parroquia, y sobre la cual se habría de situar El entierro del señor de Orgaz, de El Greco.

No tenemos apenas información de su docencia en la Universidad toledana, porque de esas fechas casi no se ha conservado documentación. Como excepción, sabemos que en dicho edificio tenía unos aposentos construidos en 1556, y que fueron reparados por acuerdo del claustro universitario en 1599: “los aposentos que dicen del maestro Álvar Gómez”.
Poco antes de su fallecimiento, redactó su testamento el 10 de septiembre. En este texto que parece ser ológrafo, de su puño y letra, sorprende que entre las habituales mandas testamentarias sobre el futuro reparto de sus bienes y las disposiciones sobre su entierro o las misas por su alma, sobresalga una gran preocupación de Álvar por sus libros. Su biblioteca debió ser una verdadera joya. Detalladamente va adjudicando a unos y otros herederos ciertos libros: “Lo que tengo que distribuir son libros, y asi fuera de los que quedaron para el provecho de mis herederos quiero que se repartan…”.

Leemos que algunos ejemplares fueron destinados al colegio de Santa Catalina, como un “vocabulario” antiguo de Alonso de Palencia, del que dice que es un libro que nunca más se imprimirá, lo que acrecentaba su valor. Al canónigo obrero de la Santa Iglesia catedral, dejó un libro tocante a los arzobispos de Toledo, una historia de San Eugenio y un cuaderno latino de los prelados que se llamaron Sanchos. Se trata en realidad de los manuscritos o borradores de sus libros para que se entreguen a la catedral Primada, de los cuales dice que le han costado muchos dineros y trabajo escribirlos, pero como la iglesia siempre le hizo merced y le dio salario se los dona en agradecimiento.

Para la que denomina librería o biblioteca del Colegio de la Universidad de Santa Catalina destinó cuatro libros de Juan Ramírez, que fue su maestro y catedrático de Retórica en el Colegio de Alcalá. Y asimismo un cuadro con la “Virgen y San José, el Niño y Santa Isabel con Juan el Bautista”, destinado a su capilla, que San Román aventura que debía ser de El Greco.

Otros cuatro libros de medicina que fueron de su abuelo y estaban escritos de su mano, irían a parar también a la catedral de Toledo, al igual que una Gramática de Antonio de Nebrija. A su amigo el deán, don Diego de Castilla, le encomienda unos libros de Historia de España para que los examine y considere su utilidad y si lo desea los conserve. A su sobrino Diego de Villodre, le tocarían obras de San Bernardo, libros de Erasmo, de Dioscórides y otros que fueron de su bisabuelo y están glosados, anotados de su mano.

Álvar Gómez de Castro poseía una serie de libros en griego, que denomina “raros”, como los libros de Arquímedes y los de San Cirilo sobre los profetas menores; y otros en latín, como Las Catilinarias o Las Bucólicas de Virgilio. Su voluntad es que estos se vendieran, para lo que deja una memoria antigua con sus valores. Primero se ofrecerían al obrero de la catedral y después al colegio de Santa Catalina y, en última opción, a don Luis Manrique limosnero mayor del rey, a fin de que los adquiriesen.

Y no sólo libros, sino que el patrimonio de Álvar iba más allá. Poseía unos “retratos de piedra”, posiblemente bajorrelieves, del cardenal Cisneros y de Antonio de Nebrija, cuyo autor era maese Felipe, seguramente el borgoñón Felipe de Bigarny, que irían destinados a García de Loaisa y Girón, arcediano de Guadalajara y futuro arzobispo de Toledo. También poseía una pieza arqueológica que denomina “arusa antigua”, que sería un ara de piedra arenisca que le habían traído de Consuegra con esta inscripción: “Minervae augustae mercurius et mulier exvot”. Este ara y un libro estaban destinados al arzobispo de Tarragona.

Dos libros más, los dejaría nuestro protagonista al arquitecto Nicolás de Vergara el Mozo, en este caso libros y objetos que le había regalado su padre, Nicolás de Vergara el Viejo, tiempo atrás. Los libros eran Grapaldus de Partibus Aedium y el otro Pomponio Gaurico, de escultura, junto con una imagen de un Cristo de madera de boj que también le entregó y un retrato del propio Vergara.

Como observamos, muchos de los destinatarios de sus bienes fueron personas ligadas al mundo del arte y de la esfera cultural toledana.

Por último, entre las clausulas finales se dice que tenía en su poder documentos y libros que pertenecían a los archivos de la Santa Iglesia de Toledo, entre ellos un “libro de privilegios que llaman del tombo”, o sea un tumbo (libro copiador recopilatorio de los privilegios, generalmente voluminoso) y del mismo modo algunos papeles y pergaminos que en parte guardaba en su casa en una canasta y parte en un arca. Dispuso que volviesen a la Primada. Según San Román se trataría del Liber primus privilegiorum ecclesiam toletanam, que se conserva hoy en el Archivo Histórico Nacional. Todo este material que tendría en su poder sería para la redacción de sus trabajos sobre las vidas de los arzobispos toledanos. Podemos con esto imaginar el movimiento, el ir y venir de los documentos que eran sacados de los archivos e iban de mano en mano, como en este caso, era habitual que se prestasen y trasladasen. Álvar, tuvo la firme voluntad de devolverlos y no se olvidó de ello hasta el punto de reflejarlo en su testamento.

