LA HERENCIA DE ALONSO DE VILLEGAS

Las vidas de santos han sido durante siglos uno de los géneros literarios de mayor éxito popular en Occidente. Una de las más famosas fue la “Flos sanctorum”, escrita por el clérigo toledano Alonso de Villegas (1534-1603). Este personaje nació y murió en Toledo, donde fue capellán mozárabe y beneficiado en las parroquias de San Sebastián y San Marcos, además de profesor en la Universidad. De joven escribió una obra de teatro llamada “Selvagia”, considerada una de las mejores secuelas de “La Celestina”.

Final del testamento de Alonso de Villegas, con su firma
Página final del testamento de Alonso de Villegas (1599)

En el AHPTO conservamos varios documentos relacionados directamente con Villegas, entre ellos sus dos testamentos, fechados en 1594 y 1599. Los dos han sido analizados cuidadosamente por Julio Martín Fernández y Jaime Sánchez Romeralo en un artículo del que hemos obtenido mucha de la información que hoy os ofrecemos. Lo primero que llama la atención de ambos documentos es la claridad de la letra, que contrasta con lo habitual en los documentos notariales de la época y hace pensar que los testamentos sean ológrafos, es decir, escritos por su propia mano y no por medio de un escribano. En la imagen que presentamos, además de la firma del propio Villegas, podéis apreciar esta diferencia entre ambos tipos de letra. En todo caso, por ellos sabemos que el clérigo no era precisamente pobre. Reparte respetables cantidades de dinero entre sus criados y deudos, y además declara ser poseedor de varias casas en Toledo y de un cigarral cerca del puente de San Martín. Le debía parecer mucho para un clérigo, así que quiso justificarse y declara que “lo más de ello lo he ganado y adquirido por medio de mis estudios y trabajos”. Además, se ocupa de dejar claras las cuentas de las ediciones de su obra más famosa, de la que dice no haber cobrado todavía todos los derechos que le corresponden.

Fragmento del testamento de Alonso de Villegas, con la manda en favor de la Capilla Mozárabe
Manda a favor de la Capilla Mozárabe de la Catedral de Toledo (1594)

Nosotros, por nuestra parte, nos hemos fijado en tres mandas relacionadas con libros y objetos artísticos. En primer lugar deja a la Capilla Mozárabe un breviario mozárabe y “una imagen de Nuestra Señora en tabla de una vara de largo con un tafetán verde, la cual hizo Guió, famoso pintor, y es de mucha estima entre pintores”. Esta tabla dice que la compró de la almoneda de los bienes del entallador Linares y especifica que deberá colocarse en la capilla en cuestión; si no fuese así, nuestro clérigo retira la donación de la pintura y la Capilla deberá conformarse con el breviario. Toda esta manda desaparece en el testamento de 1599, seguramente porque para entonces Villegas las había donado ya en vida a la propia Capilla. Por otro lado, no tenemos noticia ni del pintor “Guió” ni del entallador Linares.

Una segunda manda interesante es la de “un lienzo e imagen grande de Nuestra Señora con su bendito Hijo y San José y San Juan Evangelista y San Ildefonso, con mi retrato allí puesto, la cual hizo Blas del Prado”, que lega al convento de la Compañía de Jesús. El cuadro se encuentra actualmente en el Museo del Prado y en su parte inferior, efectivamente, encontramos un retrato de Alonso de Villegas arrodillado entre San Juan y San Ildefonso.

Fragmento del testamento de Alonso de Villegas con la manda de dos libros raros para la biblioteca de la Catedral de Toledo
Manda a favor de la biblioteca de la Catedral de Toledo (1594)

Por último, lega a la biblioteca (“librería”, como se decía en la época) de la Catedral dos libros singulares: “El uno es un Estropherino, libro raro, y el otro es, en romance, la segunda década de Tito Livio, que en latín hasta hoy no se ha hallado, y así este libro debe estimarse en mucho. Es de mano [es decir, manuscrito] y tiene algunos pliegos de pergamino y letra antigua, y sería posible no hallarse otro en España ni fuera de ella”. El primer libro aludido es el “Calendarium Romanum Magnum”, obra del matemático alemán Johannes Stöffler, cuyo nombre Villegas castellaniza con toda soltura. El segundo libro es hoy mucho más conocido, pero no podemos estar seguros de qué se trata exactamente porque la historia de la transmisión de la obra de Tito Livio es muy azarosa. Lo peor es que estas dos joyas bibliográficas se encuentran perdidas. Existe un ejemplar de la de Stöffler en la Biblioteca de Castilla-La Mancha pero no podemos saber si es el mismo que aparece en el testamento (agradecemos este dato a nuestros compañeros de la biblioteca regional). Ninguno de los dos libros se encuentra hoy en la Biblioteca Capitular de Toledo, y esta manda tampoco aparece en el testamento de 1599. Es muy posible que Villegas cambiase de opinión por algún motivo y se desprendiese de ambos libros sin que sepamos a quién se los dio.

