No de todos los documentos de nuestro archivo podemos afirmar con seguridad su procedencia, al menos su procedencia inmediata. En otras palabras: hay documentos que no sabemos cuándo ni cómo han llegado hasta nosotros. A veces se trata de grupos relativamente grandes de documentos, como los de la parroquia de Getafe que os presentamos hace algún tiempo. Pero hay documentos singulares de los que sí tenemos información precisa sobre cómo apareció en nuestro centro, aunque eso no nos sirva para saber en realidad de dónde procede. Este es el caso de hoy.

El 10 de julio de 1982 era sábado y se estaban realizando labores de mantenimiento de la climatización del AHPTO, entonces situado en la Casa de la Cultura de Toledo. Al levantar la tapa de uno de los radiadores, apareció un papel impreso que inmediatamente fue puesto en manos de la entonces directora del centro, Rosario García Aser, quien, evidentemente sorprendida, dejó en el propio documento una nota explicando el hallazgo. El impreso fue colocado junto con un pequeño grupo de cédulas y órdenes reales e incluido dentro de lo que hoy conocemos como “Colecciones”. Lo que no sabemos, desde luego, es cómo llegó hasta el radiador.

Veamos el documento en sí, que, por otro lado, es bastante conocido. Se trata de un manifiesto en favor de Napoleón y de su hermano José Bonaparte, firmado por un grupo de notables el 8 de junio de 1808, después de visitar al emperador en Bayona. Dos días después José sería nombrado rey de España, y el manifiesto se publicó en un número extraordinario de la Gaceta de Madrid el día 14. Ha sido estudiado en varias ocasiones y se sabe que su redactor fue uno de los firmantes, Francisco Amorós, que había sido estrecho colaborador de Godoy y que sería nombrado “Comisario regio” por el propio José I. Los demás firmantes son también altos funcionarios o aristócratas que podemos considerar “afrancesados”.

Como la mayor parte de manifiestos, más que argumentos el texto recurre a los sentimientos. Se combina la adulación a los destinatarios (“dignos compatriotas”) con la lealtad de intenciones de los firmantes (“fuimos tan amantes y adictos como vosotros a nuestra antigua dinastía”) y, después de evocar su entrevista con Napoleón y de ensalzar su figura (“que quiere merecer bien de nuestra patria y pasar a la posteridad con el nombre de restaurador de ella”), acude al miedo, que tan buenos resultados ha tenido siempre en materia de propaganda política: “la anarquía es el mayor azote que Dios envía a los pueblos… ¿Y cómo resistiréis a las terribles fuerzas que se os opongan?”. Como sabemos, no fueron pocos los españoles que creyeron de buena fe en lo que los firmantes dicen, pero fueron más los que se opusieron, incluso con las armas.