LA HERENCIA DE ALONSO DE VILLEGAS

Las vidas de santos han sido durante siglos uno de los géneros literarios de mayor éxito popular en Occidente. Una de las más famosas fue la “Flos sanctorum”, escrita por el clérigo toledano Alonso de Villegas (1534-1603). Este personaje nació y murió en Toledo, donde fue capellán mozárabe y beneficiado en las parroquias de San Sebastián y San Marcos, además de profesor en la Universidad. De joven escribió una obra de teatro llamada “Selvagia”, considerada una de las mejores secuelas de “La Celestina”.

Final del testamento de Alonso de Villegas, con su firma
Página final del testamento de Alonso de Villegas (1599)

En el AHPTO conservamos varios documentos relacionados directamente con Villegas, entre ellos sus dos testamentos, fechados en 1594 y 1599. Los dos han sido analizados cuidadosamente por Julio Martín Fernández y Jaime Sánchez Romeralo en un artículo del que hemos obtenido mucha de la información que hoy os ofrecemos. Lo primero que llama la atención de ambos documentos es la claridad de la letra, que contrasta con lo habitual en los documentos notariales de la época y hace pensar que los testamentos sean ológrafos, es decir, escritos por su propia mano y no por medio de un escribano. En la imagen que presentamos, además de la firma del propio Villegas, podéis apreciar esta diferencia entre ambos tipos de letra. En todo caso, por ellos sabemos que el clérigo no era precisamente pobre. Reparte respetables cantidades de dinero entre sus criados y deudos, y además declara ser poseedor de varias casas en Toledo y de un cigarral cerca del puente de San Martín. Le debía parecer mucho para un clérigo, así que quiso justificarse y declara que “lo más de ello lo he ganado y adquirido por medio de mis estudios y trabajos”. Además, se ocupa de dejar claras las cuentas de las ediciones de su obra más famosa, de la que dice no haber cobrado todavía todos los derechos que le corresponden.

Fragmento del testamento de Alonso de Villegas, con la manda en favor de la Capilla Mozárabe
Manda a favor de la Capilla Mozárabe de la Catedral de Toledo (1594)

Nosotros, por nuestra parte, nos hemos fijado en tres mandas relacionadas con libros y objetos artísticos. En primer lugar deja a la Capilla Mozárabe un breviario mozárabe y “una imagen de Nuestra Señora en tabla de una vara de largo con un tafetán verde, la cual hizo Guió, famoso pintor, y es de mucha estima entre pintores”. Esta tabla dice que la compró de la almoneda de los bienes del entallador Linares y especifica que deberá colocarse en la capilla en cuestión; si no fuese así, nuestro clérigo retira la donación de la pintura y la Capilla deberá conformarse con el breviario. Toda esta manda desaparece en el testamento de 1599, seguramente porque para entonces Villegas las había donado ya en vida a la propia Capilla. Por otro lado, no tenemos noticia ni del pintor “Guió” ni del entallador Linares.

Una segunda manda interesante es la de “un lienzo e imagen grande de Nuestra Señora con su bendito Hijo y San José y San Juan Evangelista y San Ildefonso, con mi retrato allí puesto, la cual hizo Blas del Prado”, que lega al convento de la Compañía de Jesús. El cuadro se encuentra actualmente en el Museo del Prado y en su parte inferior, efectivamente, encontramos un retrato de Alonso de Villegas arrodillado entre San Juan y San Ildefonso.

Fragmento del testamento de Alonso de Villegas con la manda de dos libros raros para la biblioteca de la Catedral de Toledo
Manda a favor de la biblioteca de la Catedral de Toledo (1594)

