REABRIMOS LA EXPOSICIÓN CON EL PLANO DE QUINTANAR

Hoy reabrimos nuestra exposición permanente, aunque con los condicionantes impuestos por la situación sanitaria. Con esto, todo el archivo vuelve a estar operativo, siempre dentro de las limitaciones propias del momento. Pero ya estamos aquí del todo, y los que estéis por el centro de Toledo podréis pasar un ratito a contemplar algunos de los documentos y fotografías que forman parte de nuestra memoria colectiva.

Sala de Exposiciones

Y para celebrarlo vamos a dejar expuesto uno de nuestros documentos más emblemáticos: el plano de Quintanar de la Orden de 1752. Este plano forma parte de los documentos del Catastro de Ensenada, de los que ya os hemos hablado en alguna ocasión precisamente en relación con los dibujos de Toledo y Talavera o el magnífico mapa de Olías del Rey. El mapa que hoy os presentamos es bastante más esquemático que el de Olías, pero más detallado que el de las dos ciudades de nuestra provincia. Como veis, solo señala los límites del casco urbano (de forma bastante convencional), las iglesias y los caminos, mas alguno de los comunes de la villa, como “Villaverde” o “El Monte”. En realidad, de lo que se trataba era de marcar referencias geográficas para facilitar el minucioso trabajo de identificar y describir todas las fincas del municipio. A pesar de ello, el dibujante no ha renunciado a algunos detalles estéticos aunque realistas. Así, cada iglesia tiene su propia forma, que sin duda correspondía con la realidad, y en el inicio del Camino de Miguel Esteban se han dibujado los árboles que debían formar una bonita alameda.

No todos los edificios que se dibujan permanecen en la actualidad. Quedan en su sitio, además de la parroquia, las actuales ermitas de San Sebastián, San Juan, Santa Ana y la Piedad. El templo que nuestro mapa identifica como “San Blas” hoy ha trasladado su advocación principal a San Antón, y finalmente de San Bartolomé, La Concepción  y San Pedro solo quedan hoy el recuerdo en el callejero quintanareño. Lo mismo ocurre con la zona de “Villaverde”. Evidentemente, mucho más difícil es identificar los diferentes caminos.

Si pensamos que todavía hoy el Catastro es una operación compleja y sujeta a continuas revisiones, imaginemos lo que suponía hacerla por primera vez a mediados del siglo XVIII: el esfuerzo organizativo, humano y económico fue colosal. En Quintanar, las operaciones se iniciaron con el “Interrogatorio general” el 10 de junio de 1752 y terminaron con el “Resumen del producto” (es decir, el cálculo global de lo que producían las tierras e industrias del municipio, una especie de PIB de la época) que se terminó el 2 de septiembre de 1756. En total, más de cuatro años. Obsérvese que este cálculo final está firmado en Almagro, que era una de las sedes secundarias de la Intendencia toledana. Y en este cálculo entran todos, incluidos los terratenientes.

El grueso de las operaciones catastrales fueron, como es lógico, los reconocimientos de las fincas rústicas. Pero no se descuidaron las casas del casco urbano, de las que se hacían dos reconocimientos. El primero, por orden topográfico, es decir, por calles, reflejando las casas que había en cada calle. El segundo reconocimiento se hacía por vecinos, indicando el número y calidad de las personas que vivían en cada casa. Eso sí, en todos los casos se distingue entre las propiedades de seglares y las propiedades de eclesiásticos.

LAS CIUDADES DE LA PROVINCIA EN EL CATASTRO DE ENSENADA

Seguro que muchos de vosotros conocéis sobradamente el Catastro de Ensenada, del que ya os dimos algunas breves explicaciones hace ya algunos meses. Como dijimos entonces, el proceso de realización del Catastro de Ensenada fue bastante largo y laborioso, en especial en localidades grandes, y generó una documentación muy abundante.

Documento del Catastro de Ensenada

Los documentos del Catastro de Ensenada se organizan en dos partes desiguales. Por un lado, las “Respuestas Generales”, es decir, la información general sobre cada ciudad o pueblo sobre la base de un interrogatorio uniforme para todos. Por otro lado, las “Respuestas Particulares”, que a su vez distinguían entre el “Estado Seglar” y el “Estado Eclesiástico”, y que incluían información detallada en documentos muy diversos, como las listas de vecinos con los habitantes de su casa (“Libros de Familias”), o las “Relaciones de Haciendas”, es decir, las descripciones de todas y cada una de las propiedades, incluyendo su uso y, por supuesto, su valor. Todo ello estaba coordinado por la “Intendencia”, es decir, la representación del Rey en cada circunscripción territorial. Recordad que, en este momento, la Intendencia de Toledo era mucho mayor que la actual provincia e incluía amplias zonas de Madrid y Cuenca, así como enclaves en Ciudad Real, Extremadura y hasta Segovia o Soria. Bien, pues la Intendencia se solía ocupar primero de las “Respuestas Generales”, que, en principio, eran más sencillas de responder. Generalmente consisten en apenas algunas páginas, pero en el caso de Toledo ocupan un tomo de 430 folios. Para hacernos una idea de las dificultades con que a veces podían tropezarse los funcionarios encargados de su elaboración, para responder a la pregunta 14, referida al valor global de los frutos de las tierras del término, se pidieron dos meses de plazo.

