EL CASTILLO Y LA FÁBRICA DE CEMENTO

La fábrica de cemento Asland de Villaluenga de la Sagra es una de las infraestructuras industriales más importantes de nuestra provincia y sus instalaciones son visibles desde buena parte de la Sagra toledana. Se inauguró en febrero de 1928, con la presencia del rey Alfonso XIII y del dictador Miguel Primo de Rivera. Esta fotografía corresponde a ese momento, y junto con la presencia del rey y del Jefe de Gobierno encontramos al dueño de la empresa, el conde de Güell y marqués de Comillas y al arzobispo de Toledo cardenal Segura.

Fotografía de la inauguración de la fábrica Asland en Villaluenga de la Sagra (1928)
Fotografía de la inauguración de la fábrica Asland en Villaluenga de la Sagra (1928)

Pero donde hoy se levanta esta industria hubo antes un castillo, el castillo del Águila, del siglo XV, cuyos restos fueron demolidos para obtener los materiales necesarios para elaborar el cemento. La tesis doctoral de Juan Muñoz Ruano, leída el año 2000 en la Universidad Complutense de Madrid y de la que hemos obtenido la mayor parte de nuestra información, reproduce un fragmento de una ponencia de Julio Porres a la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo lamentándose de este hecho.

Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)
Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)

Además, esta tesis reproduce algunas fotografías de las ruinas del castillo poco antes de su demolición. El autor afirma que las fotos se las proporcionó la propia empresa Asland, pero nosotros hemos encontrado los negativos dentro del fondo “Rodríguez”. Contrariamente a lo habitual, las fotos aparecen datadas en mayo y agosto de 1925, hace prácticamente un siglo. Es evidente que Asland encargó al fotógrafo toledano tanto las fotos de las ruinas del castillo como algunas de la inauguración. Además, se conservan otras fotos de la misma fábrica, de época posterior, que demuestran la buena relación comercial entre ambas empresas.

Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)
Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)

Volvamos a nuestro castillo. Parece que fue construido hacia el último cuarto del siglo XV por Pedro de Silva, obispo de Badajoz, y a su muerte pasó a engrosar el señorío de su sobrino Juan de Ribera, señor de Montemayor. Seguía el tipo de casas fuertes, destinadas más a controlar a la población y recaudar los impuestos que a prevenir improbables ataques exteriores. No obstante, en 1521 sufrió los asaltos de los comuneros, pero resistió y, como premio, su dueño recibió el título de marqués de Montemayor.

Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)
Ruinas del castillo del Águila, en Villaluenga de la Sagra (1925)

En 1638 el V marqués de Montemayor recibió además el título de marqués del Águila, en alusión a este castillo; ambos títulos siguen unidos hasta hoy. A finales del siglo XVIII el castillo ya estaba abandonado y prácticamente en ruinas. La situación, como vemos, era la misma en 1925, lo que, sin duda, favoreció su demolición definitiva.

COMERCIO, FÁBRICAS Y ESCAQUEO EN OCAÑA

En 1773 Carlos III ordena que en las ciudades que tengan comerciantes y no tengan consulado, se elabore la lista de todos los comerciantes existentes en la localidad, distinguiendo los españoles de los extranjeros. Así se hizo en todas partes, y en nuestro Archivo conservamos un expediente con las listas completas de Ocaña entre 1773 y 1783.

Portada de la Real Cédula de 22 de junio de 1773
Real Cédula de 22 de junio de 1773

Las listas de por sí ya son suficientemente interesantes. Las realizan, en años alternos, los dos únicos mayoristas de la localidad: Francisco Hayden, de origen irlandés, y Manuel del Río. Se insiste en que este último no es propiamente comerciante, pero debe incluirse en la nómina “pues su fábrica de curtidos sólo conduce al beneficio público” y evita la entrada de artículos extranjeros. De hecho, en 1776 Del Río consigue la protección real para sus fábricas de curtidos y de jabón duro. La documentación nos informa de que la fábrica de curtidos la compró a Martín González Salvador “hace muchos años”, mientras que la de jabón fue establecida en 1745 y desde entonces ha contribuido con cerca de 500.000 reales al erario público. Además, “la de curtidos tiene todas las oficinas correspondientes y los operarios precisos para su servidumbre, cuyos géneros son suelas, baquetas, cordobanes y badanas con abundancia y de especial calidad. Y en la de jabón hay una caldera de seiscientas cincuenta arrobas con todas las oficinas precisas, siendo el jabón duro que en ellas se labra de especial calidad, cuyos derechos y el de sus ingredientes producen anualmente a mi Real Hacienda veinte y cinco mil reales poco más o menos”. Se le ordena que no use “por ningún caso ni motivo de cabezas de cobre cerradas sin sangradores”, sino que funcione de acuerdo con las ordenanzas del sector.

Información sobre las fábricas de Manuel del Río
Información sobre las fábricas de Manuel del Río

Pero resulta que formar parte de esta lista tenía sus ventajas, entre ellas que los empleados de estos comercios mayoristas estaban exentos de las levas militares, lo que luego se llamarían “quintas”. Así que la insistencia en que Del Río y su fábrica fuesen considerados comercios mayoristas no era inocente. En 1776, este industrial afirma que tiene empleado a su sobrino Manuel Cecilio Huelves (cuyos descendientes, por cierto, serían prominentes políticos y alcanzarían la nobleza). Precisamente este mismo Huelves se había visto implicado el año anterior en una reclamación del síndico del concejo de Ocaña porque pretendía librarse de la leva alegando ser tenedor de libros en otra fábrica de jabón, la de Sebastián de Bonilla. El representante municipal alega que los fabricantes de jabón no pueden ser considerados comerciantes, que la lista había sido elaborada de forma fraudulenta, que el examen de las escrituras de los libros de caja de la empresa demuestra que Huelves no escribió nunca nada en ellos y, sobre todo, que “en ningún tiempo han necesitado de tales dependientes los comerciantes de aceite y jabón”. El asunto se resolvió porque, finalmente, el sorteo de los mozos obligados al servicio militar le resultó favorable pero, como hemos visto, al año siguiente ya tomó las correspondientes precauciones consiguiendo que su tío, Manuel del Río, le emplease en su fábrica de curtidos bajo protección real. Todo un montaje para evitar el servicio militar.

No queremos terminar sin aludir a los comerciantes al por menor, ajenos a todo esto pero que también aparecen puntualmente registrados. Durante estos años hay seis comerciantes al por menor, cinco de ellos dedicados a “varios géneros ultramarinos, de lanas y ferretería y fábricas de estos reinos”, y el otro dedicado a “cacao y azúcar y toda clase de especiería”. Además, en relación aparte se indica que hay un comerciante francés, Pedro del Val (llamado a veces Manuel), también dedicado a los ultramarinos.