Por último, lega a la biblioteca (“librería”, como se decía en la época) de la Catedral dos libros singulares: “El uno es un Estropherino, libro raro, y el otro es, en romance, la segunda década de Tito Livio, que en latín hasta hoy no se ha hallado, y así este libro debe estimarse en mucho. Es de mano [es decir, manuscrito] y tiene algunos pliegos de pergamino y letra antigua, y sería posible no hallarse otro en España ni fuera de ella”. El primer libro aludido es el “Calendarium Romanum Magnum”, obra del matemático alemán Johannes Stöffler, cuyo nombre Villegas castellaniza con toda soltura. El segundo libro es hoy mucho más conocido, pero no podemos estar seguros de qué se trata exactamente porque la historia de la transmisión de la obra de Tito Livio es muy azarosa. Lo peor es que estas dos joyas bibliográficas se encuentran perdidas. Existe un ejemplar de la de Stöffler en la Biblioteca de Castilla-La Mancha pero no podemos saber si es el mismo que aparece en el testamento (agradecemos este dato a nuestros compañeros de la biblioteca regional). Ninguno de los dos libros se encuentra hoy en la Biblioteca Capitular de Toledo, y esta manda tampoco aparece en el testamento de 1599. Es muy posible que Villegas cambiase de opinión por algún motivo y se desprendiese de ambos libros sin que sepamos a quién se los dio.

EL INGENIERO ANTONELLI

Juan Bautista Antonelli el Viejo fue un ingeniero italiano al servicio de Felipe II, igual que Juanelo Turriano pero con menos fama popular y más fortuna. Se había especializado en la construcción militar y entre sus obras destacan el castillo de Santa Bárbara de Alicante, las fortificaciones de Cartagena y Peñíscola o el castillo de Benidorm. Además realizó obras hidráulicas, como la presa de Tibi o un proyecto de navegación del Tajo desde Lisboa a Toledo. Si buscáis más datos sobre él, tened cuidado de no confundirlo con su hermano Bautista ni con su sobrino Juan Bautista, todos también ingenieros. Pocos días antes de su muerte, acaecida en Toledo en marzo de 1588, otorgó ante el notario Luis de Alcocer un codicilo que modificaba su testamento, y por eso nosotros conservamos ambos documentos, además del inventario de bienes que se hizo tras su muerte.

Primera página del testamento de Juan Bautista Antonelli
Principio del testamento de Juan Bautista Antonelli

Dice ser hijo de Jerónimo Antonelli y Lucrecia Sciure, naturales de Gatteo, en la actual Emilia-Romagna. Pide que le entierren en la capilla mayor de la iglesia de San Francisco de Madrid, donde tiene una sepultura que describe con todo detalle. Instituye un mayorazgo sobre un juro que otorga a su sobrino Cristóbal Antonelli, conocido como “Cristóbal de Roda”, de quien dice que también es “ingeniero militar del rey don Felipe nuestro señor en el reino de Valencia, casado en la ciudad de Alicante con Hipólita de Torres, hija de Pedro de Torres alcaide del castillo de aquella ciudad”. Como vemos, la ingeniería militar parece ser la especialidad de la familia. Nuestro protagonista especifica que su salario es de 800 ducados anuales, unos 134.000 € actuales, nada menos. Se acuerda varias veces de una hermana monja, pero curiosamente solo menciona a su hermano y colega, el ya mencionado Bautista Antonelli, para decir que le debe 150 ducados. La relación fraternal no debía pasar por sus mejores momentos.

En sus inventarios de bienes, tanto el que aparece en el testamento como el realizado tras su muerte, encontramos “un teatro de cosmografía”, además de “instrumentos y compases de mi profesión”. Hay, naturalmente, bastantes ropas, entre las cuales describe especialmente su mejor vestido: “un herreruelo, una ropilla, unos zaragüelles y medias, un jubón, dos camisas, un sombrero y mi espada y talabarte”; como de costumbre, hemos modernizado la ortografía del original.

Declaración de los servicios prestados al Rey en el testamento de Juan bautista Antonelli.
Declaración de los servicios prestados al Rey

En cuanto a detalles profesionales, nos dice “que yo he servido y sirvo a su majestad el rey don Felipe nuestro señor treinta y seis años ha en Italia y Flandes y en España y en Berbería, de ingeniero militar y de alojar ejército”. Menciona que queda pendiente ajustar cuentas de un trabajo, que fue el reconocimiento de la navegabilidad del Guadalquivir desde Sevilla a Córdoba en 1584. En fin, el testamento está fechado en Madrid en octubre de 1587, ante Alonso de Soria, y se encomienda su custodia al guardián del monasterio de San Francisco. Está firmado por el propio Antonelli, igual que el codicilo del año siguiente pero, como podéis ver, en esta segunda firma los efectos de la enfermedad ya son muy evidentes.

