LA CASA DEL MÉDICO

Cuando llegan las vacaciones de verano hay algunos temas recurrentes en las conversaciones y los noticiarios. Uno de ellos es el estado de la sanidad rural. Es cierto que la atención sanitaria en localidades pequeñas tiene mucho margen de mejora, pero también hay que reconocer los esfuerzos de los poderes públicos desde principios del siglo pasado por acercar los médicos a los pueblos pequeños y por dotarlos de medios suficientes. Desde 1930 la sanidad rural se organizó en tres niveles: provincial, comarcal y local. En este último nivel se empezaron a crear “Centros Primarios de Higiene”, que tras la guerra civil fueron sustituidos por las “Casas del Médico y Centros Rurales de Higiene”.

Como sugiere su nombre, se trataba de unir en un mismo edificio la vivienda del médico y el consultorio local. En este ejemplo de Camuñas, el arquitecto Luis Calvo Huedo previó una casa de una sola planta, con un ala para cada función, de modo que comparten entrada pero luego un vestíbulo separa ambas partes.  

Aunque la primera Casa del Médico de España se construyó en Gallur (Zaragoza) en 1946, su extensión planificada no empezó hasta 1951. La Junta de Higiene Rural y Construcción de Casas del Médico de Toledo se constituyó en junio de ese año y enseguida empezó a informarse de la situación en cada ayuntamiento, a los que pedía que colaborasen cediendo el solar y parte de la mano de obra necesaria. Pero las necesidades eran muchas y los recursos escasos, como vemos en el caso de Villamuelas, donde el mismo arquitecto prepara un airoso proyecto casi idéntico al de Camuñas, pero seis años después aún no se habían iniciado las obras, para desesperación del médico allí destinado.

Mas no todo iban a ser fracasos. En muchos pueblos sí se construyó esta instalación, e incluso algunos de los expedientes elaborados al efecto en el Gobierno Civil muestran fotografías de las obras. Estas en concreto corresponden a La Nava de Ricomalillo y Santa Olalla y están fechadas respectivamente en junio y marzo de 1952. Además, se conservan presupuestos y recibos de los contratistas, así como la correspondencia cruzada entre el Gobierno Civil y los ayuntamientos sobre distintos asuntos, en especial dos: los costes del equipamiento o reparaciones necesarias, y si el médico paga renta por la casa o no lo hace. A partir de 1969 una nueva reestructuración administrativa trata de relanzar la construcción de centros sanitarios locales, pero esta vez los ayuntamientos interesados deberán aportar el 25 % del presupuesto de la obra, lo que superaba las posibilidades de muchos de ellos, sobre todo los más pequeños. Con el tiempo, muchas de las casas del médico han mudado su función, bien convirtiéndose en centros de salud (ya sin vivienda), bien destinándose a otros usos.

MANCOMUNIDAD SANITARIA DE TOLEDO

En estos tiempos todos estamos más atentos que nunca a las instituciones encargadas de velar por la sanidad pública, nos felicitamos de su funcionamiento y hasta aplaudimos, con toda justicia, a sus trabajadores. Pero, como decimos muchas veces, conviene recordar que las cosas no siempre han sido así, y que la sanidad pública no siempre ha tenido la importancia y los recursos que hoy le damos. Se suele considerar que los primeros intentos de formar una red sanitaria pública en España datan de 1900, cuando se promulga la Ley de Accidentes de Trabajo. Según Carmen Ruiz Ginard, en este momento el presupuesto dedicado a sanidad pública significaba el 0,08 % del PIB nacional; en 2018 este porcentaje fue del 6 %. Pero también es cierto que, al menos en términos institucionales, la evolución fue rápida. En 1908 se crea el Instituto Nacional de Previsión, antecedente de la Seguridad Social, y en 1922 la Dirección General de Sanidad, de la que en 1925 surgirían la primera organización sanitaria provincial mínimamente eficaz, basada sobre todo en los Institutos provinciales de Higiene, de los que ya os hablamos hace algún tiempo, pero también en otros organismos, entre ellos las Mancomunidades Sanitarias.