LIBROS COMUNISTAS

Tiburcio Martín Fernández, de 28 años, estaba exiliado en Francia. En 1957 consigue un pasaporte para pasar el mes de agosto de vacaciones en Mazarambroz, su pueblo. Pero no serían unos días tranquilos.

Primera página del pasaporte de Tiburcio Martín
Pasaporte de Tiburcio Martín

Nada más llegar, entra en contacto con Eugenio Aguado del Castillo, natural de Chozas de canales, y otros dos convecinos. Sus reuniones llaman la atención de la Policía que, sin demasiadas contemplaciones, arresta a los cuatro, acusados de realizar “una labor subversiva… para el posterior desarrollo de una acción comunista clandestina”. Se registran sus casas y en la de Eugenio aparecen cuatro libritos de clara orientación comunista que, al parecer, había traído Tiburcio desde Francia.

En un primer momento, el caso pasa a la jurisdicción militar, en concreto al “Juzgado especial de Espionaje y Comunismo” pero, tras examinar los documentos e informaciones policiales, este juzgado determina que se trata de un caso de delito civil. Así que el asunto pasa a la jurisdicción ordinaria, es decir, al Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Orgaz. Estamos a principios de octubre de 1957.

Auto de indulto de Tiburcio Martín y Eugenio Aguado
Auto de indulto de Tiburcio Martín y Eugenio Aguado

El juez orgaceño decreta la libertad condicional de los cuatro acusados y, después de tres meses de averiguaciones, envía el expediente a la Audiencia Provincial para que se celebre el juicio. En mayo de 1958 Tiburcio y Eugenio fueron condenados a tres años de prisión y 20.000 pesetas en total cada uno, mientras que sus dos compañeros lo eran a dos años y 10.000 pesetas. Estos últimos, sin embargo, no llegaron a pisar la cárcel y salieron en libertad condicional, mientras que los otros fueron enviados a la prisión de Burgos. Los indultaron en octubre de ese mismo año.

Naturalmente, lo más interesante son los cuatro libritos incautados en casa de Eugenio. El más conocido es el “Manifiesto del Partido Comunista”, de Marx y Engels, en una edición de la editorial “Nuestro Pueblo”, de París, de 1948, que incluye también el texto “Contribución a la historia de la liga de los comunistas”, de Engels. También de Marx es la “Crítica del programa de Gotha”, editado en Moscú por las “Ediciones en Lenguas Extranjeras” en 1947. De la misma editorial y año es la obra de Lenin “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”. Por último encontramos el folleto de Dolores Ibárruri “A los trabajadores anarquistas”, publicado en 1960 por la editorial del Partido Comunista Francés y que incluye también un artículo de Manuel Rivas a modo de respuesta y la contrarréplica de “La Pasionaria”. Todos los autores son sobradamente conocidos excepto quizá Manuel Rivas, que no debe confundirse con el escritor gallego actual. Las dos primeras obras son clásicos del pensamiento del siglo XX. La de Lenin es hoy menos citada, aunque en su momento también tuvo bastante difusión. Por último, el texto de Ibárruri fue redactado en la década de 1940 y es el menos conocido. De hecho, solo hemos encontrado cuatro ejemplares (dos en la Biblioteca Nacional de España, otro en la Biblioteca de Catalunya y otro en la Biblioteca Nacional de la República Checa) pero ninguno de esta edición en concreto.

LOS BIENES DEL CANÓNIGO CORDOBÉS

En la exposición sobre libros y bibliotecas que todavía podéis ver en nuestra Sala de Exposiciones se enseñan dos inventarios de bienes post mortem que incluyen referencias explícitas a libros. Uno de ellos es el conocido del Greco, pero el otro, mucho menos conocido, no es menos espectacular. Se trata del inventario de los bienes que dejó al morir el canónigo Antonio Cordobés o Cordovés.