Si la paleografía no es vuestro fuerte, os gustará saber que estos documentos ya fueron publicados por Luis Toro Buiza en este artículo. Por cierto, que el investigador sevillano aporta, de paso, un testimonio muy interesante de primera mano sobre la forma en que los protocolos de Illescas llegaron hasta nuestro archivo en plena guerra civil española. Pero esto forma parte de otra historia que quizá os contemos algún día.

LAS VUELTAS QUE DIO EL TESTAMENTO

Hace algún tiempo os presentamos la copia que tenemos en el AHPTO del testamento de Teresa Enríquez, “La loca del Sacramento”, impulsora de la construcción de la espectacular Colegiata de Torrijos. Entonces nos fijamos en su contenido y en el personaje, pero toda la burocracia que lleva a su alrededor tiene también su interés. En eso nos vamos a fijar hoy.

Primera página del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez
Primera página del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez

Al primer vistazo vemos que no tenemos delante el testamento original sino una copia de casi dos siglos después, por el tipo de letra y por el papel timbrado. Enseguida se nos dice, en efecto, que estamos ante las autoridades municipales de Madrid y que el duque de Maqueda, descendiente de doña Teresa, a través de su abogado, quiere hacer copia auténtica de diversos documentos importantes de su archivo “por cuanto se hallan deteriorados a causa de su mucha antigüedad y con el transcurso del tiempo se ha perdido el color de la tinta e introducídose la polilla en algunos de ellos”. Cualquier archivero sabe la verdad que hay en estas palabras. Se dispone que la copia la haga un notario, pero bajo la supervisión de un experto contratado al efecto, el padre dominico Juan Gallego, “quien ha hecho otras compulsas y obras de esta calidad, como es público y notorio”. Como vemos, no cualquiera puede enfrentarse a las escrituras antiguas. Estas compulsas se entregarán al duque “para colocarlas en el archivo con sus originales en el lugar que les corresponda”. El teniente corregidor de Madrid accede a la petición y ordena al notario Pedro Suárez de Ribera que haga las copias de la forma indicada.

Fragmento del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez
Fragmento del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez

Así que ahora entra en acción el mencionado fray Juan Gallego, que dice que ha visto “en casa de los Excelentísimos Señores Duques de Arcos diferentes instrumentos que tienen en su archivo… para trasumptarlos [sic] y hacer la compulsa de ellos en letra más inteligible”. Por supuesto, el buen fraile exhibe ante el notario la licencia que tiene de su superior para hacer todo esto, licencia que el notario copia íntegra, una página; recordemos que los notarios en esta época cobraban por páginas.

Bien, pues vamos a transcribir el testamento, que es lo que nos importa. Pero resulta que lo que fray Juan tiene delante no es el testamento original, sino otra copia autorizada que nos lleva dos siglos atrás. En efecto, a los pocos días de la muerte de Teresa Enríquez, se presentó en el Ayuntamiento de Torrijos el fraile agustino Francisco de la Parra con el testamento cerrado de la fundadora en la mano, ya que él era uno de sus albaceas, y pidió que el alcalde mande hacer “uno o dos traslados o los que más conviniesen”. Y luego “el señor alcalde tomó en la mano el dicho testamento e le abrió en presencia de los dichos testigos e lo firmó de su nombre: Juan de Andrada, alcalde”. Enseguida compareció el prior de la Colegiata y, en su calidad de heredero, pidió ya la primera copia autorizada. Antes de otorgarla, el alcalde llamó a los que aparecen como testigos en el propio testamento para que juren que efectivamente ese es el testamento original, reconociendo las firmas y sellos. Se mandó contar las hojas del testamento original, “veinte y cinco hojas y una plana, y a la vuelta de ella está el otorgamiento y sello y firma de Su Señoría y del escribano, signado y firmado de los testigos. Y todas las dichas hojas al pie de ellas estaban cerradas con una raya, y la cabeza con unas rayas de tinta, y en la dicha postrera plana está asimismo por de dentro la firma de la dicha señora doña Teresa, que está en gloria”.

Fragmento del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez
Fragmento del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez

¿Y ya encontramos el testamento? Pues todavía no. Lo que con tanta prosapia entregó fray Francisco al alcalde torrijeño es un acta por la que el notario de la localidad, dentro de las propias casas de Teresa Enríquez, afirma que ella misma le hace entrega de un escrito doblado y cerrado declarando, delante de testigos, que ese era su testamento, y que estaba escrito en 25 hojas “en papel de pliego entero”, de una misma letra. De todo ello da fe el notario municipal para después, por fin, copiar el testamento propiamente dicho que, como hemos visto, acababa de abrir el alcalde. La copia ocupa 32 hojas, por la diferencia de letra.