NIÑOS EXPÓSITOS DEL HOSPITAL DE SANTA CRUZ

El abandono de niños fue un fenómeno que numéricamente arrojó cifras considerables durante el Antiguo Régimen en España. Para ofrecer soluciones de urgencia a este problema se crearon hospitales y otras obras pías, en algunos casos auspiciadas por cofradías para el recogimiento de los niños abandonados y huérfanos. La Iglesia y el Estado, conscientes del problema de los expósitos lo abordaron desde el prisma cristiano, primero bautizándolos y posteriormente ocupándose de su crianza, tal como correspondía a la caridad, lo que se convertiría en el concepto de beneficencia ya en el siglo XIX.

Para este fin se creó en Toledo el Hospital de Santa Cruz, fundado por el cardenal y arzobispo primado, Pedro González Mendoza († 1495) —promotor al que ya hemos hecho mención con anterioridad http://bitly.ws/t3YT—, según sus disposiciones testamentarias del año 1494. El edificio fue proyectado por Antón Egas hacia 1504 https://bit.ly/3PISpU7 y en cuya construcción intervendrá el famoso Alonso de Covarrubias. Asimismo, Alfredo González ha tratado el tema en profundidad en su tesis inédita: El abandono de niños expósitos en la Edad Moderna, dedicándole un apartado al hospital fundado por el cardenal Mendoza. Su fondo documental se conserva en el Archivo de la Diputación Provincial de Toledo, institución que recibió los fondos de los establecimientos de beneficencia en el siglo XIX https://bit.ly/3be0hOA.

Los niños que recalaban en este centro eran principalmente los recién nacidos no deseados. Estos eran fruto, en algunas ocasiones, de relaciones ilícitas y condenadas como inmorales, cuyas madres estarían abocadas a sufrir vergüenza social, por haberlos traído al mundo. Un factor añadido era la pobreza que generalmente se sumaba a los inconvenientes que las madres solteras sufrían para ejercer la maternidad. Las constituciones del hospital dicen que se acogerá a los niños desamparados de padres y madres o por pobreza.

Hoy traemos a escena el ingreso de un recién nacido que fue llevado al Hospital de Santa Cruz, según consta en un documento de carácter judicial de nuestro archivo. Nos cuenta como Javiera García Romeral, mujer soltera y vecina del toledano lugar de La Guardia, dio a luz a un hijo en su casa, asistida por una comadre del lugar, llamada Francisca Muñoz. Los hechos acaecieron un 15 de septiembre de 1780 y del estado de preñez de la joven madre, se había dado cuenta ya al alcalde dos meses antes. En ese momento fue interrogada, al tratarse de una mujer soltera se pretendía averiguar quien era el autor del concebido, respondiendo Javiera que no le conocía y que ignoraba su nombre y apellidos. Llegado el momento del alumbramiento, entre las 10 y las 11 del citado día, aparecieron por la casa el juez y el escribano para dar fe, encontrando a Javiera en una cama con un niño recién nacido. Se dio recado también al cura del lugar, don Rodrigo de la Vega, que lo bautizó al día siguiente por la mañana. De conducirle hasta la iglesia parroquial de la localidad se encargó Francisca, la matrona, acompañada del alcalde y el escribano, para ponerle el nombre de Nicomedes.

Como este niño debía ser dado al cuidado y crianza de la caridad, siguiendo el procedimiento habitual y establecido, el alcalde nombró a dos personas para que lo condujesen y entregasen al hospital toledano de niños expósitos. Los elegidos fueron Josefa Díaz y su marido, José Guzmán de Lázaro, que lo llevarían a la capital para entregarlo al administrador del hospital. El matrimonio se encargaría también de acompañar el documento que los acreditaba firmado del juez y escribano, todo en regla.

Y llegamos al día 19 de septiembre, cuando Manuel de la Puerta, administrador del hospital certifica que ha recibido un niño conducido desde La Guardia que llegó sano y bien cuidado. Venía acompañado de su partida de bautismo y con cuatro ducados de limosna por el acogimiento del niño en el recinto.

En este establecimiento se recibían los niños para, principalmente, entregarlos a las amas de cría de Toledo. Terminado el tiempo de crianza, eran devueltos al hospital, donde permanecían hasta que se le encomendase a una familia de acogida, generalmente las niñas como criadas de la casa y los niños para aprender un oficio. Tal era el futuro que deparaba a estos infantes.

