Hoy os vamos a hablar de las famosas espadas toledanas. Mejor dicho, de sus fabricantes, los espaderos, como el que aparece en la fotografía de hace aproximadamente un siglo. Hoy, la mayoría de ellos fabrican réplicas de espadas que han aparecido en películas o series, para consumo fundamentalmente de turistas y coleccionistas. Pero durante siglos las espadas cumplieron su función original, la de arma personal.

Las primeras ordenanzas conocidas de los espaderos toledanos datan de 1567, aunque la presencia de estos artesanos en la ciudad debió ser muy anterior. Los fabricantes de estas armas ponían en ellas su marca personal que las identificaba, aunque no faltaban los fraudes en este sentido. Estos fraudes y otras prácticas como el uso cada vez más generalizado de espadas de menor calidad y también de menor precio, hicieron que la industria espadera toledana entrase en decadencia en el siglo XVII. Los reyes Borbones trataron de revitalizar esta industria en toda España y, en particular, fue bajo el reinado de Carlos III cuando se decidió impulsar la espadería toledana con una fábrica estatal, la todavía conocida como “Fábrica de Armas”. La que fue archivera municipal, Esperanza Pedraza, explica en este artículo, del que hemos tomado muchos datos, que una de las personas a las que se consultó para este asunto fue al erudito Francisco Javier de Santiago Palomares, quien elaboró en 1762 una lista de los espaderos conocidos en la ciudad hasta la fecha, incluyendo el dibujo de sus correspondientes marcas. Tanto la lista como los dibujos fueron impresos y han sido ampliamente difundidos. En nuestro archivo conservamos un ejemplar de ambos documentos y no nos resistimos a difundirlos aún más.

Como es habitual en la época, la lista se hizo por orden alfabético de nombres de pila. Sorprende los pocos artesanos cuya actividad podemos fechar con precisión, desde 1545 hasta 1637. También es evidente que el oficio se transmitía en gran medida en el seno de las familias, algo también muy frecuente por entonces. Por ejemplo, encontramos cuatro “Jusepe de la Hera”, desde “el Viejo” al “Bisnieto”. También el primer artesano mencionado, Alonso de Sahagún el Viejo es evidentemente el padre del siguiente, Alonso de Sahagún el Mozo, pero también de dos Luises de Sahagún, uno de ellos apodado “Sahaguncillo”. No faltan los apodos, como Domingo Sánchez “El Tijerero” y hay dos artesanos, “Cacaldo” y “El Campanero” de los que no se conoce su nombre oficial. Por último, podemos destacar su movilidad. Además de que Palomares nos informa de que muchos de ellos trabajaron también en otros lugares, sus apellidos sugieren esta procedencia foránea: Baena, Zafra, Nieva, Zamora, Alcocer, Toro, Sahagún, Zamora, Belmonte…

Por su parte, los dibujos de las marcas son también dignas de atención. Lo más habitual es que estén compuestas sobre la inicial del apellido o del nombre, pero también abundan la “T” con una «O» sobrepuesta, signo de la ciudad de Toledo. A veces se complica algo más, como la correspondiente a Gonzalo Simón (número 39), que se asemeja a un escudo heráldico. Encontramos un par de expresivos dibujos de tijeras abiertas, o la campana que identifica al ya citado “Campanero” (número 16). Pero los más llamativos son, sin duda, los figurativos, como la cabra rampante (número 59) propia de Julián del Rey —del que se dice que usó también otras marcas—, la estrella utilizada por Gil y Juan de Almau (números 37 y 43) y, sobre todo, la luna creciente de Juan Martín (número 39) y la última, una paloma en el momento de echar a volar, utilizada por un espadero desconocido.
Felicito al personal que se encarga de hacer estas reseñas. Son muy interesantes y curiosas.
Mil gracias por vuestro trabajo
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Gracias a ti por seguirnos, Olga.
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