Firmas al final del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez
Firmas al final del expediente de copia del testamento de Teresa Enríquez

Una vez conocido el testamento, ya las formalidades son pocas. Volvemos sin transición al siglo XVIII y a Madrid, donde fray Juan Gallego jura haber transcrito “bien y fielmente” todo el documento, y el notario da fe de haberse hecho la transcripción en 92 hojas en total, siendo el primer pliego en papel sellado y el resto en papel común. Y todo termina con la firma del notario y del transcriptor.

¿ES ESTE EL MÉDICO DE CARLOS V?

Hoy os presentamos el testamento de Francisco López de Villalobos, el médico de Fernando el Católico y de Carlos V. Mejor dicho, el presunto testamento de este personaje. Vayamos por partes.

López de Villalobos fue una de las personas más conocidas de la España del siglo XVI pero, sin embargo, se sabe relativamente poco de su vida. Había nacido hacia 1473 en Villalobos, provincia de Zamora, de linaje judeoconverso. Su padre y su abuelo habían sido médicos de los marqueses de Astorga; él mismo lo dice en uno de sus libros, pero sin mencionar sus nombres. Francisco estudió Medicina en la Universidad de Salamanca y al terminar se instaló en Zamora para servir luego a los duques de Alba y los condes de Benavente. En 1508 fue nombrado médico de cámara por Fernando el Católico, cargo en el que sería confirmado por Carlos V en 1518. Villalobos permaneció al servicio del emperador hasta retirarse en 1542. Además de su labor en la corte, donde llamó la atención no solo por su valía profesional sino también por alardear de su linaje judaizante —lo que le atrajo poderosas amistades, pero también problemas serios con la Inquisición—, Villalobos escribió varios libros sobre medicina, filosofía y poesía. En suma, fue uno de los personajes más importantes de su tiempo. Murió en Valderas (León) en 1549.

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Este documento es, supuestamente, su testamento, otorgado en Toledo el 2 de mayo de 1541. No forma parte de ningún protocolo notarial, sino que fue comprado por el estado en 2010. En el verano de ese año el conocido librero británico Leo Cadogan —si queréis saber más de él, tenéis una entrevista aquí— pidió permiso para sacar de España este documento con la intención de venderlo. El órgano que debe dar este permiso, llamado “Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico Español”, dependiente del Ministerio de Cultura y Deportes, no se lo otorgó. Para compensarle, sin embargo, decidió comprar el documento, y depositarlo en el AHPTO. La documentación que acompañó el ingreso del documento en nuestro archivo lo identifica como el testamento del médico de Carlos V. Pero hoy no estamos ya tan seguros.

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Los motivos de nuestra perplejidad son los detalles que aporta el propio testamento. Así, el testador declara ser “vecino de Toledo”, lo que implica una residencia estable en la ciudad que hasta ahora no se conocía. Pero su vinculación con Toledo no debía ser circunstancial, puesto que declara su intención de hacerse fraile en el monasterio de La Sisla, al que deja una respetable cantidad. Menciona a su hermano Jerónimo y a sus dos hermanas, Lucía y Ginesa, esta última doncella al servicio de la duquesa del Infantado. Nombra también a sus padres, Luis de Segovia y Marina de Villalobos. Incluso encontramos el detalle curioso de que deja una cantidad a su “contador” Andrés Sánchez “por cualesquier maravedíes que hubiese dado a mi madre para amostrarme [sic] a leer y escribir, no embargante que él era obligado a lo mostrarme”. Pero no hace ninguna alusión ni a su tierra de nacimiento ni a su condición de médico real, esto último realmente sorprendente. Por todo ello, quizá podamos pensar que quizá este Francisco de Villalobos no sea el mismo Francisco López de Villalobos que tuvo en sus manos la salud del rey y del emperador. Pero se nos hace difícil asumir que tanto Leo Cadogan como los miembros de la Junta de Calificación hubiesen cometido este error. Los datos de la vida del médico los hemos extraído de un documentado artículo de Jon Arrizabalaga, de 2002, pero no sabemos si desde entonces algún otro investigador ha indagado en la vida del personaje. Lo que sí sabemos es que este documento no ha sido consultado por nadie desde que ingresó en el AHPTO. Ahí lo dejamos.

