EL ARCHIVO NOTARIAL DE ORGAZ

Hoy, 9 de junio, es el Día Internacional de los Archivos. Así que es casi obligado que os presentemos un documento relacionado con nuestro propio ámbito de trabajo. Vamos a asistir, pues, a la formación del archivo notarial de Orgaz. Mejor dicho, a su no-formación. Expliquémoslo.

Portada del expediente
Portada del expediente

Estamos a principios del período revolucionario que había expulsado a Isabel II pero todavía no había acabado de encontrar la forma de gobierno adecuada para España. Una época convulsa, desde luego. El “gobierno provisional” decide acometer un asunto que venía de atrás: el destino de los protocolos de los notarios. Ya hemos hablado en otras ocasiones de los protocolos notariales, auténtico corazón de los Archivos Históricos Provinciales. Como sabéis, el “protocolo” es el conjunto de las escrituras “matrices” (es decir, la copia que se queda el notario de todas las escrituras otorgadas en su presencia) que ha otorgado un notario a lo largo de un año. Desde su regulación a nivel nacional, a principios del siglo XVI, los notarios están obligados a conservar todos los protocolos tanto suyos como de sus antecesores en la notaría. Pero con la llegada del Estado liberal empiezan a surgir voces contra la propiedad privada de unos documentos que ya no tienen, obviamente, valor notarial y sí valor histórico o cultural. Serían los gobiernos más progresistas los que hagan realidad disposiciones en este sentido. Una de ellas será el Decreto de 8 de enero de 1869, que dispone que en cada distrito notarial se constituya un “archivo general de protocolos”, formado con los protocolos de más de 30 años y otros registros que se especifican, y que estará al cargo de un notario del distrito. 

Oficio de la Audiencia Territorial de Madrid
Oficio de la Audiencia Territorial de Madrid

Ya decimos que eran tiempos convulsos. Así que, en el distrito de Orgaz hubieron de pasar casi cinco años sin que nadie hiciera nada al respecto, seguramente ocupados en otras cuestiones. En noviembre de 1873, con la situación general algo más estabilizada, la Audiencia de Madrid escribe al juez de primera instancia para que “por cuanto medio su celo le sugiera”, ponga en marcha de una vez este archivo. Y aquí empiezan los siempre entretenidos trámites burocráticos. En primer lugar, el juez le pasa la pelota al alcalde, para que provea de local adecuado.

Oficio de la Alcaldía de Orgaz
Oficio de la Alcaldía de Orgaz

A los pocos días el alcalde contesta. El único local adecuado es “una de las tres salas que, en el piso alto del edificio donde están establecidos el pósito de esta villa y cárcel del partido, se destinan a prisión de mujeres”, puesto que, con las otras dos salas ya es suficiente para mantener arrestadas a las mujeres presas que pudiera haber. Hoy, el antiguo pósito es sede del juzgado orgaceño y el edificio, reformado, sigue manteniendo allí el archivo judicial. Podéis encontrar más información sobre este interesante edificio en el blog Villa de Orgaz.

Minuta de oficio del juez de instrucción de Orgaz
Minuta de oficio del juez de instrucción de Orgaz

Pero el asunto aún no ha terminado. En enero de 1874 el juez vuelve a remitir el asunto a la Audiencia de Madrid para que disponga el nombramiento del notario archivero. Se ve que el alto tribunal no tiene mucha prisa para estas cuestiones, porque no contesta. Sin embargo, en octubre de 1875 ordena al juez que gire visita de inspección al archivo. El juez, imperturbable, contesta que “no se puede girar visita al archivo de protocolos de este distrito en razón a no haber archivero nombrado en el mismo a donde estuvieran reunidos los protocolos de los pueblos del partido”. No sabemos si esto significa que los documentos ya estaban en el local previsto, pero faltaba quien se hiciese cargo de ellos o si, más bien, no se había hecho nada. Nuestro expediente termina aquí. Solo podemos decir que en algún momento las autoridades decidieron ocuparse de este asunto y hoy el archivo de protocolos de Orgaz funciona con normalidad.

