DEPÓSITO LEGAL

Desde el siglo XVIII existen en España normas relacionadas con la protección de la propiedad intelectual. En 1847 se establece la obligación de depositar dos ejemplares de cada obra publicada con destino a la Biblioteca Nacional, pero no será hasta la Ley de Propiedad Intelectual de 1879 que se establezca en cada provincia un registro específico, ubicado en la Biblioteca provincial, para el control de las obras publicadas. Además, se añade la obligación de entregar un tercer ejemplar de la obra, que quedará en la propia biblioteca provincial. El sistema se mantiene hasta la actualidad, aunque desde 1983 sea competencia de la Comunidad Autónoma.

Inscripción en el Depósito Legal (1929)
Inscripción en el Depósito Legal (1929)

En nuestro Archivo conservamos algunos documentos de este “Depósito Legal”, como se denomina. La inscripción más antigua que conservamos corresponde al libro “Colección de juegos infantiles”, de Francisco Esteve González. Como veis, no hay un formulario específico, sino más bien una declaración del responsable del Registro y una reseña de la obra. También es evidente que esta no fue la primera obra registrada en Toledo, ni mucho menos. En realidad, lleva el número de inscripción 277 y el folio del registro es el 233. Conservamos algunas hojas sueltas más del mismo registro, pero el resto se han perdido.

Inscripción en el Depósito Legal (1930)
Inscripción en el Depósito Legal (1930)

Poco después, en 1930, se cambia el modelo de formulario, como podemos ver en la inscripción del pequeño opúsculo (declara que solo consta de dos páginas) “Identificación de los personajes del Entierro del Conde de Orgaz, cuadro del Greco”, de Ventura Fernández López. No obstante, tampoco conservamos más que algunos registros en este formato.

Inscripción en el Depósito Legal (1935)
Inscripción en el Depósito Legal (1935)

En 1935 encontramos ya un formato a folio completo que se mantendrá, con escasas variaciones, hasta el final de nuestros documentos, en 1987. En este caso se trata del chotis titulado “El tirillas”, obra de Abraham Abián, que nos sirve también para ilustrar cómo en el Depósito Legal no solo se registran textos literarios o científicos, sino también obras musicales. Por cierto, que ninguna de las tres obras que hemos escogido como ejemplos se encuentra actualmente en el catálogo de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, y solo la primera, la de Francisco Esteve, aparece en el catálogo de la Biblioteca Nacional.

Relación de obras registradas en diciembre de 1979
Relación de obras registradas en diciembre de 1979

La ley de 1879, además de convertir a las bibliotecas provinciales en oficinas del Depósito Legal y depositarias de un ejemplar de cada obra impresa en la provincia, establece la necesidad de enviar al Registro Central de la Propiedad Intelectual una relación mensual de las obras registradas. Aquí, nuestra documentación es aún más escasa, porque solo encontramos estas relaciones desde 1979; probablemente, en los años anteriores se enviaba la relación pero sin que quedase copia en la biblioteca de Toledo. En todo caso, en el ejemplo que os ofrecemos, de diciembre de 1979, vemos la inscripción de dos textos cuyo autor es Joaquín Rodríguez Guarnizo. Se observa que son escritos breves, de carácter científico y con tiradas extremadamente cortas, es decir, obras probablemente de uso interno pero que, sin embargo, son registradas para proteger la propiedad intelectual del autor.

LA CASA DE LA CULTURA DE TOLEDO

Esta semana cumplimos cuatro años de nuestro blog. No vamos a hacer ninguna celebración especial, pero con este motivo nos hemos acordado de un trocito de nuestra historia (y seguro que también la de algunos de vosotros): la Casa de la Cultura de Toledo. Y, claro, hemos empezado a buscar documentación.

Página de periódico con el inicio de las obras de la Casa de la Cultura
Página de periódico con el inicio de las obras de la Casa de la Cultura

Corría el año 1963 y la situación en el antiguo Hospital de Santa Cruz se había hecho insostenible. El edificio renacentista albergaba, desde 1919, tanto el Museo Arqueológico como la Biblioteca provinciales, y desde 1931 también el Archivo Histórico Provincial. Demasiado para un solo edificio. Así que el Ministerio de Educación Nacional decidió construir una “Casa de la Cultura” en la zona nordeste del complejo, y llevar allí tanto la Biblioteca como el Archivo. Los periódicos de la época recogen el inicio de las obras.

