EL JUANELO NO-JUANELO

En noviembre de 2019 uno de nuestros investigadores habituales, D. Carlos Fernández Rodríguez, nos alertó de que había encontrado por casualidad un documento con la firma de Juanelo Turriano. Le agradecimos, por supuesto, su gentileza pero en aquel momento no hicimos mayores averiguaciones. Pocos días después iniciamos el trabajo de describir con detalle el documento que, efectivamente, estaba firmado sin duda por “Juanelo Turriano”.

Nuestra sorpresa fue mayúscula al comprobar que el documento estaba fechado el 20 de febrero de 1593, es decir, más de ocho años después de la muerte del famoso ingeniero italiano. La firma era clara y la comparación con la de su testamento (del que en su día ya os hablamos) dejaba lugar a pocas dudas. En las imágenes podéis ver tanto la firma del testamento como la del documento recién descubierto: son casi idénticas. ¿Qué había sucedido? ¿Había resucitado nuestro personaje? ¿Alguien había falsificado su firma y su nombre? Afortunadamente, poco antes habíamos establecido relación con el máximo especialista en Juanelo, el profesor Cristiano Zanetti, del Harvard University Center for Italian Renaissance Studies en Florencia. Él nos aclaró el misterio: se trataba en realidad del nieto del ingeniero, que también se llamaba Juanelo Turriano. Podríamos llamarlo “Juanelo II”. Era hijo de Bárbula Medea, hija a su vez de “Juanelo I”, y de Orfeo de Diana, y llegó a ser el responsable del famoso artificio creado por su abuelo para el abastecimiento de agua a la ciudad. Y todavía habrá un tercer Juanelo Turriano viviendo en Toledo, sobrino de “Juanelo II” y que también recogerá el ilustre nombre de su bisabuelo.

Principio de la carta de poder otorgada por María de Esquivias a su marido Francisco de Hita
Cláusulas de autorización recíproca entre María de Esquivias y su marido Francisco de Hita

No deja de ser este, pues, un documento curioso, de manera que podemos prestarle un poco de atención. Adelantemos que el papel de Juanelo II en él es muy secundario: simplemente es el testigo del acto jurídico. En efecto, se trata de una carta de poder otorgada por María de Esquivias, mujer de Francisco de Hita, para que éste acuda en su nombre a la partición de los bienes dejados por sus difuntos padres (de ella), que se llamaban Alonso de Esquivias e Isabel Díaz. Es interesante observar que, según la legislación del momento, para cualquier acto jurídico la mujer tenía que pedir permiso al marido y este concedérselo, permiso que solía indicarse en el propio documento principal, como ocurre aquí. Así que María pide permiso a Francisco para otorgar el documento, Francisco se lo otorga, y entonces María da permiso a Francisco para que este actúe en nombre de ella en la partición de bienes de sus padres (los de ella). Un curioso caso de “ping-pong” jurídico bastante corriente en su época y que hoy nos resulta chocante.

Hoja final de la carta de poder otorgada por María de Esquivias a su marido Francisco de hita.
Poder de María de Esquivias a su marido Francisco de Hita (final)

Por lo demás, sabemos que Francisco de Hita era arrendador de los molinos de Lázaro Buey y que en 1588 inició un pleito con el propietario de los molinos porque pretendía que se le rebajase la renta a la mitad a consecuencia de una riada en 1586. Podemos añadir que Alonso de Esquivias era también molinero, así que todo quedaba en familia. Quizá Juanelo II tenía relación con estas personas por su oficio de ingeniero, pero lo cierto es que no tenemos ninguna noticia cierta de los motivos por los actúa como testigo en este asunto.

EL INGENIERO ANTONELLI

Juan Bautista Antonelli el Viejo fue un ingeniero italiano al servicio de Felipe II, igual que Juanelo Turriano pero con menos fama popular y más fortuna. Se había especializado en la construcción militar y entre sus obras destacan el castillo de Santa Bárbara de Alicante, las fortificaciones de Cartagena y Peñíscola o el castillo de Benidorm. Además realizó obras hidráulicas, como la presa de Tibi o un proyecto de navegación del Tajo desde Lisboa a Toledo. Si buscáis más datos sobre él, tened cuidado de no confundirlo con su hermano Bautista ni con su sobrino Juan Bautista, todos también ingenieros. Pocos días antes de su muerte, acaecida en Toledo en marzo de 1588, otorgó ante el notario Luis de Alcocer un codicilo que modificaba su testamento, y por eso nosotros conservamos ambos documentos, además del inventario de bienes que se hizo tras su muerte.

Primera página del testamento de Juan Bautista Antonelli
Principio del testamento de Juan Bautista Antonelli

Dice ser hijo de Jerónimo Antonelli y Lucrecia Sciure, naturales de Gatteo, en la actual Emilia-Romagna. Pide que le entierren en la capilla mayor de la iglesia de San Francisco de Madrid, donde tiene una sepultura que describe con todo detalle. Instituye un mayorazgo sobre un juro que otorga a su sobrino Cristóbal Antonelli, conocido como “Cristóbal de Roda”, de quien dice que también es “ingeniero militar del rey don Felipe nuestro señor en el reino de Valencia, casado en la ciudad de Alicante con Hipólita de Torres, hija de Pedro de Torres alcaide del castillo de aquella ciudad”. Como vemos, la ingeniería militar parece ser la especialidad de la familia. Nuestro protagonista especifica que su salario es de 800 ducados anuales, unos 134.000 € actuales, nada menos. Se acuerda varias veces de una hermana monja, pero curiosamente solo menciona a su hermano y colega, el ya mencionado Bautista Antonelli, para decir que le debe 150 ducados. La relación fraternal no debía pasar por sus mejores momentos.