LOS ARCHIVOS DE TOLEDO EN 1928

Esta semana celebramos la Semana Internacional de los Archivos, y con este motivo queremos presentaros un interesante documento que refleja la situación de los archivos de nuestra provincia en 1928, excepto los que ya estaban servidos por archiveros del Estado. Se trata de un informe exhaustivo realizado por Francisco de Borja San Román Fernández e Ignacio Calvo Sánchez y terminado el 20 de diciembre de ese año. El informe forma parte de un proyecto impulsado por la Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos desde 1922. Los informes originales de todas las provincias se conservan hoy en el Archivo Histórico Nacional, pero nosotros tenemos una copia del correspondiente a Toledo.

El informe se divide en dos partes, una para la ciudad de Toledo y otra para la provincia, con una introducción general y otra específica para la provincia. No podemos entrar aquí en los detalles de cada archivo visitado, así que solo repasaremos algunos de los comentarios generales que hacen nuestros dos ilustres colegas. No obstante, ellos mismos advierten que no solo reflejan lo que hay en los archivos, sino también los documentos que alguna vez estuvieron en ellos y ahora (en 1928) se encuentran en otros archivos. En la introducción general llaman la atención sobre “archivos antiguos que fueron riquísimos” y que aparecen casi vacíos, lamentándose de que no haya referencias al destino actual de los documentos (algo que ellos intentan paliar) y, expresivamente, dicen que “la escueta nota ‘Han desaparecido’ es impropia de los amantes de la cultura”. Mencionan el caso del archivo del monasterio de San Clemente, aunque en el cuerpo del informe solo aluden de forma general a todos los “monasterios religiosos”. En fin, abogan por la creación de dos archivos generales provinciales, uno eclesiástico y otro civil; al aludir a este último, es evidente que San Román ya tenía en mente los detalles de la creación del AHPTO tres años después.

En cuanto a la provincia, aunque se quejan de que solo 18 pueblos de casi 200 municipios tienen un archivo apreciable, también reconocen que han dedicado la mayor parte de su tiempo a la capital y apenas dos semanas al resto de la provincia, visitando solo las cabezas de partido. En general, aprecian una falta considerable de documentación que los responsables municipales suelen achacar a la guerra de la Independencia —hoy se hace lo mismo respecto de la guerra civil— pero que, según los autores, es más bien fruto de la incuria. Tanto los archivos notariales como los judiciales llaman su atención como base del futuro AHPTO, como efectivamente así ocurrió.

Borja San Román e Ignacio Calvo

Finalmente, diremos algo sobre los autores. Francisco de Borja San Román (Toledo, 1887-1942) fue una de las figuras más importantes de la intelectualidad toledana de la primera mitad del siglo XX. Director del Instituto de Segunda Enseñanza, lo fue también del Museo de Santa Cruz, de la Biblioteca provincial y fue el primer director del AHPTO. Por su parte, Ignacio Calvo (Horche, Guadalajara, 1864 – Madrid, 1930) fue un no menos ilustre sacerdote arqueólogo, arabista y numismático, muy vinculado al Museo Arqueológico Nacional. Se hizo famoso, sin embargo, por su traducción parcial del Quijote al latín macarrónico publicada en 1905.

LOS SELLOS DE LOS COLEGIOS DE NOTARIOS

Hoy os traemos una pequeña colección de sellos impresos de diferentes colegios de notarios o escribanos de España. Como sabéis, y en una definición muy somera, los notarios son los encargados de dar fe pública a los asuntos privados que se les presentan. Su oficio deriva de los “escribanos”, es decir, los que ponían estos asuntos por escrito en tiempos de analfabetismo generalizado. Durante la Edad Media solían ser los concejos los que nombraban a los escribanos que considerasen oportuno, además de los escribanos eclesiásticos y los nombrados directamente por el rey. A principios del siglo XVI se publicaron las primeras leyes efectivas para la regulación de la profesión de escribano o notario, en las que, entre otras cosas, se limitaba el número de escribanos de cada lugar. A la vez, en los lugares donde existían varias escribanías, sus titulares se agruparon en colegios o “cabildos” para defender sus intereses colectivos, tanto frente al intrusismo profesional como a los intentos regios de control excesivo de su actividad. En el AHPTO conservamos los fondos documentales de los colegios de escribanos de Toledo y de Talavera de la Reina, de los que os hablaremos en otra ocasión, pero, mientras tanto, aquí os dejamos el sello del colegio de Toledo en 1845. En 1862 finalmente el Estado asumió el control de los colegios de notarios, incluyendo la capacidad de establecerlos o suprimirlos, lo que significó que ambos colegios fueron absorbidos por el de Madrid hasta hoy, salvo durante los años 1903-1907 en que existió un colegio notarial de Toledo que abarcaba toda la provincia.