La sala Borbón-Lorenzana
La sala Borbón-Lorenzana

Estas “Casas de la Cultura” eran una solución muy utilizada en la época. No solo se separaba el Museo de las otras dos instituciones y se les daba a todos algo de espacio, sino que se creaba un organismo que debía fomentar la cultura en general en la ciudad. La Casa de la Cultura de Toledo, que tendría entrada por el paseo del Miradero, se inauguró en 1966. Una de sus estancias más celebradas era la sala destinada especialmente a acoger a la Colección Borbón-Lorenzana, auténtica joya de la Biblioteca.

La Casa de la Cultura estaba regida por un Patronato bastante numeroso y su gestión cotidiana recayó en la directora de la Biblioteca, Julia Méndez. Incluso contaba con un breve Reglamento formalmente aprobado por la autoridad competente. Lo cierto era que Casa de la Cultura y Biblioteca se confundían en la práctica, máxime porque el Archivo no tuvo director formal durante estos años.

La última década del franquismo trajo a nuestro edificio una notable actividad cultural. Los folletos, invitaciones y “saludas” que conservamos dan testimonio de la amplitud y calidad de las actividades, como este concierto del guitarrista Narciso Yepes de septiembre de 1969, o la conferencia sobre el artificio de Juanelo que, a cargo de Ladislao Reti, se celebró en junio de 1967 y fue fotografiada por Rodríguez. Incluso, si era necesario, se organizaban actividades fuera del edificio, como este espectáculo de ballet de julio de 1970. De todo ello daban cumplida cuenta las “memorias” que publicaba el centro puntualmente cada año.

Con la llegada de la democracia y el traspaso de las competencias culturales a la nueva Comunidad Autónoma las “casas de la cultura” dejaron de estar de moda. Además, el edificio se había vuelto a quedar pequeño y, la verdad, algo obsoleto. En 1992 el AHPTO se trasladó a su actual sede y seis años después la Biblioteca, unida ya a su equivalente regional, se trasladó también a la última planta del Alcázar. El edificio del Miradero quedó como mero depósito al servicio tanto de la Biblioteca como del Museo de Santa Cruz, pero en 2015 fue cerrado por completo debido a su deterioro.

EL MERCADER CULTO

El 8 de febrero de 1586 se presenta ante el notario Juan Sánchez de Canales un conocido vecino de Toledo llamado Gaspar Sánchez Cota, primo hermano del notario, por cierto. Pronto casará con doña María de Cepeda y por este motivo quiere hacer inventario de todos los bienes que aporta al matrimonio. Como sabemos, en el siglo XVI eran habituales estas declaraciones, de manera que si uno de los cónyuges muriese sin descendencia, sus bienes volvían a su familia. Un documento similar será el que suscriba, pocos meses después, la futura esposa de Miguel de Cervantes antes de casarse con el escritor, documento con una curiosa historia que ya os contamos en su momento.

Inventario de bienes

Bien, pues don Gaspar viene a hacer lo mismo. Es este su segundo matrimonio y la lista de bienes muebles, inmuebles, dinero en efectivo y deudas diversas abarca casi diez páginas de pulcra letra humanística. Sánchez Cota era un comerciante acomodado, desde luego, bastante culto. Gracias a la investigación de Mario Arellano sabemos que descendía de una acomodada familia de conversos. Tuvo dos hijos legítimos que no le sobrevivieron, pero sí sus dos hijas ilegítimas, ambas citadas en este documento y que recibieron sendas mandas en dinero.

