¡BANDOLEROS!

El bandolero es quizá una de las figuras más significativas de la cultura popular hispánica, tanto en Europa como en América, hasta el punto de que la propia palabra suele dejarse sin traducción a otros idiomas. En principio, se designa así al delincuente que, formando parte de una banda (de ahí el nombre) ejerce sus fechorías en despoblado. Pero existieron muchos bandoleros que actuaron preferentemente en solitario, y en ocasiones llegaban a internarse en pueblos y ciudades. Aunque este tipo de individuos han existido en todas las culturas y épocas, lo cierto es que la palabra evoca el siglo XIX español, cuando se forjó todo un mito alrededor de nombres como Luis Candelas, Diego Corrientes, El Pernales o el Vivillo. Todos ellos se vieron rodeados de una aureola de héroes populares, y sus historias, con frecuencia transmitidas de manera oral, se adornaban con elementos singulares que disculpaban sus fechorías: robar a los ricos para dárselo a los pobres, verse empujados a la delincuencia por una injusticia flagrante, mantener en jaque a las fuerzas del orden, etc. Desde óperas como “Carmen” a series de televisión, pasando por novelas y hasta un museo, todo contribuye a la leyenda de los bandoleros.

Como cabe suponer, la vida real de estas personas fue mucho más triste. La mayoría de los bandoleros reales del siglo XIX vivieron miserablemente, solos o en pequeños grupos que cambiaban según las circunstancias, y acabaron presos o muertos por la Guardia Civil, institución que se especializó en su represión con mucha mayor eficacia de la que sugieren las leyendas. Precisamente el informe que da el alcalde de Los Yébenes, de acuerdo con los datos que aporta la Guardia Civil, nos proporciona un auténtico retrato de uno de estos bandoleros. La Benemérita le había matado en un encuentro con su cuadrilla en la mañana del siete de septiembre de 1870 en el paraje llamado “Ballesteros”. Se llamaba Casildo Martín, alias “Pincho”. Tenía 35 años y medía cinco pies y una pulgada, algo más de metro y medio. Tenía “pelo largo y negro, nariz chata, barba poblada, cara ancha, color moreno, vestido de correas”. Se le encontraron “una escopeta de dos cañones con baqueta de madera, canana sin cartuchos, zurrón de correas, un revolver de seis tiros con la culata de yerro, o sea, la armadura, y un sombrero negro calañés”.

Tampoco sus aventuras fueron demasiado espectaculares, salvo algunas excepciones. Así ocurre con un caso que implicó a una partida llamada “Los Doce Apóstoles”. Un boyero de Ventas con Peña Aguilera se presentó ante la justicia local y dijo que hacia las diez de la noche del 15 de agosto de 1842, llegando a un lugar llamado “Puerta del Castañar”, se le presentaron doce hombres a caballo y armados, y que “le detuvieron e hicieron hir [sic] delante de ellos” por aquellas sierras, hasta dejarle libre doce horas después en el sitio de “Navalasarsilla”. No parece que le robasen nada ni que le violentasen. Tras algunas diligencias, el juez de Navahermosa dispone que se sobresea el proceso, puesto que estos “doce latro-facciosos” ya están siendo investigados por otros juzgados, “quedando abiertas estas diligencias por si afortunadamente se logra su captura por las armas nacionales”. En otras palabras, que no merecía la pena molestarse. Precisamente el término de “latro-facciosos” indica que el juez asocia estos bandoleros a los restos del ejército carlista; recordemos que la primera guerra carlista había acabado solo dos años antes, y que el final de las guerras, en especial la de la Independencia y las carlistas, dejó a muchos antiguos soldados con armas en la mano y sin medios de vida, lo que favoreció este tipo de delincuencia.

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