Cordobés nació en Tembleque, de donde también era su padre, siendo su madre natural del cercano pueblo de El Romeral. Un hermano de su madre, Francisco García Vallobaso, obtuvo una canonjía de la Catedral en 1580 por colación del arzobispo Gaspar de Quiroga, cargo que, a su muerte, heredaría su sobrino. Sabemos que mientras tanto nuestro protagonista ya en 1582 era racionero de la Catedral, es decir, que recibía una “ración” a cambio de sus servicios en ella. Ese año fue nombrado “refitolero”, que era el recaudador de determinada porción de los diezmos eclesiásticos (el “refitol”), interviniendo en algunas delicadas operaciones de revisiones de cuentas de sus antecesores en este puesto. En 1589 y 1590 de nuevo fue encargado de determinadas cuestiones contables, y fue nombrado canónigo al año siguiente. Como vemos por nuestro documento, murió en 1603.

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El inventario en sí es imponente. Ocupa quince folios y está escrito por dos manos en dos escrituras: una humanística, de fácil lectura y que, en la época, era propia de personas cultas (por ejemplo, es la misma escritura que se utiliza para el inventario de bienes del Greco); y otra procesal, mucho más compleja de entender y que se utiliza aquí para relacionar los bienes raíces del canónigo, la mayor parte en su localidad natal. En cuanto a los bienes muebles, se organizan en apartados cuya sola enumeración nos da una idea de la riqueza de su poseedor: tapicerías de invierno y de verano; camas; escritorios y cosas de madera; ornamentos y cosas de altar; libros; tablas y pinturas; “un arca de ropa blanca”; plata, que aparece cuidadosamente valorada; ropa negra; ropa de cama; madera; armas, cosas de la cocina; caballeriza, y finalmente unas “niñerías que ay en un escritorio”. Tras todo ello, la lista de tierras y casas.

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Hoy solo nos vamos a fijar en las obras de arte y los libros. Para empezar se describen “ocho paños grandes de boscaje y animales grandes, de cuatro anas y media de caída, tienen 190 anas y media”. El “ana” era una medida propia de la Corona de Aragón que equivale aproximadamente a un metro, de manera que estos “ocho paños” son en realidad sendos tapices de considerables dimensiones, a los que hay que añadir otros cuatro de tres “anas” de altura. Entre los libros abundan, como es natural, los libros litúrgicos y de temática religiosa, pero también no pocas obras profanas propias de una persona culta del momento: clásicos latinos (Séneca, Virgilio “con comento”, Tito Livio, Julio César o Flavio Josefo) y nuevos autores italianos como Petrarca, Ariosto e incluso los “Diálogos de Amor de León Hebreo, traduzido en castellano”. Además, encontramos un “calepino [diccionario] grande de cinco lenguas”, un “Duelo de Amor” que no hemos conseguido identificar, y un curioso libro denominado “Xeroglíficos”.

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La colección de cuadros no es menos grande, aunque aquí no se identifican con precisión los autores. Pero encontramos un apostolado completo más Jesucristo y la Virgen María, “un lienço del cerco de Pavía”, seis cuadros con las doce tribus de Israel y cuatro con los evangelistas, entre otros. También hay “un perro de cartone” y muchos vidrios venecianos y de Barcelona.

LOS MÁS ANTIGUOS DE LA BIBLIOTECA

La mayor parte de los archivos cuentan con una biblioteca auxiliar más o menos pequeña. El AHPTO no es una excepción, y nuestra biblioteca ya llega a los 9.000 volúmenes, que no está nada mal. Está integrada en la Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha y, por tanto, podéis consultar fácilmente su catálogo. La mayor parte de nuestros libros han sido comprados, pero no pocos proceden de las donaciones de instituciones y de particulares, en especial muchos de nuestros investigadores, que, al publicar el resultado de su investigación, nos entregan amablemente un ejemplar. Y algunos libros, en fin, han venido mezclados con fondos documentales.