Mapa de Mercator, 1569

El inventario de los bienes presenta algunos detalles interesantes. Así, no hay muchos cuadros, apenas “tres imágenes de Dios Nuestro Señor y una de Nuestra Señora” y “un lienzo pintado al óleo de la Santa Cena, con su cerco de madera dorado”. Eso sí, encontramos “un Discricio de Gerardo Mercate, aforrado en lienzo con su orla de guadamecil”, quizá en referencia al famoso y hoy rarísimo mapamundi elaborado en 1569 por el famoso cosmógrafo alemán Gerhard Kremer, conocido como Gerhardus Mercator. También aparece un arcabuz de rueda y una cota de malla “con sus mangas”, que es poco probable que hubiesen sido utilizados nunca, junto con “dos ajedreces con sus trebejos” y “una sortija de oro de cuatro rubíes y un diamante”. Naturalmente, el inventario enumera la casa principal en la collación de Santa Leocadia, sus deudas y sus acreedores, y sus extensas propiedades en San Martín de Valdeiglesias, incluyendo más de 1.600 arrobas (unos 19.000 litros) de mosto “que agora es vino nuevo”. Además, aparecen muchas piezas de paño de diversos tipos: bayeta, palmilla, estameña, picote, catorceno, tafetán, etc…

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Pero lo que más nos ha llamado la atención es la lista de libros. Se contabilizan más de 60, algunos de ellos con varios tomos, aunque desgraciadamente hacia la mitad de la lista parece que se cansaron de reseñar los títulos y el escribano se limitó a mencionar “treinta y un cuerpos de dichos libros pequeños y medianos de romance”. Entre los que sí merecieron ser recordados por su nombre encontramos clásicos como Homero, Ovidio o Virgilio, pero también autores contemporáneos: Petrarca, Juan de Mena o el “Orlando furioso” de Torcuato Tasso. Hay también dos libros de música, uno de Miguel de Fuenllana, sin duda su “Orphenica Lyra”, y otro del “Milanés”, es decir, Luis de Milán; ambos son obras para vihuela, instrumento que luego aparecerá entre sus bienes en su testamento. Llama la atención la falta de libros religiosos, apenas compensados por “todas las obras de fray Luis de Granada y el Símbolo de la Fe”, y la abundancia de libros de historia y geografía. Además del mapa ya citado, hay obras de Florián de Ocampo, de Ambrosio de Morales, una “Historia de África”, la “Crónica de Juan II” y hasta un libro prohibido, la “Historia de las Indias” de Francisco López de Gomara. Además, aparece un ejemplar de Tito Livio en castellano del que se dice que “es copioso” y no es para menos: las ediciones actuales de “Ab Urbe condita” llegan a las 600 páginas.

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La investigación de Mario Arellano que hemos citado nos dice que toda esta herencia fue subastada en almoneda a su muerte en 1611, incluyendo su biblioteca, que había sido muy aumentada y que se vendió íntegra a un librero toledano.

BIBLIOTECAS MUNICIPALES Y BIBLIOBUSES

Las bibliotecas públicas forman parte del paisaje cotidiano de nuestros pueblos y ciudades. Solo en la provincia de Toledo existen 148 bibliotecas públicas, para un total de 204 municipios. Aunque hay municipios con varias bibliotecas, está claro que la inmensa mayoría de toledanos tiene cerca una biblioteca pública. Incluso cuando no hay biblioteca propiamente dicha, el servicio de bibliobuses garantiza que cualquier ciudadano pueda acercarse a la lectura sin alejarse de su casa. Pero importa recordar que no siempre ha sido así.

De acuerdo con este artículo de Roberto Soto, suele considerarse a las famosas Misiones Pedagógicas impulsadas por la II República el antecedente remoto de los bibliobuses, al menos por su intención, aunque lo cierto es que el primer servicio regular no se inauguró hasta 1953 en Madrid, orientado hacia los barrios y localidades de su extrarradio. Sin embargo, las circunstancias políticas y también algunos errores de concepción hicieron que estos primeros y escasos servicios entrasen en decadencia en los años posteriores. En 1973 se decidió impulsarlos de nuevo, y esta vez la iniciativa correspondió a Toledo, donde debe reconocerse la labor de Julia Méndez, por entonces directora de su Biblioteca Provincial. Como vemos por este documento, ya al año siguiente la flota se amplió con dos nuevos vehículos, bendecidos por el cardenal Marcelo González. No sabemos si la mano arzobispal tuvo algo que ver, pero el caso es que esta vez el sistema funcionó.