Las constituciones de esta institución hospitalaria han sido estudiadas por Laura Santolaya http://bitly.ws/t3Zf. Nos cuenta que, según el Catastro de Enseñada, a mediados del siglo XVIII, el hospital estaba a cargo de 363 niños y niñas, aunque la gran mayoría estaba al cuidado de familias particulares en general de clase baja, que percibían una paga por la atención de aquéllos. El hospital de Santa Cruz, durante esa centuria, funcionaba como modélico, ya que la organización y funcionamiento administrativo de los que disponía estaban reflejados en sus constituciones, dónde nada se dejaba al azar. Sobre esta cuestión, durante el reinado de Carlos III, se promulgó una real cédula en la que intentaba solucionar malos métodos en este tipo de espacios caritativos: «…desde los pueblos son conducidos a dicho hospital los más de los niños, que comúnmente encargan y fían su conducción a personas que, por su corta edad, poco talento o pobreza, no los trataban en los caminos con aquella caridad y cuidado que se necesitaba, ni los preservaban de las inclemencias y rigores del tiempo, como tampoco cuidaban de que se les diese el alimento necesario, así llegaban en todas las estaciones del año, y con el mayor desabrigo, puestos muchos de ellos en alguna espuerta, casi enteramente desnudos… no pocos de ellos, al tiempo de recibirse en el hospital, se hallaban tan maltratados, que fallecían luego y otros con alguna impresión en la cabeza, brazos u otra parte del cuerpo que les hacía inútiles para toda la vida; otros, tan penetrados del hambre, calor o frío que no tienen robustez para cosa alguna, no sirviendo el reconvenir sobre ello a los conductores, porque éstos se disculpan con que así se los entregaron, sucediendo lo mismo si les pedían los papeles o certificaciones de si estaban bautizados los niños, y demás que convenía, para hacer en los libros del hospital los asientos correspondientes y dar las providencias necesarias».

Desde luego no era el caso de Nicomedes que llegó a su destino en perfectas condiciones, que no es poco, si tenemos en cuenta los avatares que le habría de deparar su existencia.

VIERNES SANTO EN LA CATEDRAL DE TOLEDO

A las puertas de la Semana Santa de 2022, los templos y conventos de Toledo se preparan para las celebraciones litúrgicas. Esta vez nos centramos en las celebraciones del Viernes Santo de 1639 en el templo principal, la Catedral, con un documento del que desconocemos su procedencia y llegada a nuestro archivo, así como de algunos otros que emanados del cabildo catedralicio y el arzobispo han recalado aquí.

Julián Fernández es el nombre del canónigo racionero del templo y notario del arzobispo, que con su donación económica pretendía engrandecer los actos litúrgicos del Viernes Santo.

Como canónigo racionero era uno de los clérigos que se ocupaban de la liturgia en la catedral y especialmente del servicio del coro. Julián ofreció 50 ducados de renta para dotar las ceremonias “a fin de honrar a Cristo en esta festividad del Viernes Santo”, y por lo tanto especificaba con detalle cómo se debían desarrollar los actos de ese día desde las 12 a las 3 de la tarde, “en las tres horas que estuvo vivo y clavado en la cruz”. Indicaba que, durante este tiempo, los prebendados, racioneros y capellanes debían estar situados en su silla del coro, de pie, de rodillas o sentados, según cada uno su devoción. Permanecerían meditando y contemplando los padecimientos de Nuestro Señor y rogando por el estado de la Iglesia, la paz y concordia entre los príncipes cristianos, la extirpación de las herejías o lo que hubiere necesidad. Estipula también que debían establecerse tres turnos de una hora cada uno, y en cada turno permanecerían ocho prebendados, dieciséis racioneros y dieciséis capellanes. Como compensación, cada prebendado recibiría ocho reales, cuatro los racioneros y uno cada capellán, por lo que Julián gastaría en ello en total, 432 reales.

Era su deseo que se cantara el miserere, “para que el pueblo se aficione y repare en el misterio de la Pasión”, y se debía recitar un sermón que comenzase a las dos de la tarde, para después cantar un responso o un motete que contuviera las últimas palabras de Cristo en la cruz, pronunciadas en latín: “Pater in manus tuas comendo spiritus meum”, es decir: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Todos estos actos se realizarían estando al descubierto el Cristo que está en la reja del coro mayor, al que se le pondrían luces en los candeleros que también el racionero pagaría de su bolsillo, calculó 1.118 reales para los gastos de la cera. Su intención era que se empezase a celebrar de este modo la liturgia del Viernes Santo desde el año 1639.

Según el Ceremonial del racionero Arcayos, – contemporáneo a nuestro documento-, que recoge el ciclo festivo de la catedral de Toledo estudiado por Fernando Martínez Gil (https://bit.ly/3uuI5ap), se sabe que el Viernes Santo entre las dos y las tres, se velaba el crucifijo que está encima de la reja para acompañar a Cristo en la cruz, se cantaba la Pasión según san Juan a tres voces, desde 1628 y se procedía a la ceremonia de la Adoración de la Cruz.

No sabemos si definitivamente desde 1639 se modificó el modo de esta celebración, tal como era el deseo de Julián Fernández nuestro racionero, puesto que él proponía al arzobispo, llevar a cabo esas nuevas ceremonias cubriendo los gastos que supusieran, y no conservamos ningún documento más para poder conocer si realmente el arzobispo aceptó sus deseos.