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Este es precisamente el caso del libro más antiguo de nuestra biblioteca, que podéis contemplar en nuestra exposición sobre Libros y Bibliotecas. Creemos que es un ejemplar raro, porque solo hemos localizado otro, en la Biblioteca Nacional de España. En todo caso, se trata de una genealogía de la reina María Luisa de Borbón, esposa de Carlos II, escrita por el cronista real Juan Baños de Velasco e impresa en 1679, presumiblemente en Madrid. Como podéis observar, además de dos sellos de nuestro Archivo, conserva el sello del Instituto de Segunda Enseñanza, y, en la parte superior, una inscripción manuscrita: “De la biblioteca del Colegio de San Bernardino de Toledo, cajón 5, nº 9”. Es evidente, pues, que se trata de una obra que formó parte de la biblioteca del Colegio de San Bernardino, integrado en la Universidad de Toledo, y que pasó al Instituto de Segunda Enseñanza al suprimirse la Universidad en 1845; mejor dicho, sabemos que los libros de este Colegio pasaron al Instituto algunos años después, hacia 1852. Nuestro ejemplar se integró en la biblioteca del nuevo centro docente, donde permanecería hasta que fue enviado al AHPTO hacia 1966, sin duda mezclado con los documentos de archivo.

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Junto con él, os ofrecemos también el segundo ejemplar más antiguo de nuestra biblioteca. Esta vez es un libro mucho más conocido, las “Ordenanzas de la Real Audiencia del Principado de Cataluña”, publicadas en Barcelona por Joseph Teixidó en 1742. De este incluso existe una copia digital a partir del ejemplar que posee la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y que podéis consultar en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico. La Real Audiencia de Cataluña tiene su origen en la “cancillería” para Cataluña que dependía de la Real Audiencia de la Corona de Aragón, pero en 1493 se configuró como un tribunal independiente. Además de sus funciones judiciales, ejerció muchas funciones de gobierno durante el reinado de los Reyes Católicos y de los Austrias. Estas funciones se mantuvieron tras la Guerra de Sucesión, aunque fueron frecuentes los conflictos con la nueva autoridad impuesta por los Borbones, el Capitán General. Precisamente estas Ordenanzas de 1742 pretenden regular las relaciones entre ambas instituciones. Tras la caída del Antiguo Régimen, en 1834, la Real Audiencia perdió sus funciones de gobierno y se transformó en Audiencia Territorial de Cataluña, perviviendo hasta la creación del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en 1989.

JUAN DE MARIANA, ENTRE TOLEDO Y TALAVERA

Hoy vamos a dedicar el post a Juan de Mariana, uno de los más importantes historiadores y teólogos del siglo XVII español. En nuestro archivo contamos con varios documentos referentes a su actividad, y dos de ellos están en la exposición “Libros y bibliotecas en el Archivo Histórico Provincial”, que podéis visitar hasta el 14 de enero próximo. Aquí os ofrecemos el final de uno de ellos. Se trata del contrato con el editor Juan de Padilla para la edición, publicación y distribución de la obra más importante del erudito talaverano, la “Historia de rebus hispaniae”, fechado el 19 de marzo de 1591.

Juan Martínez de Mariana había nacido en 1536 en Talavera de la Reina, hijo natural de un deán de su Colegiata. En 1553 marchó a estudiar a la Universidad de Alcalá y al año siguiente profesó en la Compañía de Jesús. A partir de aquí ejerció de profesor en diversas escuelas jesuitas en Roma y Palermo, y después en la Sorbona de París. En 1574, por motivos de salud, renunció a su cátedra y se trasladó a la residencia de los jesuitas en Toledo. Muy cerca, por cierto, de nuestro Archivo. Aquí se dedicó a la escritura, convirtiéndose en uno de los intelectuales de más prestigio de su época.

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Su obra principal la escribió en estos años. El documento que os mostramos dice que Mariana ya tenía terminada la obra, y Padilla se compromete a imprimirla “en papel de marquilla de Génova”. Padilla, que es sacerdote beneficiado en la hoy desaparecida parroquia de San Bartolomé de Sonsoles, además de impresor actuará como distribuidor y vendedor de la obra; de hecho, parece que su ocupación principal no era la editorial, sino más bien la administración de bienes ajenos. Se quedará con todos los beneficios de la venta de la obra, pero entregará al autor 250 ejemplares para que los pueda vender por su cuenta; eso sí, no antes de que el editor hubiera vendido todo su lote y comprometiéndose a regalar 30 ejemplares. Mariana se encargaría también de los permisos y trámites legales de la edición, y además prestó a Padilla 500 ducados —una cantidad nada despreciable— a modo de ayuda para la edición. Finalmente, en el caso de que la obra se tradujese al castellano, sería también Padilla el encargado de su edición. Como vemos, a pesar del prestigio de Mariana y del respaldo de la Compañía de Jesús, las condiciones de la edición eran realmente duras. Podéis conocer más detalles sobre este y otros documentos similares en un excelente artículo del investigador toledano Hilario Rodríguez de Gracia, del que hemos extraído algunos de estos datos.