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Pero, como decimos, la mayor parte de los municipios tienen su propia biblioteca, aunque en verdad esta presencia ubicua es muy reciente. La Estadística de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha informa de que en 1979 existían 18 bibliotecas en nuestra provincia, 10 de las cuales se habían creado a partir de 1960. Desgraciadamente, no detalla la ubicación de estas bibliotecas, pero podemos suponerlas situadas en las localidades más grandes, en especial Toledo y Talavera de la Reina. En diciembre de 1979 el entonces “entre preautonómico castellano-manchego” asumió las competencias en materia de gestión y coordinación bibliotecaria. No es casualidad que precisamente entonces empiecen a aparecer en nuestro archivo los expedientes de construcción de bibliotecas municipales, financiadas todavía por el Estado pero con el evidente impulso de la naciente “preautonomía”. Hasta se editaron folletos divulgadores, como este de la biblioteca de Consuegra, fechado en 1980, con una fotografía del mural que presidía su salón de actos. En estos folletos era habitual también incluir los planos del nuevo edificio, como vemos en el caso de Corral de Almaguer, de 1979.

El Estatuto de Autonomía de agosto de 1982 amplió estas competencias a la práctica totalidad de las bibliotecas de la región. A partir de ese momento sería ya la Junta de Castilla-La Mancha la que dirigiera y financiara la construcción de bibliotecas municipales. Gracias a ello entre 1980 y 1999 se crearon 104 nuevas bibliotecas en nuestra provincia: cinco veces más que en toda la historia anterior. Si añadimos que desde 2000 a 2012 se han puesto en marcha otras 26 bibliotecas, no podemos menos que reconocer la responsabilidad directa de la Comunidad Autónoma en la introducción de las bibliotecas como parte del paisaje habitual de nuestros pueblos y ciudades.

LOS MÁS ANTIGUOS DE LA BIBLIOTECA

La mayor parte de los archivos cuentan con una biblioteca auxiliar más o menos pequeña. El AHPTO no es una excepción, y nuestra biblioteca ya llega a los 9.000 volúmenes, que no está nada mal. Está integrada en la Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha y, por tanto, podéis consultar fácilmente su catálogo. La mayor parte de nuestros libros han sido comprados, pero no pocos proceden de las donaciones de instituciones y de particulares, en especial muchos de nuestros investigadores, que, al publicar el resultado de su investigación, nos entregan amablemente un ejemplar. Y algunos libros, en fin, han venido mezclados con fondos documentales.

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Este es precisamente el caso del libro más antiguo de nuestra biblioteca, que podéis contemplar en nuestra exposición sobre Libros y Bibliotecas. Creemos que es un ejemplar raro, porque solo hemos localizado otro, en la Biblioteca Nacional de España. En todo caso, se trata de una genealogía de la reina María Luisa de Borbón, esposa de Carlos II, escrita por el cronista real Juan Baños de Velasco e impresa en 1679, presumiblemente en Madrid. Como podéis observar, además de dos sellos de nuestro Archivo, conserva el sello del Instituto de Segunda Enseñanza, y, en la parte superior, una inscripción manuscrita: “De la biblioteca del Colegio de San Bernardino de Toledo, cajón 5, nº 9”. Es evidente, pues, que se trata de una obra que formó parte de la biblioteca del Colegio de San Bernardino, integrado en la Universidad de Toledo, y que pasó al Instituto de Segunda Enseñanza al suprimirse la Universidad en 1845; mejor dicho, sabemos que los libros de este Colegio pasaron al Instituto algunos años después, hacia 1852. Nuestro ejemplar se integró en la biblioteca del nuevo centro docente, donde permanecería hasta que fue enviado al AHPTO hacia 1966, sin duda mezclado con los documentos de archivo.

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Junto con él, os ofrecemos también el segundo ejemplar más antiguo de nuestra biblioteca. Esta vez es un libro mucho más conocido, las “Ordenanzas de la Real Audiencia del Principado de Cataluña”, publicadas en Barcelona por Joseph Teixidó en 1742. De este incluso existe una copia digital a partir del ejemplar que posee la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y que podéis consultar en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico. La Real Audiencia de Cataluña tiene su origen en la “cancillería” para Cataluña que dependía de la Real Audiencia de la Corona de Aragón, pero en 1493 se configuró como un tribunal independiente. Además de sus funciones judiciales, ejerció muchas funciones de gobierno durante el reinado de los Reyes Católicos y de los Austrias. Estas funciones se mantuvieron tras la Guerra de Sucesión, aunque fueron frecuentes los conflictos con la nueva autoridad impuesta por los Borbones, el Capitán General. Precisamente estas Ordenanzas de 1742 pretenden regular las relaciones entre ambas instituciones. Tras la caída del Antiguo Régimen, en 1834, la Real Audiencia perdió sus funciones de gobierno y se transformó en Audiencia Territorial de Cataluña, perviviendo hasta la creación del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en 1989.