Sello del colegio de notarios de Toledo

Aunque cada notario era y es autónomo en el ejercicio de sus funciones, no era raro que los colegios notariales interviniesen en determinadas circunstancias, sobre todo cuando el asunto en cuestión implicase a notarios de diferentes colegios. Por eso, en nuestro fondo de protocolos notariales aparecen de vez en cuando los sellos de colegios notariales de diferentes lugares de España.

Sello del colegio de notarios de El Ferrol

El ejemplo más curioso que hemos encontrado, y también el más antiguo de esta pequeña colección, es el del notario de Ferrol Pedro Antonio Reguera, quien en 1804 atestigua que un documento es del puño y letra de su autor, Damián Martín Vegue, contador de la Real Armada y que, mediante ese documento, ha renunciado en favor de su hermana a su parte de “las majas de diamantes” que fueron de sus padres y que estaban a la sazón en poder de Rosa de Gracia, vecina de Mora.

Pero habitualmente estos sellos aparecen en documentos más prosaicos. Hemos seleccionado tres ejemplos similares procedentes de los protocolos notariales de Santa Olalla. En el primero, de 1830, la vecina de Madrid Ana María Gutiérrez da poder a Francisco López Escalona para que venda en su nombre una casa que posee en Santa Olalla, y tres notarios madrileños atestiguan que la firma del notario otorgante, Anselmo Ordóñez, es válida y que él mismo es “fiel, legal y de toda confianza”. Otro caso es el del marqués de Grañina, residente en Sevilla, que en 1819 da poder para que se haga efectiva la venta de ciertas tierras que tenía por vínculo de heredad, y de nuevo los notarios sevillanos atestiguan la autenticidad de la firma. Finalmente, en Badajoz en 1845 también los notarios legalizan la firma de su colega Antonio Silva Gómez en el poder que Victoriano Blanco, de esa vecindad, otorga a  para que en su nombre se tome posesión de una casa en Santa Olalla que le ha correspondido de la herencia de sus padres.

EL ENTIERRO DEL SEÑOR DE ORGAZ

Hoy os vamos a presentar algunos de los documentos más conocidos de nuestro archivo, pero no por ello menos interesantes, y que hasta ahora no habíamos reseñado aquí. Ambos, se refieren a “El entierro del señor de Orgaz”, una de las obras cumbres de la pintura universal y atractivo turístico de primer orden de la ciudad de Toledo. Y ambos firmados por El Greco y por sus clientes.

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En primer lugar, el contrato entre El Greco y la parroquia de Santo Tomé, representada por el párroco Andrés Núñez de Madrid y el mayordomo Juan López de la Cuadra, para la realización de la obra, formalizado ante el notario Juan Sánchez de Canales el 18 de marzo de 1586. Este documento ya fue publicado en 1910 por Francisco de Borja San Román, que luego sería primer director del AHPTO, y ha sido ampliamente utilizado desde entonces. Os ofrecemos su última página, con las firmas del pintor y del mayordomo, además del notario. El contrato no es demasiado largo, pero no nos resistimos a transcribir las frases que especifican el tema a pintar:

“…y en el lienzo se a de pintar una procesión de cómo el cura y los demás clérigos que estaban aciendo los oficios para enterrar a don Gonzalo Ruys de Toledo, señor de la villa de Orgaz, y bajaron santo Agustín y san Esteban a enterrar el cuerpo deste caballero, el uno tiniéndole de la cabeza y el otro de los pies, echándole en la sepoltura, y fingiendo alrededor mucha gente que estaba mirando. Y encima de todo esto se a de hacer un cielo abierto de gloria…”

Con estas indicaciones, el genial artista realizó la maravilla que todavía hoy puede contemplarse en la misma iglesia para la que fue concebida, aunque un poco desplazada respecto de su ubicación original.