En sus inventarios de bienes, tanto el que aparece en el testamento como el realizado tras su muerte, encontramos “un teatro de cosmografía”, además de “instrumentos y compases de mi profesión”. Hay, naturalmente, bastantes ropas, entre las cuales describe especialmente su mejor vestido: “un herreruelo, una ropilla, unos zaragüelles y medias, un jubón, dos camisas, un sombrero y mi espada y talabarte”; como de costumbre, hemos modernizado la ortografía del original.

Declaración de los servicios prestados al Rey en el testamento de Juan bautista Antonelli.
Declaración de los servicios prestados al Rey

En cuanto a detalles profesionales, nos dice “que yo he servido y sirvo a su majestad el rey don Felipe nuestro señor treinta y seis años ha en Italia y Flandes y en España y en Berbería, de ingeniero militar y de alojar ejército”. Menciona que queda pendiente ajustar cuentas de un trabajo, que fue el reconocimiento de la navegabilidad del Guadalquivir desde Sevilla a Córdoba en 1584. En fin, el testamento está fechado en Madrid en octubre de 1587, ante Alonso de Soria, y se encomienda su custodia al guardián del monasterio de San Francisco. Está firmado por el propio Antonelli, igual que el codicilo del año siguiente pero, como podéis ver, en esta segunda firma los efectos de la enfermedad ya son muy evidentes.

Si la paleografía no es vuestro fuerte, os gustará saber que estos documentos ya fueron publicados por Luis Toro Buiza en este artículo. Por cierto, que el investigador sevillano aporta, de paso, un testimonio muy interesante de primera mano sobre la forma en que los protocolos de Illescas llegaron hasta nuestro archivo en plena guerra civil española. Pero esto forma parte de otra historia que quizá os contemos algún día.

JUANELO TURRIANO

En estos días se puede visitar la exposición que la Biblioteca Nacional dedica a Juanelo Turriano. El año pasado su ciudad natal, Cremona, le dedicó también una importante muestra. Y cuenta hasta con una fundación dedicada a su memoria. El sabio italo-español está de moda, pues, aunque lo cierto es que siempre ha sido uno de los personajes más populares del imaginario colectivo de la ciudad de Toledo, tan fecunda en mitos. De hecho, en lugar de dedicarle una calle a él, como ocurre en Madrid o en Alcalá de Henares, la ciudad decidió homenajear a una de sus máquinas, el “hombre de palo”, una especie de robot del siglo XVI, hecho de madera, que podía mover brazos y piernas con el fin de conseguir limosnas de los viandantes.

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Dejemos la cibernética renacentista y volvamos con nuestro ingeniero. Janello Torriani había nacido en 1500, y desde 1552 encadenó diversos trabajos de relojería por cuenta de Carlos I. En 1556 viene a España, siguiendo al emperador, y participó en la construcción de su palacio en Yuste. Desde 1558 trabaja también de forma continua a las órdenes de Felipe II, interviniendo en varios proyectos de relevancia, incluyendo la reforma del calendario gregoriano. Pero su obra más famosa fue, sin duda, el “artificio de Juanelo”, una compleja máquina destinada a subir las aguas del río Tajo hasta el Alcázar de Toledo. Se contrató en 1565 y Juanelo tardó cuatro años en realizarla, corriendo con todos los gastos. Una vez en marcha, las autoridades del Alcázar se quedaron con el agua y, además, se negaron a pagar al autor alegando que el contrato no era con ellos. El Ayuntamiento volvió a encargar un segundo artificio, que también costeó el paciente Turriano, y que tampoco fue nunca pagado. Estas deudas significaron su ruina, como veremos. En cuanto a los artificios, fueron decayendo por falta de cuidados y dejaron de funcionar en la primera mitad del siglo XVII; solo los restos del segundo artificio quedaron en pie hasta ser definitivamente demolidos en la segunda mitad del siglo XIX.

El documento que os traemos aquí es nada menos que el testamento de Juanelo, hecho en Toledo el 11 de junio de 1585 ante el notario Juan Sánchez de Canales. De las cinco páginas de texto —ya hemos dicho que no tenía muchos bienes que repartir— os ofrecemos el principio y el final, donde aparece su firma. Se define como “criado de Su Majestad” y declara ser vecino de Toledo, en la desaparecida parroquia de San Isidoro; más adelante afirma haberse casado con Antonia Sechela, difunta, de quien tuvo una única hija, Bárbula Medea. Dispone que se le vele en el también desaparecido convento del Carmen y luego se le entierre en cualquier iglesia de Toledo. Nombra ejecutor de sus deudas a su yerno Diego Jofre. Ordena se entreguen al rey sus relojes y sus libros. Pide al rey “libertarme de huéspedes la casa que tengo en Madrid” para que puedan disfrutarla su hija y sus nietos. Pero su desesperada situación se refleja en una de sus mandas, que no nos resistimos a transcribir íntegramente, modernizando la escritura: “Por cuanto ha cuarenta años poco más o menos que he sido y soy criado así de la Cesárea Majestad del Emperador nuestro señor, que sea en gloria, como del rey don Felipe, nuestro señor, su hijo, le suplico que, porque yo quedo tan pobre y adeudado como parecerá por un memorial que de ello dará la dicha Bárbula Medea, mi hija, y con dos nietos y dos nietas huérfanas, hijos de la dicha Bárbula Medea, que tiene por remediar, sea servido, porque no les queda otro amparo ni remedio sino el que espero de su real liberalidad y grandeza, le suplico humildemente se sirva de remediarlos y ampararlos haciéndoles la merced que sea servido, atento mis servicios, para que no pasen la gran necesidad con que quedan”.

Así acabó un gran ingeniero y un leal servidor. Cosas de la ingratitud de los poderosos.