TOROS EN OLÍAS DEL REY

Aunque la sensibilidad social respecto a los toros ha cambiado mucho en los últimos tiempos, no puede negarse que los espectáculos taurinos han sido siempre parte fundamental de las fiestas de los pueblos de toda España, y en gran medida siguen siéndolo. Por eso hoy os traemos un muy interesante documento que nos permite acercarnos a los detalles de la organización de festejos taurinos en el siglo XVIII: la cuenta del coste de las fiestas de Olías del Rey en 1763.

Para la organización de estos espectáculos se designaba un “comisario”, que en este caso es Andrés Alonso de Torres, vecino de la propia Olías, que deberá encargarse de dos “fiestas”. El documento que tenemos es la cuenta “de cargo y data” —es decir, ingresos y gastos— que presenta este comisario al ayuntamiento. En primer lugar, el “cargo”, que fueron de 39.644 reales de vellón “sin incluir el importe de balcones”, es decir, lo cobrado por el alquiler de balcones con vistas a coso donde se celebraron los espectáculos.

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El primer gasto es la compra de los toros, trece “toros de Castilla” y doce del marqués de Malpica: 25 toros en total. Los toros de Castilla fueron algo más caros que los del marqués: 800 reales frente a 730 respectivamente. Por matar cada uno de ellos, los toreros de a pie recibieron  150 reales. Pero, en realidad, la auténtica estrella era el torero a caballo, lo que hoy llamaríamos un picador. En esta ocasión se trata de Pascual Brey, toda una figura del momento, del que tenemos constancia de actuaciones en Pamplona, Zaragoza y Madrid entre 1758 y 1767. En año indeterminado, pero por la misma época, había actuado en Toledo, como refleja un cartel conservado en el Archivo Municipal; además, Nicolás Fernández de Moratín menciona, con cierta ironía, su “fiero valor” en su poema satírico “Arte de las putas”. Brey cobró 800 reales por función, algo menos que un tal Raimundo Franco, al que se pagaron mil reales “por haber montado en el toro”.

Siguen otros gastos: los soldados que mantuvieron el orden, dos caballos, los toreros de a pie y caballo “que vinieron de Madrid para la tercera fiesta que se determinaba y no se corrió por la intemperie del tiempo”, los mayorales, los pregoneros, los carpinteros, obreros, peones, maderas, etc., sin que falten los timbales y sus timbaleros. En total, los toros de Olías de ese año costaron 37.571 reales. Nuestro contratista, pues, ganó algo más de dos mil reales en la organización de estos festejos, aunque él añade que hubo otros gastos que no contabilizó, como la comida y alojamiento de los toreros y los soldados, o determinadas medicinas que hubo que dar a algunas personas. En un documento adjunto declara, además, que no había querido encargarse de esta tarea por sus muchos achaques y negocios, pero que lo hizo ante la insistencia de los vecinos y autoridades olieras. Lo firma todo el 6 de noviembre de 1763, puesto que, en aquel entonces, las fiestas de Olías se celebraban a finales de octubre.

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No podemos dejar pasar la ocasión de presentaros también un estupendo dibujo que representa precisamente a un picador alanceando a un toro. El documento no tiene fecha, y se encontró entre las páginas de un protocolo notarial de Toledo del año 1778, de manera que nos sirve para hacernos una idea de cómo eran los lances taurinos hace unos 250 años.

El mapa de Olías del Rey (1751)

Uno de los documentos “estrella” de nuestro archivo es, sin duda, el espectacular plano de Olías del Rey, integrado en la documentación del llamado “Catastro de Ensenada”. Este mapa ha sido elegido como motivo principal del cartel de nuestra exposición permanente, donde podréis disfrutar del documento original hasta final del verano, cuando la sustituiremos por una reproducción.

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El Catastro de Ensenada es el primer intento serio realizado en España (y uno de los primeros en Europa) de averiguación de la situación de la propiedad inmobiliaria con finalidad fiscal. En otras palabras, de saber qué tierras o casas tiene cada uno para así poder cobrar los impuestos de manera más justa y eficaz. Hoy nos parece algo muy natural, pero este primer intento no llegó hasta mediados del siglo XVIII.

Hasta ese momento, los impuestos que pagaban los súbditos eran muy variados según el lugar, la situación social o la actividad realizada. Además, frecuentemente su cobro estaba enajenado (“externalizado”, diríamos hoy), lo que daba lugar a abundantes fraudes y corruptelas. Aunque hubo tímidos intentos anteriores, no sería hasta el afianzamiento definitivo de los reyes borbones, con sus aires de Ilustración y racionalidad, que se tomarían verdaderas medidas para poner orden en este fárrago tributario. La más importante fue la imposición de la “Única Contribución”, que se pagaría de acuerdo con las propiedades de cada cual. Su impulsor fue el todopoderoso Ministro de Hacienda Zenón de Somodevilla, I Marqués de la Ensenada.

Naturalmente, para ello era necesario conocer estas propiedades. Ese era el objetivo del “Catastro” que llevaría el nombre del marqués, y para ello, desde 1749, se desplegó por toda la Corona de Castilla un pequeño ejército de agrimensores, escribanos, contadores y otros funcionarios. Las operaciones incluían la averiguación de una larga serie de preguntas y de recogida de información muy detallada, no solo sobre propiedades sino también sobre situación económica, demográfica y todo tipo de detalles. Los trabajos sobre el terreno se encargaron a las Intendencias de Hacienda, precedentes de las actuales Delegaciones de Hacienda, y dentro de ellas a las oficinas llamadas “contadurías”.

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En la Intendencia de Toledo, cuya superficie era considerablemente mayor que la actual provincia, los trabajos se iniciaron enseguida, y para 1758 prácticamente ya habían concluido, salvo algunas revisiones posteriores. Su resultado son casi 720 cajas de archivo que incluyen una información detallada y completa de la situación de nuestras ciudades y campos a mediados del siglo XVIII. Hay que decir que un resumen de cada localidad se enviaba a la “Contaduría Mayor de Cuentas” y hoy se conservan en el Archivo General de Simancas. Pero los detalles están en los AHP.

En algunos casos, los funcionarios llegaban a dibujar mapas más o menos esquemáticos del término municipal. Pero ninguno de ellos llegó nunca al grado de precisión y valor estético del plano de Olías del Rey, una auténtica excepción en su época. Pueden reconocerse con facilidad no solo la torre de la iglesia (desde donde se marcan los puntos cardinales) y las casas del pueblo, sino también buena parte de sus calles y caminos, muchos de ellos todavía en uso, incluyendo el camino de Madrid a Toledo, actual autovía A-42.