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Aunque, efectivamente, el cuadro nunca salió de su templo, ha pasado por diversas vicisitudes, que también han sido comentadas con profusión. Entre ellas, el pleito entre el pintor y la parroquia a cuenta del precio de la obra. Como era costumbre, en el contrato no se estipula el precio final, sino que se encomienda a una tasación posterior. Otro documento de nuestro archivo, fechado el 20 de junio de 1588 y también editado por San Román, nos cuenta que, llegado el momento, los también pintores Luis de Velasco y Hernando de Nunciva lo tasaron en la respetable cantidad de 1.200 ducados. El párroco protestó y pidió una segunda opinión. Los nuevos tasadores fueron Hernando de Ávila y Blas de Prado, que aumentaron el valor hasta los 1.600 ducados. Naturalmente, Dominico insistió en cobrar esta última cantidad pero, finalmente, el Consejo Arzobispal falló que se le pagasen los 1.200 iniciales. Este segundo documento es el acuerdo al respecto entre ambas partes, que incluía generosos plazos  y algunos pagos en especie, además del compromiso del propio párroco de pagar parte de la deuda de su propio bolsillo, sin duda por la mala situación económica de la iglesia. Al final, firman de nuevo el pintor, el mayordomo y ahora también Andrés Núñez. Hay que decir que, según todos los indicios, El Greco y el cura mantuvieron, a pesar de todo, una buena relación durante toda su vida.

TIRSO EN TOLEDO

Fray Gabriel Téllez fue un fraile mercedario español que ha pasado a la posteridad por su faceta de autor teatral bajo el seudónimo de Tirso de Molina. Nació en Madrid en 1579 y estudió en la Universidad de Alcalá, donde coincidió con Lope de Vega, al que rindió declarada admiración toda su vida. En 1600 ingresa en la Orden de la Merced y seis años después es ordenado sacerdote en Toledo. Aquí se instaló en el convento de su orden, situado en el lugar donde hoy se alza el palacio de la Diputación Provincial, y aquí permanecería hasta 1616, con algunos largos viajes intercalados en su estancia toledana.

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De su estancia en Toledo nos ha quedado su firma en un documento de febrero de 1615, autenticado por el notario Pedro de Galdo. En él, la comunidad de frailes mercedarios concede la propiedad y patronazgo de la capilla de Nuestra Señora de las Mercedes del convento toledano a Nicolás Suárez, Pedro Suárez y Pedro Ortiz. Como era costumbre, firman todos los miembros de la comunidad religiosa, y entre ellos, naturalmente, también nuestro autor.

Toda la vida adulta de Tirso es una lucha por mantener sus dos grandes vocaciones, la religiosa y la literaria, sobre todo teniendo en cuenta que nuestro autor se especializó en comedias de enredo y “de capa y espada”. Quizá las más conocidas sean “Don Gil de las Calzas Verdes” y “El vergonzoso en Palacio”, aunque también cultivó el teatro religioso, con algunas vidas de santos y autos sacramentales, y obras en prosa. Pero muchas personas de su tiempo consideraban que esta actividad literaria, sobre todo la “profana”, no cuadraba con los hábitos mercedarios. Por eso, en 1625 el mismísimo y todopoderoso Conde-Duque de Olivares ordenó su destierro, aunque resultó un destierro breve, de apenas un año. Después de vivir en lugares tan diversos como Santo Domingo, Madrid, Sevilla o Trujillo, Tirso volvió a Toledo en 1629 y permaneció aquí cuatro años antes de marchar a Cataluña. Tras diversos avatares y traslados, murió en Almazán en 1648. El retrato que os ofrecemos es un grabado del siglo XIX, obra de Bartolomé Maura, y se encuentra en la Biblioteca Nacional de España.

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Toledo aparece en varias obras de Tirso, incluso en el título. Así, en las comedias “La villana de la Sagra” y “De Toledo a Madrid”, pero sobre todo en su obra en prosa “Los cigarrales de Toledo”. Se suele destacar también “El burlador de Sevilla”, considerada una de las primeras manifestaciones literarias del mito de Don Juan Tenorio y que habría sido compuesta, al menos en gran parte, durante la primera estancia de Tirso en Toledo. No obstante, hay autores que consideran errónea su atribución a Tirso.

