ESCENAS DE LA VIDA UNIVERSITARIA

En estos días empiezan también las clases los alumnos universitarios, así que hemos buscado un par de expedientes de sus compañeros de hace casi doscientos años. Son retazos de vidas de estudiantes corrientes, pero, como veremos enseguida, cada uno tiene su pequeña historia detrás.

José Laureano Carrera parece ser un chico de lo más normal. Su certificado de bautismo nos dice que nació en la parroquia de San Miguel de Toledo en 1822. Su padre y sus abuelos paternos también eran toledanos, mientras que su madre y su abuela materna procedían de Polán y su abuelo materno de Mazarambroz. El párroco asegura que el chaval, a sus trece años, siempre ha sido de buena conducta política y moral, y que ha estado bien educado. Un buen chico, sin duda. Así que en 1835 entra a cursar los preceptivos tres años de filosofía previos a cualquier carrera universitaria. Como es habitual en los expedientes de alumnos de esta época, tenemos los certificados de sus profesores de haber aprobado las asignaturas y, cuando procede, documentos similares de las academias, como este de la de San Agustín, con su sello de placa incluido. También se pueden encontrar de vez en cuando en estos expedientes algunos exámenes, con los que podemos conocer qué se preguntaba, qué se respondía y cómo se realizaban. De José Carrera conservamos cuatro exámenes, dos de sus años de filosofía y otros dos de los cursos de Leyes, que fue la carrera superior que eligió. Pero nos vamos a centrar en su examen de física de 1837.

Como los demás exámenes, consta de dos partes. Por un lado, una papeleta con el nombre del alumno, cerrada bajo plica y con un lema identificativo. Por otro lado, en sobre aparte, las preguntas y las respuestas, con el mismo lema pero sin el nombre del alumno, de modo que se garantice el anonimato a la hora de corregir. Tras las respuestas del alumno encontramos la calificación de los profesores, un brillante “notablemente aprovechado” y sus firmas. Pero lo más curioso es que Carrera ha escogido un lema en árabe, cuando lo habitual era hacerlo en latín o en español. Se trata del conocido inicio de la shahāda, la profesión de fe islámica, que suele traducirse por “Solo Dios es Dios”. Nuestro alumno, con quince años, lo escribe en árabe, lo translitera al alfabeto latino y, de propina, añade un dibujo del triángulo de Dios con Su nombre en el interior, también en árabe. Eso sí, se abstiene de escribir el resto de la fórmula que, como es sabido, continúa diciendo “y Mahoma es su profeta”, de nuevo en traducción habitual. Las razones de esta omisión son fáciles de suponer.

Su compañero Luis de Cárdenas Chacón no parece ser tan aplicado, aunque sí tuvo una vida algo más resonante. Natural de Belalcázar (Córdoba) e hijo de Alonso de Cárdenas Chacón (es llamativo que padre e hijo tengan los mismos dos apellidos) había cursado los tres años de Filosofía en el Colegio de la Asunción de Córdoba y un año de Leyes en la Universidad de Sevilla. En 1833 se traslada a Toledo, por razones que ignoramos y pide se le “incorporen” (es decir, se le convaliden) estos estudios a pesar de no haber realizado los últimos exámenes por una enfermedad. A lo largo de su estancia en la Universidad de Toledo volverá a pedir algo similar en otra ocasión, esta vez a causa de una caída de caballo en 1834.

Al año siguiente de nuevo pide ser matriculado fuera de plazo porque tuvo que volver a su pueblo al ser elegido “blanco” (es decir, exento) en el sorteo de las milicias ordenadas ese año. Alega que, además de las 40 leguas de camino, él y su hermano José han debido dar un largo rodeo “por razón de estar ocupados los Montes de Toledo por los facciosos”, en alusión a los grupos carlistas que por entonces operaban en la zona. A pesar de todos estos incidentes, nuestro estudiante cordobés se graduó como bachiller en Leyes y se conserva la minuta, en latín, de su título. Por si tenéis curiosidad, sabemos que Luis de Cárdenas Chacón fue alcalde de su pueblo en 1844 y llegó a ser elegido diputado por su provincia en marzo de 1867, pero tuvo que dejar su escaño al estallar la revolución de 1868. En 1875 aparece como abogado en ejercicio en Belalcázar.

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