En todo caso, una vez elaboradas las Respuestas Generales, se enviaban a la “Contaduría Mayor de Cuentas”, un antecedente del actual Tribunal de Cuentas, y de allí pasaron al Archivo General de Simancas, donde se encuentran las Respuestas Generales de toda la Corona de Castilla. En cuanto a las Respuestas Particulares, permanecieron en las Intendencias, junto con una copia de las Generales, de donde pasaron en el siglo XIX a las Delegaciones de Hacienda y de allí a los Archivos Históricos Provinciales. Esto significa que en los AHP se conserva toda la información detallada pero solo de cada Intendencia, mientras que en el archivo de Simancas se conserva información más resumida de todo el territorio español peninsular, excepto Navarra, el País Vasco y la Corona de Aragón. En el caso de Toledo, las Respuestas Particulares del Catastro de Ensenada debieron pasar a nuestro archivo entre 1964 y 1966.

Entre los muchísimos detalles que se pueden entresacar de estos documentos, hemos destacado los dibujos esquemáticos de los términos municipales de Toledo y de Talavera de la Reina. Como veis, se trata apenas de unos croquis, que solo en el caso de Toledo representa la propia ciudad en un dibujo muy simple. Lo habitual es que, como vemos en el caso de Talavera, apenas se dibuje el propio término. Eso sí, en algunos casos excepcionales encontramos auténticos mapas, como el espectacular de Olías del Rey que os presentamos en el post al que hemos aludido antes, y algunos más que os mostraremos más adelante.

EL COHETERO

El documento que esta vez nos ha llamado la atención es un breve proceso judicial que solo contiene el pedimiento (es decir, la petición al juez) y el auto judicial, sin que parezca que se hayan realizado mayores diligencias. El solicitante es Sebastián Fernández, vecino de Talavera de la Reina y maestro cohetero de profesión. Según declara, a mediados de mayo de 1752 dos vecinos de Herrera del Duque (Badajoz), criados de don Francisco Chacón, don Manuel Ortiz de Salceda y don José Romero, “llegaron a mis casas con Joseph Muñoz, mi convecino, y por medio de él se ajustaron a una partida de cohetes y un árbol en precio de cuatrocientos y veinte y cuatro reales, siendo de su cuenta el conducirlo y costearlo y de la mía enviar un oficial que lo disparase para el día veinte. Y con efecto los dos referidos cargaron y se llevaron toda la volatería y ruedas y dejaron los varales del árbol para que mi oficial se lo condujese. Y caminando este el día 18 por el sitio de Juarránquez, camino de dicha villa, le robaron la caballería y pólvora y le maltrataron”. En cuanto se enteró, Sebastián dio aviso a la Santa Hermandad y también pidió que se le pagasen 224 reales por la pólvora y las varas perdidas. Como su petición no fue atendida, “y sucede hallarse en esta villa un criado de los tres referidos mayordomos para quienes se ajustó y remití la pólvora”, pide que se le retengan sus caballerías en prenda de la cantidad debida. Así lo ordena el teniente de corregidor de Talavera el 26 de mayo de 1752, y el asunto parece terminar ahí.

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Algunos de vosotros quizá hayáis caído en la cuenta del año de este documento, 1752, el año de realización del Catastro de Ensenada que, como sabéis, se conserva en nuestro Archivo. No podíamos dejar pasar la ocasión de buscar ahí a nuestro artificiero. Efectivamente, en la “Relación del vecindario” de este Catastro encontramos a nuestro hombre viviendo en el Barrio de la Trinidad, al nordeste de la villa. En el “Libro de familias”, se nos informa de que Sebastián tenía 36 años de edad y vivía con su mujer, Antonia Martín, diez años menor, junto con una sobrina huérfana llamada Catalina Martín, de quince años. Y, en fin, en el “Registro de haciendas del estado seglar” encontramos a “Sebastián Fernández de la Cruz, polvorista”, al que se le han estimado unos rendimientos de 2.200 reales de vellón “por su industria en su oficio de cohetería”, además de su jornal, sin que tenga tierras de su propiedad. Es la misma cantidad que gana, por ejemplo, la matrona de la villa. No es de extrañar, pues, que Sebastián reclame una pérdida que supone el 10 % de todos sus ingresos anuales. Podemos decir que, según el mismo Catastro, había en la villa 5 maestros polvoristas, tres oficiales y ningún aprendiz; los maestros ganaban 7 jornales el día que trabajaban, y los oficiales 4 y los aprendices 2.

