LA CAPILLA DEL ARCEDIANO CEPEDA, EN LA CALZADA DE OROPESA

A finales de 1612 el arcediano de Oropesa y canónigo de la catedral de Ávila, don Diego Cepeda Carracedo, se decide a hacer realidad el sueño de su difunto tío, el inquisidor Bartolomé Martínez Carracedo, y erigir a su costa una capilla en la parroquia de su pueblo, Calzada de Oropesa. Encargó el proyecto al “maestro de obras” (arquitecto) abulense Juan Vela. Según este proyecto, firmado el 1 de enero de 1613, la obra deberá hacerse en el plazo máximo de un año con un coste máximo de 1.500 ducados, y entre las condiciones “a de echar en medio de la capilla o donde mandare el dicho señor arcediano dentro de ella dos laudes de a siete pies de largo i tres de ancho, i echar en ellos la armas i letreros que le dieren, i labrarlos en la forma que van señalados en el alçado de la entrada de la capilla, y así mesmo de echar las armas en la clave de la capilla y en el escudo de sobre la puerta, i hacer i dejar en la perficción que lo muestra la traça los dos entierros puniendo en ellos las armas i letreros que le ordenaren”. Como todos los documentos de este asunto, estas trazas o dibujos se conservan en nuestro archivo, y podéis verlas en nuestra exposición “Edificios de papel”.

Ya tenemos el proyecto. Ahora, hay que buscar quien lo ejecute, lo que hoy llamaríamos “el contratista”, para lo que se recurre al medio habitual de la época: echar pregones. Así se hizo en Oropesa durante varios días, empezando por el 24 de enero. Se presentaron dos artesanos, el carpintero Nicolás de Aguirre y el albañil Diego Esteban, que “hacen postura” por 1.250 ducados. Ambos se presentan como “residentes” en Oropesa, no “vecinos”, lo que indica que son forasteros. Finalmente, el 28 de febrero se redacta ante notario el contrato definitivo entre los artesanos con sus respectivas mujeres, los representantes del arcediano Cepeda, los fiadores de ambas partes y los testigos de rigor; de este documento destacaremos la obligación de los contratistas de pagar a los peones y oficiales al final de cada semana, así como el curioso signo notarial, más parecido a un escudo heráldico.

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No hay obra sin problemas, y aquí llegarían enseguida. El 2 de mayo Aguirre y Esteban (que, por cierto, ya son considerados “vecinos”) reclaman el pago del primer plazo, que se les debe, y se quejan de que han tenido que adelantar el salario de oficiales y peones, y el coste de los materiales y de los bueyes y carretas necesarios. Los representantes del arcediano aseguran que pagarán, pero el 16 de agosto los contratistas vuelven al notario a quejarse de que, estando en pleno trabajo, “se nos a mandado çesemos en la dicha capilla… en lo qual resçibimos mucha pérdida, daños y menoscabos”; de nuevo los promotores aseguran que pagarán los gastos, pero parece claro que la obra se paralizó.

Hay algo más. Cinco años después, en febrero de 1618, el abogado del arcediano reclama a Diego Esteban que termine el trabajo según estaba previsto, puesto que el albañil ha recibido todo el precio acordado pero “no está acabada la dicha obra ni se acabará con otros cuatro mil reales que en ella se gaste”. De su escrito se desprende claramente que Nicolás de Aguirre había muerto y que su viuda debía asumir su parte del contrato. Pocos días después, Esteban se excusa diciendo “que no avía proseguido la dicha obra por la mucha agua que a llovido de un año a esta parte y al presente llueve, y que en escampando y haciendo buen tiempo para trabajar trabajará en la dicha capilla”. Es la última noticia que tenemos de esta construcción.

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