ACCIDENTADA DETENCIÓN EN SAN MARTÍN DE PUSA

El 20 de agosto de 1806 la Chancillería de Granada, desde su alta jurisdicción, ordena a las justicias de San Martín de Pusa que arresten a Francisco Díaz de Rioja como reo de resistencia a la autoridad “y otros excesos”. Fácil de mandar, pero nada fácil de ejecutar.

Señas personales del reo
Señas personales del reo

El Alcalde Mayor, responsable directo ante el señor de la zona, el marqués de Malpica, estaba oportunamente enfermo, y para colmo ni siquiera había escribano. Así que le toca al alcalde ordinario, Antonio García Hidalgo, auxiliado por un humilde “fiel de fechos” en funciones de notario. Al principio, todo rueda por sus pasos: se expiden requisitorias a los pueblos vecinos para que arresten al reo en cuanto lo vean: un sujeto de “dos varas y de dos a tres dedos [1,70 metros, aproximadamente], moreno claro, carirredondo, ojos cejas y pelo negro, de buena presencia y un poco cargado de hombros, vestido muy decente de negro y de color”. Se repiten las requisitorias a lugares más lejanos: Malpica, La Puebla de Montalbán y Talavera. Todos lo conocen, pero nadie lo ha visto.

Fragmento de los autos judiciales para la detención de un vecino de San Martín de Pusa
El reo aparece en la fragua

 El 24 de septiembre, cuando el propio García Hidalgo está en la fragua del pueblo, se presenta allí el reo. El alcalde, que está solo, decide prudentemente retirarse a buscar vecinos que le ayuden pero, para cuando vuelve, Francisco ya no está. Varios amigos afirman que estuvo allí de charla con ellos, pero que se ha marchado y no saben a dónde. Amoscado, el alcalde y su cuadrilla lo buscan por varias casas de amigos, la de su padre, la taberna y hasta el puesto de aguardiente del lugar, registrando algunas (“y cogiendo Su Merced una luz se registró toda la casa de arriba abajo, y no se encontró nadie”) y hasta sacando de la cama a los vecinos. Nada, el reo ha desaparecido delante de sus narices. Don Antonio, enfadado, amenaza con serias multas a uno de los registrados “pues tenía noticia le hacía capa”, pero hubo de darse por vencido.

Fragmento de los autos judiciales para la detención de un vecino de San Martín de Pusa
La detención

Apenas cuatro días después, hacia las 12’30 horas, vienen a avisar al alcalde: ¡Francisco está en la taberna, tan tranquilo! Esta vez no le pillaría desprevenido, y reunió rápidamente a la “patrulla ciudadana” (por llamarla de algún modo), presentándose en la taberna. La escena de la detención merece la pena: “Entrando Su Merced dijo en alta voz ‘¡Favor al Rey!’, con la cual se echaron de repeso sobre él [el reo] diferentes personas, y agarrado les encargó se asegurasen y cuidasen de que no se les fuese. Y sujetándole unos de los brazos, otros del pelo, y otros de las piernas, haciendo dicho reo una fuerte resistencia, tanto que cuando se les escapaba alguno de los brazos o piernas empezaba a puñetazos, arañazos y patadas, sacudiendo hasta a cinco o seis de ellos, haciendo a dos de ellos sangre en las narices, lo que dio margen a que los insultados, en su defensa, le sacudiesen también, profiriendo las obscenas palabras de “barajo”, “por vida” y “votos”, jurando se había de vengar de todos, y diciendo tanto al juez como al fiel de fechos que eran unos barajos, llamando a este y diciéndole se acercase para sacudirle. Y conducido medio a rastra o como pudieron a la Real Cárcel” allí lo dejaron al cuidado del carcelero, que le puso “diferentes prisiones” hasta asegurarse de que no se escapaba. Solo se le encontró encima un rosario y “una navaja chica de picar cigarro”. Se le entregó su montera y su faja, que se le habían caído en la pelea, junto con cierta cantidad de dinero, aunque el reo reclamó que él llevaba más encima.

Fragmento de los autos judiciales para la detención de un vecino de San Martín de Pusa
El traslado a Talavera

Poco después llegó el cirujano del lugar a reconocer las heridas de Francisco, a petición del su padre, pero el reo volvió de nuevo a gritar e insultar a la autoridad, y el cirujano entonces le dijo: “Paco, a lo que vengo es a visitarte y registrarte si alguna parte tienes doliente, a que le respondió no le daba la gana que le registraran”. Así quedó el tema, y a las once de la noche el alcalde dejó a dos personas por guardia del preso. Durante los días siguientes don Antonio pasaría dos veces al día para asegurarse de que Francisco estaba bien atado y, mientras tanto, pidió ayuda al corregidor de Talavera para que le enviasen un piquete y se llevasen allá a tan incómodo huésped, donde las cárceles estarían mejor preparadas y, sobre todo, se acabarían los gastos ocasionados al escaso erario municipal de San Martín. Así fue, y el 3 de octubre por fin se presentaron “un cabo y cuatro soldados del regimiento de Húsares de Caballería” para llevarse al preso a Talavera, donde quedó alojado en la cárcel de la Santa Hermandad porque la de la villa no estaba en condiciones, hasta que la Chancillería decidiese lo que habría que hacer con él. Dos siglos después, casi podemos oír al buen alcalde ordinario respirar tranquilo al librarse de un asunto tan desagradable.