LOS DESERTORES

La semana pasada dejamos a dos grupos de «quintos» de Talavera y su comarca en marcha hacia Zaragoza. Sabíamos su número, casi cien, sus nombres, naturalezas y señas particulares, y también se había regulado su manutención y su ritmo de marcha. Al llegar a la capital aragonesa los recibió Antonio Illioni, comisionado al efecto, quien se dio cuenta enseguida de que algo no había ido bien.

"Juan Hernández se quedó en su reximiento de O'Calahan en la villa de Ariza en 19 del corriente, natural del Arroyo. Juan Rodríguez también, natural de Zamora. Ysidro Santos se  huyó en Alovera en 13 desde, natural de Valdelacasa. Juan de Espinosa también, natural de Campillo. Sebastián Quirós, despedido por quebrado, natural de Lucillos"
Los «quintos» que no llegaron a su destino

En efecto, del primer grupo de cincuenta hombres sólo han llegado 45, es decir, que faltan cinco. Dos de ellos están excusados, porque se habían quedado en Ariza para incorporarse al regimiento al que se les había destinado. Uno más, llamado Sebastián Quirós, fue “despedido por quebrado” (enfermo), aunque más adelante se dice que fue “despedido por ser viejo”. En cuanto a los otros dos, “Isidro Santos se huyó en Alovera el 13 de este [mes]” y lo mismo hizo Juan de Espinosa. Un mes después, el 13 de mayo, el mismo Illioni recibe al otro grupo, de 47 personas, de las que faltaban tres: dos que quedaron enfermos en Bubierca y “Dionisio de Cáceres [que] se huyó en La Almunia en 12 de este [mes]”.

"...a cosa de la una de la noche llegó dicho señor Miguel Pérez a llamar a la ventana de mi cuarto, que habían benido Joseph Sanz, guardia, a visar que se yban los soldados por un abujero de una pared maestra que sale a corral de las casas de Antonio Arroyo, y que abían coxido a un soldado atravesado en el abujero que abían echo en la pared de dicha cárcel..."
La narración de la fuga

Podemos saber algunos detalles sobre la fuga de Alovera gracias al informe que hizo el escribano del lugar que, de paso, nos proporciona algunas informaciones añadidas bastante interesantes. Así sabemos que a los quintados se les trataba no como soldados sino como auténticos delincuentes: se les metía en la cárcel, fuertemente custodiados (se llegan a pedir hasta 18 guardias al alcalde del lugar) y se les mantenían “todos desposados”. Por eso, no es de extrañar que los muchachos quisiesen escapar. Además, las autoridades locales tampoco estaban muy contentas y se quejan de que en un mismo día han pasado dos grupos de levas de soldados más otro de dragones, todos exigiendo hombres y alojamiento. En fin, que entre unas cosas y otras llegó la noche del 12 de abril. Las autoridades se fueron a dormir y los guardias quedaron custodiando la cárcel. Pero hacia la una de la madrugada, los guardias avisaron al escribano “que se iban los soldados por un abujero [sic] de una pared maestra [..] y que habían cogido a un soldado atravesado en el abujero”. Cuando el comandante llegó a la cárcel “halló dos pares de esposas quebradas y cuarenta y ocho soldados”. Identificados los fugados, el comandante pone presos a los guardias e informa al intendente de Guadalajara (la ciudad más cercana), quien al día siguiente ordena que se les ponga en libertad, eximiéndoles de culpa a la vista de los escasos medios con que contaban. Eso sí, para prever nuevas deserciones, envía nada menos que seis nuevos pares de esposas.

"...el que le desechasen por ser biejo, siendo así que es siniestro, que es la edad que el suso dicho tiene es [sic] de treynta y dos años, que es lo más florido de la juventud, como costa de la partida de su baptismo..."
«…treinta y dos años, que es lo más florido de la juventud…»

El asunto no termina aquí. Una vez rendidas las cuentas, el Intendente ordena a los ayuntamientos que sustituyan a los enfermos por otros mozos; en cuanto a los desertores, que se les atrape y se les reincorpore al servicio. Si no se les encuentra, que se sortee de nuevo para sustituirlos. Solo conservamos documentos sobre la sustitución de los mozos que faltaban del primer grupo que, recordemos, eran un enfermo y dos desertores. Uno de estos últimos, natural de Valdelacasa, es atrapado y puesto en la cárcel de Talavera a la espera de sus compañeros, pero en los otros dos casos hay que volver a sortear. Y el nuevo “agraciado” de Lucillos se resiste y emprende un pleito en toda regla. Afirma que el enfermo al que debe sustituir no lo es tal, y que tampoco es viejo (tiene 32 años, “que es lo más florido de la juventud”), además de ser el único sustento de su casa. Finalmente, sin embargo, los tres mozos fueron depositados en la cárcel talaverana a la espera de ser enviados a su destino. El asunto terminará de forma inesperada, porque el Intendente se desentiende de todo y deja manos libres al corregidor, quien no tarda en ponerlos a todos en libertad y permitir que vuelvan a sus casas. No sabemos los motivos de esta actuación, pero el caso es que estos tres jóvenes se libraron de la “mili” por muy poco.