Una de las formas más habituales de validar los documentos a lo largo de la Historia son los sellos, es decir, la estampación en el documento de algún dibujo o signo característico que certifique que el documento ha sido emitido por quien lo dice. En otras palabras: es la garantía de la autenticidad del documento. A diferencia de las firmas, los sellos permiten la identificación de organismos o instituciones, no solo de personas.
Hay sellos desde que hay documentos pero, para centrarnos, diremos que los documentos sellados aparecen en los archivos en la Edad Media. Al principio, solo los empleaban los reyes y grandes nobles para los documentos más solemnes. Solían ser sellos “pendientes”, o sea, impresiones sobre cera o metal fundente (generalmente plomo) que se colgaban del documento a través de unos hilos o cordones.
Es obvio que este sistema era muy caro y laborioso. Conforme las oficinas reales fueron escribiendo más y mejor, hubo que inventar otros sistemas de sellado. Así nació el sello de placa.
Su base es muy sencilla. Consiste en colocar en el lugar apropiado una pequeña oblea de cera roja caliente, se pone encima un trocito de papel y sobre él se aprieta con la matriz del sello (que es donde va el dibujo). Al secarse la cera, la hojita de papel se queda marcada con el escudo y a su vez pegada al documento. Barato, sencillo y funcional.
Pero nunca hay soluciones perfectas. El sello de placa es inestable, lo que significa que se despega con facilidad. Con el tiempo, la cera se seca y se desprende, y con ella la hojita donde estaba grabado el sello. Por eso, es muy frecuente en nuestros archivos que solo tengamos restos del sello de placa o, incluso su mera sombra en el lugar donde estuvo pegado. Además, los que se conservan tienen poco relieve y suelen verse bastante mal.
Aquí os ofrecemos tres ejemplos, todos procedentes del fondo del Colegio de Escribanos de la ciudad de Toledo. El primero, un sello medieval encontrado en una provisión del rey Juan II del año 1442. El segundo, del que os ofrecemos una ampliación, está en otra provisión, esta vez de Felipe II y del año 1562. El último documento es casi contemporáneo del anterior (es de 1564) y solo mantiene la sombra del sello.
El sello de placa tuvo larga vida en toda Europa, y empezó a declinar en el siglo XVIII hasta ser sustituido por el sello de tinta en el siglo XIX. Si queréis conocer más sobre estos sellos, os recomendamos el artículo de Mª Victoria Jara en la revista “Archivo Secreto”, que publica el Archivo Municipal de Toledo, del año 2008.