JERÓNIMO DE COURBES, MERCADER DE LIBROS

Entre los documentos de nuestra exposición sobre libros y bibliotecas se encuentran dos contratos de impresión de sendas obras del ilustre erudito talaverano Juan de Mariana. Uno de ellos os lo presentamos hace algunas semanas y hoy vamos con el otro. 

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Se trata del contrato celebrado el 27 de julio de 1618 por el que “Jerónimo Courbes, francés, mercader de libros, residente en la villa de Madrid”, se obliga a imprimir “un libro que el dicho padre Mariana tiene compuesto intitulado ‘Notaciones de la Sagrada Escritura’, para cuyo efecto el padre Mariana le hace entrega del original escrito de mano”. Hoy el libro se cataloga como “Scholia in Vetus et Nouum Testamentum” y se puede encontrar en muchas bibliotecas europeas, entre ellas la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

Como en todas las ediciones, la fidelidad al original es esencial, y así “para que no se mude nada de como va publicada, va rubricada cada foja de Pedro de Montemayor, escribano de Su Majestad”. Cada semana, el editor se compromete a enviar a Mariana todo lo que haya impreso, para su revisión, y además “la dicha impresión ha de ser de letra de lectura y nueva, y que salga la impresión toda muy correcta, y si algún pliego no saliere bueno, lo ha de tornar a imprimir a su costa, de lo cual ha de ser juez el dicho padre Mariana”. Para costear la edición, Mariana presta a Courbes la respetable cantidad de 400 ducados, que el francés devolverá en cuatro plazos, el último en abril de 1621, momento en que es presumible que haya recuperado la inversión.

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Courbes deberá iniciar la impresión en septiembre de este mismo año, teniéndola terminada a finales del siguiente, utilizando al menos dos prensas y con “papel de Génova bueno”, muy apreciado en la época. Al terminar, el editor debía entregar al autor 125 ejemplares, quedando libre para comerciar en exclusiva con el resto de la edición durante cuatro años. El tema de la exclusividad era importante, y por eso se declara honestamente que “por cuanto el dicho padre Mariana tiene enviado un original de este libro a Flandes, a poder del padre Andrés Escoto, de la Compañía de Jesús, residente en Amberes, se obligó de dar al dicho Jerónimo Courbes una carta para el dicho padre Andrés Escoto para que le vuelva el dicho original al dicho padre Mariana para que no se imprima allá”. A pesar de todas estas prevenciones, se realizó una segunda edición en París en 1620.

En cuanto al editor, Jerónimo de Courbes era uno de los principales libreros de la época. Hace unos años Mercedes Agulló realizó su biografía, por la que sabemos que, además de librero y editor, se dedicó al comercio internacional en general, y tuvo varios problemas con la Inquisición precisamente por introducir en España libros prohibidos. Nació en París hacia 1591 de familia también relacionada con la producción e impresión de libros. En 1611 ya tenía una próspera tienda en Madrid, situada al comienzo de la calle Mayor, junto a la Puerta del Sol. Este editor y librero debió morir en Madrid entre 1631 y 1641. Si queréis conocer más sobre él y otros colegas de la época en Toledo, podéis recurrir a este artículo de Hilario Rodríguez de Gracia

 

Ingresos y eliminaciones de documentación

Hoy os queremos hacer partícipes de dos noticias. Por un lado, la semana pasada tuvimos un nuevo ingreso de documentación en el AHPTO. Se trata de un conjunto de 26 protocolos notariales centenarios, procedentes del archivo notarial de Talavera de la Reina. Los protocolos, datados entre 1909 y 1916, corresponden a los pueblos de ese distrito, excepto la propia ciudad de Talavera. En esta ocasión, el notario archivero ha decidido mantener la custodia de los protocolos notariales de la ciudad, amparándose en una cierta ambigüedad de la legislación al respecto. En todo caso, en el AHPTO tenemos los protocolos centenarios de Belvís de la Jara, Cebolla, El Puente del Arzobispo, Navamorcuende y Oropesa.

