En estos días se puede visitar la exposición que la Biblioteca Nacional dedica a Juanelo Turriano. El año pasado su ciudad natal, Cremona, le dedicó también una importante muestra. Y cuenta hasta con una fundación dedicada a su memoria. El sabio italo-español está de moda, pues, aunque lo cierto es que siempre ha sido uno de los personajes más populares del imaginario colectivo de la ciudad de Toledo, tan fecunda en mitos. De hecho, en lugar de dedicarle una calle a él, como ocurre en Madrid o en Alcalá de Henares, la ciudad decidió homenajear a una de sus máquinas, el “hombre de palo”, una especie de robot del siglo XVI, hecho de madera, que podía mover brazos y piernas con el fin de conseguir limosnas de los viandantes.
Dejemos la cibernética renacentista y volvamos con nuestro ingeniero. Janello Torriani había nacido en 1500, y desde 1552 encadenó diversos trabajos de relojería por cuenta de Carlos I. En 1556 viene a España, siguiendo al emperador, y participó en la construcción de su palacio en Yuste. Desde 1558 trabaja también de forma continua a las órdenes de Felipe II, interviniendo en varios proyectos de relevancia, incluyendo la reforma del calendario gregoriano. Pero su obra más famosa fue, sin duda, el “artificio de Juanelo”, una compleja máquina destinada a subir las aguas del río Tajo hasta el Alcázar de Toledo. Se contrató en 1565 y Juanelo tardó cuatro años en realizarla, corriendo con todos los gastos. Una vez en marcha, las autoridades del Alcázar se quedaron con el agua y, además, se negaron a pagar al autor alegando que el contrato no era con ellos. El Ayuntamiento volvió a encargar un segundo artificio, que también costeó el paciente Turriano, y que tampoco fue nunca pagado. Estas deudas significaron su ruina, como veremos. En cuanto a los artificios, fueron decayendo por falta de cuidados y dejaron de funcionar en la primera mitad del siglo XVII; solo los restos del segundo artificio quedaron en pie hasta ser definitivamente demolidos en la segunda mitad del siglo XIX.
El documento que os traemos aquí es nada menos que el testamento de Juanelo, hecho en Toledo el 11 de junio de 1585 ante el notario Juan Sánchez de Canales. De las cinco páginas de texto —ya hemos dicho que no tenía muchos bienes que repartir— os ofrecemos el principio y el final, donde aparece su firma. Se define como “criado de Su Majestad” y declara ser vecino de Toledo, en la desaparecida parroquia de San Isidoro; más adelante afirma haberse casado con Antonia Sechela, difunta, de quien tuvo una única hija, Bárbula Medea. Dispone que se le vele en el también desaparecido convento del Carmen y luego se le entierre en cualquier iglesia de Toledo. Nombra ejecutor de sus deudas a su yerno Diego Jofre. Ordena se entreguen al rey sus relojes y sus libros. Pide al rey “libertarme de huéspedes la casa que tengo en Madrid” para que puedan disfrutarla su hija y sus nietos. Pero su desesperada situación se refleja en una de sus mandas, que no nos resistimos a transcribir íntegramente, modernizando la escritura: “Por cuanto ha cuarenta años poco más o menos que he sido y soy criado así de la Cesárea Majestad del Emperador nuestro señor, que sea en gloria, como del rey don Felipe, nuestro señor, su hijo, le suplico que, porque yo quedo tan pobre y adeudado como parecerá por un memorial que de ello dará la dicha Bárbula Medea, mi hija, y con dos nietos y dos nietas huérfanas, hijos de la dicha Bárbula Medea, que tiene por remediar, sea servido, porque no les queda otro amparo ni remedio sino el que espero de su real liberalidad y grandeza, le suplico humildemente se sirva de remediarlos y ampararlos haciéndoles la merced que sea servido, atento mis servicios, para que no pasen la gran necesidad con que quedan”.
Así acabó un gran ingeniero y un leal servidor. Cosas de la ingratitud de los poderosos.