La obra se publicaría efectivamente al año siguiente. En 1601 vio la luz su versión castellana, y en 1605 una segunda edición, considerablemente ampliada, que se editó en Maguncia. Esta “Historia de España” tuvo un éxito extraordinario y se convirtió, de hecho, en el texto oficial de historia de nuestro país hasta el siglo XIX, manteniendo su influencia incluso en la actualidad.

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Juan de Mariana vivió en Toledo hasta su muerte en 1624, dedicado a la investigación histórica, política y teológica. Pero eso no significó que viviera tranquilo. En 1607 fue encarcelado durante año y medio en Madrid por una obra en la que criticaba la práctica de devaluar la moneda, muy utilizada en la época. Y en 1610 uno de sus libros fue quemado públicamente por el Parlamento de París por incitar al regicidio. Quizá por eso, el retrato que conservamos de él nos lo muestra con gesto duro y algo amargado; os mostramos aquí la copia que conserva el Museo del Prado, aunque el original está hoy en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

LA SEMANA DEL LIBRO, EN OCTUBRE

Ya sabéis que el pasado lunes inauguramos nuestra exposición dedicada al libro y las bibliotecas. Por cierto, muchas gracias a nuestro compañeros Carmen Morales y Mariano García Ruipérez, directores de la Biblioteca de Castilla-La Mancha y del Archivo Municipal, respectivamente, por acompañarnos en el acto. Aprovechamos para animaros también a que visitéis la exposición “20 años en 32 instantes”, que se inaugura hoy en la Biblioteca de Castilla-La Mancha, y la exposición virtual “Toledo en los grabados de Genaro Pérez Villaamil (1842-1850)” que ha montado el Archivo Municipal. Las tres exposiciones las hemos organizado de manera coordinada para celebrar el vigésimo aniversario de la inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

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Precisamente en esta imagen de la inauguración de nuestra exposición se ve una fotografía de la Semana del Libro de Albacete de 1930. Procede del fondo del fotógrafo albaceteño Luis Escobar, quien probablemente fue el autor de la instantánea, y está fechada el 12 de octubre de 1930. Una copia de esta fotografía, sin fechar, se encuentra en el Museo Pedagógico y del Niño.

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Actualmente, la Feria del Libro de Albacete se celebra, como la de Toledo y muchas otras, en primavera, más o menos cerca del Día del Libro, 23 de abril. Esto tiene su explicación. El Día del Libro se instauró en España por Real Decreto de 6 de febrero de 1926, que disponía celebrarlo el 7 de octubre, fecha del nacimiento de Cervantes. La iniciativa había partido de Vicente Clavel Andrés (1888-1967), escritor y editor valenciano afincado en Barcelona. En 1918, junto con otros libreros y editores barceloneses, funda la Cámara del Libro de Barcelona, que cuatro años después sería declarada oficial. En 1923 Clavel, a la sazón vicepresidente de la Cámara, propone celebrar un “Día del Libro” en la fecha del nacimiento de Cervantes. La Cámara apoya su idea, y la reitera en 1925 hasta conseguir su aprobación oficial. Por cierto, que parece que el texto del Real Decreto fue redactado, al menos en su parte esencial, por el propio Vicente Clavel. Pues bien, el 7 de octubre de 1930 fue martes, de manera que, habiéndose prolongado las celebraciones hasta una semana, es lógico que el día de máximo esplendor en Albacete fuese el domingo siguiente, 12 de octubre, coincidente con la entonces denominada “Fiesta de la Raza Española”.

Y es que resulta evidente el ambiente festivo y popular de esta Semana del Libro, que puede localizarse en el actual parque Abelardo Sánchez. Fijaos en el baúl que está en la parte inferior izquierda, de donde proceden, seguramente, muchos de los ejemplares que se amontonan en la gran mesa central. Solo los niños de la zona inferior derecha parece que hubieran querido estar en otra parte. Incluso a uno de ellos una mano anónima le está colocando la cara para salir lo más guapo posible en el retrato. Un auténtico día de fiesta que continúa manteniendo el mismo espíritu, como se ve en esta fotografía de Arturo Pérez, aparecida en el periódico La Tribuna de Albacete el 23 de abril de 2018.