JUANELO TURRIANO

En estos días se puede visitar la exposición que la Biblioteca Nacional dedica a Juanelo Turriano. El año pasado su ciudad natal, Cremona, le dedicó también una importante muestra. Y cuenta hasta con una fundación dedicada a su memoria. El sabio italo-español está de moda, pues, aunque lo cierto es que siempre ha sido uno de los personajes más populares del imaginario colectivo de la ciudad de Toledo, tan fecunda en mitos. De hecho, en lugar de dedicarle una calle a él, como ocurre en Madrid o en Alcalá de Henares, la ciudad decidió homenajear a una de sus máquinas, el “hombre de palo”, una especie de robot del siglo XVI, hecho de madera, que podía mover brazos y piernas con el fin de conseguir limosnas de los viandantes.

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Dejemos la cibernética renacentista y volvamos con nuestro ingeniero. Janello Torriani había nacido en 1500, y desde 1552 encadenó diversos trabajos de relojería por cuenta de Carlos I. En 1556 viene a España, siguiendo al emperador, y participó en la construcción de su palacio en Yuste. Desde 1558 trabaja también de forma continua a las órdenes de Felipe II, interviniendo en varios proyectos de relevancia, incluyendo la reforma del calendario gregoriano. Pero su obra más famosa fue, sin duda, el “artificio de Juanelo”, una compleja máquina destinada a subir las aguas del río Tajo hasta el Alcázar de Toledo. Se contrató en 1565 y Juanelo tardó cuatro años en realizarla, corriendo con todos los gastos. Una vez en marcha, las autoridades del Alcázar se quedaron con el agua y, además, se negaron a pagar al autor alegando que el contrato no era con ellos. El Ayuntamiento volvió a encargar un segundo artificio, que también costeó el paciente Turriano, y que tampoco fue nunca pagado. Estas deudas significaron su ruina, como veremos. En cuanto a los artificios, fueron decayendo por falta de cuidados y dejaron de funcionar en la primera mitad del siglo XVII; solo los restos del segundo artificio quedaron en pie hasta ser definitivamente demolidos en la segunda mitad del siglo XIX.

El documento que os traemos aquí es nada menos que el testamento de Juanelo, hecho en Toledo el 11 de junio de 1585 ante el notario Juan Sánchez de Canales. De las cinco páginas de texto —ya hemos dicho que no tenía muchos bienes que repartir— os ofrecemos el principio y el final, donde aparece su firma. Se define como “criado de Su Majestad” y declara ser vecino de Toledo, en la desaparecida parroquia de San Isidoro; más adelante afirma haberse casado con Antonia Sechela, difunta, de quien tuvo una única hija, Bárbula Medea. Dispone que se le vele en el también desaparecido convento del Carmen y luego se le entierre en cualquier iglesia de Toledo. Nombra ejecutor de sus deudas a su yerno Diego Jofre. Ordena se entreguen al rey sus relojes y sus libros. Pide al rey “libertarme de huéspedes la casa que tengo en Madrid” para que puedan disfrutarla su hija y sus nietos. Pero su desesperada situación se refleja en una de sus mandas, que no nos resistimos a transcribir íntegramente, modernizando la escritura: “Por cuanto ha cuarenta años poco más o menos que he sido y soy criado así de la Cesárea Majestad del Emperador nuestro señor, que sea en gloria, como del rey don Felipe, nuestro señor, su hijo, le suplico que, porque yo quedo tan pobre y adeudado como parecerá por un memorial que de ello dará la dicha Bárbula Medea, mi hija, y con dos nietos y dos nietas huérfanas, hijos de la dicha Bárbula Medea, que tiene por remediar, sea servido, porque no les queda otro amparo ni remedio sino el que espero de su real liberalidad y grandeza, le suplico humildemente se sirva de remediarlos y ampararlos haciéndoles la merced que sea servido, atento mis servicios, para que no pasen la gran necesidad con que quedan”.

Así acabó un gran ingeniero y un leal servidor. Cosas de la ingratitud de los poderosos.