Coro de la catedral de Toledo.  (https://bit.ly/3JmN0xW)

En cualquier caso, el marco en el que se desarrollaban los actos religiosos del Viernes Santo, era el coro catedralicio, situado frente al altar mayor y del que conservamos imágenes en nuestra colección fotográfica, que bien merece una mención por la magnificencia de su factura. El coro es un recinto que está cerrado por un muro o costanera en su perímetro y por una maravillosa reja en la parte que queda de frente al presbiterio, coronado por una crestería. De este modo podemos apreciar una visión del conjunto con las imágenes de la web de la Santa Iglesia Catedral Primada: (https://bit.ly/3JmN0xW). El muro o cerca exterior está ricamente decorado. Al interior, el coro tallado en madera consta de dos partes, el cuerpo bajo en estilo gótico tardío realizado por Rodrigo Alemán entre 1489 y 1495, y el coro alto, obra renacentista de Felipe Bigarny y Alonso Berruguete. La sillería baja estaba destinada en las catedrales a los beneficiados y cantores y la sillería alta, cubierta con doseles, es donde se situaban los asientos superiores dedicados a los canónigos.

Realizada en madera tallada, la sillería alta representa a personajes de la Biblia y en el cuerpo inferior se muestran en los respaldos, una serie de escenas que narran la guerra de Granada. Bajo cada asiento se aprecian las misericordias, que constan de una representación figurativa de tipo profano como se puede apreciar en nuestras imágenes. Su finalidad era didáctica y moralizante representando los pecados capitales y las faltas y virtudes cotidianas, como bien ha estudiado Isabel Mateo Gómez (https://bit.ly/3O89u9B) y otros autores como Dorothee Heim (https://bit.ly/3v8zb1j), que podéis consultar para profundizar más en el conocimiento de esta espléndida sillería.

DOCUMENTOS PARA LA GENEALOGÍA

Muchas de las consultas realizadas por nuestros investigadores se dirigen a la búsqueda de sus antepasados, la localización de datos de tipo genealógico les permite remontarse lo más posible en el tiempo para localizar a sus ancestros.

Abundantes son los documentos que sirven para este fin, podríamos decir que de prácticamente cualquier documento de nuestro archivo se puede extraer información genealógica. El hecho de contener nombres y apellidos de las personas, ya nos aporta referencias, pero lo interesante es que estén acompañado de otros datos, oficio, vecindad, naturaleza y sobre todo que indique filiación o cualquier otra relación de parentesco, con ello tendremos a la persona relacionada con otros miembros, que además puede representarse gráficamente en árboles genealógicos que ayudan a tener estructurada a toda la familia.

Tradicionalmente la Genealogía se ha ocupado del estudio de las familias nobles y de estatus social elevado, sin embargo, actualmente se refiere al estudio de cualquier persona y familia, tratando de averiguar la historia familiar lo más completa posible. Este afán recopilador de información familiar responde a una necesidad vital humana, de afianzar el sentido de pertenencia al grupo familiar y a sus raíces. Una buena muestra de estudios de este carácter realizado con fondos de nuestro archivo referidos a la provincia de Toledo, lo tenemos en el libro recién publicado: Entronques. Estudio histórico y genealógico de la villa de Alcolea de Tajo que podéis conocer aquí: https://www.youtube.com/watch?v=g02ar4k2PX4

Vamos a ver algunos ejemplos de documentos, uno de ellos lo encontramos entre la documentación de tipo judicial, se trata de los autos seguidos por Simón Falceto para el reconocimiento de hidalguía por parte del Ayuntamiento de Magán, en 1786. Su finalidad era quedar exento del pago de impuestos como correspondía a su condición de hidalgo, a la vez que se fijara su escudo de armas, tal como reza la carta ejecutoria otorgada por la Chancillería de Valladolid a favor del interesado. Entre los autos de dicho proceso, se nos informa de un proceso criminal previo que Falceto había seguido porque varios vecinos del lugar le habían quitado el escudo de armas de piedra que tenía sobre la puerta de su casa.  Este hecho suponía una enorme ofensa para su condición y prestigio. No contamos con este proceso anterior, sólo por la información que nos proporciona el segundo sabemos que: “…después de cierto incidente criminal que mi parte siguió con la justicia y varios vecinos del propio pueblo, por haberle apeado el escudo de armas de piedra que tenía colocado sobre las puertas de sus casas y por lo que fueron multados en dicho año de setenta y ocho el alcalde…”.