Estos órganos se crearon en 1931 para ocuparse de las cuestiones administrativas, de manera que los Institutos provinciales de Higiene pudieran concentrarse en las labores puramente sanitarias. Sin embargo, no empezaron a funcionar realmente hasta 1934 con el nombre de “Mancomunidad de Municipios”. Formaban parte de ella todos los ayuntamientos de la provincia más la Diputación Provincial, que ejercía a la vez de coordinador y de representante del Estado. Los ayuntamientos debían entregar a la Mancomunidad el salario de los médicos municipales, el importe de los medicamentos que solían distribuir a la beneficencia,  y el 2 % de su presupuesto para el sostenimiento de los Institutos provinciales de Higiene. Como se ve, se trataba de reducir las competencias de los ayuntamientos en materia sanitaria para entregarlas a los organismos provinciales, controlados por el Estado, con la idea de mejorar su eficacia. Las Mancomunidades de Municipios sobrevivieron a la guerra civil y en 1944, bajo el nombre de “Mancomunidades Sanitarias”, se les encargó el pago de los salarios de los sanitarios aún dependientes de los municipios y del sostenimiento de los Institutos provinciales de Sanidad, herederos de los de Higiene. Así se mantuvieron más de veinte años, hasta que en 1967 fueron suprimidas, junto con los Institutos provinciales de Sanidad; los pocos médicos municipales que quedaban pasaron a cobrar sus salarios directamente de los ayuntamientos.

El fondo documental de la Mancomunidad Sanitaria de Toledo que conservamos en nuestro Archivo no es muy grande, apenas un par de cajas, y contiene, sobre todo, documentación económica, como es lógico. Pero también están las actas del organismo, empezando por la de la primera reunión, en agosto de 1934 que, curiosamente, no pudo presidir el Gobernador Civil titular por estar enfermo. La documentación llegó a nuestro archivo en febrero de 1996, pero mezclada con otros organismos de gestión sanitaria y de asistencia social, de manera que hasta 2015 no se identificó como fondo independiente.

EL INSTITUTO PROVINCIAL DE HIGIENE

La sanidad pública fue materia de la que el Estado no se ocupó seriamente hasta 1925. De ese año son los primeros pasos reales para organizar la prevención y la curación de manera efectiva en todo el país mediante, entre otras medidas, la creación de organismos provinciales. Así, en cada provincia existiría una Inspección Provincial de Sanidad, una Junta Provincial de Sanidad y, sobre todo, un Instituto Provincial de Higiene, distribuido en los servicios de Epidemiología y Desinfección, Análisis y Vacunación. En los años siguientes, el papel de los Institutos sería cada vez más importante, como centro de las actuaciones sanitarias en cada provincia, y también ampliaría sus funciones al ritmo de la lucha contra las principales enfermedades de cada momento. En 1939 los Institutos quedarán sujetos a las nuevas Jefaturas Provinciales de Sanidad y cambiarán su nombre por el de Institutos Provinciales de Sanidad.

Bien, pues los documentos de hoy son los planos de la construcción del nuevo y flamante edificio del Instituto Provincial de Higiene de Toledo en 1933. Como se puede ver, el edificio elegido está en la esquina del Callejón de Jesús y María y la calle de Joaquín Costa, hoy Alfonso XII, muy cerca de la sede actual del AHPTO. El edificio venía siendo residencia de la Compañía de Jesús, pero fue incautado por el Estado tras la supresión de la orden religiosa en 1932, y al año siguiente se decidió instalar allí el IPH.

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El proyecto fue encargado al arquitecto municipal de Toledo, Flaviano Rey de Viñas, que había intervenido en la construcción del teatro de Mora y en la reforma de su Ayuntamiento, y después realizaría otras obras oficiales, como la reforma del Cuartel de la Guardia Civil de La Puebla de Montalbán o la del Ayuntamiento de Torrijos. Como se puede ver, todo se organiza alrededor del patio trapezoidal, utilizado como sala a de espera. A él se abren algunos de los despachos de atención sanitaria más utilizados, desde la sala de embarazadas y la de puericultura hasta la de “curaciones de higiene social”. Más recónditos están los espacios dedicados algunas de las enfermedades a las que se otorgaba atención especial, como el paludismo o la tuberculosis. En su fachada, el edificio incluía una airosa portada.

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Poco tiempo permanecería aquí el Instituto Provincial de Higiene. En 1938 los jesuitas pudieron volver a España y se les devolvieron sus bienes, incluyendo este edificio. De manera que el IPH debió buscarse otro acomodo. Tras largos debates, finalmente recaló en 1940 en la Plaza del Colegio de Doncellas.

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En la fotografía podemos ver el aspecto de nuestro edificio hacia los años de 1950. Parece que la portada no llegó a realizarse y se sustituyó por otra más funcional y menos estética. Lo que sí conserva todavía es el mástil de la bandera propia de los edificios oficiales.

Los Institutos Provinciales de Sanidad serán suprimidos en 1967, y sus funciones se repartieron entre los Ayuntamientos y las propias Jefaturas Provinciales de Sanidad. Pero, en el caso de Toledo, para entonces ya todos sus servicios habían pasado al edificio de la Jefatura Provincial de Sanidad, en la calle Real, junto a la Diputación.