LA SEMANA DEL LIBRO, EN OCTUBRE

Ya sabéis que el pasado lunes inauguramos nuestra exposición dedicada al libro y las bibliotecas. Por cierto, muchas gracias a nuestro compañeros Carmen Morales y Mariano García Ruipérez, directores de la Biblioteca de Castilla-La Mancha y del Archivo Municipal, respectivamente, por acompañarnos en el acto. Aprovechamos para animaros también a que visitéis la exposición “20 años en 32 instantes”, que se inaugura hoy en la Biblioteca de Castilla-La Mancha, y la exposición virtual “Toledo en los grabados de Genaro Pérez Villaamil (1842-1850)” que ha montado el Archivo Municipal. Las tres exposiciones las hemos organizado de manera coordinada para celebrar el vigésimo aniversario de la inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

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Precisamente en esta imagen de la inauguración de nuestra exposición se ve una fotografía de la Semana del Libro de Albacete de 1930. Procede del fondo del fotógrafo albaceteño Luis Escobar, quien probablemente fue el autor de la instantánea, y está fechada el 12 de octubre de 1930. Una copia de esta fotografía, sin fechar, se encuentra en el Museo Pedagógico y del Niño.

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Actualmente, la Feria del Libro de Albacete se celebra, como la de Toledo y muchas otras, en primavera, más o menos cerca del Día del Libro, 23 de abril. Esto tiene su explicación. El Día del Libro se instauró en España por Real Decreto de 6 de febrero de 1926, que disponía celebrarlo el 7 de octubre, fecha del nacimiento de Cervantes. La iniciativa había partido de Vicente Clavel Andrés (1888-1967), escritor y editor valenciano afincado en Barcelona. En 1918, junto con otros libreros y editores barceloneses, funda la Cámara del Libro de Barcelona, que cuatro años después sería declarada oficial. En 1923 Clavel, a la sazón vicepresidente de la Cámara, propone celebrar un “Día del Libro” en la fecha del nacimiento de Cervantes. La Cámara apoya su idea, y la reitera en 1925 hasta conseguir su aprobación oficial. Por cierto, que parece que el texto del Real Decreto fue redactado, al menos en su parte esencial, por el propio Vicente Clavel. Pues bien, el 7 de octubre de 1930 fue martes, de manera que, habiéndose prolongado las celebraciones hasta una semana, es lógico que el día de máximo esplendor en Albacete fuese el domingo siguiente, 12 de octubre, coincidente con la entonces denominada “Fiesta de la Raza Española”.

Y es que resulta evidente el ambiente festivo y popular de esta Semana del Libro, que puede localizarse en el actual parque Abelardo Sánchez. Fijaos en el baúl que está en la parte inferior izquierda, de donde proceden, seguramente, muchos de los ejemplares que se amontonan en la gran mesa central. Solo los niños de la zona inferior derecha parece que hubieran querido estar en otra parte. Incluso a uno de ellos una mano anónima le está colocando la cara para salir lo más guapo posible en el retrato. Un auténtico día de fiesta que continúa manteniendo el mismo espíritu, como se ve en esta fotografía de Arturo Pérez, aparecida en el periódico La Tribuna de Albacete el 23 de abril de 2018.

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Será 1930 el último año en que el Día del Libro, y sus ferias asociadas, se celebren en otoño; desde ese año se cambió por la actual, 23 de abril, fecha de la muerte de Cervantes, de Shakespeare y del Inca Garcilaso de la Vega, y además de la muerte o nacimiento de varios otros escritores ilustres. En 1995 la UNESCO le dio rango de día internacional.

SOBRE LIBROS Y BIBLIOTECAS: NUEVA EXPOSICIÓN

El próximo lunes, 8 de octubre, inauguramos una nueva exposición temática en el AHPTO. En esta ocasión estará dedicada a los documentos relacionados con el libro, las bibliotecas y la lectura, y la realizamos en colaboración con la Biblioteca de Castilla-La Mancha. De este modo, el AHPTO quiere sumarse a los actos conmemorativos del vigésimo aniversario de la Biblioteca. La exposición permanecerá abierta en nuestra Sala de Exposiciones hasta el 15 de enero de 2019, en horario de mañana.