En este caso desconocemos cuál era su escudo de armas. Ya hemos publicado anteriormente documentación en la que aparecían dibujos de escudos de armas, (18 abril 2018) y (24 junio 2020) y recientemente documentación que contiene árboles genealógicos hallados en un proceso judicial (2 junio 2021).
No podemos dejar de mencionar un tipo de documento fundamental como fuente para los estudios genealógicos, nos referimos a los testamentos que abundan en nuestros protocolos notariales. Nos hemos fijado en uno hológrafo, escrito de puño y letra del testador. En la mayoría de los casos el testamento era redactado por el testador ante el escribano o notario a quien dictaba sus disposiciones, porque hasta bien entrada la Edad Contemporánea, muchas de las personas no sabían escribir. En este caso el testador es Alonso de Cedillo, canónigo de catedral toledana que, por supuesto, dominaba el arte de la escritura, puesto que era lector de gramática y retórica, hijo de Rodrigo de Cedillo y Esperanza López. El clérigo deja su herencia a sus sobrinos, hijos de su hermano y de cuatro hermanas, tres de las cuales portan el apellido Hernández y otra el apellido Díaz, y por tanto no ostentan el testador ni sus padres. Esto viene a demostrar que se adoptaba el apellido paterno o materno a su gusto, preferencia, interés o costumbre, sobre esto se podría hablar mucho. Esta práctica dificulta la localización de los antepasados enormemente y supone un verdadero galimatías para localizar a las personas, salvo que de forma expresa nos aparezcan emparentarlos y vinculados en un mismo documento.
Si a esto le añadimos que tres de las hermanas del canónigo estaban casadas con varones apellidados Madrid, nos presenta un panorama bastante particular en los apellidos de esta familia: “…la segunda parte hereden los hijos e hijas de mi hermana Magdalena Hernández, mujer de Rodrigo de Madrid… la tercer parte hayan los hijos e hijas de mi hermana Gracia Hernández, mujer de Alonso de Madrid, la cuarta parte hayan sus hijos e hijas de Mari Díaz mi hermana, mujer de Antonio de Madrid, la quinta y última parte ha de haber mi hermana Teresa Hernández mujer de Juan Martínez…”.
Si echamos un vistazo al Catastro de Ensenada, sus libros de familias nos revelan una gran riqueza de datos en este sentido, puesto que hallamos la composición de cada uno de los hogares con expresión de parentesco y edades de todos sus miembros. Tomamos como ejemplo una familia del pueblo de Lucillos, cuyo cabeza de familia llamado León Gallardo tiene 29 años y es carnicero, vive con su esposa, Francisca de 31 años y tienen tres hijos, Andrea, José y Manuel de seis y tres años y cuatro meses respectivamente. Con ellos conviven María, la madre de León de sesenta años y Plácida, su hermana, de veinte.
Por último, y obviando otra mucha documentación, no podemos olvidarnos de las fotografías, que son fundamentales en cualquier estudio genealógico, los retratos de estudio, sean individuales o de grupo, y los de celebraciones familiares como las bodas, en las que se reúnen todos los miembros de una familia, permiten además poner cara a nuestros antepasados, como podéis ver en las que hoy mostramos. Y si tenemos en consideración que en el pasado eran escasas las fotografías que una persona podía hacerse durante su vida, les da un valor más importante por su escasez.

LA CODORNIZ Y EL DIARIO MADRID, SECUESTRO Y RETIRADA DE PRENSA

Cada 3 de mayo se celebra a nivel mundial el día de la libertad de prensa, hoy traemos a escena documentos de nuestro archivo sobre la confiscación y retirada de algunos ejemplares del diario Madrid y de la revista de humor gráfico La Codorniz, cuando no existía tal libertad de prensa en la época franquista.

Los hechos tuvieron lugar en distintos momentos, el primero en 1956, cuando en la comisaría de Policía de Toledo, se recibió un oficio del Juez Decano de Instrucción de Madrid, para retirar de la venta los ejemplares del 18 de noviembre, del número 783, de la revista La Codorniz. Los agentes de policía se personaron en el centro de periódicos de Toledo, propiedad de Antonio Pareja Braojos, para retirar los 12 ejemplares que quedaban, pues ya habían sido vendidos otros 16. Según el telegrama recibido para parar su venta, la causa fue la publicación de un dibujo titulado “He aquí nuestra cortísima historieta titulada el billetito”, del que no hemos podido encontrar imágenes.

Esta revista de humor gráfico que se publicó en España entre 1941 y 1978, era dirigida en ese momento por Álvaro de Laiglesia y se autoproclamaba como “la revista más audaz para el lector más inteligente” y posteriormente también como “decana de la prensa humorística”.  Durante su periodo de existencia tuvo problemas con la censura en reiteradas ocasiones, puesto que la Ley de prensa de 1938, no dejaba mucho margen a la libertad de expresión, que promulgada en plena Guerra Civil, consideraba a la prensa como vehículo transmisor de los valores oficiales del régimen para el adoctrinamiento político.

En cuanto al secuestro del número 9054 del diario Madrid de 30 de mayo de 1968, fue bastante más sonado. Entre las diligencias que se llevaron a cabo, se confiscaron 28 ejemplares también del centro de periódicos de Antonio Pareja, quedando estos a disposición de los Delegados Provinciales de Información y Turismo, ministerio que había ordenado el secuestro. Asimismo, desde la comisaría de Policía de Talavera se remitieron 40 ejemplares del mismo que, en este caso, no llegaron a ser recibidos en la librería Herranz del Camino, que era su destino. Un funcionario de policía los recibió en la estación de autobuses, donde se esperaba su llegada, puesto que viajaban en autobús con la empresa La Sepulvedana, y allí mismo fueron requisados.

En total se destruyeron 68 ejemplares en la provincia. El secuestro administrativo estaba previsto en la vigente Ley de Prensa e Imprenta de 1966, disposición que había suavizado las medidas respecto a la de 1938, aunque preveía sanciones para quien publicase en contra del ordenamiento jurídico franquista y los principios fundamentales del Movimiento. El secuestro fue ordenado por el entonces ministro Manuel Fraga, y además lo suspendió durante cuatro meses. La sanción a este periódico fue la más dura prevista en la ley, que en principio preveía dos meses de suspensión, pero que se sumaron un total de cuatro meses por otro artículo anterior.