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La segunda noticia es que se ha abierto el período de información pública sobre una propuesta de eliminación de documentos generados por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Es la primera propuesta de este tipo que se realiza desde hace casi 20 años, y supone la reactivación de la Comisión Calificadora de Documentos de nuestra región, que es el organismo encargado de decidir sobre la conservación o eliminación dela documentación autonómica. Es una buena noticia, y os animamos a examinar esta propuesta y, si lo estimáis oportuno, presentar vuestras opiniones al respecto.

Artistas toledanos poco conocidos: Pedro de Orrente

Después de un par de semanas de vacaciones, volvemos con nuevos ímpetus. Como ya hicimos hace casi un año con Antón Pizarro, vamos a fijarnos de nuevo en uno de esos artistas poco conocidos para el gran público, pero que forman el ambiente cultural de una época. Nos referimos al pintor Pedro de Orrente, nacido en Murcia en 1580, pero muy vinculado a Toledo, ciudad en la que residió y trabajó en varias etapas de su vida. Amigo de Jorge Manuel Theotocopuli, cuyos hijos apadrinó en 1627 y 1629, también adoptó aquí a su único discípulo documentalmente probado, llamado Juan de Sevilla, que a su vez era hijo del escultor Juan de Sevilla Villaquirán. El documento que os ofrecemos, procedente de los protocolos notariales del Toledo, atestigua precisamente la entrada de este Juan, entonces de catorce años de edad, al servicio del pintor, en las condiciones habituales en la época. Era el 24 de enero de 1627.

Según los expertos, las estancias de Orrente en Toledo fueron decisivas en su formación porque aquí conoció, a través de otros artistas como Juan Sánchez Cotán o el mismo Greco, la obra del italiano Leandro Bassano, que le fascinó hasta el punto de marchar a Venecia a formarse con él. De hecho, Orrente ha llegado a ser conocido como “el Bassano español”. Además, en Italia aprendió a concebir su oficio desde una perspectiva más comercial, adaptándose a los gustos del público, en especial por los temas religiosos y bíblicos y el dinamismo de las composiciones. De este modo, al volver a España se convirtió en un pintor de notable éxito.

Sin embargo, y a pesar de a su vinculación con Toledo, no se conservan muchas obras de Pedro de Orrente en nuestra tierra. La más conocida es el “Milagro de Santa Leocadia”, conservada en la Catedral, pero en este verano podemos contemplar su espléndido “Sacrificio de Isaac”, cuadro propiedad del Museo de Bellas Artes de Bilbao y que se expone temporalmente en el Museo del Greco.

La última vez que Orrente estuvo en Toledo fue, al parecer, en 1632, cuando realizó un retablo, hoy desaparecido, para el convento de san Antonio de Padua. Después volvió a su Murcia natal y finalmente recaló en Valencia, donde moriría en 1645.

LAS CARAS DE LA MÚSICA

Hoy, 21 de junio, es el Día Internacional de la Música. Con ese motivo, os presentamos dos de nuestros descubrimientos más recientes. Se trata de dos folios dobles de pergamino con música impresa, que habían sido reutilizados como refuerzo de la encuadernación de sendos protocolos de 1548, uno del notario Juan de Sotelo y otro de su colega Diego Sánchez.

Los dos folios proceden de la misma obra, el Officiarum Toletanum, impreso en Alcalá de Henares por Arnao Guillén de Brocar en  1517.  Se trata de un “gradual”, palabra que designa un canto litúrgico determinado pero que también se utilizaba para designar los libros que recopilaban todas las músicas de la misa; hoy lo llamaríamos “cancionero litúrgico”. El gradual se imprimió a instancias del cardenal Cisneros, quien también encargaría al mismo impresor su celebérrima Biblia Políglota. Así que estamos ante el trabajo de uno de los impresores más famosos del siglo XVI. Por cierto, que la identificación de la obra de la que proceden estos documentos se la debemos (y agradecemos) a Isidoro Castañeda, archivero de la Catedral de Toledo.