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Los archivos y las bibliotecas aparecen unidos en el imaginario social desde el siglo XIX incluso hasta hoy. Por eso, a pesar de ser centros muy diferentes en sus propósitos y en sus formas de trabajo, siguen manteniendo relaciones muy especiales, y esto se aplica también al AHPTO y la Biblioteca de Castilla-La Mancha, sucesora de la Biblioteca Provincial de Toledo. De modo que el Archivo ha querido sumarse a la celebración del vigésimo aniversario de la Biblioteca exponiendo algunos de los documentos que conserva relacionados con el mundo del libro y de las bibliotecas.

La exposición tiene un recorrido cronológico no lineal y con algunos excursos, de manera que se pueda entender la evolución de los conceptos de “biblioteca” y de “lectura”. Hoy nos parece que las bibliotecas públicas siempre han estado ahí, al alcance de todos, pero esto no ha sido así. En realidad, la “biblioteca pública” es una idea muy reciente. Las “librerías” del Antiguo Régimen eran casi siempre bibliotecas particulares, como la del Greco o su contemporáneo el canónigo Antonio Cordobés. La edición de libros era muy compleja y cara, como muestran los contratos firmados por el famoso erudito Juan de Mariana. El resultado eran obras como las dos pequeñas joyas bibliográficas de los siglos XVII y XVIII que conserva el Archivo y que también se exponen. Solo los centros educativos favorecían la lectura a grupos más amplios, tanto en la Universidad como, a partir del siglo XIX, en los Institutos; el inventario de los libros del Instituto de Talavera de la Reina en 1936 nos habla de ese resquicio de cultura que eran las bibliotecas escolares, pero también de los estragos de la guerra civil.

La auténtica democratización de la lectura no llegaría hasta el advenimiento de la democracia y la creación de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha. La construcción de numerosas bibliotecas municipales, e incluso la dotación de bibliobuses para las localidades más pequeñas, junto con el constante esfuerzo por dignificar la Biblioteca Provincial son signos de este esfuerzo institucional en favor de la lectura y la cultura, que culminó en 1998 con la inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

Como siempre, en este blog iremos desgranando poco a poco los documentos que la componen. Hoy empezamos con estas dos fotografías de dos personas leyendo, simplemente. Por un lado, un monje anónimo, sentado al pie de un crucero, como los que existen en muchos de nuestros pueblos y ciudades. No tenemos ningún indicio del lugar ni de la identidad de esta persona. Mucho mejor identificada está la niña que lee de pie en la segunda imagen. Se trata de Antonia Román García, hija del pintor, fotógrafo e historiador Pedro Román, que es el autor de la fotografía, probablemente realizada en su casa familiar en Toledo.

LA BIBLIOTECA DE LA ACADEMIA DE INFANTERÍA

Como todos sabéis, el pasado lunes se celebró el Día del Libro. Con esta ocasión, os presentamos dos curiosas fotografías de la biblioteca de la Academia de Infantería de Toledo. Lo interesante no son tanto las imágenes en sí como el hecho de ser dos tomas realizadas prácticamente desde el mismo sitio pero en dos circunstancias completamente distintas.

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Ambas proceden del fondo “Rodríguez” y tienen como objeto la Biblioteca de la Academia de Infantería, situada entonces en el Alcázar de Toledo. Ninguna de las dos tiene fecha, pero en el caso de la primera la datación es casi imposible, salvo que es anterior a la guerra civil; este breve pero muy jugoso artículo al respecto preparado por el Archivo Municipal de Toledo — donde además encontraréis otras fotografías históricas de esta biblioteca— propone los años cercanos a 1930. Sea como fuere, las circunstancias en que se encontraba al llegar al AHPTO hicieron que Gerardo Kurtz, organizador del fondo “Rodríguez”, la incluyera en una serie denominada “Positivos actuales”, es decir, positivos realizados después del cierre de la Casa Rodríguez en 1984 y antes de su ingreso en el AHPTO en 1994, con motivo de alguno de los muchos proyectos y actuaciones más o menos controladas que sufrió este fondo en esos años. En algunos casos se ha podido reconocer el negativo original, pero en muchos otros, como en este, se ha perdido toda referencia a su original. Por otro lado, esta imagen puede encontrarse en el artículo a que acabamos de aludir y en otros lugares de Internet, como la web del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha de la Universidad regional. Lo único que parece claro es que nuestra foto forma parte de un conjunto que retrata las instalaciones de la Academia y nos revela una biblioteca bien ordenada y dotada.