La causa fue el artículo titulado: “Retirarse a tiempo: No al general De Gaulle”, que firmaba Rafael Calvo Serer. Expresaba en su texto, que es incompatible un gobierno personal o autoritario con las estructuras de la sociedad industrial, y con la mentalidad democrática de la época en el contexto del mundo libre, lo que suponía un claro ataque y cuestionamiento del régimen en España. En Francia los acontecimientos apuntaban a las protestas contra el general De Gaulle, recordemos el movimiento de “Mayo del 68”, la acción de estudiantes, sindicatos e izquierda contra el general, así como otras manifestaciones en Europa. Esto le lleva a expresar que España mantiene una semejanza de situaciones políticas y sociales con el país vecino. El artículo fue lo suficientemente explosivo para los oídos del régimen y derivó en las medidas de suspensión. En el siguiente enlace podemos acceder al texto completo del artículo causante, con interesantes testimonios al respecto:  

Según declaraciones de Antonio García Trevijano, apoderado del diario Madrid en 1968, este artículo tenía como finalidad, provocar el cierre del diario debido a su estado de quiebra inminente. De este modo, no habría quiebra y el desprestigio sería para el régimen. Sin embargo, no surtió el efecto deseado en el Gobierno, sino que provocó la suspensión del periódico. Este intento de cierre político para poder cobrar la indemnización es una versión algo débil, puesto que el diario Madrid siguió saliendo a la calle durante unos años más. Otras opiniones apuestan a que la intención con este artículo era dejar clara, por parte del periódico, su posición anti-franquista, y hacer notar al régimen que existía una oposición democrática. Al margen de las causas, hay que reconocer que “No al general De Gaulle” obtuvo lo que pretendía, la provocación.

Alcahuetería y amoríos clandestinos en La Calzada de Oropesa

Una declaración de testigos nos conduce a conocer los hechos que tuvieron lugar en La Calzada de Oropesa, en los que estaban implicadas algunas alcahuetas del lugar allá por el año de 1556. Según el diccionario de la Real Academia, alcahueta es la persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa generalmente ilícita. A esta definición se ajustan las mujeres que fueron acusadas por numerosos testigos por su reiterada actividad para concertar encuentros de carácter sexual.

Aunque el proceso judicial -que no conservamos completo- se habría iniciado antes, solo contamos con las pesquisas realizadas desde enero de 1556 por el alcalde, no lo indica, pero posiblemente de Oropesa. Como oficial de la justicia inicia un interrogatorio a diversos testigos y a las acusadas que declararon bajo juramento, con la finalidad de averiguar los sucesos acaecidos en La Calzada, en este momento lugar de señorío de los condes de Oropesa.

Empezaremos con una de las alcahuetas, Águeda López, mujer viuda a la que se le acusa de tener encubiertos en su casa a un hombre y una mujer, ambos estaban a su vez casados con terceras personas, a los había encerrado en ella con llave. Mientras permanecía en la calle, a la espera, acudió la hija de Águeda, llamada María y la encontró sentada en las gradas de la iglesia que estaba junto a la casa, que le insistió para que abriese la puerta, y aunque fueron repetidas las negativas de la madre, finalmente María abrió la puerta descubriendo allí al hombre y la mujer. Según un testigo, se había visto a Águeda con anterioridad hablar en secreto con la mujer en el pilón mientras llenaba un cántaro de agua, suponiendo que estaba concertando a la mujer para que fuese a su casa y tuviese acceso carnal con el hombre. Este testigo manifiesta que es público y notorio que el hombre y la mujer estaban amancebados, porque les había visto entrar de día y de noche en la casa de ella ocasionando gran escándalo. Después llegó el momento de la declaración de Águeda, de unos 50 años que afirmó conocer al hombre y a la mujer, y reconoció que los pasó a un corral, donde estaban hablando sobre ciertas fanegas de trigo, asegurando que ella no los encerró, aunque era verdad que estaba cerrada la puerta y al llegar su hija María le dijo que quería entrar a beber y la abrió, pero ellos ya no estaban. Águeda reconoce que sabía que tenían participación carnal desde hacía quince años. Como podemos suponer, su hija María no debía estar muy de acuerdo con las actividades de su madre, porque refiere otro testigo que le había contado que venía de casa de su madre, muy enojada de ver cómo había hallado un hombre y una mujer que su madre tenía encubiertos.

Pero Águeda no era la única acusada, otro testigo dice que es pública la fama que tiene Francisca Hernández, apodada “la Carpintera” por el oficio de su marido, que también ha encubierto en su casa a un hombre con una mujer casada para tener acceso carnal y que los habían visto también otras personas en distintos momentos. En la declaración de “la Carpintera”, reconoció que la mujer estuvo en su casa antes de misa, había ido a por un poco de hilado para unas tocas y que después había entrado el hombre, para comprar también. Afirma que no se hablaron, pues a ella al verlo se le puso la cara encendida como unas brasas y que el hombre se turbó y que estuvieron siempre los tres juntos. A la pregunta sobre si sabía que era público que ese hombre y mujer tenían acceso carnal, “la Carpintera” dijo que lo había oído y que estuvieron media hora en su casa y “los echó de allí con el diablo”.