Y, una vez que sabemos todo lo que se puede saber de nuestro maestro cohetero talaverano, volvamos al documento judicial, que todavía nos dará algunos otros detalles jugosos. No dejéis de observar que los vecinos de Herrera del Duque hicieron un camino de más de cien kilómetros (bastante inseguro, como vemos) para buscar a un buen cohetero para sus fiestas, lo que dice mucho de su prestigio. Se insiste en que el entramado debe ser manejado por un oficial competente, y se aluden a detalles técnicos como los árboles, varas, ruedas y “volatería”. Y es que, aunque el documento no lo indica, el espectáculo estaba destinado a las fiestas de la Santísima Trinidad, que todavía hoy se celebran y que ese año cayeron, efectivamente, el 20 de mayo. Pero en 1752 los salteadores de caminos los dejaron sin fuegos artificiales.

El mapa de Olías del Rey (1751)

Uno de los documentos “estrella” de nuestro archivo es, sin duda, el espectacular plano de Olías del Rey, integrado en la documentación del llamado “Catastro de Ensenada”. Este mapa ha sido elegido como motivo principal del cartel de nuestra exposición permanente, donde podréis disfrutar del documento original hasta final del verano, cuando la sustituiremos por una reproducción.

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El Catastro de Ensenada es el primer intento serio realizado en España (y uno de los primeros en Europa) de averiguación de la situación de la propiedad inmobiliaria con finalidad fiscal. En otras palabras, de saber qué tierras o casas tiene cada uno para así poder cobrar los impuestos de manera más justa y eficaz. Hoy nos parece algo muy natural, pero este primer intento no llegó hasta mediados del siglo XVIII.

Hasta ese momento, los impuestos que pagaban los súbditos eran muy variados según el lugar, la situación social o la actividad realizada. Además, frecuentemente su cobro estaba enajenado (“externalizado”, diríamos hoy), lo que daba lugar a abundantes fraudes y corruptelas. Aunque hubo tímidos intentos anteriores, no sería hasta el afianzamiento definitivo de los reyes borbones, con sus aires de Ilustración y racionalidad, que se tomarían verdaderas medidas para poner orden en este fárrago tributario. La más importante fue la imposición de la “Única Contribución”, que se pagaría de acuerdo con las propiedades de cada cual. Su impulsor fue el todopoderoso Ministro de Hacienda Zenón de Somodevilla, I Marqués de la Ensenada.

Naturalmente, para ello era necesario conocer estas propiedades. Ese era el objetivo del “Catastro” que llevaría el nombre del marqués, y para ello, desde 1749, se desplegó por toda la Corona de Castilla un pequeño ejército de agrimensores, escribanos, contadores y otros funcionarios. Las operaciones incluían la averiguación de una larga serie de preguntas y de recogida de información muy detallada, no solo sobre propiedades sino también sobre situación económica, demográfica y todo tipo de detalles. Los trabajos sobre el terreno se encargaron a las Intendencias de Hacienda, precedentes de las actuales Delegaciones de Hacienda, y dentro de ellas a las oficinas llamadas “contadurías”.

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En la Intendencia de Toledo, cuya superficie era considerablemente mayor que la actual provincia, los trabajos se iniciaron enseguida, y para 1758 prácticamente ya habían concluido, salvo algunas revisiones posteriores. Su resultado son casi 720 cajas de archivo que incluyen una información detallada y completa de la situación de nuestras ciudades y campos a mediados del siglo XVIII. Hay que decir que un resumen de cada localidad se enviaba a la “Contaduría Mayor de Cuentas” y hoy se conservan en el Archivo General de Simancas. Pero los detalles están en los AHP.

En algunos casos, los funcionarios llegaban a dibujar mapas más o menos esquemáticos del término municipal. Pero ninguno de ellos llegó nunca al grado de precisión y valor estético del plano de Olías del Rey, una auténtica excepción en su época. Pueden reconocerse con facilidad no solo la torre de la iglesia (desde donde se marcan los puntos cardinales) y las casas del pueblo, sino también buena parte de sus calles y caminos, muchos de ellos todavía en uso, incluyendo el camino de Madrid a Toledo, actual autovía A-42.