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Muy diferente es la segunda imagen, realizada casi desde el mismo ángulo pero al poco de terminar el asedio del Alcázar al principio de la guerra civil. Como todo el edificio, la biblioteca quedó en estado ruinoso, con pérdida evidente no solo de los elementos arquitectónicos sino también de muchas de sus obras, si bien parece que se han  iniciado algunos trabajos de recogida de libros, que se encuentran apilados. Pero la sensación general de desolación es insoslayable. La fotografía se integra en la denominada “Caja Alcázar”, es decir, un conjunto de fotografías cuyo denominador común era, obviamente, el famoso edificio. Según el mismo Kurtz, es posible que se tratase de positivos destinados a su venta turística en el propio establecimiento “Rodríguez”, aunque no parece que una imagen como esta pueda tener mucho éxito entre los visitantes. En el artículo del Archivo Municipal que hemos mencionado encontraréis otra vista de la misma sala por la misma época, igualmente impactante.

En 1948 la Academia de Infantería se trasladó al nuevo edificio construido al otro lado del río Tajo y, naturalmente, allí se marchó también su biblioteca, con los libros que había conseguido salvar. Hoy cuenta con más de 45.000 volúmenes y casi un centenar de títulos de revistas y publicaciones periódicas. Aunque su uso está restringido a alumnos y profesores de la Academia, su catálogo está disponible en línea y puede pedirse autorización para su uso por personas ajenas.

EL CASO DEL LIBRO EXPÓSITO

Era una fría, oscura y algo neblinosa madrugada de invierno en el centro de Toledo. Una de las trabajadoras del AHPTO, la primera en llegar habitualmente, se dispone a abrir el portón de acceso al edificio. Al hacerlo, un pequeño objeto cae a sus pies. Sobresaltada,  retrocede un par de pasos. Parece que el bulto no rebulle. Nadie por los alrededores. Con cierta precaución, se acerca y, a la media luz, comprueba que se trata de un libro. Alguien lo dejó esa noche colocadito a la puerta del archivo para que lo encontrásemos, del mismo modo que antiguamente se abandonaban algunos niños recién nacidos a la puerta de un convento. Estamos, pues, ante un libro expósito.

Pocos minutos después, el libro ya estaba en manos del director del centro. Pudo comprobarse que se trata del tomo tercero de la obra “Autores selectos sagrados, cristianos y profanos para uso de los alumnos de latinidad y humanidades en los Seminarios”, escrita por D. Joaquín Espár, presbítero, bajo los auspicios del Exmo. e Ilmo. señor Obispo de Urgel. En concreto, es la segunda edición de esta obra, “corregida y mejorada por el mismo autor”, impresa en Tarragona en 1862, en la imprenta de los señores Puigrobí y Aris. El tomito, encuadernado en octava, consta de 300 páginas más dos apéndices de 9 y 12 páginas respectivamente, y se encuentra en perfecto estado de salud.

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No es en absoluto una obra rara. El Catálogo del Patrimonio Bibliográfico Español nos informa de que existen 19 ejemplares de esta edición en su versión completa, es decir, con sus tres volúmenes. Ninguno de ellos está en Castilla-La Mancha; el ejemplar más cercano de esta nuestra segunda edición se encuentra en la Biblioteca Nacional. Eso sí, el Seminario Diocesano de Ciudad Real cuenta con un ejemplar de la primera edición, fechada en 1857-1858. Pero la obra no es ninguna desconocida y fue reeditada en varias ocasiones: 1868-1869, 1914, 1925, 1944 y 1957, las últimas corregidas por Ignacio Núñez. Solo de la edición de 1944 hemos encontrado otro ejemplar en Castilla-La Mancha, también en el Seminario de Ciudad Real. La obra se encuentra fácilmente en los catálogos de librerías de lance, por lo general en sus ediciones más tardías.