Una tercera acusada en las declaraciones es Catalina, conocida como “la de Torrecilla” que había engañado a varias mujeres, casadas y solteras, para llevarlas a su casa y que se concertasen con un tal Antón de Otero y que una vez allí las encerraba con él y él se aprovechaba de ellas. Por tales encuentros Antón de Otero le pagó a “la de Torrecilla” en una ocasión una fanega de trigo y una tarja (moneda de cobre). Del mismo modo Catalina prometió a otra mujer a la que propuso ir a su casa con Antón de Otero que si accedía, le pagaría muy bien por ello o la casaría. Vemos en este caso que el dinero estaba por medio para concertar estas relaciones ilícitas. Son numerosas las acusaciones de mujeres que habían sido incitadas por ella a yacer con este hombre. “La de Torrecilla”, fue apresada en la cárcel de Oropesa por sus actividades, no sin presentar resistencia según se nos cuenta. Pero no sabemos más, ni como fue condenada Catalina ni lo que sucedió con el resto de las alcahuetas.

El perfil de las mujeres acusadas de alcahuetería en La Calzada nos recuerda a la famosísima Celestina de Fernando de Rojas, icono y protagonista de un tema recurrente en la literatura de fines de siglo XV y del XVI en la que abundan los personajes literarios femeninos de esta condición, tanto es así que la palabra celestina ha quedado como sinónimo de alcahueta. Las alcahuetas son mujeres que representan una figura pecaminosa que fue perseguida por la ortodoxia religiosa, generalmente se nos presenta como una mujer de cierta edad, dedicada a un oficio que sirve para encubrir su actividad como concertadora de citas de carácter amoroso y sexual. Encontramos muchos paralelismos del personaje novelesco con el caso real de nuestras alcahuetas, unos 60 años tenía Francisca y unos 50 Águeda, edad avanzada para la época. También se corresponde con el mismo patrón femenino el hecho de que, paralelamente, estas mujeres se dediquen a oficios de venta en su casa, como nuestra Francisca, que dice que vende hilado, telas u otros enseres para costura y que, en realidad, serviría para atraer mujeres a su casa y encubrir su otra actividad.

Al menos tres eran las alcahuetas que ejercían en este pequeño pueblo del que no podemos precisar su número de habitantes en esas fechas por no haberse recogido en las relaciones de Felipe II de 1575, pero por aproximación sabemos que un siglo después tenía 435 vecinos. Acompañamos de una espléndida foto de su iglesia tomada del blog http://lamejortierradecastilla.com/una-visita-a-la-calzada-de-oropesa-1/, para ponerle escenario a nuestra micro historia, pues recordemos que Águeda vivía en la plaza junto a la iglesia y en las gradas de ella se sentaba a esperar mientras mantenía encerrados en su casa a los amantes.

Y para saber más, os dejo este enlace a un interesante artículo de Juan Antonio López Cordero sobre las alcahuetas en el siglo XVI, su reflejo en la legislación, en los procesos judiciales y en la literatura: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5712535

UNA EJECUTORIA Y LA COMPATIBILIDAD DE LOS OFICIOS DE ESCRIBANO PÚBLICO Y JURADO

A medida que avanzamos en nuestras tareas archivísticas, realizamos nuevos e inesperados descubrimientos, como es el caso del documento que ahora mostramos. Nos ocupamos de una ejecutoria a favor del Colegio de Escribanos de Toledo, es el resultado del pleito mantenido con el Ayuntamiento y Cabildo de jurados de la ciudad con el Colegio, para hacer valer el derecho de los escribanos públicos de ejercer a su vez el oficio de jurado.

Exteriormente es un documento poco frecuente en nuestro archivo, su aspecto es de libro, pero se trata de una ejecutoria encuadernada en terciopelo granate. El terciopelo que fue una lujosa tela, hoy se presenta un tanto ajado. Se debió realizar este tipo de encuadernación para darle toda la relevancia a un documento trascendente para el Colegio de Escribanos.

Las encuadernaciones como esta de terciopelo y otras realizadas en tela, eran utilizadas por la realeza y por la nobleza por imitación, sobre todo para encuadernar documentos relativos a su linaje, libros de regalo, de dedicatorias o de carácter religioso como biblias o libros de horas. La tela le da una imagen de distinción social, exclusividad y prestigio. Y es que la naturaleza de los documentos influye en la encuadernación que tienen. Esta es de tipo sencillo, pues ya en el siglo XVIII las encuadernaciones de esta clase, con telas de estilo neoclásico se habían simplificado bastante respecto de las más ricas que se utilizaron durante el Renacimiento y el Barroco. El terciopelo recubre las cubiertas de cartón, y tiene a su vez sencillos cierres metálicos que, en encuadernaciones más lujosas, podían ser de metales preciosos. El documento en sí está escrito en papel y conserva el sello de placa característico.

