Para abrir el año, en nuestro blog vamos a mostrar algunos ejemplos curiosos de abecedarios incluidos en nuestros protocolos notariales.
Para ponerlos en contexto vamos a explicar brevemente el origen del protocolo notarial para quienes no estén familiarizados con esta documentación. Según el diccionario de la lengua de la Real Academia Española, un protocolo es la serie ordenada de escrituras matrices y otros documentos que un notario o escribano autoriza y custodia con ciertas formalidades. Notario es la denominación actual y la que reciben los antiguos escribanos públicos desde 1862 según la ley del Notariado de ese año.
Si nos remontamos al siglo XVI, en 1503, Isabel I la reina Católica, emitió la pragmática de Alcalá, disposición trascendente para la práctica de los escribanos públicos del número de Castilla. Implantó el protocolo notarial, como sistema de registro, donde se habrían de escribir las escrituras. Mandaba que cada uno de los escribanos tuviera un libro de protocolo encuadernado, de pliego de papel entero donde se contuviesen todas la escritura por extenso, para que los escribanos las leyeran a las partes y los testigos, y una vez que las partes las otorgasen y firmasen, el negocio escriturado se convertiría en firme.
El protocolo, desde el siglo XVI tendrá la finalidad de salvaguardar los derechos especificados en cada una de sus escrituras. De este modo servirá de matriz y testimonio para extender copias solicitadas por los otorgantes con posterioridad. Decía la pragmática que debía emitirse la copia en el plazo de tres días y si fuese extensa la escritura, en ocho.
El volumen de escrituras públicas fue aumentando a lo largo del siglo XVI, siendo necesarios en determinadas escribanías, varios libros para cada año y la realización de índices o abecedarios para localizar las escrituras, pues el orden de encuadernación de todas ellas en el protocolo es el cronológico, y eso cuando se respetaba.
Encontramos los abecedarios en forma de cuaderno a veces cosidos, en el inicio, al cuerpo del protocolo y otras separado, con o sin encuadernación. Con menor frecuencia aparece al final de él. Son poco frecuentes en los protocolos de los siglos XV y primera mitad del XVI, se empiezan a generalizar desde mediados de este último siglo, hasta llegar a ser de obligada confección.
Los del siglo XVI son generalmente sencillos y no suelen llevar adorno alguno, limitándose a lo esencial, como vemos en una de las imágenes, marcada la separación de letras con pestañas y sin portada, se adopta el criterio alfabético por otorgantes.
A finales del siglo XVI y a lo largo del siglo XVII, se desarrollan otro tipo de abecedarios alfabetizados por asuntos, con criterios más o menos temáticos o por los tipos de documentos que contiene. Los de esta clase llevan una portada con una nota aclaratoria del criterio seguido para el abeceado. Y a continuación dentro de cada letra, todos ellos indican el nombre y patronímico del emisor, la mención del negocio que ha sido escriturado, el destinatario y a continuación el folio donde se inicia la escritura.
Veámoslo en otra de las imágenes, donde la portada se encabeza de este modo:“ABCDARIO del registro del año del nacimiento de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo de 1683”, a continuación en las Notas explica el criterio seguido para la alfabetización por asuntos: “los poderes en la letra del que los otorga; las particiones en la P y en la H por herederos; … las cofradías, colegios cabildos y capillas en la C…”. Le acompaña una decoración sencilla en la parte superior del encabezamiento y otra cerrando la parte final del texto.
Mostramos un tercer ejemplo que presenta una decoración más artística en la portadilla del abecedario, cuyo diseño está adornado de roleos y pájaros, de cuya autoría sería responsable algún escribano o escribiente diestro en el dibujo y que ha dejado su testimonio pictórico en los libros de la escribanía.
Por último, reproducimos el texto del encabezamiento de presentación de uno de los abecedarios del escribano Eugenio de Valladolid, para observar como algunos introducían otras fórmulas protocolarias muy personales: “Abecedario del registro primero del año del nacimiento de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo de 1666. Sea todo para honra y gloria de su divina magestad por quien perdiera mi ser”. Esta invocación resulta suficientemente expresiva de una afección y casi adoración al monarca reinante, Carlos II el Hechizado.
Los alfabetos son instrumentos siempre útiles para la localización de escrituras. A veces incompletos y fragmentados, y otras exhaustivos, son producto de la práctica notarial que refleja el buen hacer del escribiente o amanuense de la escribanía.
Afortunado es el investigador que consulta un protocolo con alfabeto, por que ello facilita su trabajo y evita que tenga que examinar todas las escrituras de un voluminoso registro.