UN PRIVILEGIO RODADO, EL DOCUMENTO MÁS ANTIGUO DEL ARCHIVO

Hoy os queremos presentar el documento más antiguo que conservamos en el AHPTO. Se trata de un privilegio rodado de 1207 por el que Alfonso VIII confirma al monasterio de San Clemente de Toledo todas las donaciones que había recibido tanto de él mismo como de su abuelo Alfonso VI. Aunque no las menciona expresamente, sabemos por otras fuentes que se refiere, entre otras posesiones, a la villa de Azután; tenéis más información en este artículo de J. Carlos Vizuete.

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Este documento da para muchos comentarios. Nosotros incluso lo utilizamos en nuestros talleres didácticos para escolares, en los que borramos la rota y el crismón y pedimos a los chicos y chicas que dibujen en su lugar sus propios anagramas. Por eso, hoy nos vamos a centrar solo en estos dos elementos, que son también los signos o dibujos más visibles. Pero, antes de nada hay que advertir que, como habréis comprobado, el documento está escrito en latín medieval y en un tipo de letra denominada “carolina”, en referencia un tanto mítica a Carlomagno. Además, como era costumbre en la época, abundan las abreviaturas.

Los privilegios rodados fueron los documentos más solemnes que podían expedir las cancillerías reales castellanas durante la Edad Media, como ya os comentamos al presentaros el de Añover de Tajo, que es apenas veinte años más reciente. Se reconocen fácilmente por la “rota”, es decir, el escudo del rey enmarcado en un círculo en el centro de la parte inferior del documento, haciendo las veces de firma regia. Aquí la rota es todavía bastante sencilla. En el centro, una simple cruz patada, a la que rodean, en mayúsculas, las palabras “SIGNUM ADEFONSI REGES CASTELLE”, es decir, “Sello de Alfonso, rey de Castilla”; las palabras están separadas por pequeños adornos. Rodeando el sello por el exterior aparecen las dos primeras confirmaciones, correspondientes a los dos principales funcionarios de la corte real: el mayordomo Gonzalo Rodríguez y el alférez conde Fernando Núñez [de Lara]. Justo encima, ocupando toda la extensión del documento, confirma el arzobispo de Toledo Martín [López de Pisuerga]. A los lados de la rota, dos columnas de confirmantes: los obispos a la derecha, empezando por Alderico de Palencia, y los cortesanos laicos a la izquierda. De estos últimos no se indican cargos, sino solo sus nombres: Pedro Fernández, Rodrigo Díaz, etc. Como es natural, el que todos estos señores aparezcan “confirmando” (es decir, “firmando con” el rey) no implica que estuviesen físicamente con él. Los que sí estaban son los encargados de la redacción física del documento, que aparecen justo debajo de la rota: el notario real Domingo y el canciller Diego García, quien “scribi fecit”, la hizo escribir. Por último, encontramos los restos del “vínculo” o cuerda roja de la que colgaba el sello real, hoy desaparecido.

Rota

Vayamos ahora al principio. En una sociedad tan profundamente religiosa, Dios es lo primero, de manera que todo está encabezado por el anagrama de Cristo, el “crismón”. Se compone de una combinación de las letras griegas “ji”, “ro” y “sigma”, que a nosotros nos parecen X, P y S, e incluso la primera de ellas transformada en una cruz. Del brazo horizontal de esta cruz salen las letras “alfa” y “omega”, semejantes a nuestras A y W y que son la primera y última letras del alfabeto griego. Todo esto significa “Christus, alfa y omega”, aludiendo a la condición de Cristo como principio y fin del Universo. Y para que no quede duda, el texto del documento empieza con una invocación explícita: “In Dei nomine, amen”, es decir “En el nombre de Dios, amén”.

Crismon

Como vemos, estos documentos no solo cumplen su función administrativa, en este caso una confirmación de donaciones al monasterio, sino que también servían para presentar ante quien lo viera, incluso sin leerlo, todo un programa de afirmación de los dos poderes indiscutibles en la sociedad medieval: Dios y el rey.

Los privilegios rodados posteriores se harían mucho más grandes, incorporarían el color, multiplicarían los confirmantes y añadirían multitud de adornos hasta convertirlos, a veces, en auténticas obras de arte. Este no llega a tanto, pero combina su valor estético y simbólico con el hecho de ser el documento más antiguo de nuestro archivo.