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Será 1930 el último año en que el Día del Libro, y sus ferias asociadas, se celebren en otoño; desde ese año se cambió por la actual, 23 de abril, fecha de la muerte de Cervantes, de Shakespeare y del Inca Garcilaso de la Vega, y además de la muerte o nacimiento de varios otros escritores ilustres. En 1995 la UNESCO le dio rango de día internacional.

EL CASO DEL LIBRO EXPÓSITO

Era una fría, oscura y algo neblinosa madrugada de invierno en el centro de Toledo. Una de las trabajadoras del AHPTO, la primera en llegar habitualmente, se dispone a abrir el portón de acceso al edificio. Al hacerlo, un pequeño objeto cae a sus pies. Sobresaltada,  retrocede un par de pasos. Parece que el bulto no rebulle. Nadie por los alrededores. Con cierta precaución, se acerca y, a la media luz, comprueba que se trata de un libro. Alguien lo dejó esa noche colocadito a la puerta del archivo para que lo encontrásemos, del mismo modo que antiguamente se abandonaban algunos niños recién nacidos a la puerta de un convento. Estamos, pues, ante un libro expósito.

Pocos minutos después, el libro ya estaba en manos del director del centro. Pudo comprobarse que se trata del tomo tercero de la obra “Autores selectos sagrados, cristianos y profanos para uso de los alumnos de latinidad y humanidades en los Seminarios”, escrita por D. Joaquín Espár, presbítero, bajo los auspicios del Exmo. e Ilmo. señor Obispo de Urgel. En concreto, es la segunda edición de esta obra, “corregida y mejorada por el mismo autor”, impresa en Tarragona en 1862, en la imprenta de los señores Puigrobí y Aris. El tomito, encuadernado en octava, consta de 300 páginas más dos apéndices de 9 y 12 páginas respectivamente, y se encuentra en perfecto estado de salud.

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No es en absoluto una obra rara. El Catálogo del Patrimonio Bibliográfico Español nos informa de que existen 19 ejemplares de esta edición en su versión completa, es decir, con sus tres volúmenes. Ninguno de ellos está en Castilla-La Mancha; el ejemplar más cercano de esta nuestra segunda edición se encuentra en la Biblioteca Nacional. Eso sí, el Seminario Diocesano de Ciudad Real cuenta con un ejemplar de la primera edición, fechada en 1857-1858. Pero la obra no es ninguna desconocida y fue reeditada en varias ocasiones: 1868-1869, 1914, 1925, 1944 y 1957, las últimas corregidas por Ignacio Núñez. Solo de la edición de 1944 hemos encontrado otro ejemplar en Castilla-La Mancha, también en el Seminario de Ciudad Real. La obra se encuentra fácilmente en los catálogos de librerías de lance, por lo general en sus ediciones más tardías.

Como su título indica, se trata de un libro de texto para uso de los estudiantes de los seminarios diocesanos, una antología de autores para que los seminaristas realicen sus prácticas de latín, lengua obligatoria en estos estudios hasta hace muy pocos años. En cuanto al autor, lo cierto es que no sabemos mucho de él. Su primera obra publicada, “Elementos de poética”, lo fue en Barcelona en 1861. Parece que se especializó en este tipo de manuales de retórica y preceptiva literaria para estudiantes, no solo seminaristas sino también alumnos de los institutos seculares. Así, en 1865 dio a la luz un “Curso teórico-práctico de predicación, o sea, explicación de todo género de discursos propios del púlpito”, y en 1877 hizo lo propio con su “Arte de retórica”, quizá su obra más conocida. Todas las obras, excepto la que nos ocupa, fueron publicadas originalmente en Barcelona, lo que indica el origen catalán del padre Espár.

El lugar natural de los libros es la biblioteca, no el archivo. Así que en pocos días esperamos entregar este ejemplar a la Biblioteca de Castilla-La Mancha, donde recibirá los mejores tratos. Pero conviene no olvidar que cualquier ciudadano que disponga de un libro antiguo, vieja fotografía, objeto curioso o documento venerable puede dirigirse tranquilamente a plena luz a los responsables de cualquier archivo, biblioteca, museo o centro cultural, que sabrán orientarle sobre su destino adecuado. No es necesario abandonarlo a las puertas del convento.