Llevaban un mes retenidos en la Aduana del Puerto de Barcelona y nadie sabía bien por qué. Javier Malagón había donado a Toledo su biblioteca y su archivo personales, y los había enviado desde Washington, pero no parecía haber forma de que las 40 cajas que ocupaban ambos fondos saliesen de la Ciudad Condal. Las directoras del AHPTO y de la Biblioteca Pública de Toledo, Mercedes Mendoza y Julia Méndez, empezaban a impacientarse. En marzo de 1978 se dirigieron a sus jefes respectivos, y en abril volvieron a insistir; en el AHPTO conservamos las minutas de los oficios de la archivera. Por fin, salvados los inconvenientes aduaneros, en julio de 1978 llegó a su destino un conjunto de siete cajas de embalaje que contenían el archivo personal de Malagón.
Pero ahí no terminaban las vicisitudes de estos documentos. En efecto, el donante había incluido como condición para la entrega de estos documentos que las cajas permaneciesen cerradas y precintadas hasta el año 2011. Prudentemente, la archivera preguntó si esto significaba que ni siquiera el personal del AHPTO podía abrir las cajas para empezar a tratar adecuadamente los documentos. La respuesta fue clara: las cajas deben permanecer precintadas. Y así fue. Desde entonces, todos los que hemos pasado por el AHPTO hemos resistido la tentación de romper los sellos y ver qué demonios podía haber en estas cajas tan misteriosas.
Además, de vez en cuando el legado de Malagón aumentaba. Hasta su muerte en 1990 siguió enviando libros y documentos a la Biblioteca provincial; en 2013, los documentos serían entregados al AHPTO para completar el fondo documental. Para entonces, las siete misteriosas cajas ya se habían abierto y se habían convertido en 13 cajas de archivo normalizadas. Se comprobó que cada caja original estaba dividida en cuatro apartados: “Caja Méjico”, “Caja Washington”, “Caja Santo Domingo” y un cuarto apartado sin indicación, y que los documentos se fechaban entre 1934 y 1965. Se trataba, sobre todo, de correspondencia en la que frecuentemente se mezcla lo personal, lo profesional y lo académico, y que firman tanto el propio Malagón como su esposa, Helena Pereña. La documentación entregada en 2013 ya no conservaba este esquema original, aunque la tipología era básicamente la misma, y las fechas oscilaban entre 1944 y 1992. Os ofrecemos tres ejemplos del contenido de estos documentos. Por un lado, una carta de 1943 de Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, hijo del que fuera presidente de la II República, comentando las circunstancias académicas en España. En segundo lugar, la minuta de otra carta dirigida al mismo en 1959 y recomendando a Enrique Tierno Galván, que llegaría a ser uno de los más conocidos alcaldes de Madrid, para unos cursos en la UNAM. Y, por fin, una nota de otro famoso alcalde, el barcelonés Pasqual Maragall, de 1987. Sin duda, este fondo documental está destinado todavía a ofrecernos más sorpresas.
Javier Malagón Barceló fue un jurista, historiador y diplomático nacido en Toledo en 1911; probablemente por eso estableció su centenario como fecha para poder abrir su archivo. Obtuvo el título de maestro en Toledo en 1932 y el doctorado en Derecho en Madrid en 1934, siendo discípulo de Rafael Altamira, de quien también conservamos una colección de documentos en nuestro archivo. En 1939 hubo de exiliarse y, tras diversas vicisitudes, llegó a la República Dominicana en 1939, donde se estableció como profesor universitario. En 1947 pasó a México y en 1956 a Washington. Desde 1958 compaginó su labor académica con la dirección del Departamento de Asuntos Culturales de la Organización de Estados Americanos. En 1976, restaurada la democracia en España, fue nombrado asesor cultural de la Embajada en Washington, ciudad en la que moriría en 1990. Durante todo este tiempo, y a pesar del exilio y de la distancia, mantuvo fuertes relaciones con España y con los españoles exiliados. Podéis encontrar más información sobre este fondo, sus vicisitudes y su protagonista en este artículo de nuestro compañero Carlos Mas.
Ese famoso Alcalde era Pasqual Maragall, hoy desgraciadamente afecto de Alzheimer, y no Ernest, su hermano. Sería apropiado que el responsable de este blog hiciera la corrección oportuna de esta errata desafortunada.
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Cierto, Covadonga, tienes toda la razón. Ya está corregido, y pedimos disculpas por este error.
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