Como su título indica, se trata de un libro de texto para uso de los estudiantes de los seminarios diocesanos, una antología de autores para que los seminaristas realicen sus prácticas de latín, lengua obligatoria en estos estudios hasta hace muy pocos años. En cuanto al autor, lo cierto es que no sabemos mucho de él. Su primera obra publicada, “Elementos de poética”, lo fue en Barcelona en 1861. Parece que se especializó en este tipo de manuales de retórica y preceptiva literaria para estudiantes, no solo seminaristas sino también alumnos de los institutos seculares. Así, en 1865 dio a la luz un “Curso teórico-práctico de predicación, o sea, explicación de todo género de discursos propios del púlpito”, y en 1877 hizo lo propio con su “Arte de retórica”, quizá su obra más conocida. Todas las obras, excepto la que nos ocupa, fueron publicadas originalmente en Barcelona, lo que indica el origen catalán del padre Espár.

El lugar natural de los libros es la biblioteca, no el archivo. Así que en pocos días esperamos entregar este ejemplar a la Biblioteca de Castilla-La Mancha, donde recibirá los mejores tratos. Pero conviene no olvidar que cualquier ciudadano que disponga de un libro antiguo, vieja fotografía, objeto curioso o documento venerable puede dirigirse tranquilamente a plena luz a los responsables de cualquier archivo, biblioteca, museo o centro cultural, que sabrán orientarle sobre su destino adecuado. No es necesario abandonarlo a las puertas del convento.

Manuel B. Cossío y Rafael Altamira

Una de las exposiciones más interesantes que actualmente están abiertas en nuestra provincia es la que el Museo de Santa Cruz dedica a la figura de Manuel Bartolomé Cossío. Aprovechamos esta ocasión para ofreceros una carta que el propio Cossío dirigió a Rafael Altamira, y que se conserva en nuestro archivo dentro del pequeño fondo personal de este último.

La carta está fechada el 5 de diciembre de 1912, y en ella Cossío, entonces director del Museo Pedagógico Nacional y miembro del Consejo de Instrucción Pública, informa a Altamira, que era Director General de Enseñanza Primaria, de los costes de una compra de libros con destino a una serie de bibliotecas que no especifica (probablemente, bibliotecas escolares), así como sobre los presupuestos educativos en Portugal y en Italia. Obsérvese que Cossío tiene en cuenta no solo el coste de los libros, sino también el de las cajas que los contendrán, e incluso los detalles del transporte, lo que revela un profundo conocimiento del trabajo bibliotecario. Esta carta muestra la gran preocupación que ambos intelectuales tenían por el desarrollo de las bibliotecas en general, y las escolares en particular.

Este interés es una de las razones por las que hoy seguimos recordando a Manuel Bartolomé Cossío como una figura esencial de la llamada ”Edad de Plata” de la cultura española. Nacido en Haro (La Rioja) en 1857, fue uno de los primeros alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, y permaneció ligado a su fundador, Francisco Giner de los Ríos, hasta su muerte. Impulsor también del Museo Pedagógico Nacional y de las famosas “Misiones Pedagógicas”, es uno de los nombres capitales para la historia de la educación en España. Pero, además, Cossío fue un muy notable historiador del arte, y debe recordarse especialmente su labor de reconocimiento de la figura del Greco, entonces todavía considerado un pintor casi secundario. Cossío murió cerca de Madrid en 1935. Es curioso que se le suela nombrar por el apellido de su madre, e incluso se piense, equivocadamente, que “Bartolomé” es su segundo nombre.

En cuanto a Rafael Altamira Crevea, fue un eminente político, jurista e historiador nacido en Alicante en 1866. También ligado a la ILE, fue catedrático en las universidades de Oviedo y Central, además de convertirse en 1912 en el primer Director General de Instrucción Primaria. Contribuyó activamente a la creación del Tribunal permanente de Justicia Internacional de La Haya, donde trabajó hasta que la invasión nazi de 1940 le obliga a huir, primero a Bayona (Francia) y luego a Ciudad de México, donde moriría en 1951, después de haber sido propuesto dos veces para el Premio Nobel de la Paz.