De este gradual se conservan varios ejemplares, pero ninguno completo. Uno de los mejor conservados se encuentra hoy en la Biblioteca Histórica Municipal de Madrid y podéis consultarlo digitalizado en la estupenda web Memoria de Madrid. Ahí podemos comprobar que nuestras hojas se corresponden con las imágenes 19 y 20 (para las encontradas en el protocolo de Sotelo) y 21-22 (para el caso de Sánchez), lo que indica que alguien utilizó de manera sistemática un ejemplar completo del libro para este menester, de manera que no es improbable que aparezcan nuevas hojas.

Algunos otros detalles de estos documentos merecen nuestra atención. Ambos presentan las clásicas arrugas y pliegues, producto de la humedad, aunque el del protocolo de Sánchez está bastante más deteriorado. Pero lo más curioso son, sin duda, las caras que se dibujan al principio de algunas de las melodías. Aunque es un recurso estético relativamente habitual, aquí encontramos varias caras diferentes, algunas en actitud de cantar. En fin, digamos que estas dos hojas corresponden al oficio de sendas misas del tiempo de Pascua: una de la feria VI post pascua, es decir, el viernes de la Octava de Pascua, y la otra del sábado in albis, que corresponde al día siguiente, el sábado inmediatamente posterior al Domingo de Resurrección.

La historia de Magdalena: doce años de esclavitud para una mujer corriente.

La historia que os ofrecemos hoy no tiene nada de especial. Sucedió hace más de cuatrocientos años, pero ha seguido ocurriendo en términos muy similares hasta hace muy poco en Europa y todavía sucede en otras partes del mundo. A veces nos deslumbramos con los documentos referidos a personajes importantes y olvidamos que la auténtica riqueza de los archivos es que son la memoria de la gente vulgar, como Magdalena. Pero precisamente saber que lo que le pasó a ella ha seguido pasando a muchas personas nos impulsa a no olvidarlo.

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El 17 de enero de 1592 Yuste López, vecino de Fuensalida entrega a su hija Magdalena, “de edad de ocho años poco más o menos” para el servicio de Bartolomé del Castillo, vecino de Toledo, durante doce años, a cambio de darle “mantenimiento de comer y beber y vestir y calzar”. Además, el nuevo patrón le enseñará a tejer tafetán “según él lo sabe” y se especifican las prendas que le deberá proporcionar: una saya de paño, un manto “de seda y lana”, dos camisas, dos tocas, dos cofias, dos gorgueras, calzas, calzones, y un sombrero, entre otras. Finalmente, Bartolomé entrega a Yuste 22 reales en ese mismo acto.

A renglón seguido, pero con una letra claramente diferente (y mucho más sencilla de leer), Yuste López se da por contento con el pago y se compromete “de no vos la quitar por más ni por menos, ni por el santo, ni por otra razón alguna”. También asegura “que [Magdalena] no se irá ni ausentará del dicho servicio antes del dicho tiempo ser cumplido”, so pena de perder el tiempo de servicio ya realizado. Incluso, si la chica abandona el servicio de su nuevo patrón “me obligo de la traer doquier que esté, dentro de la jurisdicción de Toledo, sabiendo donde está”. A continuación, Bartolomé del Castillo ratifica las condiciones anteriores y, tras las fórmulas jurídicas habituales, se firma el contrato ante el notario Luis Méndez de Aguilera y los testigos que se mencionan.

Hoy en día no dudaríamos en calificar esto como una venta en condiciones de esclavitud, aunque tenga fecha de caducidad. Pero en el siglo XVI era muy habitual, hasta el punto que, en la esquina superior izquierda,  el notario anota rutinariamente el tipo de escritura: “[contrato de] servicio”. Magdalena, cuyo padre no está seguro de su edad y que hasta se equivoca al mencionar su nombre —en la segunda línea se aprecia claramente que el escribano había apuntado “Ynés”, para rectificar enseguida y anotar el nombre verdadero— es tratada como una posesión que puede ser vendida, e incluso se toman medidas muy ilustrativas si ella tuviese la osadía de tomar decisiones por su cuenta.

Una historia normal en su época y, con algunos matices, todavía demasiado habitual en demasiadas partes del mundo, pero que se conserva en los archivos para que no se pierda su memoria.