Respecto a su contenido, la ejecutoria emitida por Felipe V el 5 de abril de 1728, representa la sentencia tras el pleito mantenido en la Real Chancillería de Valladolid, entre las partes ya mencionadas. El Colegio de Escribanos de Toledo quería defender sus privilegios respecto a poder ocupar sus miembros también el cargo de jurados en la ciudad. Alegaban que, desde tiempo inmemorial, los escribanos habían compatibilizado ambos oficios, y así había sido. Según relata el texto de alegaciones de la parte contraria, una ordenanza municipal de los jurados prohibía ocupar de modo simultáneo ambos oficios y ello provocó el enfrentamiento con el consistorio toledano y desencadenó el pleito. Los escribanos apelaron a sus privilegios originales que desde el siglo XV amparaban la compatibilidad de cargos. Fueron numerosos los escribanos que durante la época Moderna habían ocupados ambos, aunque no exentos de problemas, algunos llegaron a tener pleitos ya a principios del siglo XVI por la tenencia de juradurías, aunque finalmente los ganaron. En muchas ciudades castellanas para los escribanos públicos fueron compatibles ambos cargos, pero no en todas, por ejemplo, en Sevilla, desde 1492 sus ordenanzas prohibieron expresamente a los escribanos ocupar cargos concejiles.

Los escribanos ponían todo su empeño en ocupar las juradurías porque se habían convertido en instrumentos de ascenso social. Los jurados desde su origen se erigen en la representación vecinal en el gobierno de la ciudad, aunque evolucionaron y fueron perdiendo su carácter de representación popular, para convertirse plenamente en el siglo XVIII, en un elemento más de las oligarquías urbanas.

La ejecutoria expone un complejo entramado de alegaciones que se extienden en un total de 162 folios, que no vamos a desarrollar aquí. Representa un ejemplo de lo que fue el ejercicio de los oficios públicos durante toda la Edad Moderna, se plantearon innumerables conflictos por la tenencia de los mismos, porque proporcionaba unos pingües beneficios a quienes los obtenían, a lo que había que sumar el prestigio social. Al mismo tiempo que la práctica de la venta de cargos, sobre todo en la Corona de Castilla, permitía a la monarquía surtirse de importantes remanentes económicos.

INTERCAMBIAMOS DOCUMENTACIÓN CON EL AYUNTAMIENTO DE TALAVERA DE LA REINA

El pasado jueves 27 de agosto, tuvo lugar un encuentro en el Ayuntamiento de Talavera de la Reina, para un intercambio de documentación entre su archivo y el nuestro.

En este caso se trata de una transferencia bilateral, puesto que ambos archivos remitieron y recibieron documentación. Nuestro director, Carlos Flores Varela y el archivero municipal de Talavera, Rafael Gómez Díaz, habían preparado previamente esta documentación que ha ingresado en sus nuevos destinos, y han firmado las actas de recepción ante los representantes del consistorio talaverano y del Delegado de Cultura, Educación y Deporte, tal como podemos ver en las imágenes del acto de entrega, incluidas en las noticias de prensa de donde procede la que mostramos:

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https://cadenaser.com/emisora/2020/08/28/ser_talavera/1598603903_816232.html

https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/talavera/abci-talavera-recupera-actas-municipales-entre-anos-1721-y-1727-202008271857_noticia.html

El AHPTO ha remitido al Archivo Municipal de Talavera un tomo sin encuadernar de actas capitulares que contiene los acuerdos del consistorio talaverano de los años 1721 a 1727. Este volumen fue localizado e identificado por el director, en el curso de los trabajos archivísticos de revisión del fondo documental del Corregimiento de Talavera de la Reina. Este fondo ingresó en el archivo en 1976 procedente del Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción número 1 de la misma ciudad, en una voluminosa transferencia que incluía toda la documentación del Antiguo Régimen que se conservaba hasta entonces en dicho juzgado.

Estas actas capitulares quedarían traspapeladas con la documentación del Corregimiento en el momento de su desaparición, 1835, y del mismo modo permanecieron mezcladas en el archivo con el resto de la documentación judicial, hasta que se detectó su presencia en octubre de 2018. Como se pudo comprobar más tarde, en efecto, esas actas capitulares faltaban del Archivo talaverano, según nos informó su archivero.

El tomo de actas capitulares está en buen estado de conservación con leves señales del uso y del paso del tiempo, no conserva la encuadernación y está formado por siete cuadernos, uno por año con un total de 406 páginas. Como curiosidad, cada cuaderno anual se inicia el día de San Miguel, el 29 de septiembre y termina el mismo día del año siguiente. El contenido de este volumen, son todos los acuerdos tomados por el consistorio talaverano sobre cuantos asuntos eran de su competencia.

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Por la otra parte, en el Archivo Municipal de Talavera se encontraba cierta documentación notarial que pertenece a nuestros fondos documentales y que ahora, con esta entrega, quedan complementados.

Hemos recibido, por un lado, varios protocolos notariales comprendidos entre 1545 y 1918. Se da la circunstancia que ahora con este ingreso, contamos con el protocolo más antiguo que se conserva de Talavera, de 1545. Los protocolos son un tipo de registro que contiene las escrituras matrices protocolizadas que pasaron ante el escribano público, sobre distintos asuntos de las que daban fe de distintos actos, entre ellos, testamentos, contratos y pagos, en este caso entre vecinos de la ciudad de la cerámica. Y en segundo lugar nos ha llegado también documentación del Cabildo de Escribanos Públicos de Talavera de la Reina desde 1570 a 1805, entre los que constan varios los libros de acuerdos del Cabildo, que enriquecen y se añaden a la serie de los que ya teníamos y unas ordenanzas impresas de 1745, que suponen el conjunto de normas reguladoras de ese colegio profesional de los antiguos notarios de esa ciudad.